ESPECIALES DE CRISTIANDAD CON EL P. GABRIEL GROSSO: ESPECIAL DEL APOCALIPSIS – LOS SIETE SELLOS (AUDIOS Y TEXTOS)

ESPECIALES DE CRISTIANDAD CON EL P. GROSSO:

ESPECIAL DEL APOCALIPSIS – LOS SIETE SELLOS

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3ª VISIÓN = LOS SIETE SELLOS (VI)

Los Siete Sellos, divididos en 4 + 2 + 1, con dos visiones parciales interpuestas entre el Sexto y el Séptimo, significan la ascensión de la Iglesia desde los Apóstoles y su brusca caída en los tiempos parusíacos.

Los Siete Sellos retoman otra vez todos los sucesos del mundo; pero esta vez con referencia directa al fin del mundo. Estos Sellos manifiestan los sucesos en su esquema secreto; las Tubas en sus causas manifiestas. Ellos representan la Iglesia Esjatológica explicada por sus causas próximas, que son la Institución, la Propagación, la Crisis, la Persecución y el Desenla­ce.

El Primer Sello comprende las Cuatro Primeras Iglesias y muestra la Monarquía Cristiana, o sea la Cristiandad  Europea. Los siguientes indican la caída de esa Cristiandad; el Segundo, la Iglesia de Sardes, el Protestantismo y el despertar de las guerras mundiales; el Tercero, la Iglesia de Filadelfia, la Revolución. Los otros Cuatro manifiestan el período parusíaco. Cuarto y Quinto hacen ver la proximidad de la Parusía.  Ésta está indicada en el Sexto; mas el Séptimo, después de un silencio de media hora, procede a desenvol­ver los pormeno­res del fin del siglo: San Juan se detiene y recapitula, de modo que el Séptimo Sello se abre en una visión retrospectiva más detallada de las causas históricas de la Parusía: las Siete Tubas.

Recordemos ante todo que el que abre los sellos es el Cordero. ¿Por qué  se da este nombre para referirse a Nuestro Señor Jesucristo? Según San  Juan Bautista, Cordero es el que expió, o sea, Nuestro Señor Jesucristo sacrificado pero glorificado; “un Cordero como degollado” (Ap. 5, 6),  la realeza la tiene porque fue degollado. “Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra;” (S. Mt. 28, 18). Tiene poder de castigar. Comenta Mons. Straubinger: “El Cordero inocente y santo de San Juan 1, 29 es aquí poderoso e irritado”.

Sellos: en la antigüedad el sello era una joya gravada con arte, mas no solo esto sino también un símbolo de la persona (Gén. 38, 18); el sello, iba con   frecuencia fijo en un anillo, del que no se separaba uno sino por motivos graves (Ag. 2, 3). La oblea sobre la que uno pone su sello atestigua que un objeto le pertenece (Det. 32, 34), que una acción emana de él (1 Reyes 21, 8), o que está prohibido el acceso a una de sus posesiones  (Dan. 12, 10).

El sello es, pues, como una firma; garantiza la validez de un documento (Jer. 32, 10) indica también su fin (Rom. 15, 28), a veces da un carácter secreto, como en el caso de un rollo sellado que nadie puede leer, salvo el que tiene derecho a romper el sello (Is. 29, 11). Todo hombre libre y rico poseía un sello.

Sello de Dios: el sello es un símbolo de su dominio sobre las criaturas y sobre la historia; puede sellar las estrellas en la noche oscura (Job 9, 7); sella el libro de sus designios, intenciones o propósitos (Ap. 5, 1 – 8, 1) y nadie descifra sus secretos, excepto el Cordero que los cumple. Dios sella los pecados en cuanto les pone término, ya sean perdonados individuales (Job 14, 17) o colectivos (Dan. 9, 24); en este último caso sella al mismo tiempo la profecía, es decir, le pone término, realizándola.

El sello adquiere nuevo valor cuando Nuestro Señor Jesucristo se dice marcado con el sello de Dios su Padre (S. Jn. 6, 27); en efecto, este sello del Padre sobre el Hijo del hombre no es sencillamente el poder que le da para realizar su obra (S. Jn. 5, 32) sino también la consagración de Hijo de Dios (S. Jn. 10, 36). En esta consagración participa el cristiano cuando lo marca Dios con su sello dándole el Espíritu (2 Cor. 1, 22) don que es exigencia de fidelidad al Espíritu  (Efe. 4, 30); este sello es la marca de los servidores de Dios y su salvaguardia en el momento de la prueba esjatológica (Apo 7, 2-4, 9-4).

 

PRIMER SELLO (VI: 1-2)

Cuando el Cordero abrió el primero de los siete sellos, oí que el primero de los cuatro Vivientes decía, como con voz de trueno: «Ven». Miré, y he aquí un caballo blanco; y el que lo montaba tenía un arco; se le dio una corona; y salió venciendo y para vencer”.

El Primer Sello es la Monarquía Cristiana, o sea, la Iglesia de Tiatira: la altamar del Cristianismo, la Cristiandad, desde Constantino hasta Carlos V, Emperador de Occidente.

El Caballo Blanco es la triunfante propagación del Evangelio. Pero esa propagación triunfó por el apoyo político de los monarcas cristianos: Constanti­no, Clodoveo, Recaredo, Carlomagno. De aquí la «Corona» que le fue dada al jinete.

Lleva un «Arco», que alcanza lejos: la Monarquía Cristiana llevó sus armas y sus misioneros al África, América y Asia.

«Salió venciendo y para vencer» una y otra vez. Cuando decae y cae la Monarquía Cristiana, comienza aquello de “le fue dado potestad [al anticristia­no] de guerrear contra los Santos [los fieles] y vencerlos”, que repiten el Santo Profeta Daniel y San Juan.

Hasta la Reforma venció siempre la Monarquía Cristiana; civilizó la Europa, sofrenó y convirtió a los bárbaros, aplastó las herejías, contuvo al Islam. Después del empate de la Reforma, la Monarquía Cristiana comienza a ser vencida en todas partes, y el Imperio Español de los Austrias y el Sacro Imperio Románico Germánico se dividen y comienzan a disgregarse.

En nuestros días, la causa católica es derrotada por todo.

Dice otro comentador: Cuando el Cordero abrió el primer sello uno de los animales, el león, le llamó con una voz como de trueno, para que reparara en el misterio que se iba a revelar: “Ven y verás”; es decir, ven y verás a Cristo, Dios y Hombre verdadero, por Sí y por medio de sus Apóstoles hacer la guerra al demonio, al mundo y a la carne. “Ven y verás”, cómo por medio de sus doctrinas confunde la soberbia de los sabios y disipa la ignorancia de los ignorantes “Ven y verás”, cómo los cuatro evangelistas vencen, por medio de los predicadores, a todas esas doctrinas paganas y hacen que desaparezcan del mundo todas esas fábulas humanas, que llevan a los hombres a las más ridículas teorías. Por eso vio  los cuatro animales y oyó la voz del león como voz de trueno; porque lo que se anunciaba había de ser realidad, que no había de quedar en teorías, como la de los hombres, que anuncian grandes ideas, pensamientos llenos de soberbia, que luego quedan en nada.

Según la representación grafica del Apocalipsis de San Juan, este sello duró hasta 1550, que  fue el auge del cristianismo.

 

SEGUNDO SELLO (VI: 3-4)

Y cuando el Cordero abrió el segundo sello, oí al segundo ser Viviente que decía: «Ven». Entonces salió otro caballo, color de fuego [rojo]; y al que lo montaba se le concedió quitar de la tierra la paz, y hacer que se matasen unos a otros; y se le dio una gran espada”.

Al ser retirada la Monarquía Cristiana vienen los tiempos de guerra. Es la remoción del Obstáculo de San Pablo, el signo inmediato de una nueva era: la última. Indica el período pre parusíaco de las «guerras y rumores de guerras», que dijo Jesucristo en su propio apokalypsis ser “el principio de los dolores de parto”, pero todavía no es el fin. Son los «tiempos oscuros» en que la guerra se vuelve “institución permanente de la humanidad”, en palabras de Benedicto XV en el año 1916.

Es la Iglesia de Sardes, el Protestantismo y el despertar de las guerras.

En el Apocalipsis está anunciada claramente una guerra descomunal, increíble de puro enorme; y además un período de guerras, que es el que estamos viviendo: llaman a esto paz armada, que es lo mismo que decir guerra latente e inminente. La guerra del 39 fue el segundo acto de la guerra del 14, y habrá un tercer acto.

Todo gira en torno de la guerra: relaciones internacionales, política, economía y literatura. El anhelo más profundo de toda la humanidad actualmente es la paz; y en ese anhelo justamente hará palanca el Anticristo. Aquel déspota gigantesco, aquel plebeyo satánico, dará al mundo la paz: una paz sacrílega y embustera, durante la cual se perseguirá a sangre y fuego, casi hasta la extirpa­ción, a la Iglesia de Dios.

Los conflictos ideológicos (religiosos en realidad; y por cierto religio­so–heréticos) han quedado intactos y más fuertes que nunca.

En tres lugares del Apocalipsis está anunciada: el Caballo Rojo, la Sexta Tuba y la Sexta Copa. Tres lugares paralelos clarísimos. Eso no se puede entender sino de una gran guerra, que será a la vez un período bélico, un suceso de esos que mudan la historia y un castigo de Dios a la humanidad, es decir, un tiempo, una era y una plaga.

Gracias a la Revelación conocemos que la Guerra no es solamente un hecho humano, está el combate espiritual por la salvación de las almas  entre Dios y Satán. Es cierto que el designio de Dios tiene por objetivo la paz; pero esta misma paz supone una victoria alcanzada a costa de combate.

En el A.T. se nos revela a Dios, desde los orígenes, personalmente en lucha contra fuerzas malignas que se oponen a sus designios. Ahora bien; los combates de Dios en la tierra no tienen por fin último el triunfo temporal de Israel, su gloria es de otra naturaleza; su reino de otro orden. Lo que él quiere es el establecimiento de un reino de prosperidad y de justicia, tal como lo define la Ley. Israel tiene la misión de realizarlo, pero si falta a ella, deberá Dios combatir a su pueblo pecador con el mismo título con que combate a las potencias paganas. Tal era la salvación auténtica a la que debía aspirar Israel, más bien que a guerras santas de conquista y de destrucción.

En el N.T. se libra la Guerra esjatológica en un triple terreno: el de la vida terrena de Nuestro Señor Jesucristo, el de la historia de su Iglesia, y el de la consumación final.

En Nuestro Señor Jesucristo se revela plenamente la naturaleza profunda del combate esjatológico: no es un combate temporal por un reino de este mundo, es un combate espiritual contra Satán, contra el mundo, contra el mal. Nuestro Señor Jesucristo es el fuerte que viene a derrocar al príncipe de este mundo. Y así este reacciona intentando contra él el último asalto. Él es el que suscita la acción de las potencias terrestres ligadas contra el Ungido del Señor. Pero haciendo esto precipita su derrota. En efecto, en forma paradójica, la cruz de Nuestro Señor Jesucristo garantiza su victoria: cuando resucita, los poderes hostiles, despojados de su señorío, figuran en su cortejo triunfal (Col. 2, 15). Vencedor del mundo por su muerte misma posee ya el gobierno de la historia. (Apo. 5); pero el combate que ha librado personalmente se prolongará a través de los siglos en la vida de su Iglesia.

La Iglesia está aquí para siempre en estado militante, la paz de Nuestro Señor Jesucristo aportada por ella a los hombres es, si, en cierto respecto la paz con Dios y la paz entre ellos. Pero esta paz no es de este mundo. Así los hombres que creen en él estarán siempre expuestos al odio del mundo: en el plano temporal no les ha aportado Nuestro Señor Jesucristo la paz, sino la espada, pues el Reino de Dios es blanco de la violencia.

Y contra la el odio y las persecuciones del mundo, nos prometió Nuestro Señor Jesucristo, el Jueves Santo, enviarnos el Espíritu Santo y su virtud. Y sobre todo nos deja y recomienda su Paz. Y esto, momento antes de ser prendido por sus enemigos con Judas traidor a la cabeza.

Una vez resucitado le insistió mucho a los Apóstoles, con la idea antes dicha: “pax vobis, ego sum, nolite timere.

 

LOS SUEÑOS PROFÉTICOS

DE SAN JUAN BOSCO

EL CABALLO ROJO

SUEÑO 39 — AÑO DE 1862

 (M. B. Tomo VII, págs. 217-218)

Las crónicas del mes de julio relatan nuevas maravillas sobre [San] Juan Don Bosco.

Don Ruffino escribió en la suya: «1 de julio. [San] Juan Don Bosco dijo a algunos que le rodeaban después del almuerzo:

—Este mes tendremos que asistir a un funeral.

En distintas ocasiones repitió lo mismo una y otra vez, pero siempre ante un reducido número de oyentes.

Estas confidencias despertaban en los clérigos una gran cu­riosidad, de forma que, en las horas de recreo, cuando las ocu­paciones se lo permitían, rodeaban al [Santo] con la esperanza de oír de sus labios alguna novedad, y una de ellas fue, como lo comprendieron más tarde, la intención de [San] Juan Don Bosco de fundar un instituto para atender a las niñas. En efec­to, así lo consignaron por escrito Don Bonetti y Don César Chiala.

El 6 de julio el buen padre narró a algunos de sus hijos el siguiente sueño que tuvo en la noche del 5 al 6 de dicho mes. Estaban presentes Francesia, Savio, [Beato] Miguel Rúa, Cerrutti, Fusero, Bonetti el Caballero Oreglia, Anfossi, Durando, Provera y algún otro.

Esta noche —comenzó [San] Juan Don Bosco— tuve un sueño singular. Soñé que me encontraba con la marquesa Barolo y que paseába­mos por una placita situada delante de una llanura extensísima. Veía a los jóvenes del Oratorio correr, saltar, jugar alegremente. Yo que­ría dar la derecha a la marquesa, pero ella me dijo: —No; quédese donde está.

Después comenzó a hablar de mis jóvenes y me decía:

—¡Es tan buena cosa que se ocupe de los jóvenes! Pero déjeme a mí el cuidado de las jóvenes; así iremos de acuerdo.

Yo le repliqué:

—Pero, dígame: ¿Nuestro Señor Jesucristo vino al mundo para redimir solamente a los jovencitos, o también a las jovencitas?

—Sé —replicó— que nuestro Señor ha redimido a todos: niños y ni­ñas.

—Pues bien; yo debo procurar que su sangre no se haya derra­mado inútilmente, tanto para las jóvenes como para los jóvenes.

Mientras estábamos ocupados en esta conversación, he aquí que entre mis jóvenes que estaban en la placita comenzó a reinar un ex­traño silencio. Dejaron todos sus entretenimientos y se dieron a la huida, quienes hacia una parte, quienes hacia otra, llenos de espan­to.

La marquesa y yo detuvimos el paso y quedamos durante unos momentos inmóviles. Buscando la causa de aquel terror dimos unos pasos hacia adelante. Levanto un poco la vista y he aquí que al fon­do de la llanura veo descender hasta la tierra un caballo grande… tremendamente grande… La sangre se me heló en las venas. —¿Sería como esta habitación?—, preguntó Francesia. —¡Oh, mucho más grande! —replicó [San] Juan Don Bosco—. Sería de grande y de alto como tres o cuatro veces más que este local, y más que el palacio Madama. En resumidas cuentas, que era una bestia descomunal. Mientras yo quería huir temiendo la inminencia de una catástrofe, la marquesa Barolo perdió el sentido y cayó al suelo. Yo casi no podía tenerme de pie, tanto me temblaban las rodillas. Corrí a esconderme detrás de una casa que había a mucha distancia, pero de allá me echaron diciéndome:

—¡Márchese, márchese; aquí no tiene que venir!

Entre tanto yo me decía a mí mismo:

—¡Quién sabe qué diablo será este caballo! No huiré, me adelantaré para examinarlo más de cerca. Y aunque temblaba de pies a cabeza, me armé de valor, volví atrás y me acerqué.

—¡Ah! ¡Qué horror! ¡Aquellas orejas tiesas! ¡Aquel hocico des­comunal!

A veces me parecía ver mucha gente encima de él; otras veces, que tenía alas, de forma que exclamé:

—Pero ¡esto es un demonio!

Mientras lo contemplaba, como estaba en compañía de algunos, pregunté a uno de los presentes:

—¿Qué quiere decir este enorme caballo?

El tal me respondió:

—Este es el caballo rojo: Equus rufus, del Apocalipsis.

Después me desperté y me encontré en la cama muy asustado y durante toda la mañana, mientras decía Misa; en el confesionario tenía delante a aquel animal. Ahora deseo que alguno averigüe si este «equus rufus», se nombra verdaderamente en las Sagradas Escrituras, y cuál es su sig­nificado.

Y encargó a Durando que buscase la manera de resolver el problema. [Beato] Miguel Don Rúa hizo observar que, realmente en el Apocalipsis, capítulo VI, versículo IV, se habla del caballo rojo, símbolo de la persecución sangrienta contra la Iglesia, como explica en las notas de la Sagrada Escritura, Mons. Martini. He aquí las palabras textuales del libro sagrado:

Et cum aperuisset sigillum secundum, audivi secundum animal, dicens: Veni et vide. Et exivit alius equus rufus: et qui sedebat super illum datum est ei ut sumeret pacem de terra, et ut invicem se interficiant et datus est ei gladius magnus.

En el sueño de [San] Juan Don Bosco parece que el caballo repre­sentase a la democracia sectaria, que procediendo furiosamente contra la Iglesia avanzaba alentando contra el orden social, sin detenerse ni un solo paso; se imponía a los gobiernos, en las es­cuelas, en los municipios, en los tribunales, anhelando realizar la obra destructora comenzada con el apoyo y complicidad de las autoridades constituidas, en perjuicio de la sociedad religiosa y de todo piadoso instituto y del derecho común de propiedad.

[San] Juan Don Bosco dijo:

Sería necesario que todos los buenos y nosotros en nuestra pequeñez procurásemos con celo y entusiasmo poner un freno a esta bestia que irrumpe por doquier alocadamente.

¿De qué manera? Poniendo en guardia a los pueblos median­te el ejercicio de la caridad y con la buena prensa que contrarres­te las falsas doctrinas de semejante monstruo, orientando el pensamiento de los pueblos y los corazones hacia la Cátedra de Pedro. En ella está el fundamento indudable de toda autoridad que procede de Dios, la llave maestra que conserva todo orden social; el código inmutable de los deberes y los derechos de los hombres; la luz divina que disipa los errores de las más encona­das pasiones; aquí el fiel guardián y el defensor poderoso de la moral evangélica y de la ley natural; aquí la confirmación de la sanción inmutable de los premios eternos reservados a quienes observan la ley del Señor y las penas igualmente eternas para los transgresores de la misma.

Pero la Iglesia, la Cátedra de San Pedro y el Papa son una misma cosa. Por tanto, para que estas verdades fuesen acatadas por todos, [San] Juan Don Bosco quería que se hiciesen toda suerte de es­fuerzos por deshacer las calumnias contra el Pontificado y que se diesen a conocer los inmensos beneficios que Roma reporta a la vida social y se procurase avivar en todos los corazones, senti­mientos de gratitud, fidelidad y amor hacia la Cátedra de Pedro.

Para san Juan Bosco la guerra, es sobre todo a la Iglesia.

Que como observamos en  la (RGASJ) este caballo rojo comienza en la revolución protestante hasta el reinado del anticristo.

 

TERCER SELLO (VI: 5-6)

“Y cuando el Cordero abrió el tercer sello, oí al tercer Viviente que decía: «Ven». Miré entonces, y había un caballo negro; y el que lo montaba tenía en su mano una balanza. Y oí como una voz en medio de los cuatro Vivientes que decía: «A un peso el kilo de trigo; a un peso tres kilos de cebada. En cuanto al aceite y al vino no los toques»”.

El Tercer Sello es la Sexta Iglesia, Filadelfia, la Revolución.

Es, manifiestamente, la Carestía, o, como dicen hoy, la Posguerra, la Crisis o el Crack: los pobres amenazados de hambre, los ricos seguros. El Capitalismo Mundial.

Los entendidos dicen que la crisis o crack es periódica­mente necesaria en el Capitalismo, como un reajuste; o sea, venganza de la realidad contra un sistema amañado.

El jinete tiene una balanza que significa cuidados y restricciones, el famoso racionamiento de hoy día.

Un «denario» (tres veces más del precio normal, ver Ezequiel 4, 16) era el salario diario de un obrero; quiere decir que ganarán lo justo para mantenerse: característica del capitalismo actual.

Mas no tocará la carestía a los ricos: «en cuanto al aceite y al vino no los toques», mercancía de ricos.

Las carestías actuales no las sufren los comerciantes, sobre todo si son bolsanegreros o estraperlistas. Hay de todo, incluso lo más exquisito, para quien pueda pagarlo; y estos tales, lejos de sufrir privaciones, se enriquecen con la carestía.

«Negra» han llamado siempre todos los pueblos al hambre. No está de más recordar aquí que hoy nuestra orgullosa época tiene a un tercio de la humanidad con hambre.

LOS SUEÑOS PROFÉTICOS

DE SAN JUAN BOSCO

CASTIGOS SOBRE ROMA Y PARÍS

SUEÑO 75 — AÑO DE 1870

(M. B. Tomo IX. págs. 779-783; Tomo X, págs. 59-63)

 

El seis de enero, fiesta de la Epifanía o de la manifestación del Señor, se celebró la segunda Sesión del Concilio Vaticano I, en la cual los Padres, según el rito, hicieron uno después de otro, comenzando por el Sumo Pontífice, la solemne profesión de fe.

La víspera de aquella memorable solemnidad [San] Juan Don Bosco vio en sueño cuanto vamos a exponer a continuación: fue el mismo [Santo] quien escribió lo que vio y oyó.

Sólo Dios lo puede todo, lo conoce todo y lo ve todo. Dios no tiene ni pasado ni futuro, para Dios no hay nada oculto; todas las cosas le son presentes y para Él no hay distancia de lugar o de per­sona. Sólo Él en su infinita misericordia y para su gloria puede ma­nifestar las cosas futuras a los hombres.

La víspera de la Epifanía del corriente año de 1870 desaparecie­ron todos los objetos materiales de mi habitación y me encontré ante la consideración de cosas sobrenaturales. Fue algo que duró breves instantes, pero fueron muchas las cosas que vi. Aunque de forma y de apariencias sensibles, no se pueden comunicar a los de­más sino con mucha dificultad con signos exteriores o sensibles. Cuanto sigue podrá dar una idea de ello. En todo esto se encuentra la palabra de Dios acomodada a la palabra del hombre.

«Del Sur viene la guerra, del Norte viene la paz.

Las leyes de Francia no reconocen ya al Creador y el Creador se hará conocer y la visitará tres veces con la vara de su furor.

La primera abatirá su soberbia, con las derrotas, con el saqueo y con los estragos en las cosechas, en los animales y en los hombres.

En la segunda, la gran prostituta de Babilonia, aquella a la que los buenos llaman, suspirando, el prostíbulo de Europa, será privada del jefe y entregada al desorden.

¡París! ¡París! En vez de armarte con el nombre del Señor te ro­deas de casas de inmoralidad. Estas serán por ti misma destruidas: tu ídolo, el Panteón, será reducido a cenizas, para que se cumpla lo que está escrito: mentita est iniquitas sibi. Tus enemigos te colma­rán de angustias, de hambre, de espanto y quedarás convertida en la abominación de las naciones. Pero ¡ay de ti si no reconoces la mano qué te hiere! Quiero castigar la inmoralidad, el abandono, el desprecio de mi ley, dice el Señor.

En la tercera caerás bajo una mano extranjera: tus enemigos ve­rán desde lejos tus palacios incendiados, tus casas convertidas en montones de ruinas, bañadas en la sangre de tus héroes, que ya no existen. Pero he aquí que un gran guerrero del Norte llevará un es­tandarte; sobre la diestra que lo sustenta está escrito: “Irresistible es la mano del Señor”. En aquel instante el Venerando Anciano del Lacio le salió al encuentro flameando una antorcha de luz vivísima. Entonces el estandarte se extendió y de negro que era se trocó blan­co como la nieve. En el centro del estandarte estaba escrito con ca­racteres de oro el nombre de Quien todo lo puede.

El guerrero y los suyos hicieron una profunda inclinación al An­ciano y se estrecharon la mano.

Ahora la voz del cielo se dirige al Pastor de los pastores. Tú ahora estás en la gran conferencia con tus asesores; pero el enemi­go del bien no guarda un momento de reposo; estudia y practica toda clase de argucias contra ti. Sembrará la discordia entre tus ase­sores; suscitará enemigos entre mis hijos. Las potencias del siglo vo­mitarán fuego y querrían que las palabras fuesen ahogadas en las gargantas de los custodios de mi ley. Pero esto no sucederá. Harán el mal, pero en perjuicio de sí mismos. Tú date prisa; si las dificulta­des no se resuelven, corta por lo sano. Si te sientes angustiado, no te detengas, sino al contrario, continúa adelante hasta que le sea cercenada la cabeza a la hidra del error. Este golpe hará temblar a la tierra y al infierno, pero el mundo recobrará la seguridad y todos los buenos se alegrarán. Conserva, pues, junto a ti solamente a dos asesores, pero a cualquier parte que vayas, continúa y termina la obra que te fue confiada.

Los días corren velozmente y tus años se acercan al número establecido; pero la gran Reina será siempre tu auxilio y como en los tiempos pasados, también en el porvenir será siempre magnum et singulare in Ecclesia prœsidium.

Y a ti, Italia, tierra de bendiciones, ¿quién te ha sumergido en la desolación?… No digas que tus enemigos, sino tus amigos.

¿No oyes a tus hijos pidiendo el pan de la fe sin encontrar quién se lo parta? ¿Qué haré? Heriré a los pastores, ahuyentaré el rebaño, a fin de que los que se sientan sobre la cátedra de [San] Moisés busquen bue­nos pastos y la grey escuche dócilmente y se alimente.

Pero sobre la grey y sobre los pastores caerá mi mano; la cares­tía, la peste, la guerra, harán de manera que las madres lloren la sangre de los hijos y de los esposos muertos en tierra enemiga.

¿Y de ti, Roma, qué será? ¡Roma ingrata, Roma afeminada, Roma soberbia! Has llegado a tal punto de insensatez que no buscas y no admiras otra cosa en tu Soberano, más que el lujo, olvidando que tu gloria está en el Gólgota. Ahora él es anciano, decrépito, inerme, despojado; mas con su palabra esclavizada hace temblar a todo el mundo.

¡Roma… yo vendré cuatro veces sobre ti!

En la primera heriré tus tierras y sus habitantes.

En la segunda llevaré el estrago y el exterminio hasta tus murallas.

¿No abrirás aún los ojos?

Vendré por tercera vez, abatiré las defensas y a los defensores, y al mandato del Padre comenzará el reinado del terror, del espanto y de la desolación.

Pero mis sabios huyen, mi ley es todavía conculcada, por eso haré una cuarta visita. ¡Ay de ti si mi ley continúa siendo letra muer­ta para ti! Habrá prevaricaciones entre los doctos y entre los igno­rantes. Tu sangre y la sangre de tus hijos lavarán las manchas que has echado sobre la ley de tu Dios.

La guerra, la peste, el hambre son los flagelos con que será cas­tigada la soberbia y la malicia de los hombres. ¿Dónde están, oh ri­cos, sus magnificencias, sus villas, sus palacios? Se han convertido en la basura de las plazas y de las calles.

Y vosotros, sacerdotes, ¿por qué no corréis a llorar entre el vestí­bulo y el altar, invocando la suspensión de los flagelos? ¿Por qué no tomáis el escudo de la fe y no subís a los tejados, y en las casas, y en las calles, y en las plazas, e incluso en los lugares inaccesibles, no desparramáis la semilla de mi palabra? ¿Ignoráis que esta es la terri­ble espada de dos filos que abate a los enemigos y que deshace la ira de Dios y de los hombres?

Estas cosas tendrán que suceder inexorablemente una después de otra.

Las cosas se proceden demasiado lentamente.

Pero la Augusta Reina del Cielo está presente.

El poder de Dios está en sus manos; disipa como la niebla a sus enemigos. Reviste al Venerando Anciano de todos sus antiguos há­bitos.

Se producirá además un violento huracán.

La iniquidad se ha consumado, el pecado tendrá fin y antes de que transcurran dos plenilunios en el mes de las flores, el iris de la paz aparecerá sobre la tierra.

El gran Ministro verá a la Esposa de su Rey vestida de fiesta.

En todo el mundo aparecerá un sol, tan luminoso, que jamás existió desde las llamas del Cenáculo hasta hoy, ni se verá otro se­mejante hasta el fin de los días».

 [San] Juan Don Bosco hizo sacar una copia de este escrito a Don Julio Barberis, que fue la que llevó consigo a Roma.

Hizo hacer otra copia algunas semanas después, a Don Joa­quín Berto, el cual dejó consignado en su Memoria:

«[San] Juan Don Bosco me comunicó el texto de una profecía por escrito que comenzaba con estas precisas palabras: Dios todo lo puede, Dios lo conoce todo, etc., recomendándome el más riguroso se­creto y que no hablara de ello con nadie a no ser con el propio autor. Entre otras cosas se refería a la guerra entre Francia y Prusia, a las condiciones de la Iglesia y a la desolación que azota­ba a Italia, como me explicó a mí al preguntarle sobre el particular. El [Santo] me hizo sacar una copia para enviarla a Roma a cierto prelado».

La Civiltá Cattolica, año XXIII, volumen VI, serie octava, año 1872, en las páginas 299 y 303, hace referencia a este vaticinio y trascribe algunos párrafos del texto del mismo haciéndo­los preceder de estas autorizadas palabras: «Nos complacemos en recordar un recientísimo vaticinio que no ha sido anteriormente impreso y que es completamente desconocido para el público, vaticinio que fue comunicado desde una ciudad de Italia a un personaje de Roma el 12 de febrero de 1870. Nosotros ignora­mos su procedencia. Pero podemos dar fe de que lo hemos teni­do en nuestras manos, antes de que París fuese bombardeada por los alemanes e incendiada por los comunistas. Y añadiremos que nos causó gran maravilla el ver anunciada en él también la caída de Roma, cuando no se creía próxima ni probable».

Hemos conservado varias copias de esta profecía. La más au­torizada es un manuscrito de Don Berto. Ofrece al principio la si­guiente nota: «Fue comunicada el 12 de febrero de 1870 al Santo Padre», al margen se leen algunas notas o apostillas autógrafas del mismo [San] Juan Don Bosco y al final algunas aclaraciones, evidentemente escritas o dictadas con anterioridad a los hechos y revisadas nueva­mente después por el [Santo]. Dichas apostillas y aclaracio­nes explicaban o determinaban los acontecimientos predichos, los cuales, como veremos, se cumplieron en gran parte poco después; y parte de ellos, al menos hasta hoy, no se han cumplido.

Francia perdió su jefe y fue vencido por Prusia en 1870.

En París tuvieron lugar los horrores que todos conocen.

Es de notarse que interrogado inmediatamente sobre el cum­plimiento de dichos hechos, [San] Juan Don Bosco contestó que tal vez no se llegaran a realizar jamás, porque el Señor en su misericordia, suele a veces indicar simplemente a los hombres el camino que podrían seguir en tal y en tal circunstancia para vencer ciertas di­ficultades y nada más; por tanto, cuando no se siguen las direc­trices trazadas, es evidente que no puede verificarse lo que ha sido indicado.

Las Memorias Biográficas en el tomo X nos ofrecen los si­guientes datos relacionados con el sueño o visión precedente: «En 1870, exponía [San] Juan Don Bosco al Papa Beato Pio IX en audiencia que le fue concedida el 12 de febrero, un resumen de la primera visión. Llevaba consigo el relato escrito para presentarlo al Santo Pa­dre, pero como no se atreviese a hacerlo, se limitó a leer un trozo que llevaba ya preparado relacionado con la Augusta Persona del Pontífice… También en la última audiencia que le concediera el Beato Pío Pp. IX en el mismo año, volvió el [Santo] a hacer refer­encia a los sucesos políticos con tal precisión, que el Papa no pudo disimular la impresión y el dolor que aquellos pronósticos producían en su ánimo.

Poco después de la toma de Roma, al recordar la entrevista celebrada con el [Santo], por medio del Cardenal Berardi, mandó a decir a [San] Juan Don Bosco que hablase clara y positivamente. Y [San] Juan Don Bosco, que antes no había insertado en el escrito la parte leída en presencia del Romano Pontífice, la incluyó en la copia hecha por Don Berto, enviándola a Roma por conducto de un Cardenal; documento que fue conservado por el Beato Pío Pp. IX junto con una carta anó­nima en la que se hacia constar que procedía de una “persona que en otras ocasiones ha demostrado tener ilustraciones sobrenatura­les” y que sucederían “otras cosas que no se podían consignar por escrito sino verbalmente por lo delicado de la materia”; añadiendo: “y si algo es demasiado oscuro veré si es posible dar alguna explica­ción”; terminando con estas palabras: «Sírvase de estos datos como le plazca, solamente le rogaría no aludiese a mi nombre en manera alguna, por la razón que puede suponer».

[San] Juan Don Bosco impuso también al secretario que hizo la copia del documento la obligación del más riguroso silencio.

 

CUARTO SELLO (VI: 7-8)

Y cuando el Cordero abrió el cuarto sello, oí la voz del cuarto Viviente que decía: «Ven». Miré entonces, y había un caballo pálido; y el que lo montaba tenía por nombre la Muerte; y el Hades seguía en pos de él. Y se les dio potestad sobre la cuarta parte de la tierra, para matar a espada y con hambre y con peste y por medio de las fieras de la tierra”.

Los cuatro Sellos restantes son el período parusíaco; sólo que la Parusía está indicada en el Sexto; mas el Séptimo, después de un silencio de media hora, procede a desenvolver los pormenores del fin del mundo; o, por mejor decir, del fin del siglo.

El principio de los dolores es la Guerra, mas el fin es la persecución. El Caballo Amarillo o Bayo es la Última Persecución. Con razón su jinete se llama “Muerte”, que mata con espada, con hambre y con las fieras. El hambre sigue a la guerra, la peste sigue al hambre; o sea, compendia los males anteriores con uno nuevo: el de las fieras terrestres, es decir, los hombres encrudelecidos y bestializa­dos, como los rojos en España.

Satán está en ancas del Jinete, cuyo nombre es Muerte: las persecuciones son satánicas, los perseguidores de la Iglesia son demoníacos, pues tratan de dar muerte al alma dando muerte al cuerpo incluso: el fanatismo anticristiano desencadenado y políticamente triunfante en todas partes, bajo la impulsión omnipotente de un tirano perverso.

 

QUINTO SELLO (VI: 9-11)

«Y cuando abrió el quinto sello, vi debajo del altar las almas de los degollados por causa de la Palabra de Dios y por el testimonio que mantuvieron. Y clamaron a gran voz: «¿Hasta cuándo, oh Señor, Santo y Veraz, tardas en juzgar y vengar nuestra sangre en los habitantes de la tierra?» Entonces se le dio a cada uno una túnica blanca y se les dijo que esperasen todavía un poco, hasta que se completara el número de sus consiervos y hermanos que habían de ser muertos como ellos».

El Quinto Sello prolonga el cuadro anterior de la persecución ya por venir, pues «las almas debajo del altar» son los mártires que están por venir de la gran persecución.

«Debajo del altar», porque allí corría la sangre de los sacrificios; y los hebreos creían no sin perspicacia que en la sangre estaba el alma; y en nuestros altares hay reliquias de mártires.

Las «estolas blancas» significan la gloria actual de los decapitados.

Lo primero que observamos y que nos confunde, es que los mártires, que se caracterizaron por imitar a Nuestro Señor Jesucristo, arquetipo de mártir, y por lo mismo, paciente  y en silencio ante las acusaciones y los ultrajes, inocente reconocido por Pilatos y Herodes, olvidando sus propios sufrimientos, acogiendo al ladrón arrepentido, perdonando a Pedro y a sus propios enemigos, pidan a Dios que juzgue y vengue su sangre vertida por los habitantes de la tierra. Hay que entender que aquí se trata del tiempo de la justicia como antes fue el de la misericordia.

En las Sagradas Escrituras la palabra gloria implica la idea de peso. El peso de un ser en la existencia define su importancia, el respeto que inspira, su gloria. La gloria no designa tanto la fama cuanto el valor real, estimado conforme a su peso. 2 Cor. 4, 17: Porque las aflicciones tan breves y tan ligeras de la vida presente nos producen el eterno peso de una sublime e incomparable gloria,

También nos enseña la fragilidad de la gloria humana: Sal. 49, 17-18: No temas, pues, cuando un hombre se enriquece y se acrecienta la gloria de su casa. Porque a su muerte nada se llevará consigo, ni le seguirá su gloria. Supo ligar la gloria a valores morales y religiosos: Pro. 29, 23: Sigue al soberbio la humillación; mas el humilde de espíritu será glorificado. Implica la gloria la influencia que irradia una persona

4ª VISIÓN = SIGNACIÓN DE LOS ELEGIDOS (VII)

«Después de esto, vi a cuatro Ángeles de pie en los cuatro extremos de la tierra, que sujetaban los cuatro vientos de la tierra, para que no soplara el viento ni sobre la tierra ni sobre el mar ni sobre ningún árbol. Luego vi a otro Ángel que subía del Oriente y tenía el sello de Dios vivo; y gritó con fuerte voz a los cuatro Ángeles a quienes se había encomendado causar daño a la tierra y al mar: «No causéis daño ni a la tierra ni al mar ni a los árboles, hasta que hayamos sellado la frente de los siervos de nuestro Dios.» Y oí el número de los marcados con el sello: 144.000 sellados, de todas las tribus de los hijos de Israel (…) Después miré y había una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, razas, pueblos y lenguas, de pie delante del trono y el Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos (…) Uno de los Ancianos tomó la palabra y me preguntó: «Esos que están vestidos de túnicas blancas ¿quiénes son y de dónde han venido?» Yo le respondí: «Señor mío, tú lo sabes.» Me respondió: «Esos son los que vienen de la gran tribulación; han lavado sus vestiduras y las han blanqueado con la sangre del Cordero. Por esto están delante del trono de Dios, y le adoran día y noche en su Templo; y el que está sentado en el trono fijará su morada con ellos. Ya no tendrán hambre ni sed; ya nos les molestará el sol ni ardor alguno; porque el Cordero que está en medio del trono los apacentará y los guiará a los manantiales de las aguas de la vida. Y Dios enjugará toda lágrima de sus ojos»»

San Juan interrumpe, pues, la visión de los Sellos para intercalar una visión que está aludida quizás al abrirse luego el Séptimo Sello: hay un tiempo de calma para preparar a los elegidos.

Los Elegidos de todas las Tribus de Israel son los perseverantes de los últimos días. Cristo dice en su Sermón Esjatológico que la Gran Apostasía haría caer si fuera posible incluso a los Elegidos. Dulcísima palabra, pues implica que eso no será.

Los vientos son los que levantan las tormentas en el mar. El mar significa el mundo en la Escritura, así como la tierra firme significa la Religión. Jesús dice que en aquel tiempo se secarán los hombres de temor por el ruido del mar y sus oleadas. Hay aquí, pues, una pausa en las tormentas mundanales en favor de los Elegidos.

Todos los salvados son añadidos a los mártires de los últimos tiempos; o bien, como piensan otros, a los judíos conversos de aquellos tiempos.

La visión preliminar de los Sellos, ceremoniosa y adoratoria, se cierra con la Visión del Cielo y la añadidura de todas las almas salvadas y revestidas de la gracia divina. La promesa final se repite como ya cumplida al terminar el Apocalipsis.

La gloria del Cielo, último destino del hombre, abre y cierra el Libro. Los júbilos son religiosos y santos; las amenazas no son sino predicciones de hechos que han de suceder, traídos por la malicia de los hombres, y no por la voluntad directa de Dios, sino por la permisiva.

“Visiones celestes de consuelo”: Es una verdad de fe que Dios elige gratuitamente y desde la eternidad a los que quiere salvar y ordena de modo eficaz las cosas de la historia en favor de los predestinados para que obtengan este fin infaliblemente.

Dios quiere que todos se salven; y como dice el Concilio de Trento, “no abandona a nadie que primero no lo haya abandonado a Él”

El Concilio Araucicano, del siglo IV. Los que se salvan sí se salvan porque Dios quiere que se salven, además de ellos mismos. Ellos con Dios quieren la salvación; y así la obtienen libremente; y respecto de la omnisciencia de Dios, infaliblemente.

Predestinación: el orden concebido por Dios para conducir a la criatura racional hacia el fin sobrenatural, que es la vida eterna (Santo Tomás).

En la Sagradas Escritura es San Pablo quien más habla de la predestinación (Rom. 8; Efe. 1); utiliza el término predestinar para indicar un designio de Dios que abarca en bloque toda la salvación cristiana del género humano, que se ha de actuar por medio de la gracia y los dones celestiales, sin excluir la cooperación del hombre.

Tradición: Culmina en San Agustín, quien, en contradicción con Pelagio, desarrolla ampliamente el pensamiento de San Pablo, llegando a la concepción de una categoría de hombres a los que Dios, según su beneplácito, ayuda para asegurarle su eterna salvación. A otros, en cambio, Dios les concede un auxilio, pero no tan eficaz como a los predestinados, por los cual no se salvan.

La Iglesia ha definido la gratitud de la predestinación a la gracia y a la gloria, pero ha condenado el predestinacionismo. Que pone en la misma línea a los predestinados al cielo que a los predestinados al infierno, independientemente del mérito o del demérito.

La doctrina cristiana insiste en dos cosas: 1º, para salvarse es necesario cooperar con la gracia; 2º, ninguno se condena sino por culpa propia.

5ª VISIÓN = LAS SIETE TUBAS (VIII-IX) (Marco introductorio)

Cuando el Cordero abrió el séptimo sello, se hizo en el cielo un silencio como de media hora.

El Silencio en el Cielo por media hora acontece al abrirse el último sello: significa que habrá un breve período de paz y calma para la Iglesia al comenzar el mal tiempo, muy corto, espacio de una generación o menos. Responde al cuadro anterior de la «signación de los elegidos». Silencio supone ruido antes y después: el ruido de las olas del mar mundano que secará a los hombres de temor.

Media hora es el cincuentavo de un día; y mil años para Dios son como un día… ¿Será un descanso de unos 20 años en los supremos afanes del mundo? Un descanso durante una generación es una nota que frecuenta las profecías privadas sobre el Fin del Mundo.

Período de paz y calma, con guerra y tormenta antes y después, no es lo mismo que triunfo temporal y terreno de la Iglesia.

Para conocer el pensamiento del P. Castellani sobre el supuesto período de floreci­miento de la Iglesia, ver:

                                              A) En Los Papeles de Benjamín Benavides

Habrá necesariamente una guerra de los continentes, después de la cual vendría el Anticristo, o bien inmediatamente, o bien después de un período de florecimiento pasmoso de la Cristiandad europea, el cual no duraría mucho tiempo.

– “Oiréis guerra y rumores de guerra, pero no entonces enseguida será el fin”.

– Pero aunque fuese ahora ese tiempo de guerras, según Nuestro Señor, “todavía no es el fin”.

– Pero es “el principio del dolor”, “de los dolores de parto”, como dice el texto griego. Es el “primer dolor”, como dicen las mujeres.

– Sin embargo, eso de que “todavía no es el fin”, ¿no significa una interrup­ción de los dolores? ¿No habrá entre el Anticristo y la Guerra un período entero de gran paz y prosperidad de la Iglesia, como nunca se ha visto, en el cual se predicará el Evangelio en todo el mundo, y se convertirá el pueblo judío?

– ¡Ay!, ¡ojalá! El tiempo del Papa Angélico y del Gran Rey, de las visiones medievales. Infinidad de profecías privadas lo han anunciado, pero yo… ¡Ay!, temo que esa esperanza sea una especie de milenarismo temporal, una humana escapatoria al temeroso vaticinio: porque los dolores puerpéricos una vez que empiezan ya no se interrumpen por un tiempo largo de bienestar. No veo cómo encajar esas profecías privadas en el riguroso texto bíblico. (29-30)

– ¿De modo que según eso el fin del mundo está a las puertas?

– Puede que sí. Pero no necesariamente.

– Si estamos ya en el tiempo del Caballo Oscuro…

– Pero pudiera darse una restauración pasajera, de la durada de una generación, de la Monarquía Cristiana en Europa, que corresponda al tramo entre el finis y el initia dolorum de Nuestro Señor; es decir, lo que pudiéramos llamar el período Nondum Statim. A ello puede acogerse usted si le tiene demasiado miedo al fin del mundo. En las profecías privadas encontrará usted muchas que describen una especia de breve edad de oro de la Iglesia en medio de dos furiosas tempestades. Es una antigua tradición de profecías de triunfo, que se remonta a la Edad Media. Francamente no me acojo a ellas. Pero me alegraría equivocarme.

– Pero entre nuestra época y la época del Anticristo, ¿no tiene que venir un largo período de triunfo, paz y felicidad de la Iglesia?

– Esa es mi gran duda. Eso opina Holzhauser. Pero ¿qué sabemos? ¿No parece muy improbable? ¿No habremos entrado ya, después de a guerra del 14, en la época pre-parusíaca, la Iglesia de Filadelfia? Y ese gran triunfo de la Iglesia tan esperado no aparece por ningún lado, ni siquiera como probable, por no decir posible

– ¿Cómo pues lo predijo el venerable párroco Holzhauser? ¿En qué se basaba?

– Yo creo que se basó en dos cosas: en esa larga serie de profecías privadas, que se remontan a la Edad Media y quizá más allá, concernientes al Gran Rey y al Gran Papa (o sea el Pastor Angélico) por una parte; y por otra, que al Ángel de Filadel­fia, después de haberse dicho al anterior de Sardes que “estaba muerto”, se le promete algo excelso, una “puerta abierta que nadie puede trancar” y aparentemente también la conversión del pueblo judío, ese suceso que, según la profecía de San Pablo ad Romanos, será como una explosión de vida en la Iglesia.

– Y usted ¿en qué se basa para dudar? Esas profecías son muchísimas y muy autorizadas; hay santos entre sus autores, San Cesaréo de Arlés, Santa Odila, don Bosco, el mismo Holzhauser. Y la conversión de los judíos es cosa de fe; y algún día tendrá que ser.

– ¿Algún día antes del Advenimiento; o bien el mismo día del Advenimiento?

– Pero usted rechaza la profecía del Gran Rey y el Excelso Papa, durante los cuales se acabará la predicación del Evangelio en el mundo; que sin embargo también debe verificarse, según Cristo, “y entonces vendrá el fin”.

– Puede que ya se haya verificado. En fin, yo no la rechazo ni la acepto, yo no soy profeta y eso es un futuro. Sólo que todas esas profecías de triunfo, surgidas en épocas de tribulación, me son un poco sospechosas.

– ¿Y por qué le son sospechosas?

– No sé. No me convencen.

– Será a lo mejor que el fondo pesimista de su carácter y lo mucho que ha sufrido…

– Quizá. Pero no. A lo que yo tengo desconfianza es a todo lo que en el mundo de hoy fomenta la creencia vulgar, estúpida y herética de que el mundo durará todavía miles y miles de años, que todo esto de ahora se nos arreglará fácilmente, que nos espera una era de prosperidad maravillosa; y en suma, que estos dolores universales no pueden ser agonía, sino que deben ser necesariamente dolores de parto, el alumbramiento de un breve new world. Eso es lo que me escama, esa especie de mesianismo del Progreso o milenarismo de la Ciencia, sobre el cual Renán y otros tales anticristos o pseudoprofetas de hoy escriben páginas tan brillantes. Y muchos católicos lo creen y toman esas benditas profecías del Pastor Angélico para consolar­se, como enfermos incapaces de encarar siquiera el pensamiento de la posible muerte. Es lo diametralmente opuesto al “haz penitencia porque vuelvo pronto” del Libro revelado. “«¡Este mundo debe durar todavía miles y miles de años antes de enfriarse!”, gritan jubilosos al ver que el mundo se va “calentando” cada vez más. Pero ésa es justamente la señal que da San Pedro de la Parusía: no se creerá ya más en ella.

– Pero Holzhauser no predice eso. Predice un inmenso pero breve triunfo de la Iglesia, de la durada de una vida de hombre, en que las fuerzas de Satán serán comprimidas y reducidas pero no eliminadas, y en que la presión de los dos bandos será formidable. Un período tenso, palpitante, ruidoso, exasperado, del ritmo de la historia humana: un tregua y no una paz…

– Amén. ¡Y ojalá que no se equivoque! ¡Y que nosotros lo veamos!

No habrá una nueva Edad Media, como espera Berdiaeff; no habrá una Nueva Cristiandad, como profetiza Maritain; no habrá una nueva estructuración de la Fe, como soñaba Tyrrel… acomodada a la nueva era, con nuevos ritos, cultos, ceremonias, cánones, costumbres y organización. Desde aquí adelante, la Iglesia se purifica… y se corrompe, pero no se rehace… La última lucha está planteada desde el Ángel del Evangelio Eterno; la cama del Anticristo está hecha. El mundo moderno nació bajo un signo de enfermedad de muerte. El mundo creyó salir de una muerte y era una fiebre su fastuoso “renacimiento”. Tenía una herida mortal. Le fue dada la consigna de confirmar, robustecer las cosas que, de todas maneras, eran morideras. La Iglesia se centraliza fuertemente, como un ejército a la defensiva que se repliega sobre sí.

– Hasta que comience la ofensiva; hasta que venga el Gran Rey y el Papa Angélico…

– Así dicen en las reuniones de Acción Católica… La ofensiva… la conquista del mundo para Cristo por una juventud pura y ardiente.

– Entonces ¿usted no cree en la gran restauración católica? ¿Se acabó la época de Sardes, o estamos ahora en ella, esperando que venga con Filadelfia el triunfo de la Iglesia y la restauración de la Cristiandad?

– ¡Se acabó! La Contrarreforma terminó en la Revolución Francesa. La Revolución fue un acontecimiento capital, una tuba, que cambió la faz de la historia. Con la Revolución acabó formalmente en el mundo el Imperio Romano, que la tradición patrística pone como el misterioso Katéjon de San Pablo, el Obstáculo del Anticristo. (159-161)

El error fundamental de nuestra práctica actual  ―y aun de la teoría a veces―  es que amalgamamos el Reino y el Mundo, lo cual es exactamente lo que la Biblia llama “prostitución”. ¿No hay ahora sacerdotes políticos que quieren salvar a la Iglesia por medio de la Democracia o el Racismo o cualquier otro sistema político? ¿No hay actualmente aquí un predicador famosísimo que promete a las masas lisonjeadas una resurrección del mundo, una especie de reino milenario de felicidad temporal, por medio de la “hegemonía moral y religiosa” de Italia, entre las naciones, hegemonía prometida y querida ―según él―  por Dios mismo?

Merejkowski en el fondo es milenarista. Pero de un milenarismo malo, que espera el Reino de Cristo en la tierra antes de la Venida de Cristo, y obtenido por medios temporales, y consistente en un esplendor de la Iglesia también temporal. Y no es el único; pues hay muchísimos hoy día que esperan igual, incluso católicos, sabiéndolo o sin saberlo. Es milenarismo malo.

El mundo quiere unirse, y actualmente el mundo  no se puede unir sino en una religión falsa. O bien las naciones se repliegan sobre sí mismas en nacionalismos hostiles (posición nacionalista que ha sido superada), o bien se reúnen nefastamente con la pega de una religión nueva, un cristianismo falsificado; el cual naturalmente odiará de muerte al auténtico. Sólo la religión puede crear vínculos supranacionales.

La presión enorme de las masas descreídas y de los gobiernos, o bien maquiavé­licos o bien hostiles, pesará horriblemente sobre todo lo que aún se mantiene fiel; la Iglesia cederá en su armazón externo; y los fieles “tendrán que refugiarse” volando “en el desierto” de la Fe. Sólo algunos contados, “los que han comprado”, con la renuncia a todo lo terreno, “colirio para los ojos y oro puro afinado”, mantendrán inmaculada su Fe. Esos pocos “no podrán comprar ni vender”, ni circular, ni dirigirse a las masas por medio de los grandes vehículos publicitarios, caídos en manos del poder político; y, después, del Anticristo: por eso serán pocos.

La Iglesia creó la Cristiandad Europea, sobre la base del Orden Romano. La Fe irradió poco a poco en torno suyo y fue penetrando sus dentornos: la familia, las costumbres, las leyes, la política. Hoy día todo eso está cuarteado y contaminado, cuando no netamente apostático, como en Rusia; un día será “pisoteado por los gentiles” del nuevo paganismo. Ése es el atrio del Templo. Quedará el santuario, es decir, la Fe pura y oscura, dolorosa y oprimida; el recinto medido por el profeta con la “caña en forma de vara”, que es la esperanza doliente en el Segundo Advenimiento, la caña que dieron al Ecce Homo y la vara de hierro que le dio su Padre para quebrantar a todas las gentes.

– Así, pues desaparecerá la Cristiandad…

– Así la Iglesia quedará intacta…

– No desaparecerá la Cristiandad: será profanada. Ni quedará intacta la Iglesia visible: dentro de ella habrá santuario y atrio; habrá fieles, clero, religiosos, doctores, profetas que serán pisoteados, que cederán a la presión, que tomarán la marca de la Bestia. La Cristiandad será aprovechada: los escombros del derecho público europeo, los materiales de la tradición cultural, los mecanismos e instrumen­tos políticos y jurídicos serán aprovechados en la continuación de la nueva Babel: la gran confederación mundial impía.

No habrá una “Nueva Cristiandad”: ni la de Solovieff y sus discípulos Berdiaeff y Rozanof, ni la de Maritain, ni la de Pemán. Esas son ilusiones vanas de un mundo que teme morir. El Imperio Romano es el último de los grandes imperios, después del cual seguirá el del Anticristo. No habrá un Imperio universal después del Romano, sino sólo imperialismos como el inglés.

En ninguna parte está escrito que en medio de la gran apostasía vendrá un paréntesis de vivísima fe y caridad en el orbe, y después se reanudará la apostasía, lo cual es además históricamente inverosímil.

Si la Europa se ha de convertir, si la Iglesia ha de reflorecer, cosa que no sabemos, no será sin que sea limpiada de fariseísmo, mundanismo y estolidez la parte de ella que está contaminada de los males del siglo en todo el mundo; sin un reflorecimiento previo del espíritu, la inteligencia y la disciplina en el clero y en los fieles. Y esa limpieza la puede hacer Dios, en sus inescrutables designios, por medio del triunfo de la idea socialista y la persecución que ella trae consigo.

¡Dios mío! En suma: es la vulgar actitud conciliadora y contemporizadora del “evolucionismo teológico”, la herejía más difundida y menos conocida de nuestros días; que tiene como raíz el no pensar en la Parusía, ni tenerla en cuenta, ni creerla quizá, sin negarla explícitamente; polarizando las esperanzas religiosas de la humanidad hacia el foco del “progresismo” mennesiano. Puede que Dios realmente sacara una nueva era del caos presente, pues nada es imposible para Dios; aunque no fuese con la paz de don Struzzo, precisamente por agencia de la ONU ginebrina o washingtoniana; pero puede ser también que no la saque, ¿qué sabemos? Y el examen de las profecías esjatológicas de la Palabra parece indicar más bien que no la va a sacar. Un día este siglo (el ciclo adámico) tiene que agonizar ―en la tribulación mayor que hubo desde el diluvio acá―  y morir. Y resucitar. Hay una especie de rehúse oculto del martirio en esta posición, que es también la de Maritain y ―menos acusada―  de Christopher Dawson; un buscar la Añadidura por medio del Reino, y una evacuación de la Cruz de Cristo.

– Hoy día, muchísimos católicos, incluso escritores, incluso predicadores, incluso sabios como Berdaieff o Dawson, sueñan con una especie de gran triunfo temporal de la Iglesia vecino a nuestros tiempos y anterior a los parusíacos. En eso soñó León Bloy, y Veuillot y Hello y toda la escuela de apologistas románticos franceses, comenzando por Chateaubriand y Lammenais. En eso sueña Papini. ¿Y es eso otra cosa que un milenarismo anticipado?

Nuestra época está llena de profetismo, como todas las épocas de crisis; porque queremos saber adónde vamos, pues sin saber adonde va, nadie puede dar un paso. Y los profetas de hoy se dividen rigurosamente en dos: los que creen que los actuales son dolores de parto y los que creen que son dolores de agonía; los cuales remiten el parto de la Nueva Era para después de la Parusía. Los primeros preparan el Anticris­to; los segundos creen en Cristo.

– ¿Y se equivocaron todos los que en profecías privadas predecían ya para el siglo pasado la resolución del conflicto entre la Revolución y la Iglesia, con el Gran Triunfo, el castigo fulminante del mal, el Gran Emperador y el Pontífice Angélico?

– En los castigos tremendos que anunciaron, no; más bien se quedaron cortos. Pero en el triunfo temporal, fulminante y espléndido, de la Iglesia, ciertamente no lo hemos visto ni se ve por ninguna parte.

Esos son locos: le hacen el juego al Anticristo, porque desacreditan las verdaderas profecías y preparan el encaje de esperanza temporal ilusoria, parecido al de los judíos del Anteadvenimiento, en que se acomodará el Anticristo. Basado en las profecías falsas, o profecías verdaderas deturpadas, el Anticristo engañará a muchísimos cristianos… a todos los cristianos que entonces “no estén en vela”, como amonestó el Cristo.

Haría un razonamiento verdadero, si yo dijera: “Ya que de alguna manera la grey cristiana ha de imaginarse el triunfo definitivo de Cristo, preferible es que lo imagine sobrenatural y después de la Parusía, que no este turbio milenarismo natural en boga hoy día, hijo del racionalismo, del miedo y de las rabiosas ganas de vivir de todo enfermo”.

La verdad es que muchos teólogos de nota, mi maestro Billot entre ellos, dan a esa Visión un sentido más concreto; creen ―y yo lo he creído mucho tiempo― que esos mil años son literales, pero preparusíacos; que son el tiempo del gobierno social de la Iglesia, que comenzó con Carlomagno y terminó en 1789. Según ellos, el demonio estaría ahora desatado.

– Así lo creo yo, y lo tengo por más que probable.

– Puede creerlo, “con tal de no excluir otro sentido más arcano”, como dijo Bousset.

– Así quedamos siempre en las mismas. No sabemos si hay una o dos resurreccio­nes, no sabemos si hay un reinado de Cristo sobre la tierra después del Anticristo; o si la caída de la Bestia engulle al mundo en fuego y azufre y transforma de golpe la humanidad en el Paraíso superterreno de Dante, después de haberla calcinado.

– Nos quedamos en las mismas; porque quedamos en una u otra, condicionalmente; y excluimos ese gran triunfo temporal de la Iglesia antes de la Parusía, que me parece un peligroso ensueño contemporáneo.

– ¡Es un anzuelo del Anticristo! ¡Es él quien prometerá realizar ese ensueño, con las solas fuerzas del hombre ensoberbecido! ¡Él prometerá la paz, la prosperidad, el nuevo Edén!, y se pondrá a edificar sacrílegamente la nueva Babel.

Como en los días de Noé, comerán, beberán, harán grandes negocios y espectacu­lares matrimonios, muy contentos con la continuidad indefinida del mundo. La apostasía de la Fe y las artes del Anticristo habrán persuadido a la mayoría de que el mundo no tendrá fin, y de que debe seguir siempre adelante en un continuo progreso hasta convertirse en el Paraíso de la Ciencia y de la Civilización, en el Edén del Hombre Emancipado; y entonces, como “los dolores de la preñada”, de golpe sobrevendrá el fin.

                                                    B) En El Apocalipsis de San Juan

Los judíos sabían mucho del Reino del Mesías, pero no sabían claramente de los dos reinos de Cristo, o sea de sus Dos Venidas. Cuando vino el Mesías, los judíos se equivocaron. Estaban bastante preparados a equivocarse desde tiempo hacía. Habían dejado caer de su vista los vaticinios del Mesías sufrido y manso, redentor de pecados, impartidor de conocimiento religioso, y jefe de un reino pacífico y paciente; y esperaban ―exigían― el Rey triunfante de la Segunda Venida. En suma, quisieron la Segunda Venida sin la Primera. El orgullo nacionalista, la sed de desquite contra los romanos, la ambición y la codicia los ofuscaron.

Una vez que hubieron decidido que el Mesías tenía que ser así como ellos lo soñaban, inevitablemente los judíos tenían que matar al Mesías real.

Pues bien, los cristianos podemos caer en la misma ilusión de los judíos, y estamos quizá cayendo. Podemos hacernos una idea falsa de la Segunda Venida, y pasarla por alto. Y eso ha de ser uno de los elementos de la Gran Apostasía.

Vemos que hoy día muchos exégetas, incluso católicos, desvirtúan de todas maneras las profecías, usando como instrumento el alegorismo. Incluso unos de ellos (Teilhard de Chardin) sostiene que la Parusía no es sino el término de la evolución darwinística de la Humanidad que llegará a su perfección completa necesariamente en virtud de las leyes naturales; porque la Humanidad no es sino “el Cristo Colectivo”. La doctrina enseña que la Iglesia es el Cuerpo Místico de Cristo; pero, si toda la Humanidad lo es, huelga el Juicio Final; el cual, en efecto, según el paleontólogo nombrado, no es sino “el final de la Evolución”; donde de necesidad algunos tienen que llegar cola; y eso es el Infierno, según él.

Doctores de la Fe se pretenden éstos; y son tenidos de muchos por tales; incluso publican libros con aprobaciones episcopales: en gran peligro de ser engañados andan hoy los fieles. Uno de ellos muy famoso del siglo XIX ―y muchos dellos hoy día― enseñó que la Iglesia antes del Juicio Universal tiene que llegar a un triunfo y prosperidad completos, en que no quedará sobre el haz de la tierra un solo hombre por convertir (“un solo rebaño y un solo Pastor”) y sin más ni más se cumplirán todas las exuberantes profecías viejotestamentarias. De acuerdo a algunas profecías privadas, se imaginan al Papa (al Pastor Angelicus, que debería haber sido Pío XII) reinando sobre todo el mundo apoyado en un Monarca Católico vencedor, el cual sin embargo mandará menos que el Papa, pues el Papa mandará en todo el mundo; y así en Santas Pascuas y grandes fiestas ¡hasta la resurrección de la carne! y después a mayores fiestas.

                  Es el mismo sueño carnal de los judíos, que los hizo engañarse respecto a Cristo.

Estos son milenistas al revés. Niegan acérrimamente al Milenio metahistórico después de la Parusía, que está en la Escritura; y ponen un Milenio que no está en la Escritura, por obra de las solas fuerzas históricas, o sea una solución infrahistóri­ca de la Historia; lo mismo que los impíos progresistas, como Condorcet, Augusto Comte y Kant; lo cual equivale a negar la intervención sobrenatural de Dios en la Historia.

El Apocalipsis es el único antídoto actual contra esos pseudoprofetas. No se puede dejar el Apocalipsis. El que “deja allí” el Apocalipsis canónico, cae en los Apocalipsis falsos.

La función “profecía” ―profecía en sentido lato, los hombres capaces de especular sobre el futuro― es necesaria a una nación, tanto o más que la función Sacerdote y la función Monarca. Si se arroja por la borda la profecía, se cae necesariamente en la pseudoprofecía.

Hay hoy día una abundante y muy en boga literatura apocalíptica falsa; que dicen algunos críticos “es la literatura de la Nueva Era”. No quiero extenderme acerca deste nuevo género de visiones que conducen al lector al terror o al desalien­to; o bien ―y son las menos― a ilusiones eufóricas acerca del futuro. La mayoría son disparatadas, y no es el menor mal el influjo que irradian, el despatarro del sentido común; pues algunas son dementes, por caso. Ponen como base un absurdo.

Vi entonces a los siete Ángeles que están en pie delante de Dios; y les fueron entregadas siete trompetas.

Otro Ángel vino y se puso junto al altar, teniendo como un incensario de oro; y le fueron dados muchos perfumes para ofrecerlos con las oraciones de todos los santos sobre el altar de oro colocado delante del trono. Y el humo de los perfumes subió con las oraciones de los santos de la mano del Ángel a la presencia de Dios.

Y el Ángel tomó el incensario y lo llenó con brasas del altar y lo arrojó sobre la tierra. Entonces hubo truenos, fragor, relámpagos y temblor de tierra. Y los siete Ángeles con las siete trompetas se aprestaron a sonar las trompe­tas”.

El Ángel del turíbulo áureo, que gobierna los siete truenos y que vuelca sobre la tierra incienso y brasas significa el final de la Parusía. San Juan recapitula con las Siete Tubas.

Las oraciones de los Santos están «sobre el altar», así como su sangre esta «debajo». Los Santos piden el juicio de los perseguidores, la vindicta de la sangre mártir. Se producen relámpagos y voces de trueno y después un gran terremoto: son las grandes herejías, con todas sus calamidades y matanzas, que terminan en la última, el Anticristo.

Las Siete Tubas representan el curso de las cosas temporales y las mutaciones de la historia humana: son como siete grandes catástrofes que determinan cada una un nuevo evo, una época nueva en la historia. Y esas catástrofes son de índole religio­sa: son grandes herejías.

La tierra existe por causa de los justos: la verdadera historia es la historia de la Iglesia. Por eso, las mutaciones grandes de la historia humana vienen por causa de las herejías; porque son las ideas las que gobiernan los sucesos; y las ideas más hondas, o la raíz de todas nuestras ideas, son las afirmaciones religiosas, las creencias. Las herejías cambian las creencias.

La Iglesia de suyo es inmutable como la Verdad. Son las herejías, las mordedu­ras de Satanás, las corrupciones de su talón, las que la hacen cambiar de sitio = “trasladar de su lugar el candelabro”.

Toda la historia del mundo se desenvuelve en función de Cristo; y después de su Primera Venida, en función de su Iglesia y de su Segunda Venida.

Las Tubas significan, pues, siete grandes hitos heréticos con todas sus calamidades y matanzas, que terminan en la última el Anticristo: son cambios de frente ―que los antiguos indicaban con toques de trompas― en la historia de la humanidad, religiosamente contemplada.

El «gran terremoto» es siempre alusión a la Parusía. Los grandes herejes son los que traen al Anticristo, y son figuras y precursores de él. Las herejías van creciendo en fuerza y malignidad, aproximando al Hombre de Pecado.

Las cuatro primeras catástrofes, antes de los Tres Ayes, conciernen a la tierra verde, al mar, los ríos y los astros, es decir, propiamente a la Iglesia. Los Tres Ayes postreros conciernen más bien al mundo (“a los hombres que no tienen el signo de Dios en la frente”), aunque también a la Iglesia, en cuanto Ella está en el mundo.

Las cuatro primeras catástrofes son devastaciones terribles producidas en el reino de las almas, en el campo del paterfamilias; son grandes siembra de cizaña. Y son parciales y netamente separables del cuerpo.

Las cuatro primeras son parciales y las tres últimas son universales.

SEXTO SELLO (VI: 12-17)

Y vi cuando abrió el sexto sello, y se produjo un gran terremoto; y el sol se puso negro como un saco de crin, y la luna entera se puso como sangre, y las estrellas del cielo cayeron a la tierra, como la higuera suelta sus brevas al ser sacudida por un viento fuerte; y el cielo fue cediendo como un rollo que se envuelve, y todas las montañas y las islas fueron removidas de sus asientos; y los reyes de la tierra y los magnates y los jefes militares y los ricos y los fuertes y todo esclavo o libre se ocultaron en las cuevas y en los peñascos de las montañas. Y dicen a las montañas y los peñascos: «Caed sobre nosotros y ocultadnos de la faz de Aquel que está sentado en el trono y de la cólera del Cordero. Porque ha llegado el Gran Día de la ira de ellos y ¿quién podrá sostenerse?»

El Sexto Sello es la Parusía comenzada. Es el Advenimiento. Todos los Profetas usan esa simbología metereológica para designarlo: sol, luna, estre­llas, terremotos, montes, cavernas, granizo e inundaciones.

El sol ennegrecido significa la doctrina ofuscada por la herejía y la apostasía. La luna sangrienta son las falsas doctrinas. Las estrellas del cielo designan los doctores de la Iglesia, muchos de los cuales aquí caen. Los montes e ínsulas son los reinos y naciones sacudidos y desplazados. Nada impide que esas señales se den también literalmente en el fin del mundo. Jesucristo, en su Sermón Esjatológico, utiliza también esa simbología para designar la Parusía.

Añádase a esto el término técnico de la Escritura «el Día Magno del Señor», usado docenas de veces por los Profetas para significar la Parusía; no menos que la expresión «la ira de Dios».

San Juan recapitula, interpone dos visiones celestes de consuelo (signa­ción de los elegidos y el silencio de media hora), y cuando retoma el séptimo sello es para abrirlo en la nueva visión de las Siete Tubas.

Continuará….