Conservando los restos
ELEMENTOS LITÚRGICOS

“La ignorancia de la Liturgia es una de las causas de la ignorancia de la Religión”
EL AÑO LITÚRGICO
EL CICLO TEMPORAL O CRISTOLÓGICO
EL CICLO DE PASCUA
(Preparación, celebración y prolongación del misterio de la Redención)
LA SEMANA SANTA
(Celebración dolorosa de la Redención)
Semana Santa y Semana Mayor llama la liturgia a la última semana de Cuaresma, porque en ella se conmemoran los misterios más santos y más augustos de nuestra religión. Son días de luto, pero de un luto reconfortador, pues recuerdan la muerte afrentosísima del Hombre-Dios, y por ella nuestra redención.
¡Cuán al vivo nos pintan los oficios de estos días la perversidad y la ingratitud de los hombres para con Dios, y la mansedumbre y el amor entrañable de Jesús para con la humanidad! Hay ceremonias en esta semana como para conmoverse y llorar, ora de alegría, ora de conmiseración. Recorrámoslas rápidamente, aunque sólo sea para formarnos una idea general del bello panorama que la Iglesia va a ofrecer a la vista de sus hijos.
Nota general:
El decreto Maxima Redemptionis, por el cual se introdujo en 1955 el nuevo rito de Semana Santa, habla exclusivamente del cambio de horario de las ceremonias del Jueves, Viernes y Sábado Santos, con el fin de facilitar a los fieles la asistencia a los Ritos Sagrados, vueltos a poner en la tarde después de siglos; pero en ninguna parte del decreto hay la menor alusión al dramático cambio de textos y de las ceremonias mismas, operado gracias al nuevo rito y en nada justificado por ningún motivo pastoral.
Monseñor Gamber escribió: “El primer pontífice en haber aportado un cambio verdadero y real en el Misal tradicional fue Pío XII, con la introducción de la nueva liturgia de Semana Santa. Volver a poner la ceremonia del Sábado Santo en la noche de Pascua hubiera sido posible sin grandes modificaciones. Juan XXIII prosiguió la tarea con el nuevo código de rúbricas. Por lo demás, en esa ocasión el Canon de la Misa permaneció intacto y no fue para nada alterado, pero después de estos precedentes, es verdad que fueron abiertas las puertas a un ordenamiento de la Liturgia Romana radicalmente nuevo”.
Por estas razones, salvo el cambio de horarios, conservamos los ritos del Misal Romano.
1. DOMINGO DE RAMOS
Antes de prestarse a ser crucificado, Jesucristo desea ser proclamado Rey por el mismo pueblo deicida, y por eso entra hoy triunfante en Jerusalén. La liturgia de este día es una mezcla de alegría y de tristeza. Hay que notar en ella tres particularidades:
a) La Bendición de los Ramos.
b) La Procesión.
c) La Santa Misa.
a) La Bendición de los Ramos
Precede a la Misa, con la que, a primera vista, se confunde; pues tiene, como ella: Introito, Colecta, Epístola, Gradual, Evangelio, Prefacio y Sanctus, a continuación del cual vienen, en lugar del Canon, las oraciones de la Bendición.
Una vez benditos los Ramos, el c3ecuerdan los vítores de los niños hebreos, se hace la9 distribución. Al recibirlo, los fieles han de besar el ramo y la mano del sacerdote.
b) La Procesión
Acabada la distribución, se forma y desfila la Procesión. Es de origen muy antiguo y una como continuación de la que, ya en el siglo IV, se realizaba en Jerusalén, con asistencia de toda la ciudad y de los mismos monjes de la Laura de Pharan, y presidida por el Obispo, quien, para mejor representar a Nuestro Señor, cabalgaba montado en un jumento.
Todos los que toman parte en la Procesión, llevan en sus manos las Palmas o Ramos benditos, y los cantores entonan cánticos alusivos al triunfo de Jesucristo.+
Al llegar de regreso a las puertas del templo la comitiva las encuentra cerradas. Detiénese ante ellas, y oye que en el interior voces infantiles entonan un himno, cuyo estribillo repiten los de afuera, como entrelazándose en un porfiado diálogo en alabanza de Cristo Rey.
Es el célebre himno “Gloria, laus…” compuesto, en el siglo IX, según se cree, por Teodulfo, Obispo de Orleáns, estando prisionero en Angers por orden del rey Luis el Bueno, y cantado por él, o por un coro de niños por él preparados, en el preciso momento de pasar el rey por delante de la cárcel acompañando a la procesión de ramos.
Terminado el himno, el subdiácono pide la entrada en el templo para él y para toda la comitiva, golpeando la puerta con la Cruz procesional, y los de adentro los reciben al son de nuevos cánticos.
Este rito representa la entrada de Jesucristo en el Cielo, cuyas puertas, cerradas por el pecado, tuvo Él que abrirlas por virtud de la Santa Cruz, siendo recibido por los Ángeles al son de músicas y cánticos.
c) La Santa Misa
Con la Procesión se extingue la nota alegre y triunfante de este día, y se apodera del templo y de los oficios litúrgicos un sentimiento de profundo dolor. Éste llega a su colmo en el canto de la historia de la Pasión según San Mateo, que reemplaza al pasaje acostumbrado del Evangelio.
En señal de duelo no se inciensa el Misal ni los acólitos llevan ciriales como de ordinario. Los fieles están de pie y con las palmas y ramos benditos en las manos, como para vitorear a Cristo mientras los judíos lo escarnecen.
La cantan en tono muy severo y con música del maestro Victoria, contemporáneo de Palestrina, retocada últimamente por los monjes de Solesmes.
Está distribuida en forma de diálogo, en el que intervienen como actores: Jesucristo (†), el Cronista (C) y la Sinagoga (S), por la que habla el tercer diácono siempre que media en la conversación un personaje aislado, y el coro o asamblea de fieles cuando son varios o todo el pueblo en tumulto.
Al anunciar el Cronista la muerte del Señor, el clero y los fieles se prosternan en tierra, por breves instantes, para adorar al Redentor.
Prosigue el relato de lo sucedido después de la muerte, reservando la última parte para el diácono de oficio, a quien corresponde el canto del Evangelio en todas las Misas solemnes.
2. LUNES SANTO
Jesús, que el Domingo de Ramos por la tarde se retiró a Betania al castillo de sus amigos, vuelve hoy de madrugada a Jerusalén, en cuyo camino maldice a la higuera estéril y es asediado a preguntas insidiosas por sus enemigos. Por la tarde regresa de nuevo al castillo.
La liturgia de este día no ofrece ninguna particularidad.
3. MARTES SANTO
Nueva visita de Jesús al templo de Jerusalén, acompañado por sus discípulos. En el camino contempla la higuera seca, y el Maestro aprovecha la ocasión para insistir sobre la necesidad de la fe. En el templo se le acercan sus enemigos para provocarlo, y Él les expone la parábola de los viñadores y les responde a diversas preguntas. Toma algunas providencias para la próxima Pascua, y se retira a Betania.
La única particularidad de la liturgia de hoy es el canto, en la Misa, de la historia de la Pasión, según San Marcos, con los mismos ritos que el Domingo, menos el uso de las palmas.
4. MIÉRCOLES SANTO
El apóstol Judas contrata hoy la venta de su Maestro, y los primates del pueblo discurren en el Sanhedrín sobre la manera de hacerlo prisionero. ¡Ya comienza el gran drama, ya se inician los misterios!
En la Misa, antes de la Epístola reglamentaria, se intercala una Lectura del profeta Isaías, que antiguamente estaba dirigida a los catecúmenos que celebraban hoy el sexto escrutinio.
En lugar del Evangelio se canta la historia de la Pasión según San Lucas, en la misma forma que el Domingo y el Martes.
Al atardecer, tiene lugar en las iglesias el Oficio de Tinieblas.
El Oficio de Tinieblas no es otra cosa que los Maitines y Laudes del Jueves, Viernes y Sábado Santo, anticipados a la víspera correspondiente, al acercarse las tinieblas de la noche, para que pueda asistir a ellas aun el pueblo trabajador.
El Oficio del Miércoles recorre la Pasión entera del Señor; y el del Jueves insiste sobre su Muerte y su larga Agonía; y el del Viernes celebra sus Exequias y su Sepultura.
Este Oficio presenta casi todas las características de un funeral: salmos, antífonas y responsorios lúgubres y lamentables, ningún himno, ninguna doxología; tonos severos y sin acompañamiento de ningún instrumento músico; altares desnudos y con velas amarillas, como si fueran catafalcos; al fin, casi absoluta oscuridad, y el canto grave del Miserere. El conjunto literario es de lo más bello y sublime que atesora la liturgia, y lo mismo podemos decir de la parte musical.
Las Lecciones del I Nocturno están sacadas de los Trenos o Lamentaciones de Jeremías, por cuya boca deplora la Iglesia, con acentos desgarradores, la ruina y desolación de Jerusalén; y para imprimir a sus quejas un sentimiento más hondo y penetrante, ha revestido la letra de estos trenos con una melodía plañidera y melancólica.
Durante estos Oficios, hay en el Presbiterio un tenebrario o candelabro triangular con quince velas escalonadas de cera amarilla, las cuales se van apagando una tras otra al fin de cada salmo de maitines y laudes, empezando por el ángulo derecho inferior, quedando encendida solamente la más alta, que en algunos sitios suele ser blanca.
Mientras se canta el Benedictus se apagan también las velas del altar, y el templo queda casi en completa oscuridad, máxime cuando, durante el Miserere final, a la única vela encendida del tenebrario se la oculta detrás del altar.
Terminado el Miserere, el clero y los fieles producen un leve ruido de manos, de libros y matracas, que cesa repentinamente al aparecer la luz del cirio oculto detrás del altar.
Todos estos detalles un tanto dramáticos tienen su significado. El apagamiento sucesivo de las velas del Tenebrario y del altar, recuerda el abandono y defección casi general de los discípulos y amigos del Señor, al tiempo en que era atormentado por los judíos. La única vela encendida representa a Jesucristo. Se le oculta tras el altar, para significar su sepultura y su desaparición momentánea de este mundo, reapareciendo con nuevo brillo el día de su Resurrección. El ruido final imita las convulsiones y trastornos que sobrevinieron a la naturaleza en el trance de la muerte del Salvador.
5. JUEVES SANTO
Antiguamente, en la mañana de ese día había tres grandes funciones litúrgicas, que se celebraban en tres Misas diferentes: la Reconciliación de los penientes, la Consagración de los Santos Óleos, y la conmemoración de la Institución de la Eucaristía.
De la primera sólo ha quedado como vestigio la bendición “urbi et orbi” que da hoy el Papa desde la loggia del atrio de la Basílica Vaticana.
El Jueves Santo, con su única Misa, pero solemnísima, y con las visitas al monumento, nos obliga a no pensar en nada más que en la Institución del Sacerdocio y del Sacramento del Altar.
Es un día medio de gozo, medio de tristeza: de gozo, por la rica herencia que nos deja Jesús en testamento al morir; de tristeza, porque se oculta a nuestra vista el Sol de Justicia, Jesucristo, y empieza a invadirlo todo el espíritu de las tinieblas.
En la actualidad, el Jueves Santo se reduce en las parroquias:
a) La Misa.
b) La Procesión al monumento.
c) El despojo de los altares, y rezo de las Vísperas.
d) El Mandato o lavatorio de los pies.
a) La Misa
Solamente hay una en cada iglesia. Los ministros y la Cruz del altar están revestidos de ornamentos blancos, en honor a la Eucaristía.
Como en los días de júbilo, se empieza por tañer el órgano y cantar el Gloria, durante el cual se echan a vuelo las campanas de la torre y se tocan las campanillas del altar, enmudeciendo en señal de duelo todos esos instrumentos desde este momento hasta el Gloria de la misa del Sábado Santo.
Prosigue la Misa en medio de cierto desconsuelo producido por el silencio del órgano.
El celebrante consagra dos hostias grandes, una para sí y otra para reservarla hasta mañana en el monumento.
Por la mañana, en las catedrales se celebra con extraordinaria pompa la bendición y consagración de los Santos Óleos, efectuada por el Obispo, acompañado por doce Sacerdotes, siete Diáconos y siete Subdiáconos, revestidos con los correspondientes ornamentos.
b) La Procesión al monumento
Terminada la Misa, se organiza una Procesión para llevar al Monumento la hostia consagrada que ha reservado el celebrante, la cual reposará allí hasta mañana, y recibirá entretanto las visitas de los cristianos, que acudirán al templo atraídos por el Amor de los Amores y por el beneficio espiritual de las indulgencias concedidas.
El Monumento es simplemente un altar lateral de la iglesia, lo más rica y artísticamente adornado que sea posible, con muchas flores y muchas velas y con un sagrario colocado a cierta altura. Ningún emblema ni recuerdo de la Pasión debe de haber en él.
c) El despojo de los altares
A la Procesión sigue el rezo llano y grave de las Vísperas, después de las cuales el celebrante y sus ministros despojan los altares de todo el ajuar, dejándolos completamente desnudos hasta el Sábado Santo, para anunciar que hasta ese día queda suspendido el Sacrificio de la Misa. Al mismo tabernáculo se le desposee de todo y se le deja abierto, para dar todavía mayor impresión del abandono total en que va a encontrarse Jesús en medio de la soldadesca.
Sagrario para el Monumento del Jueves Santo
d) El lavatorio de los pies
En las iglesias catedrales, en las grandes parroquias y en los monasterios, tiene lugar la ceremonia del lavatorio de los pies a doce pobres. Está a cargo del prelado o superior.
Es un acto solemne de humildad con que el pastor de los fieles imita al que en la tarde del Jueves Santo realizó Nuestro Señor con sus discípulos, antes de comenzar la Cena, una promulgación anual del gran mandato de la caridad fraterna formulado por Él al tiempo de partir de este mundo para el cielo.
El número doce de los pobres representa a los doce Apóstoles.
6. VIERNES SANTO
El Viernes Santo, hablando en lenguaje litúrgico, amanece sombrío y melancólico, como barruntando algo siniestro que en él va a suceder.
Jesús ha pasado la noche entre la chusma, siendo el escarnio de la soldadesca, acosado, se diría, por el mismísimo Satanás.
Azotado y escupido, desollado y coronado de espinas y cargado con el pesado madero, el divino Nazareno atraviesa las calles de Jerusalén. Va al Calvario a extender sus brazos y a abrir sus labios para abrazar y besar con un solo ademán a toda la humanidad.
La naturaleza lo ve, y se horroriza; y anochece el día lo mismo que había amanecido, sombrío y melancólico.
Por lo mismo, la liturgia de esta dolorosa jornada se celebra toda ella en la penumbra y con todo el aparato fúnebre: pocos cirios y amarillos, ornamentos negros, cantos lúgubres, matracas, improperios o quejas de amargura…
La Misa de hoy ni tiene principio ni fin; porque el que es Principio y Fin padeció hoy tan amarga Pasión. Ninguna hostia se consagra; porque el Hijo de Dios estaba hoy en el ara de la Cruz consagrado. Caemos en tierra de rodillas, adorando y besando la Cruz, porque se te acuerde que tu Redentor se inclinó cuando la Cruz estaba tendida en el suelo, abriendo aquellos sagrados y delicados brazos y manos, para que se las enclavasen, y enclavado, fue en la Cruz elevado en el aire…
En tres partes pueden distribuirse los oficios de hoy:
a) Las lecturas y oraciones.
b) El descubrimiento y la adoración de la Cruz.
c) La Misa de presantificados.
a) Las lecturas y oraciones
El altar está del todo desnudo, y las velas apagadas. Los ministros sagrados, al llegar al presbiterio, se postran completamente en tierra, en cuya posición humilde permanecen unos minutos, durante los cuales los acólitos cubren con un solo mantel el altar.
No hay palabras, cánticos ni gestos que puedan expresar más intensamente el abatimiento que embarga hoy a la Iglesia a la vista de Jesús Crucificado.
Este silencio aterrador y esta larga postración, adorando y condoliendo al Divino Redentor, es el primero, y quizás el más elocuente, de los ritos de hoy.
Puestos de pie los ministros, se canta, sin título ni anuncio de ninguna clase y en tono de profecía, un pasaje del profeta Oseas proclamando la próxima resurrección y triunfo del Crucificado, al que sigue un tracto y una colecta, haciendo resaltar, en esta última, el contraste entre el castigo de Judas y el premio del buen Ladrón.
Una segunda lectura, tomada del Éxodo, relata las circunstancias con que los israelitas sacrificaban y comían el Cordero pascual.
Por fin, se canta la historia de la Pasión, según San Juan, en la misma forma que los días anteriores.
Concluida la Pasión, se canta una serie de oraciones por la Iglesia, por el Papa, por todos los ministros de la jerarquía eclesiástica, por las vírgenes, por las viudas, y por los catecúmenos; por la desaparición de los errores, pestes, guerras y hambres; por los enfermos, por los, encarcelados, por los viajeros, por los marineros; por la conversión de los herejes; por los pérfidos judíos (“para que Dios levante el velo que cubre su corazón y así también ellos conozcan a Jesucristo”) y por los paganos.
De nadie se olvida la Iglesia en este día de perdón universal.
A cada oración precede un anuncio solemne de la misma y, para mover más a Dios, una genuflexión general de toda la asamblea.
En la oración por los pérfidos judíos se omite la genuflexión para no recordar la que por befa hicieron ellos delante de Jesús vestido de púrpura y coronado de espinas; ni tampoco se usa del canto sino sólo de un recitado a media voz.
El texto de estas oraciones y el modo de hacerlas son antiquísimos, y recuerda el tenor de las usadas en las primeras reuniones religiosas. Es la oración litánica, que antiguamente seguía a la invitación Oremus que precede inmediatamente al ofertorio de la Misa.
b) El descubrimiento y la adoración de la Cruz
A las ocho de la mañana se celebraba en Jerusalén, en la capilla de la Santa Cruz, la adoración del Lignum Crucis, por el obispo, el clero y todos los fieles, ceremonia que duraba hasta el mediodía.
Para satisfacer la piedad de todos los cristianos del mundo, esta devoción pasó de Jerusalén a algunas iglesias privilegiadas, y por fin, a todas las de la cristiandad.
Como el Crucifijo está velado desde el sábado anterior al Domingo de Pasión, el celebrante empieza por descubrirlo, en esta forma: despójase de la casulla, en señal de humildad, y tomando el Crucifijo lo descubre en tres veces:
– la primera vez, la parte superior, cantando en tono bajo la antífona Ecce Lignum Crucis, al mismo tiempo que la muestra al pueblo. De rodillas, se responde Venite, adoremus.
– la segunda, la cabeza, cantando en tono más elevado.
– y la tercera, todo lo restante del Crucifijo, cantando ya a plena voz, y desde el medio del altar.
Con este descubrir progresivo de la Cruz y la elevación, por tonos, de la voz, quiere significar la liturgia la triple etapa porque pasó la predicación del misterio de la Cruz: la primera como al oído, tímidamente, y sólo entre los adeptos del Crucificado; la segunda, ya después de Pentecostés, pública y varonilmente, y a todos los judíos; y la tercera, a todo el mundo y con toda la fuerza de la palabra.
La adoración la hacen todos los fieles, empezando el celebrante y el clero; éstos, en señal de humildad, con los pies descalzos.
Antes de acercarse a la Cruz, hacen todos, a convenientes distancias, tres genuflexiones de ambas rodillas; en la última, la adoran besándola.
Entre tanto los cantores cantan con conmovedoras melodías el Trisagio, en griego y en latín; los Improperios o reproches amargos de Dios al ingrato pueblo judío, y, en su persona, a los malos cristianos de todos los siglos; y el hermoso himno de Fortunato Pange Lingua, en honor de la Cruz.
En adelante la Cruz presidirá los oficios religiosos y, como un homenaje singular, al pasar delante de ella, se la saludará con una genuflexión.
c) La Misa de presantificados
Al final de la adoración de la Cruz, se encienden las velas del Altar, se extiende sobre él el corporal, y se organiza, lo mismo que ayer, una solemne procesión al monumento, para tomar la hostia allí reservada.
Con esta hostia consagrada ayer, o presantificada, se celebra el rito que el Misal denomina Misa de presantificados y los antiguos llamaban Misa seca, porque en ella no hay consagración, sino solamente comunión del celebrante con la hostia previamente consagrada.
El recuerdo del Sacrificio sangriento del Calvario embarga hoy de tal modo a la Iglesia, que renuncia a la inmolación incruenta de cada día.
El rito se desarrolla en esta forma: Sacada la hostia del cáliz y puesta sobre el corporal, el celebrante pone vino y agua en un cáliz, que no consagra; inciensa la oblata y el altar, como en las misas ordinarias; eleva la hostia; canta el Pater noster; recita en voz alta la oración Libera nos que le sigue; luego, en silencio, otra, como preparación a la comunión, y comulga únicamente bajo la especie de pan, tomando a continuación, a guisa de abluciones, el vino del cáliz.
A continuación se rezan las Vísperas en tono lúgubre, como ayer; y los fieles se entregan a la meditación de la Pasión y Muerte del Señor y Soledad de María.
En Jerusalén, al terminarse la adoración de la Cruz, comenzaba una serie de lecturas e himnos como para venerar el sagrado madero. A las tres se leía la historia de la Pasión según San Juan, y a continuación se rezaba Nona, y como anochecía pronto, no había ya Vigilias, si bien muchos fieles pasaban la noche entera delante de la Cruz.
7. SÁBADO SANTO
Jesús ha pasado toda la noche y pasará también todo el sábado en el sepulcro, custodiado por los soldados, sobornados por el Sanedrín para testificar contra su Resurrección.
La Iglesia está hoy toda absorta en ese hecho, y en virtud del decreto del 9 de febrero de 1951 de la Sagrada Congregación de Ritos, en el que se restituyó todo el rito de la Vigilia pascual a la noche del sábado al domingo, conforme al uso primitivo, todo el día del sábado lo dedica a conmemorar y venerar la muerte y sepultura del Redentor, a las que alude todo el Oficio del día.
Tal debe ser también la preocupación de los fieles por todo el Sábado Santo: meditar y venerar la sepultura del Redentor, asistiendo, en cuanto les sea posible, a los oficios litúrgicos y funciones extralitúrgicas del día.
La Sagrada Congregación de Ritos se resolvió a restituir el rito de la Vigilia de Pascua, que hasta ahora se celebraba en la mañana del Sábado Santo, a las horas de la noche, para que así recobrara todo su significado y sirviera de preparación inmediata a la Pascua de Resurrección.
Según, pues, el aludido Decreto, el Sábado Santo es un día “alitúrgico”, es decir, sin sacrificio eucarístico, pero con el Oficio Divino completo.
Éste, por lo tanto, se compone de Maitines y Laudes, Horas Menores, Vísperas y Completas, y ha de rezarse en sus horas correspondientes.
Por lo mismo, las Tinieblas del Viernes Santo ya no tienen lugar, como antes, al anochecer de ese día, sino el Sábado por la mañana.
El Oficio Divino del Sábado Santo, a excepción de Maitines y Laudes, es el mismo del Jueves Santo, con algunas pequeñas variantes que se han hecho necesarias para acomodarlo al Sábado, que es un día medio de luto, medio de alegre esperanza. Así, por ejemplo, se ha compuesto una Antífona apropiada para el Magníficat de Vísperas, y se ha sustituido la oración Respice por la Concede, que alude a la devota expectación del pueblo cristiano en la Resurrección del Hijo de Dios.
No habiendo, pues, en el Sábado Santo más que Oficio Divino, los fieles harán bien en asistir a él y en visitar en los templos el Santo Sepulcro, preparando sus corazones para la celebración pascual.
8. LA VIGILIA PASCUAL
La Estación es hoy en San Juan de Letrán, en la Basílica Cabeza y Madre de todas las Iglesias.
En ella celebra la Iglesia esta primera Misa Pascual y recibía en su regazo a los numerosos catecúmenos que antaño en este día bautizaba. Por eso, este santuario al principio dedicado al Salvador, fue consagrado después a San Juan Bautista, lo mismo que el bautisterio, que es una de sus dependencias.
La Iglesia no celebra en este día servicio especial. Como una viuda en su orfandad, así la Iglesia llora cabe al sepulcro de su Esposo que acababa de perder.
Independientemente de toda reunión estacional, la asamblea era convocada después del mediodía para el 7° y postrer escrutinio, que se tenía poco antes del bautismo.
Por la tarde tenía lugar la Vigilia solemne de Pascua, al fin de la cual y antes de la aurora, los Catecúmenos recibían el Bautismo y eran sepultados con Cristo, precisamente en la hora en que Jesús salió triunfante del sepulcro, y renacían a la vida de la gracia.
La Vigilia Pascual consta de los siguientes ritos:
a) La Bendición del Fuego Nuevo y de los Granos de Incienso.
b) La entrada solemne del Fuego Nuevo.
c) El canto del Exultet y la Bendición del Cirio Pascual.
d) Las Profecías.
e) La Bendición de la Pila Bautismal.
f) Las Letanías de los Santos.
g) La Misa solemne de Gloria y los Laudes.
a) La Bendición del Fuego Nuevo y de los Granos de Incienso
La Iglesia, que bendice los elementos de que se sirve para el culto divino, tenía la costumbre de bendecir todas las tardes el fuego nuevo que debía suministrar la luz para el Oficio de Vísperas. La liturgia de Sábado Santo ha conservado esta costumbre.
La Vigilia Pascual, pues, comienza con la Bendición del Fuego Nuevo, el cual ha de encenderse por medio del pedernal para significar que Cristo, Piedra a quien el pedernal representa, es el origen de la luz, la cual ha de brotar de ese fuego bendito.
Se bendicen también los granos de incienso que se han de poner en el Cirio Pascual, cuya ofrenda hecha a Dios será así recibida en olor de suavidad.
A la hora oportuna, se cubren los Altares con los manteles, pero no se encienden las velas hasta el principio de la Misa.
Se saca fuego de un pedernal, fuera de la Iglesia, y se encienden unos carbones.
El Celebrante, con alba, estola y capa pluvial, acompañado de los Ministros con la Cruz, agua bendita e incienso, sale fuera de la iglesia y bendice el Fuego Nuevo.
En seguida bendice los cinco Granos de Incienso que han de ponerse luego en el cirio.
Entre tanto, un acólito saca carbones de la lumbre bendita y los pone en el incensario; y concluida la bendición, el Celebrante toma incienso y lo pone en el incensario, bendiciendo según costumbre; después rocía con agua bendita tres veces los Granos de Incienso y el Fuego y los inciensa.
b) La entrada solemne del Fuego Nuevo
El Diácono, revestido de blanca dalmática, toma una caña que tiene arriba una vela, que luego se divide en tres: símbolo todo ello del Dios, uno y trino, en cuyo nombre han de bautizarse los catecúmenos.
Se forma una procesión, que precede el turiferario acompañado por un acólito llevando en una bandeja los granos de incienso benditos; sigue el Subdiácono con la Cruz y el Clero por su orden; después el Diácono con la caña, y por último el Celebrante.
Cuando el Diácono entra en la Iglesia, indina la caña, y el acólito, con una luz encendida en el fuego bendito, enciende una de las tres velas, y el Diácono, después de elevarla, se arrodilla, así como los demás, excepto el Subdiácono que lleva la Cruz, y canta: Lumen Christi, respondiendo el coro: Deo gratias.
En llegando al medio de la Iglesia se enciende otra vela de la caña, y arrodillándose con todos como antes, el Diácono canta en tono más alto: Lumen Christi…
Llegando al Aliar, enciende la tercera vela, y arrodillándose con todos como antes, canta en tono aún más alto: Lumen Christi…
c) El canto del Exultet y la Bendición del Cirio Pascual
Sube el Celebrante al Altar al lado de la Epístola, y el Diácono, dando la caña al acólito, tomo el libro, pide la bendición al Celebrante, como se hace para el Evangelio.
El Diácono va al pulpito, pone sobre él el libro y lo inciensa.
A la derecha del Diácono están de pie el Subdiácono con la Cruz, y el Turiferario; a su izquierda los dos Acólitos; el que tiene la caña, y el que lleva los cinco granos de incienso benditos.
El Diácono canta el Exultet, en que la Iglesia desenvuelve el admirable simbolismo del Cirio Pascual. Canta la noche feliz que fue testigo de la salida del pueblo hebreo de Egipto, conducido por la nube, y alumbrado por el resplandor de Cristo.
En toda la liturgia romana, no hay tal vez pieza de más subido lirismo que ésta, llamada La Angélica o más propiamente Præconium paschale o Anuncio pascual, atribuida ordinariamente a San Agustín.
Su mismo canto es algo de inimitable y de sublime, en medio de su profunda sencillez; es un poema lírico, dedicado a la luz y a la Resurrección de Jesucristo, henchido de teología acerca del misterio de la Redención.
El Cirio Pascual representa a Jesucristo Resucitado y recuerda a la vez a la columna luminosa que acompañaba y guiaba por la noche a los hebreos, a su paso por el desierto.
Los Granos de Incienso recuerdan por un lado las llagas del Crucificado y por otro los perfumes y ungüentos que prepararon las santas mujeres para embalsamar el cuerpo de Jesús. Por eso va a ser el Cirio el blanco de las miradas y de los homenajes de los fieles cristianos reunidos esta noche en el templo para la Vigilia pascual, y su luz va a iluminarlo y alegrarlo todo y a todos.
Llegado a la frase: La santidad de esta noche ahuyenta los pecados, lava las culpas y vuelve la inocencia a los pecadores, y la alegría a los tristes, apaga los odios y da paz a los imperios, el Diácono inserta en el Cirio los cinco granos de incienso benditos, en forma de cruz.
Luego prosigue, y poco después enciende el Cirio con una de las tres velas que están en la caña, y que llaman también vulgarmente Marías.
Y al cabo de la siguiente frase se encienden las lámparas de la Iglesia con el fuego sacado del Cirio.
Este Cirio quedará en el presbiterio todo el tiempo pascual, como testimonio de la Resurrección de Jesucristo.
d) Las Profecías
Concluida la bendición del Cirio, el Diácono se quita los ornamentos blancos y tomando los morados pasa al lado del Celebrante, el cual se quita la capa pluvial, y toma manípulo y casulla morados.
Después se cantan las Profecías, sin título, con sus tractos y las oraciones correspondientes. El Celebrante también las lee en voz baja.
Se establecieron estas doce solemnes lecturas para que sirvieran de catequesis a los catecúmenos y de su inmediata preparación doctrinal para el santo Bautismo.
Lástima que el pueblo cristiano de hoy día, a quien La Angélica acaba de llamar «devotísimo», no encuentre ningún gusto en estas lecturas tan sabrosas, que le recuerdan los grandes beneficios de Dios.
Nosotros no somos ya catecúmenos; pero somos cristianos, y por lo mismo debiéramos tener aún mayor empeño en saborearlas.
He aquí un resumen de su contenido:
Profecía I
Narra la creación del mundo y del primer hombre por el Supremo hacedor, Dios.
Profecía II
Por el Bautismo entran las almas en el arca de salvación, que es la Iglesia.
Profecía III
Abraham propuesto como modelo de los creyentes.
Profecía IV
El paso del Mar Rojo figura de la Resurrección y del Bautismo.
Profecía V
Por el Bautismo las almas forman parte del nuevo pueblo, con quién Dios firmó una Alianza infinitamente superior a la del Sinaí.
Profecía VI
Las almas bautizadas gozarán de una paz eterna, si observaren las lecciones de vida y de sabiduría que les da la Iglesia de parte de Dios.
Profecía VII
El Bautismo infunde una vida nueva en las almas; esto simbolizan los huesos áridos que, a la orden de Ezequiel, se levantan, se revisten de carne y llegan a formar un poderoso Ejército.
Profecía VIII
Cristo, después de purificar las almas en el Bautismo, las pone bajo su tutela.
Profecía IX
Los bautizados comerán del Cordero de Dios, del que es figura el Cordero Pascual.
Profecía X
Las almas, por el Bautismo, obtienen la misericordia divina, como los antiguos ninivitas.
Profecía XI
Las almas de los bautizados guardarán, como el pueblo de Moisés, el recuerdo de la ley divina y de las magnificencias de Dios.
Profecía XII
Las almas de los bautizados serán protegidas por Dios en medio de todos los peligros, como los tres jóvenes hebreos en el horno de Nabucodonosor.
e) La Bendición de la Pila Bautismal
Antiguamente se concurría en este momento al bautisterio de Letrán, donde el Pontífice bendecía, por la virtud de la cruz, las aguas que iban a servir en el bautismo.
El Cirio Pascual, que se sumerge tres veces, recuerda que Jesús, descendiendo al Jordán, ha santificado las aguas y les ha comunicado su virtud regeneradora.
Los Catecúmenos eran entonces interrogados por última vez sobre el Símbolo. Bautizados, salían del bautisterio con la blanca túnica de que se les revestía y que venía a ser el vestido de boda que les permitía sentarse a la Sagrada Mesa para hacer la primera comunión.
Baptisterio de San Juan de Letrán
Terminada la lectura de las Profecías, si hay en la Iglesia Pila bautismal, el Sacerdote que la ha de bendecir toma capa pluvial morada, y precedido de la Cruz, ciriales y el Cirio bendito encendido, va con el Clero y Ministros al sitio donde se halla la susodicha Pila, cantándose mientras tanto el Tracto Sicut cervus desiderat ad fontes aquarum.
El Celebrante, llegado al bautisterio, antes de bendecir la Pila, dice una oración y en seguida procede a la bendición del Agua Bautismal.
La Bendición de la fuente bautismal es sumamente interesante y está llena de un rico simbolismo.
Para expresar la infusión del Espíritu Santo sobre el agua bautismal, el celebrante sopla y alienta repetidas veces sobre ella y sumerge en la pila el Cirio pascual, pidiendo descienda con él en el agua la virtud del Paráclito.
Reservada, luego, el agua necesaria para el uso del templo y de los fieles, a la que se destina para el bautismo se la mezcla con el Óleo de los Catecúmenos y el Santo Crisma y se la guarda en el baptisterio.
Esta agua bendita con la solemne bendición de la Iglesia y mezclada y santificada por el contacto de los Santos Óleos, es la que se utiliza para el Bautismo administrado en cualquier tiempo del año.
Si hubiese alguno para bautizar, se lo bautiza en este momento según se acostumbra.
Al volver al Altar el Celebrante y Ministros, dos del Clero cantan las Letanías.
f) Las Letanías de los Santos
Donde no hay fuente bautismal, terminada la última Profecía y su Oración, el Celebrante deja la casulla; y se prosterna, con sus ministros delante del Aliar.
Arrodillados los demás, cantan las Letanías dos cantores, y el Coro repite todas las invocaciones.
Llegando al Peccatores, se levantan el Sacerdote y sus ministros y van a la sacristía donde se revisten de ornamentos blancos para celebrar solemnemente la Santa Misa.
Mientras tanto, se encienden las velas del Altar y se lo ornamenta con flores.
g) La Misa solemne de Gloria y los Laudes
Una vez que los neófitos habían entrado, llevando sus velas, en la Iglesia al son de las Letanías, se empezaba la Misa, que inaugura las solemnidades Pascuales.
Terminadas las Letanías, se empieza la Misa por los Kyries en el coro y como de ordinario en el altar, sólo que no hay Introito, y al entonar el Gloria in excelsis se echan a vuelo la campanas antes mudas, en señal de gloria, se descubren las imágenes de los Santos, y el templo recobra el aspecto festivo.
La Misa canta la gloria de Jesús resucitado y la gracia de las almas que, por el Bautismo, han comenzado una vida nueva, prenda de su resurrección futura.
Después de la Epístola hace su entrada triunfal en los oficios litúrgicos el Aleluya, que el celebrante y el coro alternan tres veces, seis en total.
Así el alegre Aleluya se hace oír, como también la voz armoniosa del órgano y de las campanas.
No hay Credo, Ofertorio, ni Agnus Dei.
Los Laudes que siguen a la Comunión nos hablan de las santas Mujeres que fueron las primeras en comprobar el gran misterio de la Resurrección.
Con el Ite missa est aleluyado terminan los oficios de esta noche de Pascua, los cuales son como la primera estrofa del himno de la triunfante y gloriosa Resurrección.
Los que asisten a esta Misa de Gloria cumplen con ella el precepto dominical. Sin embargo, harán bien los cristianos en asistir a la Misa solemne del día, para santificar y distinguir al día más grande del Año litúrgico.
Demos gracias a Dios por los Sacramentos del Bautismo y de la Eucaristía, que nos han hecho pasar con Jesús de la muerte del pecado a la vida de la gracia.