SERMONES SOBRE EL SANTO PATRIARCA

La armadura de Dios

SOLEMNIDAD DE SAN JOSÉ

Esposo de la Bienaventurada Virgen María

Y Patrono de la Iglesia universal

Tercer Día

Viernes de la segunda semana

después de la Octava de Pascua

Sermón de San Juan Crisóstomo

Una costumbre bastante general de la antigüedad establecía que las jóvenes prometidas en matrimonio viviesen en la morada de su prometido.

De esta manera habitaba María con su Esposo.

¿Por qué, pues, no concibió la Virgen antes de sus desposorios? Sin duda para que el misterio quedase desde el principio oculto y como en la sombra, y para que la Virgen viviese a cubierto de toda sospecha maligna.

En efecto, cuando vemos que el que hubiera podido arder en vivos celos, no sólo no despide a su esposa, ni la acusa de deshonor, sino que, después de esta concepción, consiente que comparta su suerte y la rodea de cuidados, fácil es reconocer que, si no hubiese sabido que la fecundidad de María era obra del Espíritu Santo, jamás se hubiera avenido a retenerla en su casa, ni a servirla como lo hizo en todas sus necesidades.

“Y José su esposo, como era justo, y no quisiese infamarla, quiso dejarla secretamente”.

Después de haber dicho que esta concepción era obra del Espíritu Santo, y fuera de las leyes ordinarias de la naturaleza, confirma de otra manera su aserto el Evangelista.

A fin de evitar que alguien pudiera decir: ¿De dónde se saca la prueba de esto? ¿Quién vio, quién oyó jamás una cosa semejante?; y a fin de que nadie sospechase que el discípulo había inventado estas circunstancias con el propósito de hacerse agradable a su Maestro, introduce, en cierto modo, a José, quien corrobora nuestra fe a todos estos hechos, refiriéndonos lo que sufrió.

Así, el Evangelista parece que nos dice: Si no me creéis, y si mi testimonio os parece excesivamente sospechoso, creed al esposo de María.

“Como José, su esposo — dice el Evangelio— era justo”. Justo significa aquí perfecto en toda virtud.

Por consiguiente, “como era justo (es decir, lleno de moderación y de bondad), quiso dejarla secretamente”.

El Evangelista refiere lo que le ocurrió a este justo antes de tener conocimiento del misterio, a fin de que no abriguéis duda alguna acerca de los hechos ocurridos después de advertido del misterio.

Porque, ciertamente, si María hubiese sido tal cual la representaba semejante sospecha, no solamente hubiera merecido verse denunciada, sino también castigada, como lo ordenaba la ley.

Pero José no quiso ni entregarla a la condenación ni siquiera divulgar su sospecha.

¿Veis con que sublimidad de criterio procede este hombre, y cómo permanece a cubierto de esa pasión tiránica de los celos?

Y, no obstante, ¿basta decir que se trataba de una simple sospecha, cuando los signos exteriores de la maternidad de María parecían probar el hecho? A pesar de ello, José estaba tan perfectamente libre de esta pasión, que no hubiera deseado causar la menor pena a la Virgen; viviendo todavía bajo la ley, se elevó por encima de la ley merced a su prudencia; y ciertamente, era conveniente que al acercarse el reinado de la gracia comenzaran a brillar ejemplos mucho más sublimes que los que había mostrado el Antiguo Testamento.

Homilía de San Agustín

Desde lo alto de los cielos resonó una voz sobre las aguas del Jordán, que dijo; “Este es mi Hijo muy amado, en quien he puesto mis complacencias”; las mismas palabras que se dirían en la montaña el día de la Transfiguración.

Pero de que estas palabras resonaran entonces en lo alto del cielo, no se sigue que antes no fuera Jesús el Hijo de Dios. Porque en el seno de la Virgen “tomó forma de esclavo Aquel que, teniendo la naturaleza de Dios, pudo sin usurpación llamarse igual a Dios”.

El mismo Apóstol San Pablo dice también en otro lugar, en términos clarísimos: “Mas cuando vino la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, formado de una mujer, y sujeto a la ley, para redimir a aquellos que estaban bajo la ley, para que recibiésemos la adopción de hijos”.

Es, pues, Hijo de Dios el que, siendo el Señor de David por la Divinidad, es, al propio tiempo, hijo de David y de la raza de David según la carne.

Si no nos fuera útil creer esta verdad, no la hubiera inculcado el mismo Apóstol con tanta diligencia a Timoteo al decirle: “Acuérdate de que Jesucristo, de la familia de David, resucitó de entre los muertos, según mi Evangelio”.

¿Por qué, pues, se extrañaría el discípulo del Santo Evangelio, al ver que Cristo, nacido de la Virgen, sin el concurso de José, es llamado Hijo de David, siendo así que el Evangelista Mateo no hace llegar la serie de las generaciones hasta María sino hasta José? El Evangelista procede así porque la persona del esposo de la Virgen debe ser más honrada por ser un varón. Aunque José no conoció carnalmente a María, no dejó de ser su Esposo.

El mismo Evangelista que nos dice que María concibió por obra del Espíritu Santo, dirá también que fue llamada por el Ángel Esposa de José.

Ahora bien, el mismo narrador afirma los siguientes hechos que dependen unos de otros, a saber: que José es Esposo de María, y que la Virgen es Madre de Cristo; que Cristo es de la familia de David, y que José forma parte de los ascendientes de Cristo, hijo de David; de todo lo cual, ¿qué debemos deducir sino que María no fue extraña a la familia de David; que no en vano fue llamada Esposa de José, a causa de la subordinación del sexo y de la unión de los corazones; y que José no debe ser excluido de la serie de ascendientes de Cristo, sobre todo por la dignidad de su sexo, y a fin de que no pareciese separado de aquella mujer a quien estaba unido por el afecto de su alma?