LA SAGRADA LITURGIA: ELEMENTOS LITÚRGICOS

Conservando los restos

ELEMENTOS LITÚRGICOS

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La ignorancia de la Liturgia es una de las causas de la ignorancia de la Religión”

EL AÑO LITÚRGICO

Sabemos ya lo qué es la Liturgia, su objeto, sus fines, su importancia, etc.

Conocemos los principales elementos: templos, vasos, ornamentos, ceremonias que la Liturgia usa para el culto.

Pasamos a ver ahora cómo está organizado el Año Litúrgico y de qué manera cumple, por medio de él, la Iglesia con su misión de santificar y de dedicar a Dios el tiempo.

Inspirada en esto, como en todo lo demás, por el Espíritu Santo, la Iglesia ha encontrado el medio de perpetuar y de renovar con el Año Litúrgico, en el mundo en general y en el mundo de las almas en particular, los grandes Misterios de la Religión, convirtiéndolos, ayer, hoy y mañana, y siempre, en pan de cada día y en elementos sustanciales de la vida sobrenatural.

Tal como está organizado, por días, por semanas, por períodos, por estaciones, resulta el Año Litúrgico, no solamente una magnífica epopeya de la Obra de Cristo y de su Iglesia, a través de los tiempos y de los espacios, sino también un curso metodizado e ilustrado de doctrina, de ascética y de mística; una reproducción a lo vivo de la Vida, Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor; una comprobación real de la acción íntima y continua del Espíritu Santo en cada una de las almas y en la reunión de todas ellas, que es la Iglesia; una representación casi escénica de la Vida de la Santísima Virgen María y de los Santos.

Del Año Litúrgico, bien comprendido y bien vivido, nace el arte divino de vivir y sentir con la Iglesia, acompañando a Jesucristo de la cuna al sepulcro, de las humillaciones de la Pasión a la gloria de la Resurrección y de la Ascensión; el arte divino de ajustar nuestra piedad y nuestra devoción a la piedad y devoción de la Iglesia, siguiendo su Calendario.

VIAJE LITÚRGICO: DESDE ADVIENTO HASTA PASCUA

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Este viaje comienza en el Paraíso, y, atravesando por los Patriarcas y los Profetas (Adviento), llegamos en compañía de los Pastores hasta Belén (Navidad). Allí encontramos a los Reyes, nos vamos con la Sagrada Familia a Nazaret, salimos con San Juan al Desierto y asistimos al Bautismo de Jesús (Epifanía). Seguimos a Jesús por Palestina en toda su vida pública, asistimos a su Pasión y Muerte (Septuagésima, Cuaresma y Pasión) y presenciamos su Resurrección (Pascua).

VIAJE LITÚRGICO: DESDE PASCUA HASTA ADVIENTO

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Acompañamos a Jesús Resucitado durante 40 días, lo despedimos en la Ascensión al Cielo y recibimos al Espíritu Santo (Tiempo Pascual). Por fin seguimos al Espíritu Santo en su obra santificadora en el seno de la Iglesia, tomamos parte en las luchas y triunfos de ésta, hacemos los honores a la Eucaristía, a la Santísima Virgen María y a los Santos, dámosle la mano a los Difuntos, y terminamos el viaje justo al fin del mundo (Tiempo después de Pentecostés).

DIVISIÓN DEL AÑO LITÚRGICO

Para que el estudio del Año Litúrgico resulte claro y completo, lo dividiremos como lo hace la Iglesia, en dos grandes ciclos:

I. — El Ciclo Temporal o “Cristológico”, que es el principal y al que la Iglesia le da mayor importancia;

II. — El Ciclo Santoral, que es su complemento.

Como cada uno de estos dos grandes ciclos tiene sus divisiones, podemos formar el siguiente cuadro general del Año Litúrgico:

I Ciclo Temporal

I Ciclo de Navidad

A. Tiempo de Adviento

B. Tiempo de Navidad

C. Tiempo de Epifanía

II Ciclo de Pascua

A. Tiempo de Septuagésima

B. Tiempo de Cuaresma

C. Tiempo de Pascua

D. Tiempo después de Pentecostés

II Ciclo Santoral

I. Culto de la Santísima Virgen María

II. Culto de los Ángeles

III. Culto de los Santos

IV. Culto de los Difuntos

TECNICISMO DEL AÑO LITÚRGICO

Antes de empezar a estudiar las distintas épocas o períodos del año litúrgico, será útil apuntar algunos preliminares acerca de lo que podríamos llamar tecnicismo del mismo, o sea, sobre su formación cronológica y religiosa y sobre sus particulares divisiones.

1. El cómputo eclesiástico

Llámase cómputo eclesiástico al conjunto de operaciones aritméticas encaminadas a formar el calendario, y particularmente para precisar las épocas principales del año cristiano, partiendo de la fiesta de Pascua, y la correspondencia del año eclesiástico con el solar y el lunar.

2. Del año en general

El año es una de las divisiones naturales del tiempo, división a la que dan lugar los fenómenos del sol y de otros astros. Por eso a éste se le llama año natural o astronómico, el cual puede ser solar o lunar, según que se tomen como base para su cuenta, la evolución del sol o las de la luna.

Año solar cuenta —según la opinión más probable— 365 días, 5 horas, 48 minutos y 46 segundos. Este mismo espacio de tiempo, sin las fracciones, es lo que llamamos año civil.

Año lunar es el conjunto de 12 lunaciones, que componen en total 354 días, 8 horas, 48 minutos y 45 segundos.

De la combinación de ambos y de la mayor o menor precisión con que, en las diferentes reformas, se ha computado el año solar en orden a la vida civil y religiosa, han resultado los años llamados juliano, gregoriano, etc.

Año juliano es el que consta de 365 días y 6 horas. Estas 6 horas sobrantes componen, cada cuatro años, un día, el cual se agrega al mes de febrero, formando entonces el año bisiesto.

Hizo estos cálculos, por orden de Julio César, Sosígenes, y empezó a contar el 1º de enero de 708 de la fundación de Roma, es decir, 46 años antes de Jesucristo.

Año gregoriano es el que consta de 11 minutos menos que el juliano. El Papa Gregorio XIII reformó, en 1582, el año juliano, determinando la duración precisa del año solar. Para ganar el tiempo perdido, resolvió que dejaran de ser bisiestos los años centenarios, y además suprimió aquel año (1582) diez días del mes de octubre, pasando de un salto del día 5 al 15. Así sucedió que Santa Teresa, que murió el 5 de octubre de 1582, fue enterrada al día siguiente, que fue el 15 del mismo mes, que es cuando se celebra su fiesta.

Las naciones cismáticas (Rusia, Grecia y otras de Oriente), que no aceptaron la reforma gregoriana, andan con trece días de retraso.

El período o conjunto de años que se repite sucesiva y uniformemente, forma un ciclo: un ciclo lunar, que consta de 19 años, y un ciclo solar, que se compone de 28 años.

Ciclos o períodos de años son también, entre otros: la indicción romana, el lustro, y el siglo, que abarcan respectivamente: 15, 5 y 100 años.

De la indicción romana (que empieza a contar desde 3 años antes de la Encarnación de Jesucristo), sólo hacen uso las bulas pontificias antiguas; el lustro y el siglo no se emplean ya en ningún documento.

El número correspondiente a cada año del ciclo lunar, se llama número áureo, porque los atenienses lo grababan sobre sus monumentos con letras de oro.

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Epacta es la edad que tiene la luna todos los años el día 1º de enero. La edad de la luna cada día del mes se conoce por la letra del Martirologio.

La letra dominical es la que va señalando en los calendarios los domingos de cada mes y por ellos los días de cada semana. Se utilizan para ellos las 7 primeras letras del alfabeto, y la que corresponde al domingo se llama dominical. En el año bisiesto hay dos letras dominicales, una que sirve hasta el 24 de febrero, y otra para lo restante del año.

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3. El año litúrgico

El año litúrgico es la combinación del año lunar, solar y civil, hecha por la Iglesia en orden a la celebración sucesiva de los Misterios de la Vida de Cristo. O si se prefiere: Es la organización oficial anual que ha ideado la Iglesia para dedicar a Dios todos los días y todas las horas de la Vida del Salvador. De ello se sigue, como consecuencia, la santificación del tiempo y de los cristianos y el debido homenaje de todo el mundo al Rey inmortal.

El año litúrgico se rige por el año lunar, ya que las fiestas movibles dependen de la Pascua, la cual ha sido fijada el domingo siguiente al plenilunio de marzo.

El año solar y civil lo ha utilizado la Iglesia para colocar en sus días y meses muchas de las fiestas litúrgicas, principalmente las de los Santos.

La gloria y la bondad de Dios, que son el objeto del ciclo litúrgico anual, se manifiestan sobre todo en la obra de la Creación cósmica y de la Redención humana. De ahí que, desde la antigüedad se creara, para celebrar esa como doble “teophania” del poder y munificencia divinos, un doble ciclo: el hebdomadario, para cantar la Creación, y el anual, para cantar la Redención.

Por lo mismo el “cursus” hebdomadario tiene un carácter trinitario, en tanto que el anual es cristológico.

Ahora observamos también, en el ciclo litúrgico, un como ciclo diario.

Dentro, pues, del año litúrgico, se observa un triple ciclo:

a) el ciclo diario,

b) el ciclo semanal o hebdomadario,

c) y el ciclo anual.

El ciclo diario está formado por horas, el semanal por días y el anual por períodos; horas, días y períodos que no son, precisamente, los del año civil, sino peculiares del año litúrgico.

El domingo cristiano tiene el carácter peculiar de aniversario hebdomadario de la resurrección de Jesucristo.

Al cabo de 52 aniversarios semanales, se llega al aniversario anual de la Resurrección, del cual aquéllos son preparación y prolongación.

Así, de la concentración del culto y de la vida cristiana en este único día de la semana, brotaron el día, la semana y el año litúrgicos.

4. El día litúrgico

El día litúrgico es un día especial, así por su duración como por su división.

Empieza a contar las primeras Vísperas, de ahí que pueda ser más o menos largo, según el rito de cada fiesta.

Sus horas no son solares, sino horas canónicas, es decir, espacios de tres horas ordinarias a las cuales los sagrados cánones han asignado una parte del Oficio Divino, para que así todo el día y toda la noche estén santificados por la oración oficial.

La Iglesia adoptó para el día litúrgico el modo de contar de los greco-romanos, los cuales dividían el día y la noche en doce horas, y éstas en cuatro series de tres, empezando a contar a las 6 de la tarde.

Al horario nocturno responde el Oficio Nocturno (los Tres Nocturnos de Maitines y los Laudes), y al diurno el Oficino Diurno (Prima, Tercia, Sexta, Nona y Vísperas).

5. La semana litúrgica

Moisés dividió la obra de la Creación en seis días, seguidos de otro de descanso, con lo que formó la semana de siete días, origen de todas las semanas ulteriores.

Para los judíos el eje de la semana era el sábado, último día de la misma. Los demás días llevaban los nombres de: feria prima, feria secunda, etc.

Al sustituir los cristianos el sábado por el domingo, hicieron a éste el eje de la semana cristiana, y así el una sabbati o la feria prima de los judíos, se convirtió en el dies Domini o dominica, que quiere decir “día del Señor”.

Los demás días siguieron, y siguen todavía, llamándose: feria secunda, feria tertia, etc., hasta el sábado, que ha guardado su nombre originario.

Los judíos santificaban el sábado con el descanso y algunos actos de culto, y además el lunes y el jueves con el ayuno. A éstos aludía el fariseo cuando decía que “ayunaba dos veces el sábado”, es decir, a la semana.

Al sustituir los cristianos el sábado por el domingo, sustituyeron también los ayunos del lunes y del jueves, por los del miércoles y el viernes, que quedaron también como días de estación, es decir, días en los que se celebraban reuniones litúrgicas.

Al miércoles se asoció el recuerdo de la traición de Judas, y al viernes el de la muerte del Señor. Con el tiempo, el sábado, aunque eliminado al principio, recobró su lugar privilegiado dentro de la semana litúrgica y llegó a ser, como el miércoles y el viernes, día de ayuno y de estación.

Cuando, corriendo el tiempo, fueron dedicándose al culto también las demás ferias de la semana, estos tres días privilegiados perdieron mucha de su primitiva importancia, si bien la liturgia quiso distinguirlos siempre con misas y oficios propios y consagrarlos, por decirlo así, con la institución de las IV témporas.

He aquí cómo la semana litúrgica, comenzando por sólo la vigilia, o asamblea religiosa de la noche del sábado, y la fracción del pan, en la madrugada del domingo, se enriqueció con las estaciones y ayunos del miércoles, del jueves y del sábado, y por fin se completó con las reuniones de todas las otras ferias.

Feria, en lenguaje litúrgico designa cualquier día de la semana distinto del domingo. Si es un día no ocupado por la fiesta de algún Santo, se considera para la liturgia, como vacante y como una prolongación del domingo. Por eso se repite en él la Misa del domingo anterior, al menos que, por ser una de las fechas o tiempos privilegiados, la tenga propia.

6. Los ciclos litúrgicos

Constando el año litúrgico, como hemos ya dicho, de dos clases de fiestas: movibles y fijas, y habiendo brotado ellas de dos troncos comunes: Navidad y Pascua, respectivamente; se originó en el calendario un doble ciclo, a saber: el ciclo de Navidad y el ciclo de Pascua, formando los dos el “Ciclo Cristológico” o “Propio del Tiempo”, con su complemento el “Ciclo santoral” o “Propio de los Santos”. He aquí los dos grandes compartimientos, que diríamos, del grandioso monumento del año litúrgico.

El ciclo cristológico, con sus dos grandes divisiones de Navidad y de Pascua, y con sus varias subdivisiones por períodos desiguales, sigue cada año el movimiento de la Pascua; mientras el ciclo santoral se adapta fijamente a los meses y días del año civil.

La Iglesia no cuenta los días del mes en la misma forma que el vulgo. Divide, como los romanos, cada mes en tres porciones desiguales: las Kalendas (primer día del mes), las Nonas (el día 5, excepto en marzo, mayo, julio y octubre, que son el día 7), y las Idus (el día 13 ó el 15).

Los días intermedios se cuentan por el número de los que faltan hasta el próximo inmediato siguiente, excepto la víspera de cada división, que se llama: pridie Kalendas, pridie Nonas, pridie Idus, es decir, día anterior a las Kalendas, a las Nonas, a las Idus de tal mes.

Así, por ejemplo: el día 2 de enero es el día cuarto de las Nonas de enero, el día 3 es el tercero de las Nonas de íd., etcétera; el día 8, es el sexto de las Idus de enero, el 9 el quinto de íd., etcétera; el día 21, es el duodécimo de las Kalendas de febrero, el 22, el undécimo de íd., y así sucesivamente en todos los otros meses.

Los nombres de los meses son de origen pagano. Todos conservan su nombre primitivo, excepto los meses de Quintilis y Sextilis, que los cambiaron por el de julio y agosto.

7. El Calendario

La palabra kalendarium servía primitivamente para designar una lista de los intereses de dinero que se debía pagar en las “kalendas”, que caen regularmente el día primero de cada mes. La nota común a todos los calendarios es su división duodecimal, fundada sobre las fases sucesivas y el curso anual de la luna.

El calendario judío primitivo fue un calendario lunar, lo mismo que el de los árabes y el de los babilonios.

El principal elemento era el mes lunar, con sus cuatro semanas, más o menos, ya que la luna les proporcionaba un medio fácil y seguro de regular el tiempo. Mas como el pueblo hebreo era esencialmente agrícola y pastoril, pronto empezó a dar importancia suma a las estaciones del año y a regular su vida por el curso del sol, más que por el de la luna, creando un año solar, en que encuadraban los meses solares como buenamente podían.

Hasta el siglo II los nombres de estos meses variaban algo, mas desde entonces fueron los siguientes: Nizán, Yyyar, Siván, Tammuz, Ab, Eloul, Tizri, Morbesván, Casleu, Tebet, Sebot y Adar. El año comenzaba por Nizán.

El calendario romano tenía por base, por una parte la exacta observación de los astros, cuyo curso regulaba el tiempo, y por otra parte las supersticiones que se mezclaban a todos los acontecimientos naturales.

Sabemos ya de cierto que los latinos contaban y fijaban sus fechas por los meses lunares. La misma palabra mensis “mes” (de metiri: medir) lo prueba. Era, en efecto, el mes una medida de tiempo, y tan medida que los latinos lo dividían en tres partes iguales: las Kalendas (el 1º del mes), las Nonas (el 5 ó el 7), y las Idus (el 13 ó el 15), que correspondían a las fases de la luna.

Ahora bien, cumpliéndose el movimiento de la luna alrededor de la tierra aproximadamente en 29 días y medio, hubiera sido lo natural que los romanos hubiesen tenido, como los demás pueblos, meses de 29 y de 30 días alternativamente; pero como la superstición les hacía ver los números pares como nefastos, hicieron alternar meses de 29 y de 31 días.

Posteriormente, probablemente por el rey Numa Pompilio, se hizo concordar el año con el tiempo solar, añadiendo, a los 10 meses existentes entonces, otros dos: enero y febrero, y empezando el año por el 1º de marzo. Recuerdo de ello son los nombres de los meses de septiembre, octubre, noviembre y diciembre.

Mas, el año 153 a. de J.C., habiendo empezado los nuevos cónsules a tomar posesión de sus cargos el 1º de enero, quedó esta fecha como el comienzo oficial del año, respetándola como tal el calendario de Julio César, que estuvo en uso durante toda la Edad Media. Para recuperar el día perdido, cada cuatro años se inventó el año bisiesto, y por motivos religiosos se añadió ese día entre el 24 y el 25 de febrero.

8. Los meses y los días

Los gentiles dieron a los meses nombres de sus dioses, empezando por marzo (de Marte), con el que guardan relación de orden los demás meses: Quíntilis, Sextilis, Sept., etc. A abril, empero, no le dieron nombre de ninguna deidad, sino que, porque en ese mes se abren las flores de muchas plantas y árboles, llamáronlo, abril (de aperíre).

De este modo se llegó a esta nomenclatura: marzo (de Marte), abril (del brote de las flores), mayo (de la diosa Maia), junio (del dios Juno), julio (de Julio César), agosto (de Octavio Au-gusto), y después venían septiembre, octubre, noviembre y diciembre (por ser el séptimo, octavo, noveno y décimo mes del año, a contar de marzo), con que terminaba el año de diez meses, y al que se añadieron después, empezando el año con ellos: enero (de Jano, dios de los porteros), y febrero (de las sagradas fiestas lupercales “Februas”).

La semana, que para los griegos y romanos constaba de siete días, se compone de siete ferias, así llamadas de fondo, debido a que, en la creación del mundo —escribe San Isidoro—- usó Dios cada día la palabra fiat.

A estos siete días los romanos les dieron los nombres de algunos planetas, en esta forma: domingo (día del sol), lunes (de la luna), martes (de Marte), miércoles (de Mercurio), jueves (de Júpiter), viernes (de Venus) y sábado (de Saturno); nombre que todavía conservan los días de la semana, aunque dedicando el domingo al Señor (Dominus), Sol de Justicia.

Los gentiles, por su parte, a estos planetas les dieron nombre de otros tantos dioses, por la influencia que a cada uno le atribuían.

9. Tablas y calendarios

Las fiestas movibles del año se rigen por las llamadas tablas pascuales, en las que, por medio de cálculos astronómicos se señalan taxativamente las fechas precisas de las fiestas que dependen de la Pascua. Las fiestas fijas, en cambio, se rigen por el calendario, en el que se las coloca una vez para siempre.

Véase un extracto de tabla pascual:

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10. Importancia litúrgica de las fiestas

Las fiestas, litúrgicamente consideradas, no todas son igualmente importantes ni se celebran todas con la misma solemnidad exterior. Las rúbricas les asignan ritos y grados diferentes.

Así, hay fiestas de rito doble, de rito semidoble y de rito simple; como también las hay de primera y de segunda clase, y de primero, segundo y tercer orden.

Hasta dentro de una misma clase y de un mismo orden, existen diversas categorías, por las que, en caso de ocurrencia o de concurrencia de dos o de varias, se establece la que ha de ser preferida o trasladada.

El rito doble da a las fiestas el derecho de duplicar las antífonas, es decir, de repetirlas íntegras tanto al principio como al fin de los salmos del oficio.

El rito semidoble sólo les da el derecho de picarlas (o entonarlas) al principio del salmo, pero rezándolas enteras después de él. En la Misa se rezan, por lo menos, tres oraciones, y hasta puede sustituirse por alguna votiva.

El rito simple es parecido al semidoble para casi todos sus efectos.

Los ritos de cada fiesta van indicados en los calendarios.

Los domingos son todos —a excepción de los de Pascua, Pentecostés, Santísima Trinidad e “in albis”— de rito semidoble.

Las ferias son todas simples, menos el viernes después de la octava de la Ascensión, que es semidoble. Se dividen en mayores y menores, y se subdividen en privilegiadas y no privilegiadas.

Las vigilias son todas simples, excepción hecha de las de Epifanía, Pentecostés y Navidad, que son semidobles.

Estas distinciones, aunque incompletas, deberán tener en cuenta los fieles para no prejuzgar falsamente del proceder de los sacerdotes, cuando, por ejemplo, se niegan a admitir funerales o a celebrar Misas con ornamentos negros, en fechas que les gustaría a las familias, pero que ellos saben bien están impedidas por las rúbricas.