JUEVES SANTO
Al día siguiente de la primera multiplicación de los panes, Nuestro Señor Jesucristo pronunció en la Sinagoga de Cafarnaúm un Discurso acerca del Pan del Cielo; fue la promesa de la Institución de la Sagrada Eucaristía.
Al comienzo puso el acento en la Fe: “La obra de Dios es que creáis en Aquel a quien Él envió” … “Esta es la voluntad del Padre: que todo aquel que contemple al Hijo y crea en Él, tenga vida eterna”.
Luego, poco a poco, concentró todo en el Sacramento que prometía: “He aquí el pan, el que baja del cielo para que uno coma de él y no muera. Yo soy el pan, el vivo, el que bajó del cielo. Si uno come de este pan vivirá para siempre … El pan que Yo daré es la carne mía para la vida del mundo … En, verdad, en verdad os digo, si no coméis la carne del Hijo del Hombre y bebéis la sangre del mismo, no tenéis vida en vosotros. El que de Mi come la carne y de Mí bebe la sangre, tiene vida eterna y Yo le resucitaré en el último día. Porque la carne mía verdaderamente es comida y la sangre mía verdaderamente es bebida. El que de Mí come la carne y de Mí bebe la sangre, en Mí permanece y Yo en él. De la misma manera que Yo, enviado por el Padre viviente, vivo por el Padre, así el que me come, vivirá también por Mí. Este es el pan bajado del cielo, no como aquel que comieron los padres, los cuales murieron. El que come este pan vivirá eternamente.”
Esta promesa se cumplió un año más tarde, el Jueves Santo, después de la Cena legal del Cordero Pascual, figura expresiva del Santo Sacrificio de la Cruz, así como del Santo Sacrificio del Altar, incluyendo la Sagrada Comunión.
Enseña Santo Tomás: “Fue oportuna la institución de este sacramento en la cena en que Cristo se reunió por última vez con sus discípulos.
Primero, por el contenido de este sacramento. Porque en la eucaristía está contenido sacramentalmente el mismo Cristo. Por eso, cuando Cristo estaba para ausentarse de sus discípulos con su presencia natural, se quedó con ellos con una presencia sacramental, de la misma manera que, en ausencia del emperador, se da a venerar su imagen.
Segundo, porque sin la fe en la pasión de Cristo no pudo haber nunca salvación. De ahí que en todo tiempo haya habido entre los hombres alguna cosa que representase esta pasión del Señor.
En el Antiguo Testamento el principal signo de ella era el Cordero Pascual. Ahora bien, este signo ha sido reemplazado en el Nuevo Testamento por el Sacramento de la Eucaristía, que es conmemorativo de la Pasión pasada, como aquél fue prefigurativo de la Pasión futura.
Por lo cual, fue oportuno que al acercarse la Pasión y recién celebrado el antiguo, fuera instituido el nuevo Sacramento”.
Las palabras de la Institución no dejan ninguna duda acerca de la naturaleza de la Sagrada Eucaristía.
Cuando el Sacerdote consagra el pan y el vino, se produce una conversión de substancia a substancia, una transubstanciación, del pan, en el Cuerpo de Cristo, del vino, en su Sangre.
Así, el Señor está en la Sagrada Eucaristía al modo de la substancia. Esto explica que el fraccionamiento de la hostia consagrada no produzca la división de Cristo; ni la consagración de nuevas hostias, su multiplicación.
La Sagrada Eucaristía contiene al mismo Cristo que ahora está glorificado en el Cielo; pero, bajo las especies del pan y del vino, está presente en estado sacramental.
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Se escandalizaron los judíos al oír que para vivir eternamente habían de comer su Cuerpo y beber su Sangre; murmuraron, protestaron, e incluso muchos de sus discípulos lo abandonaron: Después de haberlo oído, muchos de sus discípulos dijeron: “Dura es esta doctrina: ¿Quién puede escucharla?”
Jesús explicó que esa comida sería sobrenatural; dando como prueba su futura Ascensión a los Cielos: Jesús, conociendo interiormente que sus discípulos murmuraban sobre esto, les dijo: “¿Esto os escandaliza? ¿Y si viereis al Hijo del hombre subir adonde estaba antes? El espíritu es el que vivifica; la carne para nada aprovecha. Las palabras que Yo os he dicho, son espíritu y son vida. Pero hay entre vosotros quienes no creen”.
Desde aquel momento muchos de sus discípulos volvieron atrás y dejaron de andar con Él. Entonces Jesús dijo a los Doce: ¿Queréis iros también vosotros?
Simón Pedro le respondió: Señor, ¿a quién iríamos? Tú tienes palabras de vida eterna. Y nosotros hemos creído y sabemos que Tú eres el Santo de Dios… Lo reconoce como Mesías y más que Mesías…
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Nuestro Señor instituye el Santísimo Sacramento como una cosa de necesidad, un contacto vital entre Dios y el hombre…, contacto con la fuente de toda vida.
Enseña Santo Tomás: “Los sacramentos de la Iglesia están destinados a socorrer al hombre en su vida espiritual.
Ahora bien, la vida espiritual guarda paralelo con la corporal, ya que las realidades corporales son imagen de las espirituales.
Pues bien, como para la vida corporal se requiere la generación, por la que el hombre recibe la vida, y el crecimiento, por el que el hombre llega a la plenitud de la vida, así también se requiere el alimento, por el que el hombre conserva la vida.
Y, por eso, como para la vida espiritual fue necesario el bautismo, que es una generación espiritual, y la confirmación, que es crecimiento espiritual, así también fue necesario el sacramento de la eucaristía, que es alimento espiritual”.
La Eucaristía es, pues, más que nada una necesidad; se trata del sustento espiritual y, a veces inclusive, de una medicina espiritual…
Este sustento espiritual se ha vuelto tan necesario como el alimento corporal. No por nada Jesucristo instituyó este contacto vital en forma de alimento, que es la unión más íntima que existe, ya que el alimento entra a hacerse el cuerpo mismo del que lo tomó; pero «no creas que yo me convertiré en ti; tú te convertirás en mí», dijo Nuestro Señor a San Agustín.
Además, la Comunión con Cristo es en nuestras almas el gaje escondido o prenda de la Resurrección de la carne.
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Son admirables los efectos que realiza la Sagrada Eucaristía, tanto en el alma como incluso en el cuerpo de los que la reciben dignamente.
A) Los principales efectos que la Sagrada Comunión bien recibida produce en el alma son los siguientes, de los cuales sólo comento algunos:
1°) Como ya dijimos, la Eucaristía nos une íntimamente con Jesucristo, y, en cierto sentido, nos transforma en Él.
Es el efecto más inmediato y primario, puesto que en ella recibimos real y verdaderamente el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad del mismo Cristo.
Esta unión con Jesucristo es tan íntima y entrañable, que es imposible concebir acá en la tierra otra mayor. Sólo será superada por la unión beatífica en el Cielo.
Como ya hemos visto, Nuestro Señor lo expresó de manera sublime en el Discurso-Promesa: El que come mi carne y bebe mi sangre, está en Mí y yo en él. De la misma manera que Yo, enviado por el Padre viviente, vivo por el Padre, así el que me come, vivirá también por Mí.
No se trata de un contacto físico, que, por otra parte, sería muy superficial y exterior, como el de dos personas que se abrazan. Tampoco es un contacto moral a distancia, como el que se establece por el amor entre dos amigos ausentes.
Es un contacto de transfusión o mutua inhesión, que escapa a todas las analogías humanas.
Tan profunda es esta mutua inhesión de Cristo con el alma y de ésta con Aquél, que, entendida en sus verdaderos términos, puede hablarse de verdadera transformación del alma en Cristo. No en sentido panteísta o de conversión de la propia personalidad en la de Cristo, sino en sentido espiritual y místico, permaneciendo intacta la dualidad de personas.
2°) La Eucaristía nos une íntimamente con la Santísima Trinidad.
Esto es una consecuencia necesaria e inevitable del hecho de que en la Eucaristía esté real y verdaderamente Cristo todo entero, con su humanidad y su divinidad. Porque las tres divinas Personas de la Santísima Trinidad son absolutamente inseparables, de suerte que donde esté una de ellas tienen que estar forzosamente las otras dos.
La Sagrada Comunión perfecciona y arraiga más y más en el alma ese misterio de la inhabitación trinitaria
3°) La Eucaristía nos une íntimamente con todos los miembros vivos del Cuerpo Místico de Cristo.
Lo insinúa claramente San Pablo cuando dice: El cáliz de bendición que bendecimos, ¿no es la comunión de la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es la comunión del cuerpo de Cristo? Porque el pan es uno, somos muchos un solo cuerpo, pues todos participamos de ese único pan.
Es la unión de los miembros vivos del Cuerpo Místico de Cristo con su divina Cabeza, y la de cada uno de ellos entre sí.
4°) La Eucaristía nos aumenta la gracia santificante al darnos la gracia sacramental.
Dar la gracia es efecto propio de todos los Sacramentos; pero la Eucaristía lo hace en grado superlativo, por ser el más excelente de todos, ya que contiene, juntamente con la gracia, el manantial y la fuente de la misma, que es el propio Cristo.
Pero el grado de gracia que recibimos en cada Comunión depende en gran proporción de nuestras disposiciones al recibirla.
La gracia sacramental propia de la Eucaristía es la llamada gracia cibativa o nutritiva, porque se nos da a manera de alimento divino que conforta y vigoriza en nuestras almas la vida sobrenatural.
Santo Tomás enseña hermosamente que la Eucaristía produce en nuestras almas los mismos efectos que produce en el cuerpo el alimento material: Y así, todo lo que hacen el manjar y la bebida materiales en la vida corporal, a saber: sustentar, aumentar, reparar y deleitar, lo hace este sacramento en la vida espiritual.
5°) La Eucaristía nos aumenta las virtudes teologales, sobre todo la caridad. Y con ellas todas las demás virtudes infusas y los dones del Espíritu Santo.
Tiene, por consiguiente, una eficacia santificadora incomparable, ya que la santidad consiste propiamente en el desarrollo y crecimiento perfecto de la gracia y de las virtudes infusas.
6°) La Eucaristía borra del alma los pecados veniales.
7°) La Eucaristía remite indirectamente la pena temporal debida por los pecados, en cuanto que excita el acto de la caridad, que tiene un gran valor satisfactorio.
La cantidad de la pena remitida estará en proporción con el grado de fervor y devoción al recibir la Eucaristía.
8°) La eucaristía preserva de los pecados futuros, porque robustece las fuerzas del alma contra las malas inclinaciones de la naturaleza; y porque nos preserva de los asaltos diabólicos al aplicarnos los efectos de la Pasión de Cristo.
9°) La Eucaristía es prenda inestimable de la futura gloria.
Como hemos visto, lo dijo el mismo Jesucristo: El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene la vida eterna, y yo le resucitaré el último día.
En la liturgia del Corpus Christi figura aquella hermosísima antífona de Santo Tomás de Aquino: Oh sagrado convite, en el que se recibe a Cristo, se renueva la memoria de su pasión, se llena el alma de gracia y se nos da una prenda de nuestra futura gloria.
La Sagrada Eucaristía nos aplica los efectos de la Pasión y Muerte de Cristo, que nos abrió las puertas del Cielo.
Además, el alimento espiritual del alma, que proporciona la Eucaristía, se ordena, de suyo, a su plena refección y saciedad en la gloria eterna.
Finalmente, la unión mística de Cristo y de los fieles se inicia en este Sacramento en vistas a su plena consumación en la gloria. Por eso se llama Viático.
Pero, atención, como la Pasión de Cristo no produce efecto en quienes no se ajustan a lo que ella exige, tampoco alcanzan la gloria por este Sacramento quienes lo reciben mal.
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B) Los principales efectos que la Eucaristía bien recibida produce en el cuerpo del que comulga son dos: uno que se refiere a la vida presente, y consiste en cierta santificación del mismo; y otro relativo a la vida futura, a saber, el derecho a la resurrección inmortal.
1°) La Eucaristía, dignamente recibida, santifica en cierto modo el cuerpo mismo del que comulga.
San Pablo dice que por la gracia somos templos de Dios, no solamente en cuanto al alma, sino también en cuanto al cuerpo: ¿No sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros y habéis recibido de Dios?
Nada impide, por consiguiente, que esta santificación del cuerpo, iniciada por la gracia bautismal, alcance en este mundo su máxima intensidad en la unión estrechísima con Cristo que proporciona la Eucaristía.
Los Santos Padres aportaron textos hermosísimos al respecto. Por ejemplo:
San Cirilo de Alejandría: Cuando Cristo está en nosotros, se halla adormecida la ley de la carne, que brama furiosa en nuestros miembros.
San Bernardo: Si alguno de vosotros ya no siente tantas veces o no tan fuertes los movimientos de ira, de envidia, de lujuria y de las demás pasiones, dé las gracias al Cuerpo y Sangre del Señor, porque la virtud del Sacramento obra en él.
El Catecismo del Concilio de Trento, que recoge la doctrina del mismo, enseña que “la Eucaristía refrena también y reprime la misma concupiscencia de la carne, porque, al encender en el alma el fuego de la caridad, mitiga los ardores sensuales de nuestro cuerpo.
Es una consecuencia inevitable de la unidad de la persona humana, procedente de la unión substancial del alma con su cuerpo.
Porque, aunque es cierto que la gracia es una realidad sobrenatural, que no puede tener como sujeto de inhesión el cuerpo, sino sólo el alma, no lo es menos que, en virtud de la influencia de ésta sobre aquél, refluyen sobre el cuerpo ciertas cualidades del alma.
De donde se deduce que la Eucaristía, indirecta y consiguientemente, aprovecha incluso a la salud material del cuerpo. Porque no hay nada que contribuya tanto a la salud corporal como la paz y alegría del alma y el sosiego de las pasiones corporales.
Por el contrario, el remordimiento y la tristeza —efectos del pecado—, junto con el alboroto de las pasiones, quebrantan seriamente la misma salud corporal.
2°) La Eucaristía confiere al que la recibe dignamente el derecho a la resurrección gloriosa de su cuerpo.
Lo dice expresamente el mismo Jesucristo: El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene la vida eterna, y yo le resucitaré el último día.
El Concilio de Trento, como ya hemos visto, dice que la Eucaristía es “prenda de nuestra futura gloria”, que abarca el alma y el cuerpo.
Sin embargo, este efecto eucarístico hay que entenderlo únicamente de la resurrección gloriosa de los bienaventurados; no de la resurrección de los muertos en general, cuya causa es la resurrección de Cristo Redentor, que afecta eficientemente a todos sus redimidos, buenos y malos.
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Debido a las circunstancias actuales, con pocos verdaderos Sacerdotes y pocas Misas válidas donde poder asistir y comulgar, cabe preguntarse si la Sagrada Eucaristía aprovecha tan sólo a los que la reciben sacramentalmente.
Cabe antes recordar dos fórmulas empleadas por la teología sacramentaria: ex opere operato y ex opere operantis.
Ex opere operato, literalmente “del trabajo que se realiza», se refiere a la manera en que la gracia es conferida por la valida administración y digna recepción de un Sacramento.
Ex opere operantis se refiere al modo subjetivo, a la buena disposición con la que recibimos un sacramento, lo cual determina en algún grado cuanta gracia obtiene la persona que hace un acto de piedad.
Por una parte, en cuanto Sacrificio, la Eucaristía aprovecha, ex opere operato, a todos aquellos por quienes se ofrece la Santa Misa, aunque no reciban de hecho la Comunión Sacramental.
Para apropiarse los frutos de la Eucaristía como Sacrificio es preciso unirse a ella por la fe y la caridad.
Incluso a los fieles que se unan al Santo Sacrificio por la fe y la caridad, no les aprovecha por igual a todos, sino a cada uno más o menos según su devoción, es decir, ex opere operantis.
Por otra parte, en cuanto Sacramento, la Eucaristía aprovecha ex opere operato únicamente a los que la reciben. Porque ésa es la economía general de los Sacramentos en cuanto tales.
Lo cual se confirma por la misma razón de la gracia propiamente eucarística, que es cibativa o nutritiva: el alimento aprovecha tan sólo a los que lo toman.
Pero puede aprovechar a los demás ex opere operantis. ¿Cómo? El que comulga puede conseguir a los demás alguna gracia con una oración más ferviente que la ordinaria, excitado por la misma Comunión Eucarística; aplicar a los difuntos las indulgencias anejas a la Comunión; ofrecer la Comunión por otros como cierto mérito de congruo; etc.
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Para terminar, tengamos en cuenta que existe la piadosa práctica de la Comunión Espiritual.
Por ella se entiende el ferviente deseo de recibir la Eucaristía, cuando no se la puede recibir sacramentalmente.
Enseña Santo Tomás que “de dos maneras se puede tomar espiritualmente a Cristo. Una en su estado natural, y de esta manera lo toman espiritualmente los Ángeles y Bienaventurados, en cuanto que están unidos a Él por la fruición de la caridad perfecta y de la clara visión, y no con la fe, como le estamos unidos nosotros aquí. Este Pan Angélico esperamos recibirlo también nosotros en la gloria.
Otra manera de tomarlo espiritualmente es en cuanto está contenido bajo las especies sacramentales, creyendo en Él y deseando recibirle sacramentalmente. Y esto no sólo es comer espiritualmente a Cristo, sino también recibir espiritualmente el sacramento”.
De las palabras finales del Doctor Angélico se deduce que la Comunión Espiritual nos trae, en cierto modo, el fruto espiritual de la misma Eucaristía recibida Sacramentalmente, aunque no ex opere operato, sino únicamente ex opere operantis.
Esta práctica fue recomendada vivamente por el Concilio de Trento, y ha sido practicada por todos los Santos con gran provecho espiritual.
Sin duda constituye una fuente inmensa de gracias para el que la practique fervorosa y frecuentemente.
Más aún, puede ocurrir que con una Comunión Espiritual muy fervorosa se reciba mayor cantidad de gracia que con una Comunión Sacramental recibida con poca devoción.
Con la ventaja de que la Comunión Sacramental no puede recibirse más que una sola vez al día, y la Espiritual puede repetirse muchas veces, puede hacerse a cualquier hora del día o de la noche, antes o después de las comidas…
En cuanto al modo de hacerla, no se prescribe ninguna fórmula determinada ni es preciso recitar ninguna oración vocal. Basta un acto interior por el que se desee recibir la Eucaristía.
Es conveniente, sin embargo, que abarque tres actos distintos, aunque sea brevísimamente:
a) Un acto de Fe, por el que renovamos nuestra firme convicción de la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía. Es excelente preparación para comulgar sacramental o espiritualmente.
b) Un acto de deseo de recibir sacramentalmente a Cristo y de unirse íntimamente con Él. En este deseo consiste formalmente la comunión espiritual.
c) Una petición ferviente, rogándole al Señor nos conceda espiritualmente los mismos frutos y gracias que nos otorgaría la Sagrada Eucaristía realmente recibida.
Los que estén en pecado mortal deben hacer un acto previo de contrición si quieren recibir el fruto de la Comunión Espiritual. De lo contrario, para nada les aprovecharía, y sería incluso una irreverencia, aunque no un sacrilegio.
Para fomentar esta práctica piadosísima de la Comunión Espiritual, la Iglesia la ha enriquecido con una indulgencia de tres años, cualquiera que sea la fórmula que se emplee; y una plenaria mensual, con las condiciones acostumbradas, a los que la practiquen al menos una vez durante todos los días del mes.
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En este Jueves Santo, agradezcamos a Nuestro Señor la Institución de la Sagrada Eucaristía, como Sacrificio (la Santa Misa) y como Sacramento (la Santa Comunión).
Adoremos al Santísimo Sacramento, presencial y físicamente, si podemos hacerlo, al menos espiritualmente, si nos resulta imposible asistir a la Santa Misa y a la adoración ante el Monumento.
Desagraviemos al Santísimo Sacramento y reparemos tantos sacrilegios y tantas blasfemias con que es ofendido.
Permanezcamos fieles a la verdadera Santa Misa Romana, codificada por San Pío V.