PADRE LEONARDO CASTELLANI: EXÉGETA Y PREDICADOR

Conservando los restos

DOMINGO DE PASIÓN

(1967)

Cristo afirma su divinidad

El Evangelio de hoy nos traslada un fragmento (una tercera parte más o menos) de la larga discusión pública de Cristo con los judíos, en el hall del Templo, llamado Gazofilacio, una sala donde cabía mucha gente, abierta a la calle.

San Juan la pone después del perdón de la Adúltera, la cual tampoco fue dentro del Templo (aunque el Evangelista pone «en el Templo») si no a las puertas de él.

Esta dramática discusión pudo haber sido de un tirón o bien en dos días.

En ella estaban presentes algunos que creyeron en Cristo («multi crediderunt in eum») que no hablan, sin embargo; y sus enemigos que llevan la voz cantante.

Es un gran diálogo dramático, como dije, digno de un gran dramaturgo, si fuese inventado.

Comienza con la sempiterna cuestión de «¿con qué autoridad haces estas cosas?» puesta en afirmativa: «No tienes autoridad»; al afirmar Cristo: «Yo soy la luz del mundo», le dicen: «Eso es lo que tú dices»; y termina con la afirmación de su Divinidad: «Antes de que Abraham fuese, YO SOY», después de la cual quieren apedrearlo, la tercera tentativa de darle muerte en tumulto: «trajeron piedras», dice el texto y no «alzaron piedras». «Jesús se escondió»; probablemente salió del Gazofilacio por una puerta trasera: no había dónde esconderse en esa sala. «Se escondió y salió del Templo», dice.

Esto sucedió en su última ida a Jerusalén antes de su Pasión, o sea, de la Semana Santa.

El ambiente de Jerusalén estaba agitado, alborotado y confuso —como el de nuestros días, por cierto— se ve claramente de las narraciones de los Evangelistas. El ambiente estaba que ardía.

Dije que la discusión comienza sobre la autoridad de Cristo —o sea, si era o no el Mesías; y termina queriéndolo ajusticiar; a causa de que dos veces afirma Cristo su Divinidad, una oscuramente: «Yo soy el Principio, que sin embargo está hablando con vosotros»; otra vez paladinamente: «Antes que Abraham existiese YO SOY».

Esto no dejaba lugar a dudas: no dijo «Yo existía», sino «YO SOY»: la misma palabra que dijo Dios a Moisés desde la zarza ardiente.

En la discusión primero niegan su autoridad; después invocan al padre Abraham al decirles Cristo que se condenarían; después le arrojan que está endemoniado, al decirles Cristo que no Abraham sino el Diablo es el padre dellos; y finalmente le preguntan por tercera vez ¿quién eres tú, que no tienes 50 años y pretendes haber visto a Abraham? Al decir Cristo a los suyos que resucitarían; o sea que Él los resucitaría.

¿Qué sacó Cristo desta discusión? Aparentemente nada, pues se fueron endureciendo más y más los contrincantes, hasta llegar al atentado criminal.

En realidad, Él sabía lo que hacía: sostuvo el embate de los que le negaban autoridad, avisó a los fariseos que iban camino de perdición y confortó a los suyos con la esperanza de la resurrección; y sobre todo, dejó plantado su último testimonio, que Él sabía iba a durar por los siglos de los siglos; sabía que nosotros lo oiríamos hoy, al mismo tiempo que millones de hombres en todas las iglesias del mundo. «Exegi monumentum aere perennius», dijo Horado Flaco al terminar sus «Odas». «Levanté un monumento más perenne que el bronce, y las pirámides de Egipto».

Mucho mejor pudo decirlo Cristo.

¿De qué nacía la confusión y alboroto en Jerusalén? De la fiebre mesiánica.

Había un millón de peregrinos en la Ciudad, para la Pascua; sabían haberse vencido las Setenta Semanas Añales de Daniel; habían oído de Juan Bautista y de Jesús de Nazareth; y en consecuencia la discusión sobre el Mesías estaba en todas las bocas.

San Juan la reporta. Unos decían: «Es el Mesías. ¿Puede un hombre que no venga de Dios hacer las obras de Este?», que es lo que dijo el Ciegonato; otros, en el extremo contrario, decían: «Las obras que hace son magia negra; pues está endemoniado».

Entre estos dos extremos había todas las opiniones posibles:

— No es el Mesías; porque éste sabemos de dónde viene; y del Mesías nadie sabrá de dónde viene.

— No es; porque no guarda el Sábado.

— No es; porque las autoridades no lo aceptan.

— Pero díganme, ¿éste no es el que lo iban a matar? ¿Y cómo anda muy orondo, predicando incluso en el Templo?

— Es un hombre bueno; pero está equivocado acerca de sí mismo; que es lo que dicen los impíos de hoy día.

Enfrente destos, los que» creyeron en él» decían simplemente: «Sí, es el Mesías».

Y con esto andaba toda la ciudad soliviantada.

Y hoy día, ¿de dónde viene toda la confusión que hay? También en el fondo, me atrevo a decir, está la fiebre mesiánica.

Tenemos los nervios de punta: la velocidad, el ruido, los apurones, el smog o smoke fog; el desorden, las deficiencias, el mal regimiento de las ciudades; la inflación, los impuestos, los ladronzuelos que hay por todos lados, los choques, las peleas, la inestabilidad política, la indisciplina de las costumbres …, todas cosas propias de nuestro tiempo.

¿Es eso? HAY ESO; pero no ES ESO.

Peor es la confusión, la inquietud y la falta de asiento y seguridad en las mentes: los falsos profetas, los sembradores de cizaña, los demagogos y sofistas; servidos por los medios de difusión y publicidad más estupendos.

Yo creo que es imposible que la gran mayoría de los hombres se libren por sí solos dese “smog» espiritual que nos envuelve: noticias, noticias y noticias: “música y noticias», como dice LRA 1; bastantes falsas, muchas atemorizadoras y todas disipantes.

¿Qué diablo me importa a mí que a Sukarno lo saquen de Presidente, que en Chicago hayan chocado dos trenes, y que la potrilla Pigüé, hija de Cric, haya ganado en gran forma el premio especial Fomento? Y, sin embargo, lo he leído atentamente ayer por la mañana, maldita sea mi alma.

Pero es chilindrinas al lado de la confusión en lo religioso.

Una señora me escribe preguntándome con mucha instancia por qué celebramos el Domingo en vez del Sábado; un señor me pregunta cómo sabemos seguro que el alma es inmortal; y el Padre Meinvielle me cuenta que un curita alumno mío predica que el Cristianismo actual no procede de Cristo sino del Emperador Constantino.

¿Estamos locos o qué? Estamos, lo menos, atolondrados.

¿Y detrás desto que hay?

Detrás desto hay una cosa que no van a creer: «el desplazamiento de la contemplación por la acción», dicen los sabios.

¿Y eso qué tiene que ver?

Eso viene a ser la supresión del conocimiento en aras de la práctica.

Todo el conocimiento del hombre va encajonado hacia la técnica; toda la inteligencia gastada para hacer el crucero «25 de Mayo».

Ese es el gran mal del mundo moderno, según René Guénon en La Crisis del Mundo Moderno.

Tiene razón en el fondo, sin negar otras muchas causas parciales o subordinadas.

El hombre ha nacido para la contemplación; o sea el conocimiento perfecto; perfecto por su raíz, perfecto por su objeto y perfecto por su modo.

El intelecto es la facultad más noble del animal racional.

La contemplación es lo único que puede dar la felicidad imperfecta en esta vida, y perfecta en la otra: la contemplación de Dios, que nos hará no solamente parecidos sino amalgamados a Dios; una felicidad que aquí no podemos entender bien, sino creerla a través de la experiencia de los grandes místicos y la doctrina de los grandes filósofos.

Josef Pieper es el último que ha hablado deso en forma preclara.

El Diablo ha conseguido que el mundo se haya entregado con desenfreno a la «acción», a la investigación y dominio de lo material, a «la técnica»; que es un arma de dos filos; con la cual se han cortado por el eje muchas cosas eximias; por ejemplo la sabiduría política, el arte del buen gobierno de los pueblos, que parece hoy ausente del mundo.

Pero al Diablo se le escapan muchos preclaros varones; porque cuando hace una olla, siempre se olvida la tapa.

Y las consecuencias deste desorden comienzan a enseñar y escarmentar a muchísimos; pues como dijo el poeta; «lo que erramos en pos de los placeres, nos lo enseña al final la desventura».