Las blasfemias no han de ser difundidas.
Sabemos que hubo un nuevo ataque blasfemo, bajo capa de arte.
No doy referencias, pues eso es lo que quieren los blasfemos…, que se conozca su degeneración…
Simplemente, doy los conocimientos indispensables para tratar bien la controversia provocada.
Quien desee mayor material de estudio, puede ver AQUÍ
Estos son los puntos allí desarrollados:
A.- EL ARTE COMO VIRTUD
B.- EL ARTE Y LA BELLEZA
C.- EL ARTE Y LA VERDAD
D.- EL ARTE Y LA MORAL
E.- ÉPOCAS DEL ARTE OCCIDENTAL
F.- LA CUESTIÓN DEL ARTE MODERNO
Aquí sólo publicamos nuevamente los puntos D y F
***
EL ARTE Y LA MORAL
Destaquemos que las virtudes intelectuales (a excepción de la prudencia, que es virtud perfectísima) no son virtudes propiamente dichas, ya que nada tienen que ver con la honestidad de las costumbres.
Se llaman virtudes tan sólo con relación a su objeto propio, pero puede darse el caso de que esas virtudes intelectuales actúen como pésimos vicios en el orden moral: a un excelente músico o pintor se les llama virtuosos de la música o de la pintura; pero pueden presentar con sonidos y colores atractivos la inmoralidad más procaz.
Las Artes dan un saber hacer, pero ellas no dan el buen uso, al contrario de las virtudes morales que, por definición, no pueden más que obrar bien. En efecto, la voluntad, con la ayuda de la prudencia, da la bondad o la malicia a nuestros actos, según que ella siga o no la recta razón.
Una voluntad mala podrá usar del Arte conforme a sus malas inclinaciones: he aquí la raíz del arte desviado.
La razón de la antinomia del Arte reside en la naturaleza caída del hombre: el Arte es algo que tiene que ver con lo divino por una parte, y, por otra, está alojado en un sujeto corruptible, fácil al descarrío. El artista suele pasar su alma a su obra con todos sus defectos; o por lo menos puede fácilmente hacerlo.
La Belleza es el resplandor de la Verdad y del Bien a través o por medio de las cosas sensibles; y el hombre está demasiado apegado a lo sensible, y sus sentidos están desordenados.
De ahí que el Arte se convierta tan fácilmente en fautor de disipación, de disolución e, incluso, de idolatría; y en el que lo crea, en fomento de soberbia o de borrachera intelectual.
El Arte es un lujo intelectual; y el alma lujosa orilla el orgullo. El Arte es un juego, juega a la creación, como Dios; y por eso está cerca de la idolatría.
Esto explica las inmensas desviaciones o aberraciones que hallamos en su historia; la desconfianza que han nutrido hacia él muchos hombres religiosos; e incluso las monstruosidades en que se ha precipitado en nuestros días el llamado «arte moderno».
Una sección del arte de hoy se ha sublevado contra la misma naturaleza: hacen poemas sin sentido, es decir, insensatos; quieren pintar cuadros sin objetos, como si el ojo, sujeto de la pintura, pudiese ver la luz en sí misma y no refractada en las cosas.
El arte moderno blasfema contra el Creador, pretende descrear; busca la fealdad, por ejemplo lo inarmónico, lo disonante, lo antirracional, lo imposible, incluso lo monstruoso.
Blasfema cuando, preso de extraño furor, intenta demoler las formas naturales y proyectar del fondo del alma lo deforme.
Blasfema cuando pretende encerrar en la poesía y en la plástica la desesperación o la negación satánica.
Blasfema cuando usa los instrumentos de la expresión para aniquilar en los corazones no solamente la religión, más aún, la esperanza natural, el equilibrio, el entendimiento y la cordura.
Signo de nuestro tiempo, el arte caótico y degenerado no hace más que expresar en sus extravíos a la época atea y convulsa. No se puede ya hablar solamente de inmoralidad o corrupción; directamente es degeneración.
Esto nos obliga a tener en cuenta el orden jerárquico de valores constitutivos de la cultura y el de los sectores de la misma. De allí se sigue que el valor de belleza del hacer artístico se subordina al valor espiritual del bien honesto del orden moral.
De la misma manera, si bien el Arte tiene su autonomía y su propia perfección se constituye en la medida de la realización de la belleza, sin embargo, no es independiente, se subordina al Orden Moral.
Por lo tanto, no basta que la actividad artística sea buena como tal, con la realización de belleza; es menester que tal realización se subordine al valor moral para que realmente contribuya efectivamente al bien humano.
Por ejemplo, una obra artísticamente bella puede atentar contra el bien honesto. En este caso, la obra artística no deja de ser bella, pero es moralmente mala y, como tal, deja de ser obra de cultura pues pierde su finalidad suprema de perfeccionamiento integral del hombre.
El conflicto entre el Arte y la Moral viene de lejos, a causa de la flaqueza humana. En caso de choque real entre el Arte y la Moral, hemos de mandar por la borda al arte y anteponer la rectitud de la vida, la sanidad mental y la integridad del alma.
Esta actitud se fundamenta en dos principios:
1º)
El artista es hombre: como artista está sometido al cetro del Arte; como hombre al cetro de la Moral. Pero es primero hombre que artista; porque, si perece el hombre, perece todo.
De modo que hay una verdadera primacía de la prudencia en el campo de la voluntad.
Por lo tanto, si una obra me puede hacer daño a mí mismo, no la puedo hacer; si puede hacer daño a los demás, no la puedo publicar.
El escándalo, aquello que proporciona al prójimo ocasión de pecar, es un pecado de suyo muy grave contra la caridad, y debe ser evitado.
2º)
La conducta está sujeta a la Verdad: el prudente, que cela la moral, maneja cosas contingentes; el artista, que tiende a la verdad, maneja cosas eternas.
De modo que hay una verdadera primacía del Arte en el campo del intelecto.
Por lo tanto, un «artefacto» que sea real y verdaderamente una obra de Arte, una manifestación de la Verdad, no puede ser inmoral en sí mismo; aunque pueda hacer daño per accidens a algunas personas, las cuales deben apartarse o ser apartadas de ella.
Aquí entra la función del Príncipe, del Padre de familia, del Confesor: defender la decencia pública o la de las almas encomendadas es oficio de la Autoridad; defenderse a sí mismo es oficio de cada uno, según la edad.
***
LA CUESTIÓN DEL ARTE MODERNO
Cuando enfrentamos la «cuestión del arte moderno» nos encontramos ante un problema mucho más profundo: estamos ante un fenómeno más serio que la simple trasgresión a las leyes de la decencia o de la prudencia; estamos ante una corrupción de la inteligencia… llevada a cabo, muchas veces, por hombres muy inteligentes…
No se puede juzgar hoy día con criterios simples: hay que analizar teniendo en cuenta muchos elementos.
Juzgar a los artistas antiguos es como hacer un análisis de dos elementos: fondo y forma, talento y ejecución, etc.
Juzgar a los modernos artistas parece uno de esos complicados análisis de química orgánica; a veces parecen análisis de excrementos para hacer un diagnóstico…
Para intentar una clasificación, supongamos cuatro elementos fundamentales:
1º) el don artístico.
2º) el equilibrio biológico.
3º) la intención.
4º) el influjo del espíritu de la época.
Para poner un ejemplo concreto, tomemos a Picasso: es a la vez un gran talento pictórico, un desequilibrado y un vivo, que encima refleja nuestra época.
Combinando esos elementos podemos obtener los siguientes tipos de artistas enteramente diferentes y distinguibles:
1º) sin talento = mediocre.
2º) sin talento y avivado = parásito.
3º) talentoso desequilibrado = deforme.
4º) talentoso resentido = fiera.
5º) talentoso dominado por el desorden de la época = destructor.
6º) demoníaco = perverso.
7º) talentoso equilibrado = gran artista.
La mediocridad no es permitida en Arte.
En un tiempo y en un medio en que no funcionan los controles normales de la inteligencia, el parásito, el mediocre avivado, puede tener talento para vivir, es decir astucia… aservilándose a una propaganda. La propaganda a base de mentiras es uno de los fenómenos de nuestro tiempo. Una vez que el parásito sirve a la propaganda, la propaganda que tiene el arte de fingir el arte lo sirve a él dándole el talento que no tiene.
Los que siguen -el deforme, la fiera, el destructor y el perverso– tienen talento. Pero el talento no basta.
La nota que caracteriza a estos cuatro tipos es el desequilibrio, un desequilibrio de cualquier clase, aunque más no sea la falta de formación, es decir, la falta de una buena filosofía, de un contenido intelectual.
Otra nota que los distingue es el ser presa, de una u otra manera, del desorden de la época. Son creadores del arte incomprensible, útil solamente a los sabios modernos: los psicólogos, los sociólogos y los psiquiatras, y sus víctimas.
Estos desequilibrados, que a veces parecen empeñados en destruir hasta la razón humana, tienen talento y son sinceros; eso es lo peligroso: son sofisticados, distintos del ignorante y del sofista:
– El ignorante se engaña a sí mismo, pero no engaña.
– El sofista engaña a otros, pero no se engaña a sí mismo.
– El sofisticado se engaña a sí mismo y a otros; es la primera presa del error que difunde, de la enfermedad que contagia.
Nos enfrentamos con sofisticados. Estamos frente a talentosos que no son vulgares sofistas que se proponen engañar. Pero ahí enfrente hay una cosa monstruosamente torcida; una cosa mala, poco humana, peligrosa y deletérea.
El artista crea con su alma; y si su alma está desviada, envenenada o endemoniada, la proyecta fuera de sí con una gran fuerza contagiosa.
A veces parecería que estos modernos artistas odian a la sociedad e incluso a toda la especie humana, y que quisieran vengarse de ella haciendo sigilosamente todo el daño que puedan: entristeciendo, ensuciando, desequilibrando, desesperando, enloqueciendo.
Y tal vez no es así…; tal vez es algo peor: no es intencionado, sino degenerado = degeneración de la razón humana, corrupción del intelecto.
La conclusión de todo esto es que hoy en día la lucha no es ya entre el Arte y la Moral, sino entre Dios y el demonio en el campo del Arte. La confusión reina; de donde se sigue que la prudencia es más necesaria que nunca.
El Arte necesariamente tiene que hacer mucho bien o mucho mal, porque su objeto es un Trascendental, la Belleza, que es uno de los Nombres de Dios.
Gracias a Dios existirá siempre el gran artista equilibrado. La razón, el orden, la tradición tendrán siempre sus pilares. Se les irá haciendo cada vez más dura la vida. Cuando la presión sea intolerable, los pocos artistas fieles se volverán profetas.