EL ARTE
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ÍNDICE
A.- EL ARTE COMO VIRTUD
B.- EL ARTE Y LA BELLEZA
C.- EL ARTE Y LA VERDAD
D.- EL ARTE Y LA MORAL
E.- ÉPOCAS DEL ARTE OCCIDENTAL
1º) La Cristiandad
2º) Humanismo-Renacimiento-Protestantismo
3º) La Modernidad
F.- LA CUESTIÓN DEL ARTE MODERNO
A.- EL ARTE COMO VIRTUD
El Arte forma parte de las virtudes prácticas, las cuales pertenecen, junto con las virtudes especulativas, a las virtudes intelectuales, distintas de las virtudes morales.
Las virtudes son perfecciones adquiridas que regulan el uso de nuestra inteligencia y de nuestra voluntad a fin de hacerlas cada vez más aptas al objetivo que procuran: la verdad y el bien.
Las virtudes intelectuales perfeccionan nuestra inteligencia en orden a sus propias operaciones. Son cinco: Entendimiento, Ciencia, Sabiduría, Prudencia y Arte.
Las tres primeras residen en el entendimiento especulativo, que se dedica a la contemplación de la verdad; y las dos últimas en el entendimiento práctico, que se ordena a la operación.
Entendimiento: se le conoce también con el nombre de hábito de los primeros principios, ya que dispone para recibirlos rápidamente. Si se refiere a los primeros principios especulativos, recibe el nombre de entendimiento; si a los prácticos, se denomina sindéresis.
Ciencia: dispone al entendimiento especulativo para deducir con facilidad y prontitud, por sus causas propias y próximas, las conclusiones que se derivan de los principios conocidos. Por eso se llama también hábito de las conclusiones.
Sabiduría: tiene por objeto el conocimiento de las cosas por sus últimas y supremas causas. Juzga por ellas las conclusiones y los mismos principios.
Prudencia: es la recta razón en el obrar, o sea, en las acciones individuales y concretas que se han de realizar. Por su misma esencia es una virtud intelectual, porque perfecciona y reside en el entendimiento práctico; pero por la materia en que se ejercita es una virtud moral en cuanto dirige y gobierna los actos humanos en orden a su moralidad.
Arte: es la recta razón de lo factible, o sea, de las cosas exteriores que se han de ejecutar.
Los artesanos y los artistas participan del Arte, campo inmenso y variado del saber hacer.
B.- EL ARTE Y LA BELLEZA
Existen infinidad de artes mecánicas, todas ellas perfeccionadas por la virtud intelectual del Arte.
El Arte en general tiende a hacer una obra; pero algunas Artes tienden a hacer una obra bella, y en eso difieren esencialmente de todas las demás artes.
Por lo tanto, entre las Artes se distinguen de una manera particular las Bellas Artes, destinadas particularmente a producir belleza.
Desde la antigüedad son clásicas las cinco principales Bellas Artes: Literatura, Música, Pintura, Escultura y Arquitectura.
Literatura: género de producciones del entendimiento humano, que tienen por fin próximo expresar lo bello por medio de la palabra.
La poesía es la expresión artística de la belleza por medio de la palabra sujeta a la medida y cadencia, de que resulta el verso.
Música: arte de combinar los sonidos de un modo agradable. Por las impresiones físicas del sonido, la música obra sobre nosotros y determina ciertas sensaciones, emociones o ideas.
Pintura: es la representación de los seres por medio de las líneas y los colores.
Escultura: arte de modelar, tallar y esculpir en piedra, madera, metal u otra materia conveniente, representando de bulto un objeto.
Arquitectura: arte de disponer toda clase de construcciones según su objeto y las condiciones o necesidades que de él se derivan. Atiende a satisfacer las necesidades físicas y morales de los pueblos. De lo dicho se deduce que las obras de la arquitectura son ante todo de utilidad; pero siendo innato en el hombre el sentimiento de lo bello, se ha tratado siempre de hermanar aquella cualidad con el ornato.
La obra para la cual trabajan las demás Artes se halla ordenada a la utilidad del hombre; es, por lo tanto, un puro medio, y está toda entera contenida en un género material determinado.
En cambio, la obra en la que trabajan las Bellas Artes está ordenada a la Belleza. En cuanto obra bella es ya un fin, se basta a sí misma; y, si bien en tanto que es obra a hacer es material, en cuanto que es bella pertenece al reino del espíritu y se sumerge en la trascendencia y en la infinidad del ser.
Las Bellas Artes se destacan, pues, en el género Arte, como el hombre se destaca en el género animal. Y lo mismo que el hombre, son a la manera de un horizonte en el que vendrían a tocarse la materia y el espíritu. Tienen un «alma espiritual»; de donde se les siguen muchas propiedades distintivas.
Su contacto con la Belleza modifica en ellas algunos caracteres del arte en general, principalmente en lo que concierne a las reglas del arte; y, al contrario, acentúa y lleva a una especie de exceso de otros caracteres genéricos de la virtud artística, entre las cuales, en primer lugar, su carácter de intelectualidad y su semejanza con las virtudes especulativas.
¿Por qué sucede esto? La realidad sensible (con mayor razón la inmaterial) tiene muchos secretos, oculta muchas cosas a los sentidos; incluso el espíritu humano es incapaz de aprehender el todo de cada ser.
Las Bellas Artes deben revelar lo que está oculto en las cosas a los simples sentidos; deben hacer inteligible la realidad y aprehenderla en plenitud por medio de la expresión simbólica.
Las Bellas Artes tienen por fin general la manifestación de lo verdadero y de lo bueno mediante lo bello, representando lo verdadero y lo bello a través de signos sensibles.
Debemos comprender, entonces, cómo la Belleza está en dependencia de la Verdad, puesto que ella está relacionada con el Arte, virtud intelectual.
C.- EL ARTE Y LA VERDAD
Las Bellas Artes intentan encarnar la Belleza en formas concretas, puesto que dependen de la función práctica de la inteligencia. Tienen por misión presentar al hombre lo verdadero bajo su resplandor más puro a fin de cautivar su inteligencia y de elevarlo hacia el Creador, la Verdad misma.
Tanto por lo que toca al Arte en general, como por lo que atañe a la Belleza, la que tiene el primado en la obra de arte es la inteligencia: «la razón es el primer principio de todas las obras humanas» (I-II, q. 58, a. 2).
El Arte como tal no consiste en imitar, sino en hacer, componer o construir; y eso según las leyes del objeto mismo al que ha de darse el ser. Esta exigencia de su concepto genérico tiene absoluta primacía en el Arte; y darle como fin esencial la representación exacta de lo real, es destruirlo.
Pero, si el Arte en tanto que arte es ajeno a la imitación, las Bellas Artes en tanto que ordenadas a la Belleza tienen con la imitación una cierta relación, por lo demás bastante difícil de precisar.
Se engañaría de medio a medio quien conservase siempre para la palabra imitación su significación vulgar de reproducción o de representación exacta de una realidad dada. Tratemos de afinar esta idea de la imitación en las Bellas Artes.
Estas apuntan a producir, por el objeto que hacen, el goce o la delectación de la inteligencia mediante la intuición de los sentidos. Este goce no es el goce del acto mismo de conocer, goce de saber, goce de lo verdadero. Es una alegría que desborda de este acto, cuando el objeto al cual se refiere tiene una proporción excelente con la inteligencia.
De este modo, este goce supone un conocer, y cuanto más haya de conocimiento, o de cosas ofrecidas a la inteligencia, más vasta será la posibilidad de gozo.
Por eso las Bellas Artes no se detienen principalmente ni en las formas, ni en los colores, ni en los sonidos, ni en las palabras tomados en sí mismos y como cosas, sino que los toma también como signos, es decir, como que hacen conocer otra cosa distinta de ellos. La cosa significada puede, a su vez, ser signo.
Cuanto más cargado de significación esté el objeto de las Bellas Artes más vasta, rica y elevada será la posibilidad de goce y de belleza.
Es en este sentido que las Bellas Artes son artes de imitación, es decir, artes que realizan la belleza de la obra y procuran gozo al alma sirviéndose de la imitación: proporcionando, por medio de ciertos signos sensibles, algo distinto de lo que esos signos presentan espontáneamente al espíritu.
Pero como el goce procurado por lo bello no consiste formalmente en el acto mismo de conocer lo real (en el acto de conformidad con lo que es), no depende en modo alguno de la perfección de la imitación como reproducción de lo real o de la exactitud de la representación.
La imitación, como reproducción o representación de lo real (la imitación materialmente considerada) no es más que un medio, no un fin.
Los signos sensibles del arte (ritmos, sonidos, líneas, colores, formas, volúmenes, palabras, metros, rimas, imágenes) constituyen la materia próxima del arte. Las cosas hechas presentes al alma por esos signos sensibles son la materia remota que el artista dispone y sobre la cual debe hacer brillar el resplandor de una forma, la luz del ser.
Signos y cosas significadas no son más que un elemento material de la belleza de la obra. Proponerse como fin la perfección de la imitación materialmente considerada, sería ordenarse a lo que es puramente material en la obra de arte, e imitar servilmente.
Lo que se requiere no es que la representación sea exactamente conforme a una realidad dada, sino que, a través de los elementos materiales de la belleza de la obra, se transparente bien, soberana y entera, la claridad de una forma, y, por lo tanto, de alguna verdad.
No se trata de la claridad o facilidad con que la obra evoque objetos ya conocidos, cosas (ideas o sentimientos). Las cosas mismas evocadas no son para el artista otra cosa que materiales y medios, signos.
Si el goce de la obra bella procede de alguna verdad, no procede empero de la verdad de la imitación como reproducción de las cosas, sino que procede de la perfección con que la obra expresa o manifiesta la forma, en el sentido metafísico del término: viene de la verdad de la imitación como manifestación de una forma.
He aquí lo formal de la imitación en el arte: la expresión o la manifestación de algún principio secreto de inteligibilidad que resplandece.
La imitación de las cosas no es en manera alguna el fin del arte; sin embargo, el arte no puede construir su propia realidad autónoma sin comenzar por discernir en lo que existe las formas que él manifiesta, y sin parecerse así a las cosas de una manera más profunda y más misteriosa que lo que podría lograrlo cualquier evocación directa.
Agreguemos que una necesidad más estrecha de imitación o significación se impone al arte en razón de la facultad que está en juego, pues es preciso que la inteligencia goce. Y dado que ella es soberanamente cognoscitiva e inclinada al objeto, no puede disfrutar de gozo completo si no conoce de una manera suficientemente viva el objeto que le es significado, puesto que la inteligencia exige percibir o reconocer en la obra algún elemento legible.
En una cierta medida, el artista siempre hace violencia a la naturaleza; sin embargo, si no tuviera en cuenta esta exigencia, pecaría contra las condiciones materiales o subjetivas que el arte está humanamente obligado a satisfacer.
Empero, sigue siendo verdad que, si entendemos por imitación la reproducción o copia exacta de lo real, no hay arte de imitación. Las artes de imitación no apuntaban ni a copiar las apariencias de la naturaleza, ni a figurar el ideal, sino a hacer un objeto bello manifestando una forma con ayuda de signos sensibles.
El artista no puede extraer esta forma toda entera de su espíritu creador, sino que ha de buscarla primeramente y ante todo en el inmenso tesoro de las cosas creadas: la naturaleza sensible, el mundo de las ideas, y el mundo interior de su alma.
Desde este punto de vista el artista es ante todo un hombre que ve más profundamente que los demás, y que descubre en lo real resplandores espirituales que los otros no saben discernir, y que sólo se profieren en su obra.
Pero, para hacer brillar esos resplandores en su obra, para ser verdaderamente dócil y fiel al espíritu invisible que se oculta en las cosas, el artista puede y debe deformar en cierta medida, reconstruir, transfigurar las apariencias materiales de la naturaleza. Siempre lo que la obra expresa es una forma engendrada en el espíritu del artista y nacida verdaderamente en ese espíritu.
El arte, en su fondo, sigue siendo esencialmente fabricador y creador; es la facultad de producir una criatura nueva, capaz de emocionar, a su vez, a un alma humana. Esta criatura nueva es el fruto de un matrimonio espiritual que une la actividad del artista a la pasividad de una materia dada.
De ahí procede en el artista el sentimiento de su dignidad particular: es como un asociado de Dios en la factura de las obras bellas; desarrollando las facultades que el Creador puso en él, y usando de la materia creada, crea en segundo grado: «operatio artis fundatur super operationem naturæ, et hæc super creationem»
La creación artística no copia la de Dios, la continúa. Y así como el vestigio y la imagen de Dios aparecen en sus criaturas, así la marca humana está impresa sobre la obra de arte.
El arte no está sujeto del todo a las necesidades impuestas por la naturaleza, y tiene sus leyes propias. El artista se halla respecto de la naturaleza en una doble relación: es al mismo tiempo su amo y su esclavo. Su esclavo, en el sentido de que debe obrar con medios terrestres si quiere ser comprendido; su amo, en el sentido de que somete esos medios y los hace servir a sus altas intenciones.
El artista quiere hablar al mundo mediante un conjunto; pero ese conjunto no lo halla en la naturaleza; es el fruto de su propio espíritu o, si se quiere, su espíritu es fecundado por el soplo de un aliento divino.
Antes que por una acción transeúnte la obra de arte proceda del arte a la materia, la concepción misma del arte ha debido proceder en el interior del alma por una acción inmanente y vital, como la procesión del verbo mental: «Processus artis est duplex, scilicet artis a corde artificis, et artificiatorum ab arte».
Si el artista estudia y ama la naturaleza tanto o más que las obras de los grandes maestros, no es para copiarla, sino para fundarse en ella. No le basta ser discípulo de los maestros; debe ser discípulo de Dios, pues Dios conoce las reglas de la fabricación de las obras bellas.
El antiguo adagio «Ars imitatur naturam», no significa «El arte imita a la naturaleza reproduciéndola», sino antes bien «El arte imita a la naturaleza haciendo u obrando como ella»
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«Ars imitatur naturam in sua operatione» (I, q. 117, a. 1).
La naturaleza importa esencialmente al artista porque es una derivación del arte divino en las cosas; el artista, sépalo o no, consulta a Dios cuando mira las cosas.
La naturaleza resulta así el primer estímulo y el primer regulador del artista, y no un ejemplo que ha de calcarse servilmente.
Los verdaderos artistas la necesitan, la temen y la reverencian; pero con un temor casto, no con un temor de esclavo. La imitan, pero con una imitación verdaderamente filial, y según la agilidad creadora del espíritu, no con una imitación literal y servil.
D.- EL ARTE Y LA MORAL
Destaquemos que las virtudes intelectuales (a excepción de la prudencia, que es virtud perfectísima) no son virtudes propiamente dichas, ya que nada tienen que ver con la honestidad de las costumbres.
Se llaman virtudes tan sólo con relación a su objeto propio, pero puede darse el caso de que esas virtudes intelectuales actúen como pésimos vicios en el orden moral: a un excelente músico o pintor se les llama virtuosos de la música o de la pintura; pero pueden presentar con sonidos y colores atractivos la inmoralidad más procaz.
Las Artes dan un saber hacer, pero ellas no dan el buen uso, al contrario de las virtudes morales que, por definición, no pueden más que obrar bien. En efecto, la voluntad, con la ayuda de la prudencia, da la bondad o la malicia a nuestros actos, según que ella siga o no la recta razón.
Una voluntad mala podrá usar del Arte conforme a sus malas inclinaciones: he aquí la raíz del arte desviado.
La razón de la antinomia del Arte reside en la naturaleza caída del hombre: el Arte es algo que tiene que ver con lo divino por una parte, y, por otra, está alojado en un sujeto corruptible, fácil al descarrío. El artista suele pasar su alma a su obra con todos sus defectos; o por lo menos puede fácilmente hacerlo.
La Belleza es el resplandor de la Verdad y del Bien a través o por medio de las cosas sensibles; y el hombre está demasiado apegado a lo sensible, y sus sentidos están desordenados.
De ahí que el Arte se convierta tan fácilmente en fautor de disipación, de disolución e, incluso, de idolatría; y en el que lo crea, en fomento de soberbia o de borrachera intelectual.
El Arte es un lujo intelectual; y el alma lujosa orilla el orgullo. El Arte es un juego, juega a la creación, como Dios; y por eso está cerca de la idolatría.
Esto explica las inmensas desviaciones o aberraciones que hallamos en su historia; la desconfianza que han nutrido hacia él muchos hombres religiosos; e incluso las monstruosidades en que se ha precipitado en nuestros días el llamado «arte moderno».
Una sección del arte de hoy se ha sublevado contra la misma naturaleza: hacen poemas sin sentido, es decir, insensatos; quieren pintar cuadros sin objetos, como si el ojo, sujeto de la pintura, pudiese ver la luz en sí misma y no refractada en las cosas.
El arte moderno blasfema contra el Creador, pretende descrear; busca la fealdad, por ejemplo lo inarmónico, lo disonante, lo antirracional, lo imposible, incluso lo monstruoso.
Blasfema cuando, preso de extraño furor, intenta demoler las formas naturales y proyectar del fondo del alma lo deforme.
Blasfema cuando pretende encerrar en la poesía y en la plástica la desesperación o la negación satánica.
Blasfema cuando usa los instrumentos de la expresión para aniquilar en los corazones no solamente la religión, más aún, la esperanza natural, el equilibrio, el entendimiento y la cordura.
Signo de nuestro tiempo, el arte caótico y degenerado no hace más que expresar en sus extravíos a la época atea y convulsa. No se puede ya hablar solamente de inmoralidad o corrupción; directamente es degeneración.
Esto nos obliga a tener en cuenta el orden jerárquico de valores constitutivos de la cultura y el de los sectores de la misma. De allí se sigue que el valor de belleza del hacer artístico se subordina al valor espiritual del bien honesto del orden moral.
De la misma manera, si bien el Arte tiene su autonomía y su propia perfección se constituye en la medida de la realización de la belleza, sin embargo, no es independiente, se subordina al Orden Moral.
Por lo tanto, no basta que la actividad artística sea buena como tal, con la realización de belleza; es menester que tal realización se subordine al valor moral para que realmente contribuya efectivamente al bien humano.
Por ejemplo, una obra artísticamente bella puede atentar contra el bien honesto. En este caso, la obra artística no deja de ser bella, pero es moralmente mala y, como tal, deja de ser obra de cultura pues pierde su finalidad suprema de perfeccionamiento integral del hombre.
El conflicto entre el Arte y la Moral viene de lejos, a causa de la flaqueza humana. En caso de choque real entre el Arte y la Moral, hemos de mandar por la borda al arte y anteponer la rectitud de la vida, la sanidad mental y la integridad del alma.
Esta actitud se fundamenta en dos principios:
1º)
El artista es hombre: como artista está sometido al cetro del Arte; como hombre al cetro de la Moral. Pero es primero hombre que artista; porque, si perece el hombre, perece todo.
De modo que hay una verdadera primacía de la prudencia en el campo de la voluntad.
Por lo tanto, si una obra me puede hacer daño a mí mismo, no la puedo hacer; si puede hacer daño a los demás, no la puedo publicar.
El escándalo, aquello que proporciona al prójimo ocasión de pecar, es un pecado de suyo muy grave contra la caridad, y debe ser evitado.
2º)
La conducta está sujeta a la Verdad: el prudente, que cela la moral, maneja cosas contingentes; el artista, que tiende a la verdad, maneja cosas eternas.
De modo que hay una verdadera primacía del Arte en el campo del intelecto.
Por lo tanto, un «artefacto» que sea real y verdaderamente una obra de Arte, una manifestación de la Verdad, no puede ser inmoral en sí mismo; aunque pueda hacer daño per accidens a algunas personas, las cuales deben apartarse o ser apartadas de ella.
Aquí entra la función del Príncipe, del Padre de familia, del Confesor: defender la decencia pública o la de las almas encomendadas es oficio de la Autoridad; defenderse a sí mismo es oficio de cada uno, según la edad.
E.- ÉPOCAS DEL ARTE OCCIDENTAL
Para caracterizar a grandes rasgos las épocas del arte occidental, lo mejor es atender a los motivos y finalidades de la obra figurativa.
Podemos distinguir tres épocas:
1º) La Cristiandad
El Arte de este período «mira a Dios en función de Dios», y comprende los estilos Prerrománico, Románico y Gótico.
El carácter de aquel Arte depende estrechamente de su función religiosa, no tiene otro fin que el servicio de Dios.
Lo sobrenatural es el tema exclusivo del arte; tanto los edificios como las imágenes tienen carácter sacro, y expresan en signos sensibles la experiencia de algo que en realidad supera toda experiencia.
Con el Gótico, el templo se convierte en imagen del cielo: un ámbito de luz elevado y cristalino, lleno de reflejos de una sobrenatural piedra preciosa y de sones de una música celeste.
2º) Humanismo-Renacimiento-Protestantismo
Con el Humanismo comienza un período en el que el Arte «mira a Dios en función del hombre». Con ello queda transformada enteramente la función del Arte: empieza en esta época el estudio del natural; poco a poco, el hombre adquiere una nueva importancia, y el arte se siente capaz, no sólo de elevar al espíritu, sino también de deleitar los sentidos.
Además, se inicia un Arte que no está ya relacionado con el culto, sino con nuevos temas puramente mundanos. La consecuencia es que se constituye un segundo polo del Arte: el secular, en las esferas privadas del castillo y luego de la casa burguesa.
Con los estilos Renacentista, Barroco y Rococó el Arte se coloca bajo el signo del Hombre-dios.
Las consecuencias más patentes son que de la naturaleza humana se destaca exclusivamente su grandeza, negligiendo su pequeñez y su miseria; la figura capital de la época es el «gran hombre», el «divino», tanto en la esfera del espíritu como en la de la actividad mundana; el cuerpo humano es objeto de una exaltada transfiguración e irrumpe la desnudez, dado que la hermosura corporal es creída reflejo de la hermosura del espíritu, de la pureza y de la verdad.
Por ejemplo, Jesucristo es concebido ante todo como resucitado, el vencedor de la muerte, en su nobleza y dignidad, en su fuerza y hermosura, con un cuerpo de atleta; incluso en su muerte y martirio se percibe su fuerza victoriosa.
Otro detalle, la tierra y el cielo se interpenetran, lo que se refleja materialmente en la pintura de techos; el sentimiento central de la religiosidad es el del triunfo; el arco de triunfo aparece en la fachada; se repite en un estilo universal de altar con la columna de triunfo; las ascensiones y apoteosis son los temas centrales y predominantes en la pintura religiosa; el templo culmina en la gloria de las ligeras cúpulas.
Junto al templo y con igual rango, aparece la mansión del «gran hombre», que se constituye en tarea artística total, con su iconografía propia, en sus dos formas respectivamente rural y urbana: el castillo y el palacio. Cada vez más los castillos asumen el carácter de lugares del culto al gran hombre.
3º) La Modernidad
El arte Moderno comienza por «mirar al hombre en función del hombre», brindándole lo que agrada; transita por el «mirar al hombre en función de la materia», dedicándose a lo que sirve; para terminar en «la negación de la materia», con lo antiestético, lo feo, la cultura de la fealdad.
La modernidad está dominada por el abismo abierto entre Dios y el hombre que se cree autónomo, y por la sustitución del Dios Trinitario por nuevos dioses e ídolos: la Naturaleza (panteísmo), la Razón (deísmo), el Arte (esteticismo), la Máquina (materialismo), el Caos (antiteísmo, nihilismo).
Todo demuestra que, incluso aparentemente secularizado, el objeto y el carácter del Arte Moderno quedan determinados por una fe religiosa o un sustituto de la misma: un trascender del hombre no hacia arriba, sino hacia abajo.
Como estilos de la Modernidad encontramos:
El Neoclasicismo: se caracteriza por su conformidad con los principios de los escritores que en lo equilibrado, elegante y sereno de la forma se parecían a los antiguos. Del campo literario el concepto se extendió al de las demás Bellas Artes.
La Ilustración: espíritu característico de la cultura del siglo XVIII y conjunto de escritores que lo cultivan y representan.
El Romanticismo: cambio en la orientación general de la cultura desde fines del siglo XVIII al primer tercio del siglo XIX. Comienza en Inglaterra y Alemania. Sus caracteres son: subjetivismo, exaltación de la personalidad individual, oposición a las normas clásicas resaltadas por el Renacimiento, revalorización de la Edad Media y de las tradiciones nacionales. Predominio del sentimentalismo y de la fantasía, ausencia del espíritu práctico.
El Realismo: doctrina estética que hace consistir la belleza artística en la imitación de la naturaleza.
El Naturalismo: escuela literaria del siglo XIX opuesta al Romanticismo, que halla su forma estética en el realismo y su expresión perfecta en la filosofía positivista.
El Impresionismo: se presenta como una prolongación del Realismo; nace bajo su influencia y adopta, como él, los temas de la vida cotidiana. Se manifiesta escasamente en la Literatura y en la Música, no se conoce una Arquitectura impresionista, y resulta difícil hablar de escultores impresionistas. El Impresionismo se revela principalmente en la Pintura. Se sitúa en la cumbre de los estudios pictóricos sobre la luz que nacen en el Renacimiento. Deriva este nombre del hecho de pretender sus seguidores trasladar sobre el lienzo su particular impresión del objeto considerado, haciendo para ello centro del cuadro la atmósfera luminosa que rodea ese objeto. Obtienen el efecto especialmente con la resolución de las luces en los colores que las componen según el análisis espectral y contrastando masas y sombras, concebidas las últimas como luces menores. Propone así cuadros luminosos en antítesis con los sepias consagrados por la tradición. Cambia los paradigmas tradicionales sobre el color y la visión. Cuestiona la importancia de la representación, las poses y la composición tradicional.
El Simbolismo: escuela literaria iniciada en Francia, la cual, como reacción contra la impersonalidad de la poesía parnasiana, aspira a una expresión más alusiva y simbólica que representativa.
El Modernismo: movimiento romántico, individualista y antihistórico que entre 1890 y 1910 se difundió por Europa y tuvo principalmente tendencia decorativa y acentuó el valor decorativo de la línea curva de carácter floral o geométrico. La corriente literaria tuvo como representante a Rubén Darío.
El Fauvismo: movimiento pictórico que surgió como reacción contra el análisis impresionista.
El Futurismo: es más bien una manera de pensar y de vivir de sus creadores, los cuales expresan su descontento y rebeldía ante el tipo de arte clásico del momento, alaban el presente y creen firmemente en el futuro. Se inicia en la primera década del siglo XX, en Milán, mientras el Cubismo aparece en Francia. Las técnicas que utiliza en sus obras son el concepto de simultaneidad, la abolición de la perspectiva espacial y temporal, el puntillismo y el cubismo.
El Cubismo: escuela pictórica que pretende la representación integral de figuras y paisajes aplicando a la pintura las figuras geométricas; simbolizando en el cubo su ideal representativo de la tercera dimensión. Sus principios fundamentales son la simultaneidad de los puntos de vista y la fragmentación como representación del movimiento.
El Expresionismo: escuela y tendencia estética que, reaccionando contra el impresionismo, propugna la intensidad de la expresión sincera aun a costa del equilibrio formal. Para ella, la realidad se ve a través de la subjetividad, y la obra de arte es su expresión. De ahí el nombre de expresionismo. No se pretende una creación que sea un retrato de la realidad, sino una realidad en sí misma.
El Dadaísmo: toma su nombre de «dada», bisílabo en el que se quiere reconocer la primera palabra articulada por el niño. En el programa del movimiento artístico que apareció en 1917 figuraban como puntos principales el desprecio del público y la ausencia de toda significación racional, por la supresión de relaciones entre el pensamiento y la expresión.
El Surrealismo: surge a principios de los años veinte de un grupo de poetas procedentes del dadaísmo parisino. Frente al anárquico impulso de destrucción que imperaba en los dadaístas, el Surrealismo pretende definir una práctica artística alternativa a la tradicional. Tras este propósito late la utopía de un hombre nuevo en una sociedad nueva. Los surrealistas la buscan abandonando toda preocupación por el estilo y liberando el mundo de lo inconsciente, que había sido «revelado» por el psicoanálisis de Freud. Intenta poner en contacto el subconsciente del artista con la obra de arte, eliminando la consciencia y los límites de la razón en el acto creativo. Se sirve de múltiples caminos para ello: los sueños, los mitos, la fantasía, las visiones obsesivas, las alucinaciones que producen las drogas, la escritura mecánica. El surrealismo es inmediato, irreflexivo y está despojado de toda referencia a lo real.
El Arte Cinético: relativo al movimiento
El «Op Art»:
El «Pop Art»:
F.- LA CUESTIÓN DEL ARTE MODERNO
Cuando enfrentamos la «cuestión del arte moderno» nos encontramos ante un problema mucho más profundo: estamos ante un fenómeno más serio que la simple trasgresión a las leyes de la decencia o de la prudencia; estamos ante una corrupción de la inteligencia… llevada a cabo, muchas veces, por hombres muy inteligentes…
No se puede juzgar hoy día con criterios simples: hay que analizar teniendo en cuenta muchos elementos.
Juzgar a los artistas antiguos es como hacer un análisis de dos elementos: fondo y forma, talento y ejecución, etc.
Juzgar a los modernos artistas parece uno de esos complicados análisis de química orgánica; a veces parecen análisis de excrementos para hacer un diagnóstico…
Para intentar una clasificación, supongamos cuatro elementos fundamentales:
1º) el don artístico.
2º) el equilibrio biológico.
3º) la intención.
4º) el influjo del espíritu de la época.
Para poner un ejemplo concreto, tomemos a Picasso: es a la vez un gran talento pictórico, un desequilibrado y un vivo, que encima refleja nuestra época.
Combinando esos elementos podemos obtener los siguientes tipos de artistas enteramente diferentes y distinguibles:
1º) sin talento = mediocre.
2º) sin talento y avivado = parásito.
3º) talentoso desequilibrado = deforme.
4º) talentoso resentido = fiera.
5º) talentoso dominado por el desorden de la época = destructor.
6º) demoníaco = perverso.
7º) talentoso equilibrado = gran artista.
La mediocridad no es permitida en Arte.
En un tiempo y en un medio en que no funcionan los controles normales de la inteligencia, el parásito, el mediocre avivado, puede tener talento para vivir, es decir astucia… aservilándose a una propaganda. La propaganda a base de mentiras es uno de los fenómenos de nuestro tiempo. Una vez que el parásito sirve a la propaganda, la propaganda que tiene el arte de fingir el arte lo sirve a él dándole el talento que no tiene.
Los que siguen -el deforme, la fiera, el destructor y el perverso– tienen talento. Pero el talento no basta.
La nota que caracteriza a estos cuatro tipos es el desequilibrio, un desequilibrio de cualquier clase, aunque más no sea la falta de formación, es decir, la falta de una buena filosofía, de un contenido intelectual.
Otra nota que los distingue es el ser presa, de una u otra manera, del desorden de la época. Son creadores del arte incomprensible, útil solamente a los sabios modernos: los psicólogos, los sociólogos y los psiquiatras, y sus víctimas.
Estos desequilibrados, que a veces parecen empeñados en destruir hasta la razón humana, tienen talento y son sinceros; eso es lo peligroso: son sofisticados, distintos del ignorante y del sofista. El ignorante se engaña a sí mismo, pero no engaña. El sofista engaña a otros, pero no se engaña a sí mismo. El sofisticado se engaña a sí mismo y a otros; es la primera presa del error que difunde, de la enfermedad que contagia.
Nos enfrentamos con sofisticados. Estamos frente a talentosos que no son vulgares sofistas que se proponen engañar. Pero ahí enfrente hay una cosa monstruosamente torcida; una cosa mala, poco humana, peligrosa y deletérea.
El artista crea con su alma; y si su alma está desviada, envenenada o endemoniada, la proyecta fuera de sí con una gran fuerza contagiosa.
A veces parecería que estos modernos artistas odian a la sociedad e incluso a toda la especie humana, y que quisieran vengarse de ella haciendo sigilosamente todo el daño que puedan: entristeciendo, ensuciando, desequilibrando, desesperando, enloqueciendo.
Y tal vez no es así…; tal vez es algo peor: no es intencionado, sino degenerado = degeneración de la razón humana, corrupción del intelecto.
La conclusión de todo esto es que hoy en día la lucha no es ya entre el Arte y la Moral, sino entre Dios y el demonio en el campo del Arte. La confusión reina; de donde se sigue que la prudencia es más necesaria que nunca.
El Arte necesariamente tiene que hacer mucho bien o mucho mal, porque su objeto es un Trascendental, la Belleza, que es uno de los Nombres de Dios.
Gracias a Dios existirá siempre el gran artista equilibrado. La razón, el orden, la tradición tendrán siempre sus pilares. Se les irá haciendo cada vez más dura la vida. Cuando la presión sea intolerable, los pocos artistas fieles se volverán profetas.