PADRE LEONARDO CASTELLANI: CRISTO, ¿VUELVE O NO VUELVE?

Conservando los restos

A los fieles de los países del Plata,
previniéndolos de la próxima gran tribulación,
desde mi destierro, ignominia y noche oscura.

Leonardo Castellani, Captivus Christi, 1946-1951

SECCIÓN SEGUNDA

EL ANTICRISTO

12.- EL ANTICRISTO DE LACUNZA

Lacunza fue un jesuita americano, versadísimo en la Escritura, de vida santa y asidua oración, a quien le tocó la hórrida suene de la expulsión de América primero, y después la extinción total de su orden por Carlos III y el Papa Clemente XIV.

La impresión de esta catástrofe fue sin duda la que suscitó en su alma de cristiano nuevo la admirable intuición, inanulable por errores parciales, que forma el fondo de su obra La Venida del Mesías en Gloria y Majestad, clásica en exégesis, honra de la ciencia americana, que nuestro Manuel Belgrano y su hermano el embajador hicieron publicar en Londres, por puro patriotismo “americano”, como decían entonces.

Lacunza juzgó que el Anticristo era el filosofismo del siglo XVIII, en lo cual no creemos haya errado mucho, como se verá en su lugar.

Terriblemente resentido —et pour cause— en su corazón y horrorizado ante los pródromos de la Revolución Francesa; el Papa Benedicto XIV carteándose con Voltaire; y el licencioso cardenal de Bernis (Babet la Bouquetière), hechura de Choiseul y amigo de la ramera Pompadour, intrigando en Roma, no vaciló en aplicar la terrible visión de la Meretriz Magna —ebria de vino sacrílego y entregada a los reyes de la tierra— a Roma; no la Étnica pasada, sino una Renegada futura, obtenida por prolongación de líneas de su Roma coeva; prolongación que por suerte no se verificó.

Digo que al hacer esto —sin escándalo ni pasión de ánimo, antes con bastante humildad y prudencia— liberó una verdad evangélica cautiva de la teología protestante; porque rechácese, si place, su opinión de exegeta, no se puede negar la eficacia de su cirugía de apologeta.

En efecto, al pobre protestante que no tiene más excusa de su escisión que “los escándalos terribles del pasado”, le contesta tranquilamente: “Eso no es nada al lado de lo que —puede— lleguemos a ver. Eso no es sino la cizaña del enemigo entre el trigo del paterfamilias, que más bien prueba que desprueba la institución divina de la Iglesia…”

Es la retortio argumenti, la gallarda manera de argumentar del Rey de los Apologistas, el Africano: “¿Eso argüís? Pues, yo os concedo eso y estotro, que es mucho más; y en estotro está la clave de lo que os choca y ofusca…”.

Es el método del De Civitate Dei contra los paganos.

El Anticristo es probablemente el filosofismo del siglo XVIII, prolongación de la seudorreforma protestante y precursor de esta nueva religión que vemos formándose hoy día ante nuestros ojos, llámese como se quiera (modernismo, aloguismo, antropolatría), que será sin duda la última herejía, pues no se puede ir más allá en materia de herejías.

Y el Anticristo será también un hombre singular, dado que todo espíritu objetivo no existe ni actúa sino encamado, y todo gran movimiento histórico suscita un hombre. Todo gran movimiento sociológico suscita y reviste una cabeza para ser formado; como, por ejemplo, Mussolini creó y a su vez fue criatura del nacionalismo italiano.

Eso es una ley histórica obvia, que expuso Carlyle en su Hero and Heroworship.

Esta síntesis de la vieja tesis patrística del Anticristo personal con la anti-tesis lacunziana, es bien probable, por no decir cierta.

Así pasan las cosas en la historia humana.

Extracto de una Nota importante del mismo Padre Castellani:

Los estudios de los críticos, encabezados por el gran Menéndez y Pelayo, prueban que la puesta en el Index del libro del navarro no afecta ni la ortodoxia ni la ciencia del autor, mas obedece a razones circunstanciales de escándalo para aquel tiempo; por ejemplo: las «durísimas y poco reverentes insinuaciones, acerca de Clemente XIV, autor del Breve de extinción de la Compañía de Jesús», están hoy tan borradas, para el lector actual, que ni siquiera las descubre, si no está ya prevenido. Las otras razones muerden más bien el modo de exponer encendido y poco cauto, que la sustancia de la obra. Ellas se pueden reducir a esa especie de sabor judaizante, pues Lacunza se quiso hacer pasar por un rabino judío —no acertamos por qué— firmando Josaphat Ben-Ezra; siendo así que era un navarro, aunque quizás cristiano nuevo por línea materna.