PADRE LEONARDO CASTELLANI: CRISTO, ¿VUELVE O NO VUELVE?

Conservando los restos

A los fieles de los países del Plata,
previniéndolos de la próxima gran tribulación,
desde mi destierro, ignominia y noche oscura.

Leonardo Castellani, Captivus Christi, 1946-1951

SECCIÓN SEGUNDA

EL ANTICRISTO

9.- EL ANTICRISTO DE LA LEYENDA

El Anticristo es el mayor misterio de la historia humana y la clave de su metafísica.

No es de extrañar que atraiga poderosamente la atención de los curiosos, y que los breves y oscurísimos textos que de él tenemos no basten a la curiosidad de los exegetas fantasiosos, entre los cuales hay que contar algunos grandes nombres, como el Ambrosiaster.

Se dieron a recoger cuanto texto sacro aludía de cualquier modo al perverso y al apóstata (“el hombre apóstata mueve de boca, guiña del ojo y da del pie”, en el Libro de los Proverbios, VI, 12-13), cuanta coincidencia venía a pelo (como la omisión de Dan entre las tribus de Israel en Apokalypsis, VII, 5, y su apoyo de “sierpe en la senda” en el Libro del Génesis, VII), cuanta figura de Rey Persecutor había en la Escritura o en los anales.

Y con estos datos, mezclados a revelaciones privadas o a simples imaginaciones, compusieron una novela más o menos pía, no muy desemejante a algunos de los apókrypha del Nuevo Testamento.

El Anticristo sería un judío, de la tribu de Dan, hijo de una conversa judía monja ¡y de un obispo! … cuando no del demonio directamente. No tendría ángel de guarda. Nacería con dientes y blasfemando. Adquiriría con rapidez fantástica todas las ciencias. Satán sería su compañero permanente…, etcétera, etcétera.

Los comentaristas complacientes describieron su corte, sus conquistas, sus ejércitos, sus mujeres, sus maldades felinas y serpentinas, sus prodigios mágicos, de los cuales uno sería elevarse en los aires para imitar la Ascensión del Señor, el cual lo sopla de golpe y lo manda de cabeza abajo (“interficiet spiritu oris sui”).

En suma, prepararon las vías a la novela de Hugo Wast Juana Tabor-666, la cual por lo menos profesa ser solamente novela, y no es mala novela del todo; ciertamente se lee más fácil que el libro de Maluenda, que es una aburrida novela con máscara de exégesis.

Bossuet, seguido por Calmet y otros, en su sistema que explica el Apokalypsis con la historia de los primeros siglos de la Iglesia —no suyo propiamente, sino tomado de la escuela española de Mariana y Luis de Alcázar, y después saqueado por Renán—, identifica al Anticristo con Diocleciano, el último perseguidor, al cual computa en 666, poniendo en cifras romanas las letras del nombre Diocles Augustos.

Pero Bossuet, a quien debemos la elucidación convincente y la vulgarización del typo del Apokalypsis, advierte sabiamente que él no excluye de su sistema “quelqu’autre sens caché”: es decir, que deja abierto lugar para el antitypo; o sea, el sentido anagógico, trascendental y principal de toda profecía.

Eso es lo que suprimió Renán, que convierte el último libro de la Biblia en una mera crónica poética, y, por cierto, crónica delirante y fraudulenta. Quiero decir, que trata a Juan Apokaleta de mente en delirio y de hombre doloso, que da como profecías sucesos próximos que él veía venir o sabía con certeza, por una buena información eventual.