Origen histórico
Después del Oficio de Tercia, realiza hoy la Iglesia la solemne bendición de las Candelas, una de las tres principales de todo el año: las otras dos son la de Ceniza y la de Ramos.
Esta ceremonia tiene relación directa con el día de la Purificación de la Santísima Virgen, de manera que, si en el día dos de febrero cae una de las Dominicas de Septuagésima, Sexagésima o Quincuagésima, se traslada la fiesta al día siguiente, pero la bendición de las Candelas y la Procesión que es su complemento, permanecen fijas en el dos de febrero.
Con el fin de unir bajo un mismo rito las tres grandes Bendiciones de que hablamos, ha ordenado la Iglesia el uso del color morado para la de las Candelas, el mismo que emplea en la de Ceniza y Ramos. De este modo, la función que sirve para señalar el día en que se realizó la Purificación de María, debe llevarse a cabo todos los años el día dos de febrero, sin por eso variar el color prescrito en las tres Dominicas de que hemos hablado.
La intención de la iglesia
Es difícil señalar el origen histórico de una manera precisa. Según Baronio, Thomassin, Baillet, etc., habría sido instituida a fines del siglo V por el Papa San Gelasio (492-496), para dar un sentido cristiano a la antigua fiesta de los Lupercales, de la que el pueblo romano conservaba aún ciertas prácticas supersticiosas.
Al menos es cierto que San Gelasio suprimió los últimos restos de la fiesta de los Lupercales, que se celebraba en el mes de febrero.
Inocencio III, en uno de sus Sermones sobre la Purificación, nos dice que la celebración de la ceremonia de las Candelas el día dos de febrero se debe a la sabiduría de los Pontífices Romanos, quienes sustituyeron con el culto de la Santísima Virgen los restos de cierta práctica religiosa de los antiguos romanos, que encendían antorchas en recuerdo de las teas, a cuyo fulgor, según cuenta la fábula, había recorrido Ceres las cumbres del Etna, buscando a su hija Proserpina, robada por Plutón; pero en el Calendario de los antiguos Romanos no se halla fiesta alguna en honor de Ceres en el mes de febrero.
Nos parece, pues, más exacto adoptar la opinión de D. Hugo Menard, Rocca, Henschenius y Benedicto XIV, quienes piensan que fue la antigua fiesta, conocida en febrero con el nombre de Amburbalía, durante la cual los paganos recorrían la ciudad llevando antorchas en sus manos, y que dio ocasión a los Soberanos Pontífices para substituirla con una ceremonia cristiana, uniéndola a la celebración de la fiesta en que Cristo, Luz del mundo, es presentado en el Templo por la Virgen Madre.
El misterio
Desde el siglo VII los liturgistas han venido dando muchas explicaciones al misterio de esta ceremonia. Para San Ivo de Chartres, en su Sermón segundo sobre la fiesta que nos ocupa, la cera de los cirios, extraída del jugo de las flores por las abejas a las que toda la antigüedad consideró como símbolo de la virginidad, significa la carne virginal del divino Infante, el cual no quebrantó la integridad de María, ni en su concepción, ni en su nacimiento. En la llama del cirio, nos hace ver el santo Obispo, la figura de Cristo, que vino a iluminar nuestras tinieblas.
San Anselmo, en sus Enarrationes sobre San Lucas, explicando el mismo misterio, nos dice que hay que considerar tres cosas en el Cirio: la cera, la mecha, y la llama. La cera, dice, obra de la abeja virgen, es la carne de Cristo; la mecha, que es interior, es el alma; la llama que brilla en la parte superior, es la divinidad.
Las candelas
Antiguamente los mismos fieles llevaban sus cirios a la Iglesia el día de la Purificación, para que fuesen bendecidos con los que llevan en la Procesión los sacerdotes y ministros, costumbre que todavía se conserva en muchos sitios. Sería de desear que los Pastores de almas recomendaran fervientemente esta práctica, y que la restableciesen o la sostuviesen donde fuera necesario. Tantos esfuerzos como se han hecho para destruir o al menos empobrecer el culto externo, han traído insensiblemente como consecuencia la más desoladora tibieza del sentimiento religioso, cuya fuente única se halla en la Liturgia de la Iglesia.
Es necesario que sepan también los fieles que los cirios bendecidos en el día de la Candelaria, deben servir no sólo para la Procesión, sino también para uso de los cristianos, guardándolos con respeto en sus casas, llevándolos consigo, lo mismo en tierra que sobre las aguas, como dice la Iglesia, atraerán especiales bendiciones del cielo. También se deben encender estos cirios junto al lecho de los moribundos, como recuerdo de la inmortalidad que Cristo nos ha merecido, y como señal de la protección de María.
La procesión
Rebosante de alegría, iluminada por esas múltiples antorchas, movida como Simeón por el Espíritu Santo, pónese en marcha la Santa Iglesia para salir al encuentro del Emmanuel.
La Iglesia Griega celebra este encuentro con el nombre de Hypapante, y así llama a la fiesta de este día. Se trata de representar la Procesión del Templo de Jerusalén, procesión que San Bernardo comenta así, en su Sermón primero para la Fiesta de la Purificación de Nuestra Señora: “En el día de hoy, la Virgen Madre introduce al Señor del Templo en el Templo del Señor; presenta José al Señor, no un hijo propio, sino el Hijo amado del Señor, en el que ha puesto El todas sus complacencias. El justo reconoce al que esperaba; cántale con sus alabanzas la viuda Ana. Por vez primera celebraron estas cuatro personas la Procesión, que en adelante había de ser alegremente festejada en toda la tierra, en todos los lugares y en todas las naciones. No nos extrañe que haya sido tan pequeña esta primera Procesión; porque el que allí era recibido se había hecho también pequeño. No apareció en ella ningún pecador; todos eran justos, santos y perfectos.
Sigamos, pues, sus pasos. Vayamos al encuentro del Esposo como las Vírgenes prudentes, llevando en nuestras manos las lámparas encendidas con el fuego de la caridad. Acordémonos del consejo que nos da el Salvador: “Estén vuestras caderas ceñidas como las de los caminantes; tened en vuestras manos las antorchas encendidas, y sed semejantes a los que aguardan a su Señor.” (S. Lucas, XII, 35.)
Guiados por la fe e iluminados por el amor, lograremos encontrarle, le reconoceremos y Él se entregará a nosotros”.
Al terminar la Procesión, el Celebrante y los ministros dejan los ornamentos de color morado y se revisten de los blancos para la Misa solemne de la Purificación de Nuestra Señora. Pero si en este día cayera una de las tres Dominicas de Septuagésima, Sexagésima o Quincuagésima, la Misa de la fiesta se trasladaría, como hemos dicho, al día siguiente.
La Bendición de las Candelas
Oración I. Oh, Señor santo, Padre omnipotente, eterno Dios, que lo creaste todo de la nada y que, por tu mandato, hiciste que, por obra de las abejas, sirviese este licor para perfección del cirio: y que cumpliste hoy la petición del justo Simeón: suplicámoste humildemente, por la invocación de tu santísimo nombre, y por la intercesión de la Bienaventurada siempre Virgen María, cuya fiesta celebramos hoy devotamente, y por los ruegos de todos los Santos, te dignes bendecir y santificar esas candelas destinadas al uso de los hombres y para salud de los cuerpos y de las almas, ya en la tierra, ya en las aguas: y que escuches, desde tu santo cielo y desde el trono de tu majestad, las voces de este tu pueblo que desea llevarlas triunfalmente en las manos y alabarte a Ti cantando: y que te muestres propicio con todos los que claman a Ti, a los cuales redimiste con la preciosa sangre de tu Hijo. El cual vive y reina contigo… Amén.
Oración II. Omnipotente y sempiterno Dios, que presentaste hoy a tu Unigénito en tu santo templo, para que fuera recibido en los brazos del anciano Simeón: imploramos humildemente tu clemencia, para que te dignes bendecir y santificar y encender con la luz de tu soberana bendición estas candelas, que nosotros tus siervos, recibiéndolas en honor de tu nombre, deseamos llevar encendidas: para que, siendo dignos de ofrecértelas a Ti, Señor Dios nuestro, y estando inflamados del santo fuego de tu caridad, merezcamos ser presentados en el santo templo de tu gloria. Por el mismo Señor… Amén.
Oración III. Señor Jesucristo, luz verdadera, que iluminas a todo hombre que viene a este mundo: derrama tu bendición sobre estos cirios, y santifícalos con la luz de tu gracia, y haz propicio que, así como estas luminarias, encendidas con fuego visible, ahuyentan las tinieblas nocturnas: así también nuestros corazones, iluminados con fuego invisible, es decir, con el resplandor del Espíritu Santo, carezcan de la ceguera de todos los vicios: para que, purificando el ojo del alma, podamos ver aquella que te sea agradable a Ti y útil a nuestra salud: a fin de que, vencidos los tenebrosos peligros de este mundo, merezcamos llegar a la luz indeficiente. Por Ti, Cristo Jesús, Salvador del mundo, que vives y reinas, Dios, en la perfecta Trinidad, por todos los siglos de los siglos. Amén.
Oración IV. Omnipotente y sempiterno Dios, que, por medio de tu siervo Moisés, mandaste preparar óleo purísimo para que ardiesen continuamente lámparas en tu presencia: infunde benigno sobre estos cirios la gracia de tu bendición: para que luzcan exteriormente de tal modo, que, con tu gracia, no falte interiormente en nuestras almas la luz de tu Espíritu. Por el mismo Señor…, en la unidad del mismo Espíritu… Amén.
Oración V. Señor Jesucristo, que, apareciendo este día entre los hombres en la sustancia de nuestra carne, fuiste presentado por tus padres en el templo: a quien el venerable anciano Simeón, iluminado por la luz de tu Espíritu, conoció, recibió y bendijo: haz propicio que nosotros, iluminados y enseñados por la gracia del mismo Espíritu Santo, te conozcamos de veras y te amemos fielmente: a Ti, que vives y reinas, Dios, por todos los siglos de los siglos. Amén.
Al llegar aquí, el sacerdote pone incienso en el incensario, asperge después las candelas con agua bendita, y luego las inciensa con tres golpes de incensario.
Mientras tanto, los fieles se acercan al altar para recibir de rodillas la candela de manos del sacerdote. Al recibir la candela, se besa primero ésta y después la mano del sacerdote.
Mientras se distribuyen las candelas, se canta la siguiente Cántico (San Lucas 2, 29-31:
V/. Luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel.
V/. Ahora, Señor, puedes dejar a tu siervo irse en paz, según tu promesa.
R/. Luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel.
V/. Porque mi ojos han visto a tu salvación.
R/. Luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel.
V/. A quien has presentado ante todos los pueblos.
R/. Luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel.
V/. Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo.
R/. Luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel.
V/. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos.
R/. Luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel.
Terminada la distribución de las candelas, se dice la siguiente Antífona:
Levántate, Señor, y ayúdanos; y líbranos por amor de tu Nombre. Nosotros, oh Dios, con nuestros oídos lo oímos; nuestros padres nos lo anunciaron. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo…
El celebrante en al altar añade:
V/. El Señor esté con vosotros.
R/. Y con tu espíritu.
Oremos: Escucha, Señor, a tu pueblo y concédenos que los misterios que cada año nos permites celebrar exteriormente, los interioricemos con la luz de tu gracia. Por Cristo, nuestro Señor.
R/. Amén.
PROCESIÓN
V/. Procedamus in pace. (Salgamos en paz).
R/. In nomine Christi. Amen. (En nombre de Cristo. Amén).
Durante la procesión se cantan las siguientes antífonas:
Ant. 1. O Sion, adorna tu lecho nupcial, y recibe a Cristo, tu Rey. Sal al encuentro de María, porque ella, que es la puerta del cielo, trae a ti al glorioso Rey de la nueva luz; se detiene la Virgen llevando en sus manos al Hijo engendrado antes que la aurora; le recibe Simeón en sus manos, y predica a los pueblos que Él es el Señor de la vida y de la muerte y el Salvador del mundo.
Ant. 2. Simeón recibió una respuesta del Espíritu Santo, que no vería la muerte antes de haber visto al Cristo del Señor, y cuando llevaron al Niño al templo, él lo tomó en brazos y bendijo a Dios, y dijo: «Ahora, Señor, puedes dejar a tu siervo irse en paz”. Cuando sus padres introdujeron al Niño Jesús, para hacer por él conforme al rito de la ley, él le tomó en sus brazos.
Al entrar de nuevo en la Iglesia se canta:
℣. Ofrecieron por Él al Señor un par de tórtolas o dos pichones,
℞. Como está escrito en la ley del Señor.
℣. Después de los días de la purificación de María se cumplieron de acuerdo a la ley de Moisés.
℞. Como está escrito
℣. Llevaron a Jesús a Jerusalén, para presentarle al Señor.
℞. Como está escrito.
℣. Gloria al Padre y al Hijo, y al Espíritu Santo.
℞. Como está escrito
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