RADIO CRISTIANDAD: EL FARO

Conservando los restos

YO SOY LA VERDAD

Narrado por Fabián Vázquez (once minutos)

Yo soy el camino, LA VERDAD y la vida;
nadie viene al Padre sino por mí.
(San Juan, 14, 6)

EGO SUM VERITAS

Lo que nos debe hacer amar lo verdadero, dice el antiguo autor del Paradisus animae, es que Cristo es la Verdad.

Nosotros habríamos corregido probablemente esta frase, si la hubiese sometido a nuestro parecer; habríamos trocado el orden de sus términos lógicos, con pretexto de enmendarla y hubiéramos escrito esta frase vulgar: es menester amar a Cristo porque es la Verdad; tan persuadidos estamos de que lo abstracto precede a lo concreto, que lo lógico es anterior a lo real, y que la ley, la necesidad, la justicia son las primeras cosas.

No sabemos que la justicia primera es el justo, y que la necesidad no subsiste más que bajo la forma personal del ser necesario.

La Verdad no es ante todo una ecuación abstracta, y nunca ha sido real, considerada bajo ese aspecto.

La Verdad es de por sí misma todo lo que es, y la Verdad es ante todo una persona, es Dios.

Por ser personalmente Dios, Cristo podía decir sin metáfora y sin exageración Ego sum Veritas, Yo soy la Verdad.

No es posible agotar en un solo día las consecuencias de este principio fundamental. Bien comprendido, puede rejuvenecer toda mi vida y unificar la actividad más diversa en apariencia.

Porque, si Cristo es la Verdad, siendo como es también personal y substancialmente la Justicia, he ahí que el deseo de saber y el equilibrio social del mundo, en vez de no interesar más que al dominio de las abstracciones, toman un sentido cristiano y concreto, y llegan a ser la edificación sobre la tierra del cuerpo de Cristo.

Yo me he preguntado, Dios mío, cómo podría referir a Ti mis investigaciones, mis lecturas y mis ficheros. Me he dicho en primer lugar que no me distraería necesariamente con este estudio, y que, por lo tanto, no era de suyo enemigo de mi piedad, que podría acomodarse a mi devoción, como dos pueblos vecinos que no se conocen, pensando cada uno únicamente en sus negocios.

Pero ésta es una solución muy insuficiente y funesta. No aporta ningún valor intrínseco a mi esfuerzo científico; no me explica por qué puedo, por qué debo llevarlo al máximum, ni cómo te pertenezco, no a pesar de mis conocimientos, sino más bien a causa de la luz que la verdad conocida me ha comunicado.

Cuando estudio la historia de las civilizaciones desaparecidas, cuando trato de reconstruir a Nínive o Byblos, cuando identifico textos antiguos o formas gramaticales, ¿qué es lo que todo eso puede importarte?

A esta pregunta, que no se puede eludir impunemente, es a la que he tratado de responder diciéndome que por la intención de mi trabajo podía estar unido contigo; he querido estudiar para, tu mayor gloria, he enderezado mi estudio en provecho de las almas; me he persuadido de que la ciencia tiene un valor moral por la idea secreta que impele al hombre a estudiar y un valor apologético por el lustre que da la Iglesia ante los infieles.

Mi trabajo sería tuyo, porque Tú apruebas la intención y porque fuera de él, no hay más que pereza condenable. A este propósito, me acuerdo de uno de tus buenos servidores, que coleccionaba cuidadosamente mariposas, y que en cierta ocasión me dijo: ¡Qué quiere usted!, hay que ocuparse en algo. Nunca he podido comprender que esa forma trivial explicase su pasión de entomólogo, ni la alegría que se apoderaba de él cuando identificaba algún lepidóptero desconocido.

Si nuestra ciencia no te alcanza más que por la intención del sabio, como esta intención se halla también en el ignorante y el mediocre, Tú no te preocuparías de que supiésemos más o menos que ellos. Y sería exacto decir que el contenido de mi conocimiento no te importa.

Sucedería con la ciencia humana lo que con los ramilletes de flores, que uno se contentara con pesarlos. Crisantemos o lilas, tulipanes o aguileñas, no serían cuestión más que de gramos o de libras. El elemento propio de la flor habría sido abolido.

Pero si la Verdad no es una abstracción, si es una persona, que es al mismo tiempo mi Redentor, entonces, el saber, en sí e independientemente de la intención, aun para un mortal, es bueno, y saber es edificar la Verdad, y por lo tanto a Cristo entre los hombres.

La ciencia se convierte en una ocupación santa, que sin duda se puede profanar, como se profana el pan eucarístico, pero cuya ley íntima es idéntica a la conciencia misma del Salvador de todos los hombres.

Debe tener como término aquel conocimiento, que será la vida eterna y la revelación completa de lo que somos. Y todo lo que la desvíe de ese fin es sacrílego, como sería sacrílego el que se emplease el vino del sacrificio como simple bebida embriagadora.

Por eso los que no encuentran sobre su ruta deberes más urgentes y más inmediatos, los que tienen la oportunidad de aprender, no pueden dejar sin cultivar su espíritu, so pretexto de que basta sólo la virtud.

Se necesita más que una excusa, se necesita una razón mayor para dispensarse de trabajar en aprender, y si Dios trata con más misericordia a los ignorantes, no es sino en razón del bien excelente de que los ha privado en sus designios providenciales.

En cualquiera parte que se hable de la Verdad, se balbuce algo de la persona del Verbo, que es la Verdad, y puedo amar mi estudio y mis libros, como se aman las piedras de su casa y el aire de su país.

Es imposible que la última palabra de todo el esfuerzo humano, encaminado hacia el saber, sea, por derecho, otra que Cristo.

Pero el hombre tiene el terrible poder de servirse de las cosas contra su fin, y de mancharlas, porque abusa de ellas.

Abusar de la ciencia, no es aprender demasiado, sino aprender mal, es decir, aprender cosas malas, o no tener cuidado de los deberes concomitantes.

Somos espíritu y cuerpo, uno y varios, hoy y mañana, y nuestras obligaciones deben organizarse sin destruirse y ponerse de acuerdo una vez de querellarse. Se puede pecar por no resignarse a las ignorancias necesarias, propias de los que han aprendido mucho.

Y lo que se dice de la ciencia, se puede afirmar también del esfuerzo humano.

Cristo es la Justicia y la Vida, como Dios es el Ser.

Desde el golpe de martillo del herrero hasta los textos del código civil, todo lo que tiende hacia el orden y la paz y la equidad, todo lo que eleva y hace mejor, todo eso sube y se encamina hacia Dios Nuestro Señor, la Verdad hecha hombre.

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