Conservando los restos
UN CLÁSICO AMERICANO ECHADO A LAS LLAMAS Y AL OLVIDO
Que, Buenos Aires N° 142
6 de agosto de 1957
El año pasado se cumplieron 150 años de la composición de un gran libro religioso americano, La Venida de Cristo en Gloria y Majestad, del jesuita Lacunza, cuya edición princeps (Londres, Poppin, Fleet Street, 1816) fue hecha hacer por don Manuel Belgrano, y lleva un notable prólogo —anónimo— del prócer.
La obra fue incluida en el Índice de Libros Prohibidos en 1824; y fue este año 1957 liberada de él, por suerte, a pedido no sabemos de quién.
En nuestro libro de ensayos religiosos, Cristo ¿Vuelve o no Vuelve?, propusimos en 1951 —págs. 94 y 95— la conveniencia de que el libro eximio fuese liberado —es quizás el libro religioso más grande de la centuria— y que para eso el gobierno español o el argentino —puesto que es una “gloria americana” … como dice Belgrano con razón— lo requiriese de la Santa Sede.
La principal razón por que fue condenado —“alusiones irreverentes al papa Clemente XIV”— hoy ya no es razón válida; y los otros tres reparos que alega Menéndez y Pelayo (Ver Historia de los Heterodoxos Españoles, edición Perlado, vol. IV, pág. 91,) están respondidos victoriosamente y de antemano en el mismo libro censurado.
El libro es un comentario fundamental del Apocalipsis, y en general de toda la parte profeticoparusíaca de la Biblia.
El autor posee un conocimiento asombroso de las Escrituras, una clara inteligencia, una reverencia suprema a la Iglesia y una fervorosa y manifiesta piedad a toda prueba.
Su historia personal es un misterio en vida y muerte. Se ahogó en uno de los lagos de Alta Italia —expulsado de América con sus compañeros de la Orden de Loyola— “y no parece sino que aquellas aguas ahogaron juntamente toda noticia de su persona”.
Consta sin embargo que era varón tan espiritual y de tanta oración que “todos los días perseveraba inmoble en oración durante cinco horas largas, cosido su rostro a la tierra”, testifica su impugnador el P. Bestard.
Menéndez y Pelayo lo llama “jesuita chileno”; y también el traductor de su libro al latín, un sacerdote mexicano anónimo de superior cultura, que dice en su carta prologo: “Nos perdonarán los cultísimos europeos, ya que se ofenden de la barbarie y rusticidad de nuestro estilo… —esto es una ironía o una coquetería, pues el traductor mexicano posee la más pura latinidad— cuando ellos sepan que somos hombres americanos; ya que tú fuiste criado a riberas del Mapocho, como yo a la orilla del Chapala … (Chiapalicum fretum)”.
Parece también residió largo tiempo en la Argentina, donde su obra produjo bastante conmoción y fue impugnada en un folleto por don Dalmacio Vélez Sarsfield, y perseguida en los conventos de monjes; que fue amigo del primer vicario general del Ejército Oriental, Pbro. Bartolomé Muñoz, el cual fue uno de los primeros propaladores de la obra; aunque por desgracia, “en un manuscrito incompleto y deforme”, como se queja Lacunza.
El libro que tenemos delante es una joya bibliográfica, por la cual los bibliófilos ingleses pagan muchas guineas… cuando la hallan.
Son cuatro gruesos tomos in-8° muy bien impresos en papel grueso bueno, aunque algunas hojas se hayan enmohecido; sin pasaje alguno corrompido, pero si muchos errores de ortografía, que parecen no del impresor sino del autor —o del copista—; más los pasajes en latín están impecables.
Menéndez y Pelayo, que no conoció esta edición príncipe, la atribuye erróneamente al célebre afrancesado Marqués de Mora; lo cual es absurdo, como verá el lector por la carta de Belgrano que aquí reproduciremos.
El gran critico santanderino vio solamente una edición muy defectuosa, en un tomo in-4°, hecha probablemente en Cádiz, y clandestina.
Este libro fue muy acosado, lo mismo que su autor; fue difundido furtiva y prematuramente antes de ser concluido; y editado en varias partes —incluso en París, 1823— sin supervisión ni permiso del autor. Pero ya en 1814 el anónimo mexicano había hecho una excelente traducción al latín, cuyo estilo es incluso superior al castellano del original.
El lenguaje de Lacunza es llano, un poco prolijo —en el sentido castizo, no en el que le dan ahora las maestras normales— y un poco cargoso; pero es buen castellano, común y claro, que por momentos no carece de elocuencia y energía.
Lacunza signaturó su genial obra con el seudónimo de Juan Josafat Ben-Ezra, fingiendo en su exposición ser un rabino hebreo. La obra respira inmensa simpatía al pueblo judío. Es muy probable que Lacunza haya sido cristiano nuevo por parte de madre.
Del contenido no diremos sino que es un trabajo de investigación que hace verdaderos descubrimientos y aun quizás una revolución en la ciencia de la exegesis y la hermenéutica.
Menéndez y Pelayo, que no es competente y no podía juzgar por sí mismo en la materia, a pesar de haberlo encontrado bajo caución de sospecha, lo defiende y lo respeta “al ver que notables y ortodoxísimos teólogos lo ponen sobre sus cabezas, como sagaz y penetrante expositor de las Escrituras”.
Una faceta de Manuel Belgrano no conocida resplandece en este prologo que el patricio no firmo. Belgrano no fue un palurdo, como piensan algunos historiadores, apoyados en algunas frases simplonas del héroe acerca de economía política: un hombre muy bueno, pero sin luces, que es la idea que parece incluso alimentar Mitre.
Esta carta lo muestra interesado y versado en un problema religiosoexegético muy difícil y capital; consciente de la importancia del libro de Lacunza; discreto y equilibrado en sus expresiones y opiniones.
¿Palurdo? Muy culto, muy religioso y muy bien instruido en religión, sin lo cual ordinariamente nadie es muy religioso.
La Carta-Prologo dice así —hemos conservado la ortografía—:
“La obra titulada La Venida del Mesías en Gloria y Magestad, escrita originalmente en lengua Española por el Americano exjesuita Abate Don Manuel Lacunza bajo el nombre de Juan Josaphat Ben-Ezra, Hebreo Cristiano, se ha esparcido manuscrita por las provincias del Río de la Plata con tal aprecio, y elogio de los literatos que han podido leerla, qual corresponde á un parto extraordinario del ingenio, en que á un tiempo se ven brillar á competencia la claridad, la solidez, y la novedad. El crédito bien merecido de la obra que de aquí ha resultado, ha hecho desear su impresión con ansias tan vivas, como ha sido el sentimiento DE NO PODER VERIFICARLO EN LA CAPITAL DE BUENOS AIRES, NUESTRA AMADA PATRIA, a falta de prensa competente.
“Las críticas circunstancias del tiempo en que se ha conocido el mérito de esta obra singular no hubieran impedido a los muchos apasionados que ya tiene procurar su impresión en reynos extranjeros, si al mismo tiempo que lo intentaban no hubiese llegado de Europa un sujeto de carácter e inteligencia., asegurando haberse ya impreso en España en la Isla de León. Esta plausible noticia, que hizo desistir de la empresa meditada, al paso que las avivó, mortificó no poco las esperanzas de conseguirla; pues hechos luego al efecto por varios rumbos los más vivos encargos, jamás se recibió otra contestación, que la de no haber noticia de semejante obra. En esta incertidumbre y cuando casi se hacía créible [sic] alguna equivocación en la noticia recibida, aparecieron remitidos a la biblioteca pública de la capital de Buenos Aires por el vicario general castrense del exército oriental don Bartolomé Muñoz, dos tomitos a la rústica que solo comprehendían la primera parte, y algo de la segunda de la obra.
“Examinados luego diligentemente por los apasionados, que la esperaban no solo con ansias, sino con impaciencia, se notó á la primera vista del prospecto, que no tenía año, ni lugar de impresión; lo que hizo créible [sic] se había hecho furtivamente antes de declararse por las Cortes de España la libertad de la prensa. Nada era esto, si ya que se hizo de este modo [acaso para precaver un golpe de los que acostumbra dar el irresistible despotismo] se hubiese cuidado de que la impresión fuese correcta, para no exponerla a la justa censura de los que se han declarado enemigos de la obra antes de leerla, y sin más fundamento que haber oído decir sostiene la opinión, o, como ellos dicen, el error, y fábula de los antiguos Milenarios; pero, ó sea que se anduvo muy de prisa como en negocio de contrabando, ó que fue muy imperfecta, y defectuosa la copia que sirvió de original, el resultado ha sido, que la impresión hecha está tan llena de errores, y errores tan substanciales, que puede decirse sin exageración, habría sido (a pesar de lo mucho que lo era) menos sensible a los apasionados carecer por mucho tiempo de la obra, que tenerla al punto en una forma, que solo puede servir para denigrarla haciéndola digna de una justa censura. No es solo la mala puntuación, e igual ortografía lo que hace trabajosa y fastidiosa su lectura; la repetida falta de períodos, enteros, y trueque de palabras es principalmente lo que la hace insufrible, siguiendo de esto necesariamente que unas veces se leen despropósitos, y no pocas, proposiciones erróneas y aun heréticas, afirmándose de Jesu Cristo loque [sic] corresponde al Antecristo, o vice versa. El exámen, y descubrimiento de lo que acabamos de decir hizo a los apasionados no solo disgustarse, sino tratar del remédio, entrando nuevamente por medio de subscritores en el antiguo proyecto, que se había suspendido por el accidente que sobrevino y dexamos expresado.
“Principiaba a tratarse de esto con el mayor empeño, quando he aquí que inesperadamente ME VEO EN LA NECESIDAD DE PASAR A LA CORTE DE LONDRES. Desde el punto que resolví mi viage á este destino resolví también hacer á mis compatriotas el servicio de imprimir, y publicar una obra que aun quando no hubiese otras, sobraría para acreditar la superioridad de los talentos Americanos, al mismo tiempo que la suma sandez de un Señor diputado Español Europeo, que en las Cortes extraordinarias instaladas en la Isla de León de Cádiz se hizo distinguir con el arrojo escandaloso de preguntar, A QUE CLASE DE BESTIAS PERTENECIAN LOS AMERICANOS, o entre qué clase de ellas se les podía dar lugar.
“Al efecto deseado solicité luego una copia de la obra, y por fortuna hallé existir la que se tenía por más correcta, y de mejor letra en manos de un íntimo amigo mío, quien enterado de mi propósito me la franqueó al punto con la mejor voluntad. Por ella se ha hecho la presente impresión en carácter, y papel correspondiente al mérito de la obra; y teniendo todo el posible cuidado, paraque salga, sino absolutamente perfecto (lo que casi no es de esperar en país donde la lengua Castellana es extrangera) al menos sin defecto substancial.
“Por lo que hace a las utilidades que deben ser consiguiéntes á la publicación, y lectura de esta importante obra (que apenas acabada de escribir, y sin salir a luz, se halló traducida en todas las lenguas cultas de Europa, como afirma Don Nicolás de la Cruz en su Viage de Italia, tomo V, libro XI, cap. II, página 61) me remito enteramente al juicio del Abate Don N. de N., también Americano, quien la traduxo a la lengua Latina con el objeto de hacerla más general, según se expresa en la carta que sigue a esta prefación. Yo espero que mis amados compatriotas reciban con aprecio este mi servicio, en que, á más de la utilidad común, se interesa tanto el honor y crédito de los Americanos, Valete”
Hasta aquí, Belgrano.
Los amados compatriotas de Belgrano no solamente no reeditaron jamás este clásico americano, sino que de la edición londinense que el prócer trajo aquí, echaron gran copia a las llamas y la calumniaron de milenarista carnal por medio de don Dalmacio Vélez Sarsfield.