SEGUNDO DOMINGO DE ADVIENTO
Y habiendo oído Juan en la cárcel las obras de Cristo, envió a dos de sus discípulos, y le dijo: ¿Eres Tú el que has de venir o esperamos a otro? Y respondiendo Jesús, les dijo: Id y anunciad a Juan lo que habéis oído y lo que habéis visto: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son limpiados, los sordos oyen, los muertos resucitan y los pobres son evangelizados, y bienaventurado el que no fuere escandalizado en Mí. Después que se marcharon ellos, comenzó Jesús a hablar a las turbas acerca de Juan. ¿Qué salisteis a ver en el desierto? ¿A una caña agitada por el viento? ¿A un hombre vestido de ropas delicadas? Mirad, los que visten ropas delicadas están en las casas de los reyes; pero ¿qué fuisteis a ver? ¿A un Profeta? Aun os digo y más que a un Profeta, porque éste es de quien está escrito: Mira: Yo envío a un ángel mío ante tu rostro, y éste preparará tu camino delante de ti.
El Evangelio del Segundo Domingo de Adviento pone a nuestra consideración la embajada enviada por San Juan Bautista desde la cárcel a Nuestro Señor. Mientras Juan estuvo con los suyos, les hablaba continuamente de todo lo relativo al Mesías y les recomendaba la fe en Jesucristo. Cuando estuvo próximo a la muerte, aumentaba su celo, porque no quería dejar a sus discípulos en el más insignificante error ni que estuvieran separados del Ungido, a Quien procuró desde el principio llevar a los suyos.
Si les hubiese dicho: marchaos con Él porque es mayor que yo, ciertamente no los habría convencido, porque habrían pensado que lo decía por un sentimiento de humildad, y de esta manera se hubiesen adherido aún más a él.
¿Qué hizo, pues? Espera oír de ellos mismos los milagros que hizo Jesús. No manda a todos, sino solamente a los dos que él creía eran los más a propósito para convencer a los demás, para evitar toda sospecha y para juzgar con los datos positivos la diferencia inmensa entre él y Jesús, a fin de que la autoridad de sus palabras fuese refrendada con las obras del Cristo, y para que no esperasen otro distinto de Aquél de quien daban testimonio sus propias obras.
Jesús, conociendo las intenciones de Juan no dijo: Yo soy, porque esto hubiera sido oponer una nueva dificultad a los que le oían; hubieran pensado lo que dijeron de hecho los judíos: Tú das testimonio de Ti mismo por Ti mismo.
Por esa razón los instruye con los milagros, es decir, con una doctrina incontestable y muy clara, porque el testimonio de los hechos tiene más fuerza que el de las palabras: Id y anunciad a Juan lo que habéis oído y lo que habéis visto: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son limpiados, los sordos oyen, los muertos resucitan y los pobres son evangelizados, y bienaventurado el que no fuere escandalizado en Mí.
Jesucristo es, pues, el que había de venir… y no debemos esperar a otro… Vino; cumplió con su misión; regresó al Padre; y desde allí ha de volver en gloria y majestad al fin de los tiempos.
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A la pregunta de los emisarios de San Juan, Jesucristo respondió: Id y anunciad a Juan lo que habéis oído y lo que habéis visto… Es decir, las señales y milagros responden por Mí…
Algunos días antes de su Pasión, mientras Jesús contemplaba Jerusalén y las grandes construcciones del Templo, los Apóstoles le plantearon esta cuestión: ¿Cuál será la señal de tu advenimiento?
En respuesta, al igual que a los discípulos del Bautista, el Señor les indicó los signos precursores, no de su Primera Venida, sino los de su vuelta; y después de haberles enseñado detenidamente, agregó: Ved que todo os lo tengo predicho… Estad atentos, ved que os lo he anunciado todo con antelación… Cuando estas cosas empiecen a verificarse, erguíos y levantad vuestras cabezas, porque se acerca vuestra liberación.
Como todo esto es fundamental, es muy importante conocer lo que tres siglos más tarde enseñaba San Cirilo de Jerusalén, Doctor de la Iglesia y miembro destacado de la Patrística; que nació en el 315 y falleció en el 386; y fue un gran defensor de la divinidad de Cristo frente a la herejía del arrianismo, especialmente en el Concilio de Constantinopla.
Pues bien, lo que sigue está tomado de su XVa Catequesis, sobre la Segunda Venida de Cristo, en la cual sintetiza el estado de alma de los primeros católicos respecto de la Parusía. Allí se expresaba de este modo:
No es que nosotros profeticemos, pues somos indignos de ello, sino que proclamamos en esta asamblea lo que está escrito, y explicamos sus señales.
Tú verás qué cosas de ésas ya han tenido lugar y cuáles quedan todavía por llegar. De ese modo puedes prevenirte.
Los falsos mesías: Mirad que no os engañe nadie. Porque vendrán muchos usurpando mi nombre y diciendo: «yo soy el Cristo» y engañarán a muchos.
Estas cosas se han dado ya en parte. Pues esto ya lo dijo Simón Mago, y Menandro, y otros cabezas de herejes, enemigos de Dios. Pero también otros lo dirán en nuestra época y después de nosotros.
Guerras y desastres naturales: Oiréis también hablar de guerras y de rumores de guerras.
¿Se trata, o no, de la guerra, en la época actual, de los persas contra los romanos por Mesopotamia? ¿Se levanta o no, nación contra nación y reino contra reino?
Habrá grandes terremotos, peste y hambre en diversos lugares. Esto ya ha sucedido. Y, a su vez: Habrá cosas espantosas y grandes señales del cielo.
Velad, pues porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor.
La traición y el odio como señales del fin.
Pero de la Venida del Señor buscamos un signo propio nuestro, de la Iglesia; puesto que lo buscamos los que somos de la Iglesia. Pero dice el Salvador: Muchos se escandalizarán entonces y se traicionarán y odiarán mutuamente.
Si llegas a oír que los obispos están contra los obispos, los clérigos contra los clérigos, y que los pueblos llegan a enfrentarse unos contra otros, no te perturbes; ya lo predijo anteriormente la Escritura. No pongas tu atención en lo que ahora sucede, sino en lo que está escrito.
Y si entre los apóstoles se dio la traición, ¿te asombras de que también entre los obispos se dé un odio entre hermanos? Y esta señal no sólo es entre los jefes, sino entre las masas. Pues dice: Y al crecer cada vez más la iniquidad, la caridad de la mayoría se enfriará. ¿Es que acaso alguno de los presentes se gloriará de que su amistad con el prójimo es sincera y sin simulación? ¿No es muy frecuente que los labios se besen, sonría el rostro y se vea la hilaridad en los ojos, mientras en el interior se maquina el engaño y planea el mal el que habla en son de paz?
Antes del fin, el Evangelio habrá sido predicado a todas las naciones. Tienes también esta señal: Se proclamará esta Buena Nueva del Reino en el mundo entero, para dar testimonio a todas las naciones. Y entonces vendrá el fin.
Y casi todo el orbe está ya lleno de la doctrina de Cristo.
La apostasía y el Anticristo.
Y, ¿qué sucederá después? Dice en lo que sigue: Cuando veáis, pues, la abominación de la desolación anunciada por el profeta Daniel, erigida en el Lugar Santo (el que lea que entienda). Y, a su vez: Entonces, si alguno os dice: «Mirad, el Cristo está aquí o allí», no le creáis.
El odio fraterno abre paso después al Anticristo. El diablo prepara las divisiones entre los pueblos para, cuando llegue, ser acogido más favorablemente. Que no suceda que nadie de los presentes o cualesquiera siervos que estén en cualquier parte se sume al enemigo.
Escribiendo el apóstol Pablo acerca de esto, dio un signo claro al decir: Primero tiene que venir la apostasía y manifestarse el Hombre impío, el Hijo de perdición, el Adversario que se eleva sobre todo, lo que lleva el nombre de Dios o es objeto de culto, hasta el extremo de sentarse él mismo en el Santuario de Dios y proclamar que él mismo es Dios…
Ciertamente, ahora se da la defección, pues los hombres se han apartado de la recta fe. Y en otras épocas los herejes eran claramente perceptibles, pero ahora está la Iglesia llena de herejes ocultos. Los hombres se han apartado de la verdad y sienten el afán de novedades. Muchos se han apartado de las rectas doctrinas y son más propensos a elegir el mal que a aplicarse al bien. Se trata, por consiguiente, de la apostasía, y ya hay que esperar al enemigo.
En parte ya comenzó a enviar sus precursores para venir él luego dispuesto a recoger el botín. Cuida, pues, de ti mismo, oh hombre, y pon a seguro tu alma. Te conjura a ti ahora la Iglesia, en presencia del Dios vivo, y te anuncia con antelación, antes de que suceda, lo que se refiere al Anticristo.
No sabemos si estas cosas han de suceder en tu tiempo o han de ser posteriores a ti, pero lo mejor es que, sabiéndolas, te prevengas.
La persecución tendrá una duración y un límite. Porque habrá entonces una gran tribulación, cual no la hubo desde el principio del mundo hasta el presente ni volverá a haberla.
Pero gracias sean dadas a Dios, que ha limitado a pocos días la magnitud de esa aflicción. Dice, en efecto: En atención a los elegidos se abreviarán aquellos días.
Dios permitirá la persecución final. ¿Quién será el bienaventurado que entonces sufrirá piadosamente el martirio por Cristo?
Pues yo diría que los mártires de esa época estarán por encima de todos los mártires. Porque los mártires de tiempos anteriores sólo han luchado con hombres. Pero quienes vivan en la época del Anticristo saldrán a la lucha con el mismo Satanás en persona.
Estas cosas, sin embargo, las permite Dios, tanto en las persecuciones que aparecen en las diversas épocas como en aquel tiempo venidero. Y no porque no las pueda impedir, sino queriendo coronar —según su costumbre, a través del sufrimiento— a sus propios combatientes, del mismo modo que a sus profetas y apóstoles. De este modo, tras el esfuerzo de un breve tiempo, poseerán como herencia eterna el reino de los cielos.
Protégete, pues, hombre, a ti mismo. Sabes ya los signos del Anticristo. No los recuerdes sólo para ti, sino comunícalos también, sin envidia, a todos.
Si tienes un hijo según la carne, instrúyelo ya y adviértele. Y si engendraste a alguien por la catequesis, haz que sea cauto y que no tome a un falso Mesías por verdadero. Porque el misterio de la impiedad ya está actuando.
Me aterrorizan las guerras entre las naciones, me aterrorizan las escisiones de las Iglesias, me aterroriza el odio mutuo entre hermanos. Y estas cosas se mencionan, aunque no se hagan realidad en nuestros tiempos; entre tanto, seamos cautos. Y con todo esto es suficiente acerca del Anticristo.
La espera de la venida definitiva del Señor
Pero levantemos la vista y esperemos al Señor, que ha de venir en las nubes desde los cielos. Entonces sonarán las trompetas de los Ángeles. Los que hayan muerto en Cristo resucitarán primero, los piadosos que estén con vida serán tomados en las nubes y recibirán el premio a sus trabajos. Así serán también honrados en lo humano, ya que lucharon por encima de las fuerzas humanas. Después los que queden serán arrebatados en nubes, junto con ellos, al encuentro del Señor en los aires. Y así estaremos siempre con el Señor.
La aparición de la Cruz
Pero ¿cuál es la señal de su venida, no sea que alguna potestad contraria se atreva a imitarlo? Entonces aparecerá en el cielo la señal del Hijo del hombre.
El signo verdadero y propio de Cristo es la Cruz. El signo de una cruz luminosa precede al rey, mostrando al que anteriormente fue crucificado, para que, viéndolo quienes lo atormentaron y los judíos que con sus insidias lo acosaron, se lamenten unos contra otros diciendo: éste es el que fue abofeteado, aquel en cuyo rostro escupieron y a quien encadenaron, el que fue despreciado al ser crucificado. Dirán: ¿A dónde huiremos del rostro de tu cólera? Pero, rodeados por los ejércitos angélicos, nunca podrán escapar.
El signo de la Cruz será el terror de los enemigos. Pero será la alegría para los amigos que en Él creyeron, o bien lo anunciaron o padecieron por Él. ¿Quién tendrá la dicha de ser contado entonces entre los amigos de Cristo?
Y para que los elegidos no sean confundidos con los enemigos, enviará a sus ángeles con sonora trompeta y reunirán de los cuatro vientos a sus elegidos… Venid, benditos de mi Padre, dirá a aquellos que entonces serán transportados en carros de nubes y serán reunidos por los Ángeles.
Su reino no tendrá fin
Y si oyes a alguien que el reino de Cristo habrá de tener fin, lanza una maldición contra esta herejía. Pues se trata de la segunda cabeza del dragón.
No oyó a Gabriel, que dice: Reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin.
Escucha este testimonio de Daniel: Yo seguía contemplando en las visiones de la noche: Y he aquí que en las nubes del cielo venía como un Hijo de hombre. Se dirigió hacia el Anciano y fue llevado a su presencia. A él se le dio imperio, honor y reino, y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron. Su imperio es un imperio eterno, que nunca pasará, y su reino no será destruido jamás.
Esto es lo que debes aceptar y creer. Arroja lejos de ti lo herético. Pues has oído cosas muy claras acerca de que nunca tendrá fin el reino de Cristo. Todo, en el Antiguo Testamento, apuntaba al Reino del Hijo.
Tienes también algo semejante en la interpretación de la piedra que se ha separado del monte sin la intervención de mano alguna, que es Cristo según la carne: Y este reino no pasará a otro pueblo.
Y David, en una ocasión, dice: Tu trono, oh Dios, permanece para siempre. Y, en otro lugar: Desde antiguo fundaste tú la tierra… ellos perecen, más tú quedas… Pero tú siempre el mismo, no tienen fin tus años. Todo lo cual lo interpretó San Pablo aplicándolo al Hijo en su Carta a los Hebreos (I, 8-10).
Todos sus enemigos serán puestos a sus pies, para integrarse todo con Cristo en el plan del Padre
Está escrito aquello: Cuando hayan sido sometidas a él todas las cosas, entonces también el Hijo se someterá a Aquel que todo se lo sometió.
Conclusión
Y otras muchas cosas podrían decirse, basándose en la Sagrada Escritura, sobre el reino de Cristo que nunca por los siglos tendrá fin.
Sobre ello tengo suficientes testimonios, pero, por lo avanzado del día, me doy por contento con lo dicho.
Pero tú, que estás escuchando, adora sólo a aquel Rey y evita todo error herético.
Si la gracia de Dios lo permite, todo lo demás que atañe a la fe se os explicará en su momento.
Y el Dios de todas las cosas os guarde, acordándoos de las señales de la consumación del mundo y sin dejaros vencer por el Anticristo.
Oíste los signos del que ha de venir en su plenitud. Oíste las pruebas del verdadero Mesías, que ha de venir manifiestamente de los cielos. Huye del Mentiroso, espera al que es el Verdadero.
Has sido instruido en el camino en el que, al ser juzgado, serás encontrado a su derecha.
Guarda el depósito acerca de Cristo, realizando con decoro buenas obras, para que obtengas el Reino de los Cielos, manteniéndote en pie con confianza ante el Juez. Por Quien y con Quien sea gloria a Dios, con el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén.
¿Eres Tú el que has de venir o esperamos a otro? Y respondiendo Jesús, les dijo: Id y anunciad a Juan lo que habéis oído y lo que habéis visto…
Y recordemos la hermosa plegaria de Teodoreto, con lo cual concluye su comentario al libro del Profeta Zacarías, y que hemos citado el domingo pasado: “Que no haya entre nosotros ningún cananeo, sino que todos vivamos según las enseñanzas evangélicas, en la expectación de nuestra bienaventurada esperanza y de la venida del gran Dios y Salvador Nuestro Jesucristo, a quien con el Padre y el Espíritu Santo sea gloria ahora y siempre y por todos los siglos. Amén”.