PADRE LEONARDO CASTELLANI: PARÁBOLAS CIMARRONAS

Conservando los restos

PARÁBOLA DEL GRANITO Y DEL FERMENTO

(Lucas 13, 18-21)

Dijo entonces Jesús: “¿A qué es semejante el reino de Dios, y con qué podré compararlo? Es semejante a un grano de mostaza que un hombre tomó y fue a sembrar en su huerta; creció, vino a ser un árbol, y los pájaros del cielo llegaron a anidar en sus ramas.” Dijo todavía: “¿Con qué podré comparar el reino de Dios?” Es semejante a la levadura que una mujer tomó y escondió en tres medidas de harina y, finalmente, todo fermentó.”

FILÓN. — Te presento a mi amigo Longino, Decurión de la Antonia.

ELIACÍN. — Siendo amigo vuestro, mucho gusto. No me trato con los Romanos.

FILÓN. — Éste es más que romano y más que amigo mío. Éste me ha sacado del mayor apuro de mi vida. Es el jefe del Pelotón de Ejecuciones. ¿Recuerdas cuando Herodes me quiso ajusticiar?

LONGINO. — Mi deber y nada más. No vale la pena.

FILÓN. — Te lo traje porque ha sido testigo de un milagro del… vagabundo de Galilea.

LONGINO. — Curó al siervo de mi Centurión.

ELIACÍN. — ¿De veras? Y ¿cómo lo curó: con yerbas o con un conjuro?

LONGINO. — De lejos lo curó, con una palabra.

ELIACÍN. — ¿Qué palabra?

LONGINO. — ¿Yo qué sé? Yo lo único que sé es que estaba paralís, y se levantó sano, a los brincos.

ELIACÍN. — Nosotros los israelitas sabemos más que vosotros los gentiles de palabras y de sortilegios, porque sabemos en virtud DE QUIÉN suelen obrar los sortilegios. Sabemos todos los trucos. Yo podría hacer lo mismo, si no fuera pecado.

LONGINO. — De eso tenemos mucho nosotros en Roma, y no digamos nada de Velletri, donde nací. Pero yo nunca he creído en ello. El Centurión me contó: él le rogó al … este … ¿cómo dicen? Al Rabbí, haciéndole un gran homenaje (para mí exagerado) y el otro dijo: «Vete, ha sanado tu siervo». Y así fue. Resultó verdad.

ELIACÍN. — ¿De modo que vos no habéis sido testigo?

LONGINO. — Me contó el Centurión. Mi Centurión no dice una cosa por otra. Más bien dice menos … excepto cuando rogó al Rabbí ese … que entonces se pasó —por la aflicción por su siervo postrado, al cual amaba. Y el siervo es judío. Aquí se pasó mi Centurión. Pero una vez al año, no hace daño.

ELIACÍN. — Ya estamos. Con eso me basta. Entiendo todo el asunto.

FILÓN. — ¿Qué entiendes, Eliacín?

ELIACÍN. — Poco importa. Nosotros los israelitas entendemos esas cosas.

FILÓN. — Yo soy israelita …

ELIACÍN. — Saduceo. Ser saduceo es ser griego.

FILÓN. — Nací en Alejandría de padres judíos, fui discípulo de Aristóbulo de Atenas, pero no creo que la filosofía pueda oponerse a la ley de Moisés, al contrario: yo sacaré la filosofía a flor que hay escondida en los libros de Moisés  — como sabes.

ELIACÍN. — Justamente por eso te he rogado (y el ruego viene de muy arriba) que me reportases acerca de la «filosofía» de Ése, como si dijéramos; de su doctrina, que de sus hechos no me cuido: sabemos todo lo necesario. Lo que nos interesa es lo que enseña, no lo que hace. Lo que enseña nos parece contrario a los libros de Moisés, en los que tú eres especialista.

FILÓN. — No: contrario, contrario, yo no diría tanto. Tampoco diría que es concorde: hay cosas que dice y no están en el Penta. Le he seguido los pasos. Me interesa. Tengo dos esclavos escribientes, a los cuales dicto todo lo que predica, apenitas lo oigo. A veces pregunto a los Discípulos, que se saben las Parábolas de memoria: porque yo no puedo seguirlo por todo, viaja sin cesar.

ELIACÍN. — Por de pronto, no respeta el Sábado. Camina el Sábado de sol a sol; y es pecado caminar en Sábado más de un Sabbatweg: tres estadios según Shammai, cinco estadios según Hillel. Jamás ha respetado el Sábado el muy …

FILÓN. — Eso clavado. Yo tampoco lo respeto. Por lo menos, tal como lo enseñáis vosotros.

LONGINO. — ¿Qué es el Sábado?

FILÓN. — Deja eso ahora, Longino, que es muy largo. Te traigo las dos últimas parábolas, Eliacín, Maestro; a ver qué te parecen: la del Granito de Mostaza y de la Levadura del Pan nada menos. Te las diré más o menos, de memoria. Semejante es el Reino de los Cielos («Reino de los Cielos», ¿oyes?) a una semilla de mostaza, que siendo la menor de las semillas …

ELIACÍN. — No es la menor…

FILÓN. — No interrumpas… Que siendo la menor de las semillas, crece lentamente hasta hacerse el mayor de los árboles (¡Un momento!, no interrumpas) y da sombra a los viandantes, y en su copa hacen su nido las aves del cielo …

ELIACÍN. — ¡Qué ridiculez!

LONGINO. — Pues a mí no me parece nada mal. El poeta Ennius …

FILÓN. — Un momento, poeta. Segunda parábola. Hay que ver la alegoría que hay detrás. Ya sabes que soy el maestro de las alegorías, y que enseño que toda la Ley y los Profetas son alegorías filosóficas, que sólo pueden percibir los que han sido purgados de ojos por la filosofía … Dicho así a la burda, pues mi sistema contiene infinito más, como sabes.

ELIACÍN. — Ipiedades de los malditos griegos …

LONGINO. — Los griegos saben mucho.

FILÓN. — Segunda parábola: semejante es el Reino de los cielos a una mujer que se puso a amasar y puso una pizca de fermento en tres satos de trigo.

ELIACÍN. — Absurdo. ¡Tres satos de trigo! ¡Un jehí! Ninguna mujer hace eso ni loca que fuera. Antes, que el árbol de mostaza es el mayor de los árboles; después, ¡que una mujer amasa un jehí, tres satos! ¿Es ciencia eso? ¿Es saber? ¿Es literatura, tan siquiera?

FILÓN. —  .. Y la pizca de fermento levantó toda la masa. Hasta aquí mis amanuenses.

ELIACÍN. — Enorme e irreverente. Y blasfemo. Ése no sabe ni hacer parábolas siquiera. Podría venir a la escuela de nuestro Johanan ben Zakkai, que es un maestro. He aquí la parábola que nos recitó el Sábado pasado, que he retenido de memoria, tan exquisitamente balanceada:

«Esto se parece a un Rey que invitó a sus siervos a un convite, pero no les fijó el momento. Los sabios se vistieron bien y se plantaron a la Puerta de palacio. Los locos se entretuvieron en sus cosas Y se ensuciaron hasta por demás. Decían: hace falta tiempo para preparar un festín. De golpe el Rey vino: Los sabios entraron paquetes, los locos entraron en camiseta. El Rey se alegró con los sabios. Pero se irritó con los locos. Que los que están vestidos, coman y beban. Que los que están sucios, esperen”.

Así habló el maestro Johanan ben Zakkai …

FILÓN. — Siento decirte que esa parábola está copiada de dos parábolas de este sorprendente Rabbí, que tengo en mis papeles: la del Convite y la de las Vírgenes Locas.

ELIACÍN. — Las conozco, y me parecen ridículas.

LONGINO. — Échelas, amigo; vamos a verlas.

FILÓN. — Es que tú no sabes alegorizar, Eliacín: te haría falta una introducción a la filosofía. Esas dos breves comparanzas que te parecen tontas encierran tres ideas de la mayor importancia para vosotros los Fariseos. ¿No os tiene a vosotros soliviantados el que Éste quiere fundar un Reino, y que los Profetas han anunciado ese Reino, y que los caracteres del Reino son enteramente diversos en ellos y en Éste?

ELIACÍN. — Eso es lo que me interesa. Ahí quería venir.

LONGINO. — Un poeta nuestro ha dicho lo mismo, y dice que está cerca el Reino (y las Sibilas dicen lo mismo) y que Incipe parve puer, risu cognoscere matrem.

FILÓN. — Éste no entiende latín, Longino amigo, y desprecia a los poetas. En mi libro Alegorías de las Santas Leyes (que tampoco le habla nada a éste, porque está en griego) yo enseño que entre los poetas y los profetas hay algo en común, con tal de tener el sentido de la alegoría. A esa luz, todas las religiones son verdaderas, pues no son más que mitos más o menos transparentes de grandes verdades filosóficas. Cada religión encierra entre velos una parte mayor o menor de la verdad, para quien sepa verla. Este Rabbí ambulante es excéntrico con respecto a Moisés. Muy bien. Yo desprecio a los excéntricos; pero ¿qué sabemos si un punto excéntrico no es un nuevo centro? Yo tengo esta ley; que nadie debe romper la ley, a no ser que en la energía del acto de romperla no plante una ley más grande.

ELIACÍN. — No quiero oírte blasfemar, Filón. Vengan las «tres ideas», o si no, acabemos. ¿Qué ideas hay en esas dos bobadas?

FILÓN. — Éste dice que el Reino que Él está fundando es como una cosa viviente, que crece lentamente, y que crece sin embargo en forma mirífica, desproporcionada, y que crece por obra de una minoría. Ahora bien, el Reino que vosotros esperáis, Elíacín Maestro, es al contrario. Viene de golpe y con estruendo (y Éste ha dicho: «El Reino de Dios no viene con estruendo»), es alzado por el acero y el oro, es una conquista, una venganza, y una brusca dominación. Con fuego y fierro, con prodigios más grandes que Josué y Gedeón.

ELIACÍN. — Justo. Así lo dicen todos los profetas.

FILÓN. — Interpretados por vosotros. Pero yo no lo sé. Los profetas están llenos de contradicciones, pero se entienden si se les aplica la abstracción, y se resuelven en una harmonía filosófica. Son lo mismo que yo: dicen que mi sistema es oscuro, si no contradictorio; no saben aplicar la abstracción. Dios creó al mundo por medio de las «Potencias», que no son vuestros ángeles, no, vuestro ángeles son figuras de ellas, a ser vistas con los Rayos Equis de la Abstracción.

LONGINO. — ¿Qué son Rayos Equis? ¿Y de qué Reino están hablando? ¡El Imperio Romano ya está fundado … ! ¿Conspiraciones israelitas?

ELIACÍN. — Sólo Israel es eterno.

FILÓN. — Rayos Equis son unas hechicerías que hacen en Babilonia, en secreto, los magos, que con unas piedras o metales aplicadas a las carnes ¡se hacen transparentes y se ven los huesos! Como la abstracción filosófica.

ELIACÍN. — Bastante te sirvió la abstracción y la magia y los RAYOS «equívocos» cuando Herodes te encargó el remedio de matar, y le mataste el árbol.

LONGINO. — ¿Qué es eso de remedio de matar?

FILÓN. — Longino no lo sabe, Eliacín, aunque él me salvó del apurón. Pues (no lo cuentes a nadie) Herodes me encargó que le produjese higos ponzoñosos para invitar amigablemente a la higuera a algún amigo de vez en cuando …

LONGINO. — Pues ¿cómo se pueden hacer higos ponzoñosos, por Jové?

FILÓN. — Poniendo ponzoña en las raíces de la higuera, creía yo. Me equivoqué, y me mandó ajusticiar. Válgame que me acogía a la ciudadanía romana … gracias a este Decurión de Roma.

LONGINO. — ¿Se secó la higuera?

FILÓN. — Creció mucho más fuerte que antes.

LONGINO. — ¡Y este Herodes es el Rey de Israel!

ELIACÍN. — El Reino que nuestro Mesías fundará será eterno, pues está escrito: “Vendrán de todas las partes del mundo a Jerusalén con dones; y doblarán sus cervices ante Sión.” Herodes es un payaso y su Reino es mojiganga. El Reino de que este otro impostor habla, es una blasfemia; y ahora me he dado cuenta de todo … Este hombre pretende ser el Rey Mesías, aunque no lo dice claro; y su Reino es ridículo, pues si va a ir creciendo como una planta ¿no morirá Él antes? Que creo no le anda lejos, a juzgar por lo que me han contado. Pero … callemos.

FILÓN. — Y predice otra cosa que parece contradictoria: que habrá un gran desastre o calamidad en todo el mundo, después del cual aparecerá Él sobre las nubes del cielo.

ELIACÍN. — Efectivamente contradictoria. ¿Y cómo? ¿Lo traerá un ángel agarrado por un cabello, como al profeta Habacuc, por si acaso? Ridículo.

FILÓN. — Significa el «Logos», querido Eliacín: el «Logos» que es la cabeza de todas las «Potencias» por las cuales Dios hizo el mundo. El gran desastre es también alegórico: significa la resolución universal de la materia (que es el Mal) en el Logos, que es el Bien.

LONGINO. — El Logos es la razón, según Platón. Hasta ahí he llegado yo en la escuela. Más que eso no sé … Los Romanos somos prácticos. Yo me di a la poesía …

ELIACÍN. — Todas esas andróminas y … cuchufletas y … poesías, por suerte no me interesan. Por suerte, nuestra doctrina está fija y clara, no puede fallar. Israel es el pueblo elegido por Dios para suyo, y con el tiempo dominará a todas las naciones; y eso será obra del Rey Mesías, del cual este insolente impostor ha usurpado la figura, con sus curaciones hechas por obra de Belcebú.

LONGINO. — ¿Cómo es eso de todas las naciones? Según eso el Imperio Romano caerá, y ustedes, asiáticos …

ELIACÍN. — Perdón, Decurión, pero eso está en Daniel y está en todos los Santos Profetas. No quiero ofenderos.

LONGINO. — Nosotros tenemos un poeta que ha dicho, de parte de Júpiter:

His Ego nec rerum metas nec tempora pono.
Imperium sine fine dedi …

que si quieren la traducción en prosa, es así (y perdonen si maltrato el griego): «A los romanos no les pongo límites ni de cosas ni de tiempo — Les he dado el Imperio Sin Fin …

ELIACÍN. — Ustedes los Romanos no tienen más que las armas, carecen de la sabiduría, y así no pueden durar. Poetas, ¡bueno! No hablen de poetas donde están nuestros profetas. Toda la sabiduría que tienen es importada de Grecia: y hasta los artistas que tienen son griegos, como los mimos del procónsul Poncio Pilatos; y todo ello es juego de niños y de parásitos.

FILÓN. — Si los romanos son meros parásitos ¿cómo es que dominan a Israel, Eliacín?

LONGINO. — No crea, jefe, ahora tenemos dos grandes poetas nacionales, mayores que Homero: uno el que cité antes, Publius Vergilius y otro más grande aún, Ovidius Naso; y aquí está Filón, que no me dejará mentir, aunque a él le gusta más Vergilius. Hay un jovencito que prometía mucho, según mi maestro, un Horatius Flaccus, pero se ha vuelto estreñido y oscuro. Pero eso de que Roma pueda caer, es disparate: desde que nació no ha cesado de crecer y tiene todos los elementos para durar siempre. Le hablo con franqueza, jefe, como Ud. me habló a mí.

ELIACÍN. — Israel o Roma, Roma o Israel, dejémoslo allí. Yo sé lo que sé. En lo que estamos los tres de acuerdo es: en que el «Reinó» de este … Curandero Mendicante, eso es lo que no puede durar.

FILÓN. — De eso yo no estoy tan seguro. Puede ser el «Logos», de acuerdo con las obras que … dicen que hace. ¡Hasta resucita muertos! …

LONGINO. — Tampoco yo estoy seguro. Puede unirse a Roma. En Roma sería un éxito. Roma se despepita actualmente por los taumaturgos. Mi Centurión se ha hecho de los suyos, aunque en secreto … Si entramos en ese Reino los romanos …

FILÓN — Y nuestro Archisinagogo se ha hecho de los suyos. Le resucitó a la hija … Jairos, el archisinagogo.

ELIACÍN. — ¡Le resucitó a la hija! ¡Patrañas! ¿Lo has visto tú? Hizo una matufia con una chica desmayada, si quieres saberlo, filósofo.

FILÓN. — Lo vieron el padre y la madre, y tres discípulos. Yo hablé con ellos.

ELIACÍN. — Exacto. Estamos en lo mismo de antes. ¿Me voy yo a poner a cerner testigos, dos de ellos ofuscados y medio locos por el «Sueño» de la niña (él mismo avisó que era un sueño) y tres paniaguados suyos? A mí me basta su doctrina. Sabemos que ese hombre no viene de Dios. Su doctrina elimina a Moisés.

LONGINO. — Yo sin embargo pienso verlo. Con hacer la prueba no se pierde nada. Siempre creí que sobre Júpiter había otro Dios más alto; y ahora … En los templos de Júpiter nunca ha resucitado un muerto, ni eso se ha oído decir desde los siglos sinfinitos.

FILÓN. — Y yo pienso sacar por abstracción la quintaesencia de su doctrina, que tengo en estos papeles; y la pondré en apéndice en mis «Alegorías de las Santas Leyes».

ELIACÍN. — Y yo pienso lo que pienso, que no pienso deciros a vosaltres … Agur y buena suerte.

FILÓN. — Conformes. Yo ya he cumplido. Vámonos, Longino. No puedo apuntarme la conversión de un fariseo a la filosofía… ni lo esperaba tampoco, cielos.

LONGINO. — (Cuadrándose) ¡Salve! ¡Valeas! ¡Roma eterna!

ELIACÍN. — (Inclinándose) ¡Sal Hajam! ¡Israel eterna!

FILÓN. — (Levantando la diestra) ¡Salud! ¡La Razón sola es eterna!

LONGINO. — (Riendo y saliendo) No vaya a resultar al fin que el único eterno sea este loco de las resurrecciones.

ELIACÍN. — (Furioso) Lo veremos. A este loco lo tendrás que ejecutar tú mismo, romanacho incircunciso, en la próxima Pascua. Para el Sábado de Pascua estará en la sepultura. Lo dijo Caifás: conviene que un hombre muera por la salvación de todo el pueblo.