Conservando los restos
VOSOTROS ME HABÉIS AMADO
Narrado por Fabián Vázquez (once minutos)
El mismo Padre os ama, porque
VOSOTROS ME HABÉIS AMADO
y creído que yo he salido de Dios.
(San Juan, XVI, 37)
VOS ME AMASTIS
Puesto que Él dijo estas palabras a sus Apóstoles poco antes de dejarles definitivamente, también podemos nosotros, a pesar de nuestras miserias, tomarlas y procurar aplicárnoslas, sin que parezca atrevimiento.
Se consigue más del corazón humano no dudando de él y reconociendo su valer, que tratándole con menosprecio suspicaz, y demostrándole que es indigno e innoble. A menudo el único medio de hacer brotar la generosidad, es alabarla antes que exista; y el hombre se siente a veces capaz de desempeñar un papel heroico por el mero hecho de que se le pida con confianza que lo acepte.
Vosotros al menos me habéis amado: en medio de mis fatigas y en mis disgustos y decepciones estas palabras extraordinarias podrán reanimarme y regocijarme si tuviese bastante fe para no dudar de ellas.
¿Puede llamarse orgullo meditar en ellas, encontrándolas verdaderas; reconociendo que son verdaderas en los que me rodean, y que son falsas en mí, y que, en realidad de verdad, yo Te he amado, a Ti, que me has creado y redimido?
Esta meditación no es fruto del orgullo, con tal que tengamos en cuenta que el amor es en nosotros la eflorescencia de la gracia y la sumisión a las iniciativas divinas. Si la caridad que nos une a Cristo es un don que viene de Él, ¿cómo seré culpable admirándole y afirmando que es de buena ley?
Sólo los herejes, que se tienen a sí mismos por el origen y principio de sus virtudes, únicamente los antiguos pelagianos y los estoicos de nuestros días, apartan sus pensamientos de Dios cuando contemplan lo que creen que es obra suya y resultado de su propio esfuerzo.
Pero nosotros sabemos que nada bueno hay en nosotros, si no es por la gracia, y que nuestras virtudes son victorias del Espíritu del Señor.
Por eso podemos aseverar humildemente la verdad de su palabra y repetir que no se engaña cuando nos llama amigos suyos.
Vos me amastis. Sí, Dios mío, te han amado apasionadamente, a pesar de sus sufrimientos y de sus lágrimas, estos hombres, hermanos míos bautizados, que continúan entre nosotros la tradición del sacerdocio desde los orígenes cristianos.
Tú sólo eres el que ha entrojado la mies del amor operante, inmenso, que ha crecido desde hace siglos alrededor de nuestras parroquias rurales y en medio de la agitación de nuestras grandes ciudades.
¿Qué no han hecho por Ti todos los cruzados de la abnegación? ¿Qué no les has pedido Tú? Han abandonado su familia y su país, coma Abrahán al irse de Caldea, han vivido sólo para Ti.
Así, pues, yo Te alabo por haber sido el centro, el alma, la luz y la paz de todas esas existencias y la plenitud de tantos deseos infinitos, por Ti eternamente colmados.
Tu Iglesia nunca ha sido indigna de Ti, a pesar de los grandes escándalos que vislumbramos en su historia, y ni un solo día Te ha faltado, Pastor invisible de las almas, la oración de los corazones rectos.
Vos me amastis. Yo mismo, oh Dios mío, también Te he amado; me he sentido orgulloso de llevar tu nombre, y he sufrido por verte desconocido.
Tu pueblo es bien tuyo, y la gracia de la caridad mantiene a los innumerables sarmientos adheridos a la cepa de la viña eterna. Nosotros Te hemos amado, en otro tiempo, siendo aún niños, cuando al alborear del día de Navidad venías a nosotros, siendo Tú mismo niñito, tan misterioso y tan fuerte en tu silencio inmóvil.
Y Te hemos amado en la Eucaristía, desde el día de la primera Comunión y a través de todas nuestras comuniones, cuando Te contábamos nuestras miserias de enfermos, y cuando Te prometíamos colaborar contigo.
Te hemos amado más tarde, clavado en el madero sangriento de tu bendita cruz, y no hemos querido que nuestra vida permaneciese extraña a tus sufrimientos.
Te hemos amado en el Cristo glorioso de la Pascua; en el Niño Jesús de Navidad, en el Sagrado Corazón de los Avellanos de Paray-le-Monial; Te hemos amado en todas tus ocupaciones obscuras, y en todas las almas que has santificado.
Porque es tu Madre, hemos, honrado y amado a María —Sancta Dei Genitrix—; y porque sus cuerpos Te han dado testimonio, hemos guardado en relicarios los huesos de tus mártires.
Y siempre será así. Vos me amastis…— No permitas que nunca nos separe de Ti, que nada divida al Pastor de su rebaño, al Maestro de sus discípulos, a Cristo de sus Apóstoles.
Queremos trabajar hasta, el fin, como una porción, escogida, apoyándonos en tu palabra, y sabiendo que Tú cuentas con nosotros.
Sí, cuenta con nosotros. Vamos a convocar de nuevo alrededor de tus tabernáculos muchedumbres numerosas, como sucedía en los siglos pasados, cuando los fieles se apiñaban en las iglesias, en las horas de la oración en común, y cuando la voz de todo un pueblo respondía unánime al Sursum corda litúrgico.
Haremos que reines en la intimidad de nuestros hogares, y rodearemos de honor, lealtad y energía el nombre cristiano; y para que más tarde, cuando no existamos, no cese la alabanza entre nosotros enseñaremos a nuestros tiernos niños que también ellos tienen un Maestro manso y humilde de corazón, y les diremos cómo deben juntar sus manecitas e inclinar su cabeza en la Santa Iglesia, depositaria de las verdaderas promesas.
Vos me amastis. Cuando me halle cansado de todo y de mí mismo; cuando vea que han sido estériles todos mis esfuerzos, y mis pensamientos más queridos hayan sido maliciosamente tergiversados; cuando me pasee solo y lleno de dudas preguntándome si no he perdido mi existencia al malgastarla en servicio de los demás, cuando mis estrellas se obscurezcan y mis tinieblas hablen en mí en voz alta, para arrojar a los demonios del crepúsculo y guardar mi alma en tu fulgor, no tendré necesidad más que oír de tu boca, Señor, esta palabra celestial, y saber, por Ti, que no dudas de mi fidelidad.
Y cuando termine mis días aquí abajo, ven en mi agonía a dar testimonio de mí: Vos me amastis…, y que entonces pueda responder: Así es, efectivamente.
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