PADRE CERIANI: SANTA TERESITA

EL SANTO ABANDONO

LA CLAVE DE LA PERSEVERANCIA

Cuando sus hermanas comprendieron que Jesús no tardaría mucho en responder al deseo de su pequeña esposa, y que pronto el Carmelo y el mundo iban a perder a Teresita, y con ella un sublime secreto, comenzaron a asediar a la extenuada enferma, tratando de obtener, mediante toda clase de preguntas, lo substancial de una doctrina que la había conducido a una consumada santidad.

A tal punto llegó la indagación que Teresita, con su acostumbrada sinceridad y bondad, exclamó: «Se me hostiga a preguntas, esto me hace pensar en Juana de Arco ante su tribunal».

También nosotros quisiéramos asediarla y hostigarla con nuestras preguntas, para que nos revele el secreto de su santidad, lo esencial de su mensaje, el espíritu de Teresita, la clave de su perseverancia, su alma…

Muchos son, ciertamente, los textos o fórmulas que podríamos presentar como resumen de su doctrina. Cualquiera de ellos nos ayudaría mucho en nuestra vida espiritual y en la tarea de nuestra santificación, pero, al mismo tiempo, nos dejaría insatisfechos, e inmediatamente vendrían a nuestro pensamiento aquel otro texto y aquella otra fórmula.

Voy a contentarme hoy con espigar algunos que pueden tener vigor de máximas y que pueden ser centro de otras muchas ideas, bien saturadas de doctrina, como para constituirse en ejes y puntos luminosos que esclarezcan todos los demás, íntimamente relacionados entre sí, capaces de dar una idea exacta de Teresita, ya que llevan implícitos todos los detalles de su vida y su concepción de la misma, y que resumen lo que hemos llamado la clave de la perseverancia, virtud tan importante en la vida espiritual y en la santificación.

El 5 de junio de 1897, Teresita dijo a su hermana María Inés:

“Si me encontráis muerta una mañana, no os apenéis; será que mi papá, el buen Dios, habrá venido sencillamente a buscarme. Sin dudas, es una gracia recibir los sacramentos, pero cuando Dios no lo permite, también está bien. ¡Todo es Gracia!»

En su sorprendente simplicidad, esta actitud manifiesta la justificación doctrinal de una santa indiferencia que llega al orden mismo de la gracia y de la gloria.

En tres palabras, Teresita resume sus disposiciones íntimas, fruto de sus virtudes teologales llevadas al heroísmo.

Es la perfección del caminito de la infancia espiritual, que no puede dudar un solo instante de la infinita benevolencia del Padre. Allí se alimenta toda su alegría.

En el punto culminante de la tentación contra la fe y la esperanza que la sumerge en la noche del espíritu, y cuando prevé como posible una muerte repentina que la prive de los últimos sacramentos, se abandona sin reservas por medio de una profesión de fe que, en tales circunstancias, no es otra cosa que un admirable consentimiento al martirio: ¡todo es gracia!

Todo es don gratuito del Padre, más aún, todo es obra directa de su inefable amor.

Todo es gracia, porque todo es don de Dios, y pase lo que pase en la vida, cualesquiera sean los accidentes que la alteren, para el justo, todo es bien. ¡Sí, todo es bien cuando no se busca más que la voluntad divina!

En momentos en que todo debería conducir a la angustia y a la desesperación, en medio de la prueba más terrible contra la fe, el 12 de julio de 1897, Santa Teresita exhala un grito que constituye una sublime profesión de amor y de ciega confianza:

“¡Señor, me colmáis de alegría, con todo lo que hacéis!»

Menos de un mes después, el 3 de agosto de 1897, no pudiendo disimular su emocionada admiración, sor María Inés expresaba a su hermanita que seguramente habría debido luchar mucho para alcanzar el grado de perfección en que la veía.

Esta fue una excelente ocasión para Teresita de revelar, un secreto ascético que precisa la noción de la infancia espiritual. Después de reflexionar, dio a su hermana esta respuesta doctrinal

«La santidad no está en ésta o en aquella otra práctica; consiste en una disposición del corazón que nos hace humildes y pequeños entre los brazos de Dios, conscientes de nuestra debilidad y confiados hasta la audacia en su bondad de Padre».

Deberíamos grabar en nuestras almas esta sentencia con caracteres indelebles. Ella soluciona en forma precisa y segura el problema que atormenta a todos los cristianos sinceros.

Que Santa Teresita proponga tranquilamente este principio, la víspera de su muerte, restando importancia a la mortificación y trabajo personal de purificación, nos da la medida de su desprendimiento interior.

No, ni aun para la monja, cuya vida entera no es más que ascesis, la santidad consiste en práctica humana alguna, en ningún esfuerzo ascético.

Dios sabe bien cuánto tuvo que luchar Teresita; pero detenerse en los límites de la ascesis teresiana no sería en absoluto estudiar la santidad de Teresita.

Tal como surge de esta declaración, la noción de la santidad se deriva directamente del principio que hemos puesto en primer lugar. En efecto, si todo es gracia, todo es acción proveniente del Dios de amor. Y si la iniciativa corresponde inevitablemente a Dios, el primer momento del camino hacia la santidad no puede ser más que una disposición del corazón que nos haga adherirnos a esa iniciativa divina. Y puesto que jamás hay nada que no sea gracia de Dios, jamás el alma debe replegarse sobre su esfuerzo personal para organizarlo todo según su parecer y poner en ello su confianza. Y por ello todos y cada uno de los momentos del proceso de la santificación deben ponernos, conscientes de nuestra debilidad, entre los brazos de Dios.

La disposición de nuestro corazón no puede ser otra que la de una confianza llevada hasta la audacia. En la medida exacta de nuestra disposición, en esa misma medida será el mismo Dios quien tome a su cargo nuestra propia actividad, y solamente entonces nuestra ascesis adquirirá valor de santificación: la santidad, mirada desde el lado del hombre, es una disposición de la voluntad que, reconociendo su impotencia radical, acepta las iniciativas de Dios.

Esto es el caminito de la infancia espiritual en su grandeza soberana; esta es la vida misma de Teresita, que halló en la disposición de su corazón el principio permanente de las más heroicas virtudes, el estímulo irresistible a los más generosos esfuerzos y la más perfecta seguridad en las pruebas.

«Todo es gracia»…

«Me colmáis de alegría con todo lo que hacéis»…

«La santidad consiste en una disposición del corazón que nos hace humildes y pequeños entre los brazos de Dios»…

Tres frases, tres lemas que nos dan a conocer el alma de Santa Teresita y que pueden resumirse en una sola palabra, bien teresiana, por cierto; «abandono».

¡Sí!, es el abandono la clave de la perseverancia, de la santidad, de la perfección…

De este modo, pudo decir nuestra Teresita:

«Me gozo en que Dios me permita sufrir todavía por su amor. ¡Qué dulce es abandonarse entre sus brazos, sin temores ni deseos!»

Un alma muy teresiana, el Hermano Rafael, monje trapense de la abadía de San Isidro de Dueñas, muerto en 1938 a la edad de 27 años, escribe en el mismo sentido de Teresita:

»¿Qué más te da padecer o gozar? ¿No tienes a Dios? Tú, ¿quién eres? No te preocupes de ti, pobre criatura; ni sabes padecer, ni puedes gozar. Deja que Dios se apodere de ti y, entonces, no tendrás ni lo uno ni lo otro…, tendrás paz… tu corazón estará quieto, puesto en Dios, y tu vida será una espera, una espera serena, sin impaciencias y sin temores. Esa es la vida y la única alegría de vivir (…) No te importe sufrir, no te importe gozar. ¿Qué más da? Sólo Dios basta. Él lo llena todo».

Teresita también compuso esta estrofa:

«Acuérdate, Señor,
de que tu santa voluntad es mi dicha
y mi único reposo.
Sin temor en tus brazos me duermo y abandono.
Divino Salvador.
Si mientras ruge el huracán Tú duermes,
yo seguiré sumida en una paz profunda,
Mas, Jesús, mientras duermes,
para tu despertar
¡prepárame!»

Y esta otra, de su admirable poema «Vivir de amor”:

«Vivir de amor es darse sin medida,
sin reclamar salario aquí en la tierra.
¡Ah!, yo me doy sin cuenta, bien segura
de que en amor el cálculo no entra.
Lo he dado todo al corazón divino,
que rebosa ternura.
Nada me queda ya. Corro ligera…
Ya mi única riqueza es, y será por siempre
¡vivir de amor!»

Y para que comprendamos que la vida de Teresita no fue poesía, sino que puso en versos lo que ella misma vivía, leamos lo que escribió a una de sus hermanas:

«Tu Teresa no se encuentra en este momento en las alturas, pero Jesús le enseña a sacar provecho de todo, del bien y del mal que halla en sí. Le enseña a jugar a la banca del amor, o mejor, no, Él juega por ella sin decirle cómo se las ingenia, pues eso es asunto suyo y no de Teresa. Lo que ella tiene que hacer es abandonarse, entregarse, sin reservarse nada, ni siquiera la alegría de saber cuánto rinde su banca».

Entonces sí puede versificar con sinceridad:

«Por tu amor, ¡oh! Jesús, yo prodigué mi vida, prodigué mi futuro».

“¡Jesús, amarte es pérdida fecunda!”.

Y el Hermano Rafael, siguiendo las huellas teresianas, escribió estas bellas palabras:

«Te aseguro que todo me es indiferente…Y el estar colgado de la mano de Dios es la gran felicidad de la tierra. Ahora me he dado cuenta de que mi enfermedad es mi tesoro en el mundo. ¡Qué grande es Dios! ¡Qué bien dispone las cosas, cómo va haciendo su obra! No hay más que dejarse llevar. Créeme, es muy fácil; y cuando llegues a no tener más deseos que los deseos de Dios, entonces está todo hecho, no hay más que esperar».

Este abandono teresiano, que decimos es la clave de la perseverancia, y el fundamento de la santidad, puede parecemos demasiado elevado y, lejos de ayudarnos en la tarea de nuestra perfección, llevarnos al desánimo y desconsuelo.

Pero en Teresita el abandono tiene una característica muy particular: es un abandono dosificado, día a día… momento a momento…

En efecto, en la primavera de 1894 Santa Teresita se entretiene con su hermana, María, del Sagrado Corazón, sobre la brevedad de la existencia; y se ponen de acuerdo para que Teresa exprese sus pensamientos comunes por medio de una poesía.

De este modo nació uno de los mejores poemas de la santa carmelita.

La médula de esta hermosa poesía está delineada y terminada, en la primera estrofa:

“Mi vida no es más que un instante, una hora pasajera.
Mi vida no es más que un solo día, que me escapa y huye.
Tú lo sabes, ¡oh Dios mío, para amarte sobre la tierra
no tengo más que el día de hoy!”

La imagen, la actitud del alma, se desarrolla armoniosamente y sin forzar las cosas a lo largo de todo el poema: se trata de un ser débil, que no puede prometer nada o pedir nada para mañana, puesto que no está seguro de sí mismo, sino que todo lo ha dado a Dios, confiando en su gracia.

“¡Oh Jesús! yo te amo. Hacia Ti aspira mi alma.
Por un día, solamente, sé mi dulce apoyo.
Ven a reinar en mi corazón, dame tu sonrisa
¡nada más que por hoy!

¿Qué me importa, Señor, si el futuro está envuelto en sombras?
Rezar para mañana, ¡oh no!, yo no puedo.
Conserva puro mi corazón, cúbreme con tu sombra
¡nada más que por hoy!”

En su autobiografía, Teresita escribirá más tarde:

“He observado con frecuencia que Jesús no quiere darme provisiones. Me sustenta a cada instante con un alimento enteramente nuevo, recién hecho. Lo encuentro en mí sin saber cómo ni de dónde viene. Creo, sencillamente, que es Jesús mismo, escondido en el fondo de mi pobrecito corazón, el que me concede la gracia de obrar en mí, dándome a entender lo que quiere que yo haga en el momento presente”.

La cuarta estrofa de la poesía que comentamos es admirable en este sentido, con la aceptación del sufrimiento ¡nada más que por hoy!:

“Si pienso en el mañana, temo mi inconstancia
siento nacer en mi corazón la tristeza y el tedio.
Pero acepto voluntariamente la prueba, el sufrimiento,
¡nada más que por hoy!”

En agosto de 1897, un poco más de un mes antes de morir, Teresita dirá:

«Sólo sufro el instante presente. El pensamiento del pasado y del futuro hace caer en el desaliento y en la desesperación».

Y al día siguiente:

«Yo no soy como la personas que sufren por el pasado, que sufren por el futuro. Yo sólo sufro por el presente. Así, no es gran cosa lo que sufro».

El Hermano Rafael también experimentó lo mismo:

«Bien está, pues Dios lo hace, que nada en la vida se repita. Bien está que tanto las penas como los dolores, las alegrías y los días felices se sucedan variados. Aprenda en la vida el alma entregada a Dios a no añorar lo pasado, ni a temer el porvenir. Dios es presente, y sólo Él basta».

En la poesía que comentamos, el entusiasmo de Teresita crece poco a poco, pero guardando el recato, gracias al retornelo: ¡nada más que por hoy!

Así llegarnos a las dos últimas estrofas, que son bien teresianas, con su vuelo poderoso y definitivo, que acaba en el resplandeciente sol de la eternidad, el eterno hoy, donde se funde y encuentra su cumplimiento la frágil seguridad de las otras estrofas:

“Señor, quiero verte sin velo, sin nubes.
Pero todavía exilada, lejos de Ti languidezco.
Que tu amable semblante se mantenga escondido
¡nada más que por hoy!

Volaré muy pronto para cantar tus alabanzas
cuando el día sin ocaso luzca para mi alma
Entonces, con la lira de los ángeles cantaré
el eterno, ¡interminable hoy!”

El Hermano Rafael supo también expresar poéticamente, aunque en prosa, los sentimientos del alma que llega a las cumbres de la mística:

«En la Trapa, al monje lo que fue ya no le importa. Solamente tiene el inmenso consuelo de saber que lo que aún le queda ha de pasar. ¿Qué hacer, pues, sino esperar? Y ¡con qué alegría y paz se espera lo que es cierto ha de venir! ¡Qué paz da al alma pensar que lo que espera ni los hombres ni los acontecimientos pueden impedir su llegada! Cada día que pasa es un día más que nos acerca al comienzo de la verdadera vida. Lo que para el mundo es el fin, para el monje es el principio. Todo llega, todo pasa; sólo Dios permanece (…) Un día, que me parecía muy grande la pequeña cruz que Jesús me enviaba (…) Un día, que al pensar en lo que aún me queda de vida, me parecía muy larga (…) Un día en que sufría pareciéndome penoso y largo mi camino, leí unas palabras que decían: ¡Nada de lo que tiene fin es grande!»

Concluyamos saboreando nuevamente las frases que más nos han de ayudar para perseverar, con el santo abandono, aceptando el poquito del momento presente:

Todo es gracia…

Me colmáis de alegría con todo lo que hacéis…

La santidad consiste en una disposición del corazón que nos hace humildes y pequeños entre los brazos de Dios…

¡Qué dulce es abandonarse entre los brazos de Dios, sin temores ni deseos!…

Si pienso en el mañana, temo mi inconstancia, siento nacer en mi corazón la tristeza y el tedio. Pero acepto voluntariamente la prueba, el sufrimiento, ¡nada más que por hoy!…

Sólo sufro el instante presente…

No añorar lo pasado, no temer el porvenir, Dios es presente, y sólo Él basta…

Todo llega, todo pasa… Sólo Dios permanece…

Nada de lo que tiene fin es grande…