P. CERIANI: SERMÓN PARA EL DOMINGO DECIMOSEXTO DE PENTECOSTÉS

DECIMOSEXTO DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOTÉS

Como Él hubiese ido a casa de un jefe de los fariseos, un día sabático a comer, ellos lo acechaban. Estaba allí, delante de Él un hombre hidrópico. Tomando la palabra, Jesús preguntó a los doctores de la Ley y a los fariseos: “¿Es lícito curar, en día sabático, o no?” Pero ellos guardaron silencio. Tomándolo, entonces, de la mano, lo sanó y lo despidió. Y les dijo: “¿Quién hay de vosotros, que viendo a su hijo o a su buey caído en un pozo, no lo saque pronto de allí, aun en día de sábado?” Y no fueron capaces de responder a esto. Observando cómo elegían los primeros puestos en la mesa, dirigió una parábola a los invitados, diciéndoles: “Cuando seas invitado a un convite de bodas, no te pongas en el primer puesto, no sea que haya allí otro convidado objeto de mayor honra que tú, y viniendo el que os convidó a ambos, te diga: “Deja el sitio a éste”, y pases entonces, con vergüenza, a ocupar el último lugar. Por el contrario, cuando seas invitado, ve a ponerte en el último lugar, para que, cuando entre el que te invitó, te diga: “Amigo, sube más arriba.” Y entonces tendrás honor a los ojos de todos los convidados. Porque todo el que se ensalza, será humillado; y quien se humilla, será ensalzado”.

El Evangelio de este Decimosexto Domingo de Pentecostés nos presenta a Nuestro Señor en casa de uno de los jefes de los fariseos, la curación del hombre hidrópico y dos enseñanzas, una a los fariseos en general y otra a los convidados en particular.

Nuestro Señor a veces aceptaba las invitaciones de los fariseos, aunque conocía sus malévolas intenciones contra Él. Con su actitud deseaba, o desarmarlos con su conducta llena de amabilidad y mansedumbre, o iluminarlos con sus saludables instrucciones.

Dice San Cirilo de Alejandría: Se convirtió en su invitado para ser útil a los presentes, con sus palabras y con sus milagros.

Y nos enseña con esto a ser condescendientes con todos, incluso con nuestros enemigos; así como a aprovechar cada oportunidad para hacer el bien a nuestro prójimo, con nuestras palabras y con nuestros ejemplos.

En esta circunstancia fue en casa de uno de los principales personajes de la secta de los fariseos, lo que hace suponer que el número de invitados debió ser considerable.

El Evangelista destaca que era sábado, el día de descanso, que los judíos acostumbraban celebrar con comidas más copiosas, y a las que invitaban a familiares, amigos e incluso extraños.

Este detalle del sábado es señalado deliberadamente por el Evangelista, y es fundamental para el resto de la historia.

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Ahora bien, mientras Jesús acepta la invitación por caridad y benevolencia, estos hombres, hinchados de orgullo y consumidos por la envidia, sólo pensaban en tenderle una emboscada y sorprenderlo en algún mal. Lo espiaban, vigilaban maliciosamente y escudriñaban sus más mínimos actos y palabras, esperando encontrar la ocasión oportuna para criticarlo y acusarlo.

Como sabemos, los milagros que realizaba, a veces incluso en sábado, eran uno de sus principales reproches y cargos. Por lo tanto, la oportunidad parecía excelente para ellos.

Pero ignoraban que estaban tratando con Aquél que todo lo sabe, todo lo ve y todo lo puede; que podía confundirlos y aniquilarlos; pero que sólo buscaba instruirlos, convencerlos de su divinidad y convertirlos.

Nuestro Señor quiso también instruir a sus discípulos, y especialmente a sus ministros, y enseñarles a velar por sí mismos; porque el mundo está atento y como al acecho para descubrir nuestras faltas, censurarnos y criticar nuestras palabras y acciones. Vivamos, pues, de tal manera que podamos desafiar la malevolencia más hostil y la inquisición más severa. No olvidemos, además, que estamos en todas partes bajo la mirada de Dios; actuemos en todo por Dios y en su santa presencia.

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El Evangelista señala otro componente, que remata el cuadro: Estaba allí, delante de Él un hombre hidrópico.

¿Cómo estaba allí este pobre infeliz? Podría pensarse, y la suposición no es temeraria, que los mismos fariseos lo habían llevado a propósito, para tender una trampa al Salvador y ver si lo sanaba en día de sábado, con el fin de convertir la curación en un delito.

Estaba allí, de pie, sin atreverse a decir ni a preguntar nada, por miedo a los fariseos; quizás sólo orando de todo corazón, lleno de fe y de confianza en la bondad y el poder de Jesús.

La hidropesía, o acumulación de líquido en el vientre, es una enfermedad muy grave y a menudo incurable.

Es la figura de ciertos pecados demasiado comunes que, lamentablemente, aparecen en los cristianos: la avaricia, la impudencia, la soberbia. Estas pasiones no dejan descanso a los que son sus esclavos; son insaciables, y ¡qué difícil y raro es corregirlas!

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Nuestro Señor, sin que nadie le dijese nada, respondió a los pensamientos de los fariseos; porque lee sus almas y conoce su maldad secreta. Se decían, sin duda: A ver qué va a hacer; si cura a este hidrópico, violando el sábado, es porque desprecia la Ley; si no le cura, es porque no puede, o porque es insensible y despiadado.

Nuestro Señor, que es la Sabiduría infinita, desbarata sus pensamientos insidiosos y todos sus cálculos, haciéndoles una pregunta muy simple: Doctores de la ley y fariseos, mirad, ¿qué pensáis?: ¿es lícito curar en sábado?

Cuando sanó al hombre de la mano seca, preguntó de la misma manera a los fariseos: ¿Es lícito en los días de reposo hacer el bien o el mal?, ¿salvar un alma o destruirla?

Un niño habría respondido tal pregunta sin dudarlo; pero estos orgullosos sectarios se encuentran singularmente perplejos y empantanados. Porque, por un lado, si admiten que está permitido, se contradecirán, habiendo culpado veinte veces al Salvador por curar en sábado, y le brindarían, para su disgusto, la mejor oportunidad para realizar un nuevo milagro. En cambio, si contestan que está prohibido, quedarían en ridículo y serían acusados de crueldad por el pueblo.

Sin saber pues qué contestar, decidieron guardar silencio.

Completamente justificado por su silencio (pues, si el acto que Él quería hacer hubiera sido ilegal, aquellos maestros en Israel, consultados públicamente, estaban obligados a advertirle), Jesús mismo respondió de manera práctica y perentoria a su pregunta. Para hacerles ver que la caridad es lo primero, y que Él es el Señor incluso del Sábado, tocó a este hidrópico con sus manos divinas, lo curó y lo envió a casa, con gran admiración de los testigos de este milagro.

Nuestro Señor nos enseña con esto a ponernos por encima del respeto humano, a despreciar el escándalo farisaico y a desechar la censura mezquina e injusta, así como las murmuraciones de los malvados, cuando se trata de procurar la mayor gloria de Dios o de cumplir un deber y hacer el bien genuino.

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Los fariseos, al ver el milagro, no se atrevieron a decir nada exteriormente, por miedo a la gente; pero hay que creer que en el fondo del corazón murmuraron y reprocharon el acto misericordioso de Jesús. A estos susurros injustos, a estos cuchicheos odiosos respondió Jesús por medio de un argumento ad hominem, no tanto para justificarse, sino para hacerles ver la inconsecuencia y lo odioso de su conducta les dijo: ¿Quién hay de vosotros, que viendo a su hijo o a su buey caído en un pozo, no lo saque pronto de allí, aun en día de sábado?

Es decir, según el comentario de San Beda el Venerable: Si tú, por pura codicia, no dudas en liberar tu asno o tu buey en el día de reposo, ¿cómo puedes pensar que es malo que yo, por caridad y misericordia, sane a este hombre en ese mismo día?

A pesar de su despecho interior, no pueden responder nada a un argumento tan simple y tan decisivo. Silencio de malignidad y orgullo, de perfidia y ceguera.

Jesús realiza ante ellos un milagro manifiesto e indiscutible; los instruye con bondad inigualable, para alejarlos de su hipocresía y corregir su falsa interpretación de la ley… Pero estos miserables cierran los ojos de sus mentes a la evidencia de los hechos, y la puerta de su corazón a las efusiones de la bondad del Salvador; no quieren convertirse y reconocerlo por el Mesías.

¡Oh misterio de la malicia, de la envidia y del orgullo!

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La hidropesía, de la que acaba de curar a este desdichado, es, como ya dijimos, la figura de una enfermedad mucho más grave, espiritual, la soberbia, que hincha el corazón y mata el alma. Todos los fariseos y escribas se ven afectados por ella; el Salvador quería curarlos; y es a ellos, a los invitados de la fiesta, a quienes va a dirigir una parábola.

Por malicia, queriendo atrapar a Nuestro Señor, lo había espiado… Jesús, por su parte, también los observa; y ve con lástima las mezquinas pretensiones de cada uno de estos invitados y sus miserables maniobras para reclamar lugares de honor.

Queriendo darles una buena lección, sin ofenderlos y sin aludir a lo que sucede ante sus ojos, recurre a una alegoría, como si se dirigiera a un personaje en particular, en el caso de que éste sea invitado a un banquete de bodas. Pero, en realidad, la parábola va directa al centro; y les da, como a nosotros, una delicada lección de modestia y humildad.

Sería singularmente menospreciar el pensamiento y las palabras de Jesús ver sólo una enseñanza de cortesía mundana, o de humildad hipócrita y afectada, consistente en rebajarse para ser alabado, en ponerse en el último lugar para luego ser llevado con honor al primero.

La doctrina de Nuestro Señor es digna de Él; y bajo esta sencilla parábola, esconde un legado de profunda y sincera humildad, de sabiduría cristiana. Ya la hemos considerado el Décimo Domingo de Pentecostés, con la Parábola del Fariseo y el Publicano.

Nuestro Señor quiere enseñarnos a evitar la confusión eterna, y a buscar sólo la verdadera gloria, que será el precio de la humildad: Todo el que se ensalza, será humillado; y quien se humilla, será ensalzado…

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Esta máxima de Jesucristo: «Cuando seas invitado, ve a ponerte en el último lugar» es uno de los Consejos Paradojales de Cristo.

Recordemos que una paradoja es un dicho que parece contrario a la lógica. En Literatura se trata de una figura de pensamiento que consiste en emplear expresiones que aparentemente envuelven contradicción.

Hace ocho semanas, al explicar la Parábola del Mayordomo Sagaz, vimos que San Agustín califica a esta clase de Parábolas de Contradictorias. Aquí se trata de Consejos Paradojales.

El Padre Castellani, al comentar este pasaje, dice que, si los Consejos de Nuestro Señor fueran practicados por todos y literalmente, la sociedad se disolvería. Por ejemplo, si todos abrazasen la virginidad voluntaria, el mundo se acabaría.

Imaginemos qué sucedería si en un banquete todos buscasen el último lugar.

Tengamos en cuenta que no se trata de mandamientos, sino de consejos; es decir, no están dirigidos a todos, sino a pocas personas y no en forma literal o cruda.

Si pasamos de un simple banquete a la posición que debe elegir uno en la sociedad, es necesario aclarar que cada uno debe ocupar el lugar que le corresponde; y, principalmente, al hombre justo hay que asignarle el justo lugar.

Esto es beneficioso, no sólo para el individuo, sino en especial para la sociedad; de tal modo que de eso depende el progreso o la decadencia de una nación, pues el mayor mal social es la gente fuera de su lugar.

Y aquí el Padre Castellani introduce la pregunta de Aristóteles en su Ética: ¿Qué debe hacer un hombre cuando no lo ponen en su lugar? Y, más precisamente: ¿Qué debe hacer el hombre magnánimo cuando no lo ponen en el primer lugar?

Ésa es la gran señal de una sociedad subvertida, y, por lo tanto, en camino de decadencia: la gente fuera de su lugar; el que debe mandar obedece, el que debe obedecer manda; el que puede enseñar no enseña, el charlatán y el simulador enseñan; el que debe aconsejar no es oído; el botarate y el sofisticado charlan, gritan, enredan, atruenan y no dejan escuchar nada ni hablar a ninguno; el sabio es acorralado y silenciado; los mediocres engreídos gobiernan; la prudencia desaparece y la petulancia crece.

Aristóteles respondió: “Cuando al Magnánimo le niegan el primer lugar, debe quedarse en el lugar donde está y luchar por el primer lugar. Debe indignarse, no por el daño causado a sí mismo, sino por el desorden, la fealdad y los daños que resultan al bien común de no estar él en su lugar. Debe luchar con indignación y fortaleza”.

En cambio, el Consejo Paradojal de Jesucristo es: Cuando te niegan tu propio lugar, vete al último lugar. Mejor dicho, vete de entrada al último lugar, es más sencillo.

¡Es una paradoja!

La razón dice que no es nada sencillo; y sabemos que Jesucristo no vino a destruir la razón; al contrario, vino a corroborarla…

Entonces…, ¿qué hacer?

Por ejemplo, si un cristiano es perseguido injustamente (con mayor razón si es por otros cristianos, que es lo que más ira provoca), el movimiento natural es indignarse, defenderse, resistir, incluso vengarse.

Pero supongamos que él dice: Me voy a callar la boca, y voy a ofrecer a la Justicia Divina este castigo de lo que no he hecho por los pecados que he hecho.

Este cristiano aplica el consejo de Cristo; y resulta que muchas veces eso es lo mejor; es excelente medio de que cese la persecución o de que recobre su puesto.

Y así muchos santos hicieron voto de no defenderse nunca; de oponer a las acusaciones y calumnias el silencio.

Sin embargo, hay casos en que un hombre debe seguir el consejo de Aristóteles; circunstancias en que hay obligación para un cristiano de defenderse y de elevarse, si tiene medios para ello.

Son los casos en que está de por medio el Bien Común o la salvación del prójimo.

San Pablo, en su Carta a los Filipenses (II, 3-4) da un consejo importante: “Nada hagáis por rivalidad, ni por vanagloria, sino con humildad, considerando los unos a los otros como superiores; buscando cada cual, no su propio interés, sino el de los demás”.

Y el Padre Castellani advierte que San Pablo no dice teniéndolos por superiores, porque eso a veces es imposible, sino considerándolos como si le fuesen superiores, lo cual siempre es posible, y es lo más seguro.

En efecto, solamente Dios sabe qué hombre es en realidad superior a otro; porque «tal como eres en la presencia de Dios, eso eres, y no más”.

Y como el hombre tiene profunda propensión a tenerse por superior a todos, con este enérgico «ponerse en el último lugar» Jesús pone el hacha en la raíz de la soberbia.

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Pare concluir, consideremos: cuán peligroso es buscar el primer lugar, y cuán ventajoso es elegir el último.

¿Qué es elegir el primer lugar?

Es, ante todo, tener la ridícula pretensión de creerse mejor que los demás, más erudito, más hábil, más virtuoso, etc. Es ponerse primero en su propia estima.

Este orgullo es una locura, porque por nosotros mismos no somos más que pecado y miseria.

Además, es injusto, pues, ¿con qué derecho nos ponemos por encima de los demás? Es, por lo menos, un juicio temerario…

Por último, ordinariamente nos hace perder la paz espiritual, nos trae el desprecio y la burla de los hombres, pero sobre todo la ira de Dios, que odia a los soberbios, les resiste y los castiga severamente.

Por el contrario, es ventajoso humillarse y elegir el último lugar. Estar en el último lugar, es mantenerse siempre, en cuanto sea posible, en una condición humilde y modesta.

Esto es más seguro y más ventajoso; vivimos más en paz y más felices, podemos trabajar más fácilmente en nuestra salvación, pues uno está expuesto a menos peligros, pecados y responsabilidades.

En cuanto a la propia estima: considerarse verdaderamente como el más miserable y el más bajo de todos… Para eso, pensemos en nuestros pecados y en nuestras ingratitudes…

En cuanto a la estima de los demás, los santos saborearon la dicha de ser olvidados, apartados, considerados inútiles e incapaces, despreciados…

Finalmente, es la mejor manera de tener paz:

a) consigo mismo, porque no deseando nada, no nos preocupamos, ni nos turbamos por no obtener lo que no buscamos.

b) con el prójimo, porque no hay resentimiento hacia él, y los hombres están naturalmente inclinados a amar a los que son mansos, modestos, pacíficos.

c) con Dios, porque ama y bendice a los humildes, y tiene la costumbre de recompensar la verdadera sencillez de espíritu con luces y gracias sobrenaturales.

Comprendamos, pues, los peligros de la soberbia y la ambición, y las ventajas de la humildad y la modestia.

¿Queremos ser felices aquí abajo y estar seguros de la gloria del Cielo? Amemos la humildad y las humillaciones; recordemos que la medida de nuestra humildad será la de nuestra gloria en el Paraíso.