Conservando los restos
CAMPERAS
XV
LAS ÚLTIMAS FÁBULAS
EL RUISEÑOR
Yo escuchaba en Manresa un Ruiseñor que me daba melodiosos insomnios y que le hacía pimpirimpainas y azofainas a la luna.
Una noche, una sombra monstruosa cruzó por mi ventana, que se fue acortando al concretarse en un catalancito con una espingarda vieja, de esas Montecristo de cargar por la boca.
El salvaje tomó la puntería y el Cantor voló al aire hecho trizas entre un trueno y un chorro de humo.
No sin haber gritado antes de morir:
– ¡Bárbaro! ¡Soy un Ruiseñor!
– Bon pro ti tingui – dijo el cazador–. Hoy día los rosiñoles son los que primeru van a la olla.
¡Qué olla, pobre poeta! Para la olla no quedó ni una pata sana, sino un chafarrinón de plumas.
Te tiran porque cantas, y eres un blanco seguro.