Conservando los restos
REVISTA JAUJA 25-26-27
DIRECTORIAL
Después de dos años de «opinar» como un descosido, pocas cosas me quedan en alforja, si no es repetir lo dicho con otras palabras, a guisa de periodista viejo.
Recordaré lo que me dijo días pasados un amigo en una cena a que acudí sin ganas, pero resultó buena.
Me dijo: «Si los argentinos están bien ¿por qué diablos quiere Vd. cambiarlos?
— ¿Qué argentinos?…
Eché una mirada a los criadores de vacunos Shorthorn (u otro pelo, no recuerdo) que henchían el restorancillo coqueto y retirado del Club: realmente estaban bien, satisfechos y orondos… ¿Quién los quiere cambiar?, pregunté.
— Vd. y sus amigos no hacen más que criticar a la Patria, pintar desastres y predecir catástrofes…
— Velay, «predecir», interrumpí; es lo único que yo hago, son ellos los que quieren cambiar.
— ¿Y en qué querrían cambiarse, dijo él, si ya están bien?
— Sabiendo o sin saber, quieren volverse opíparos comensales de una colonia muelle; calmosos feligreses de una religión aguada, que no la conoce ya ni Cristo que la fundó; atletas olímpicos de la carrera de los negocios y los «puestos», que hoy día todo es uno; y adoradores del nuevo Dios «go-go» que no es adorado «en espíritu y en verdad», sino más bien «en la alegría del vivir», como puede ver Vd. en aquella telepantalla.
— Y si ellos lo prefieren ¿a Vd. qué le importa?
— A ellos les importa; que cuando llegue el momento se van a poner a llorar como mujeres lo que no supieron defender como varones. Yo en política no me meto —o no me quisiera meter.
No quisiera ver a mis sobrinos, amigos y conocidos jadeantes por arreglar la Argentina, anoser por medio del Santísimo Rosario de Nuestra Señora.
Y a mí ciertamente no me quisiera ver, ni al P. Amancio ni al P. Filippo.
Yo sería el primero en gritar, en su caso: «¡Clérigos, afuera de la política!», si me perdonan el modo de señalar.
Pero es el caso que desde que tengo uso de razón … política, este país ha ido para abajo, hundiéndose en la esclavitud económica y la relajación moral (incluso durante el corajudo interregno de Yrigoyen) durante un siglo, aunque yo pueda dar testimonio sólo de 50 años.
Hubo siempre gente que lo vio, lo justipreció y lo clamó, pataleando en contra como pudo; o sea los próceres verdaderos, los que no tienen estatuas.
Los que tienen estatuas cayeron en la tentación que ahora llaman «progresismo»; o sea, de vender el alma al diablo y las riquezas del país a los Malditos, a cambio de un aparatoso progreso técnico al cual pagamos escandalosamente caro y no conseguimos entero, puesto que todavía estamos SUBDES según nos echan en cara.
No negaré que hicieron progresar al país, aunque perdieron su alma (y las dellos, probable); si yano es que el país progresó apesar dellos).
Todo esto ha sido dicho y bien dicho, y sigue siendo dicho; por ejemplo, en el estudio de Julio Irazusta «Balance de un siglo y medio» y otros muchos bien conocidos, Scalabrini, J. Luis Torres, Abelardo Ramos, Armando Cascella, Caffiero, Jauretche, Koelicher Frers, Ortega Peña, Duhalde Ferns, García Lupo y vía diciendo.
Estos estudios ponen la mira solamente en el despojo de nuestras riquezas (y cierto en esto sigo a mi amigo, en que no voy a ser yo quien se ponga a defender el dinero de los argentinazos si ellos quieren perderlo) sin ojo a la corrupción que es el condicionante y la secuela del espolio.
Para llevarlo a cabo, los aprovechadores necesitan «perduelis» o entregadores, sobornos, idiotas útiles, disipación del pueblo, bajo nivel intelectual, cultura falsificada, propaganda mendaz, distracciones y distracciones, prostituciones y prostituciones, abyección de las turbas; o sea, lo que llama un actual filósofo alemán (o búlgaro) la «Masificación dirigida».
La miseria o penuria de los estratos de menor defensa es otro de los condicionamientos y secuelas de la actualmente descarada explotación, impune y sistemática. Casi invencible. Ella es una de las raíces de la «villa miseria» en que se va convirtiendo el país; la otra es la mala distribución de los haberes, o sea, la injusticia social; la primera a cargo de los tiburones extranjeros, la segunda, de los nativos.
La actual situación del país es resumida así por un perito (García Lupo): «Hay más miseria en el pueblo, hay más riqueza en la cúspide; y la riqueza está en manos del extranjero».
Y la miseria de suyo trae también inmoralidad; y al final, el castigo de Dios, como está pasando en Norteamérica con los negros.
De modo que la Argentina es como un cigarro fumado a la vez por las dos puntas.
Caseros procreó. El pabellón argentino ha sido atado al carro triunfal de un vencedor de la tierra —contra el que afirmó mendazmente lo contrario, que fue justamente parte en que así sucediera; y Vds. saben quién fue—.
Fue atado al carro triunfal del Vencedor actual de la Tierra, el Becerro de Oro, el Imperialismo del Gran Dinero, la Hipopótama Finanza Internacional.
Tres «caseros» presencié en mi vida, a saber: el caso CADE, el caso BEMBERG, y el actual caso HIDROCARBUROS GOTELLI, tres derrotas nacionales.
Válganos que almenos hubo resistencia, el escaso y desarmado patriotismo luchó —y fue derrotado.
Pero el recuerdo de tales derrotas no fue nunca derrotado; y con ese recuerdo, puede que al fin aprendamos.
Los modelos de todos los perdueles argentinos, Urquiza, Sarmiento y Mitre, no acabaron muy bien que digamos. Me dirán que Mitre Bartolo acabó en paz y comunión con la Sede Apostólica y la religión Establecida, confesado y comulgado por una tía suya. No lo crean; sus últimos años fueron ignominiosos. Y lo sé por el que lo vio. Solamente que eso no lo va a publicar La Nación diario aunque lo sepa — si es que lo sabe.
Por eso, aunque yo esté ya más jubilado que un yesquero, no puedo dejar de hacer cuanto pueda (væ mihi si non evangelizavero») mientras Dios me dé vida y mala salud —y de preocuparme por los síntomas crecientes del desorden moral y religioso.
Y por eso he repetido tantas veces que el remedio del país, si lo ha de haber, es primordialmente religioso; lo cual no implica no se haya de hacer también política-religiosa; y toda buena política lo es en algún grado; y pregúntenlo a Santo Tomás si quieren.
Mas la Iglesia Argentina Establecida se aparece hoy visiblemente estéril y despreocupada, cuando no colgada del otro lado. Que la Iglesia Argentina Establecida es hoy estéril y no preocupada por la «conquista» sino sólo por la conservación, no me cae muy bien a mí decirlo, que no soy ni Amadís de Gaula ni Filemón de Sacripante ni siquiera el gigante Caraculiambro; pero todo esto ya ha sido dicho y redicho, incluso por tamaño magnate eclesial como Monseñor Francheski (de quien me considero modesto sucesor en la actividad directorialesca) quien decía que la actual «Jerarquía» se ocupaba meramente de la conservación; y sobre todo la de sus «bienes»; que por justo juicio de Dios los conservan mal; pues su administradores y agentes los roban a mansalva, tratándolos como bienes de difuntos; total, nada se van a llevar ellos (los Curiales) al otro mundo.
Otros añaden aquí anécdotas de pimpantes injusticias y in-equidades nunca reconocidas y menos reparadas.
Finalmente se ha dicho (y no por un quídam) que la Iglesia Oficial es no solamente desjerarquizada, sino en el país netamente un factor de desjerarquización. («Desjerarquizar» significa simplemente ignorar los carismas o subvertir los valores; o sea «la confusión delle persone», del Dante).
Como ejemplo sencillo, hay sacerdotes y aun prelados cizañeros que se ocupan en dividir al pueblo cristiano (al mismo tiempo que rezamos por la «Unión») fabricando «ghettos» y facciones en la grey; como por ejemplo también sencillo, recientemente un rector de Seminario, extranjero de aldehala, proclamó que «los libros de N. N. (un escritor católico ortodoxo si los hay) no entrarán en esta casa»; mientras entran con aprobación suya los bodrios de Arturo Paoli.
Si esto es verdad (como lo creo) la causa no puede ser otra sino los Obispos, Curiales o Magnates mediocres o menos.
Se puede decir que los últimos Papa, uno exceptuado, han ejercido una especie de persecución (que Dios me perdone) a este país, nombrando arreo «Obispos briosos y sin letras», como decía el insigne Juan de Mariana; no por mala voluntad desde luego, sino a osadas por ignorancia; pues de aquí han sido mal informados casi siempre, como me consta.
Eugenio Pacelli, que estuvo aquí, podía haber conocido almenos la calle Florida; y sin embargo incurrió respecto a nosotros en 3 ó 4 morrocotudos errores; uno dellos ilegal o inicuo.
En fin, debo abandonar esta materia vidriosa.
Quien no quiera creer que no crea.
Nietzsche dijo que al fin final la Iglesia era muy avisada, pues profesaba que el espíritu debe gobernar. El espíritu era para él ante todo la inteligencia: concorde en esto al antiguo efato aristotélico y tomista: «intelligentis est gubernare».
¿De dónde vino pues el abandono desta cordura que la inteligencia debe gobernar, pues es ella la que «ordena», o sea, percibe el orden? Creo que el abandono y aun el rechazo desa ley de prudencia inmemorial arranca del filósofo Francisco Suárez; el cual, apartándose de Santo Tomás, sostuvo no solamente la distinción real de los intelectos especulativo y práctico, sino también la primacía del práctico; vale decir, de la voluntad.
¿Puede ser esto la causa de que hoy manden los mandones y no los videntes, no solo en la Iglesia, mas por todo? Que el que pueda lo pruebe, Disandro por ejemplo.
Yo creo saberlo pero no lo puedo probar.
En suma, yo tiemblo por el estado de la Argentina, no tanto por mí mas por mis nietos, si existen; y tiemblo más aún por el remedio, el cual me obligan a formular los suscriptores una vez por mes.
Así que sería delicioso para mí poder cerrar la boca -— y la revista.
Pero en fin, me consuelo masticando y remasticando las palabras del gran mexicano Carlos Pereyra al fin del Tomo VII de su HISTORIA DE LA AMÉRICA ESPAÑOLA, a saber:
«Si los pueblos americanos no tuvieran las inagotables reservas de genio y voluntad que afortunadamente poseen, los errores de sus gobiernos serían irreparables.
Mas el porvenir deja un margen de ILIMITADA esperanza cuando apartamos la vista de la pequeñez de los políticos.
Hay en el fondo de la cultura hispanoamericana fuerzas de compensación suficientes para destruir la acción depresiva de los que han CAPITULADO».
Que Dios te oiga, sabio coatzacoalcano.