PADRE LEONARDO CASTELLANI: INSPIRADO ACERCA DE LA POLÍTICA

Conservando los restos

JUICIO RELIGIOSO Y VALIENTE DE LA POLÍTICA

En 1947, mientras estaba en Génova, el Padre Castellani escuchaba por radio los famosos sermones del Padre Lombardi, que difundía su “nacionalismo-democrático-católico”.

El joven Riccardo nació en Nápoles, el 28 de marzo de 1908. Tras una breve crisis psicológica, entró en el noviciado jesuita de Frascati, en 1926. Se graduó en filosofía en la Universidad de Roma con una tesis sobre Santo Tomás de Aquino y el pensamiento crítico. Ordenado sacerdote en 1936, pasó a Florencia y luego a Roma, inscribiéndose en la Gregoriana. Se destacó como orador y argumentador, y el general de la Compañía de Jesús, Ledochówski, lo sumó a la redacción de La Civiltà Cattolica.

Tras graduarse en teología en la Gregoriana, en 1943, tuvo a su cargo la crítica de los filósofos contemporáneos para la afamada revista de los jesuitas italianos. También sus superiores le encargaron ciclos de conferencias.

En 1945, desde La Civiltà Cattolica, sostuvo una polémica con el Padre Togliatti, quien imaginaba un acuerdo entre comunistas y católicos para la reconstrucción moral y material de la Italia de postguerra. Sus artículos «anti comunistas» fueron reproducidos y repartidos por toda Italia en números inmensos. Incansable, recorrió teatros e iglesias por todo el país, hablando contra el comunismo, lo que le ganó gran popularidad. Y fue, sin duda, instrumental en la victoria de la democracia cristiana en las elecciones generales del 2 de junio de 1946.

A partir de ese momento, quedaría ligado al movimiento de la Terza Via que, siguiendo los lineamientos sociales de la enseñanza de Pío XII, buscaba desarrollar un programa social y político equidistante del capitalismo y del comunismo.

El 11 de enero de 1947, pocos días después de la llegada del Padre Castellani a Italia, Lombardi fue recibido en audiencia privada por el Papa. Le presentó un plan de movilización general de los católicos, que fue aprobado por el Sumo Pontífice. Al mes, el jesuita-orador comenzó sus transmisiones radiales. El fuego de su oratoria, intercalada con la frase Gesù mi ha detto, lo hizo conocido con el sobrenombre irónico de Il microfono di Dio.

Su actividad radiofónica, así como sus «misiones» de predicación, tuvieron indudable influencia en la victoria demócrata cristiana del 18 de abril de 1948.

El 5 de mayo fue recibido en audiencia por el Papa. Su biógrafo, el Padre Rotondi S.J., afirma que Lombardi expresó al Papa, en tono profético, que, si quería detener una revolución comunista sangrienta en Italia, debería renovar pacíficamente la Iglesia. Una semana después, el Padre Lombardi presentó a la Curia un Proyecto de Renovación de la Iglesia.

¿Qué pensaba el Padre Castellani sobre este sacerdote? Lo deja anotado en su Diario, el 15 de febrero de 1947:

Parece tocado como Maritain del error o ilusión “evolucionista”. Predica un gran triunfo de la Iglesia, un renacimiento de la Cristiandad, en los cuales Italia tendría una “misión” principal, elegida por Dios (según él) para ser siempre cabeza en lo religioso. Eso es posible, pero no es cierto, y mucho menos dogma de fe. Predicar esta hipótesis en tono profético, sin ninguna duda y con inflamado lirismo da éxitos oratorios, porque acarician sentimientos a flor de piel y balsamiza recientes profundas heridas… Pero no es predicar la fe, sino una opinión humana.

El mismo día, anota el juicio que le merece el libro Sort de l’homme, de Jacques Maritain:

Para mí, las esperanzas del mundo dependen exclusivamente de una resurrección puramente religiosa (la “conversión de Europa” de Belloc) efectuada por santos y no por estadistas —aunque nada impide que un estadista sea un santo.

Del Padre Riccardo Lombardi, bajo el nombre de Milanesi, nos dejó una semblanza en su libro Juan XXIII (XXIV), página 150:

Después de la 2a. Guerra, alrededor de 1946, estuvo en su auge: hacía conferencias transhumantes en toda la Península, que congregaba auditorios inmensos: tenía una facundia intelectual cálida, reposada y firme, que era un buen instrumento; pero en realidad lo que le dio sus fáciles éxitos (sobreestimados por muchos clérigos y frailes de entonces, que lo hacían una especie de Mesías) era lo que decía y, sobre todo, prometía.

Prometía a Italia “la primacía sobre el mundo”.

El Papa Pío XII le dio gran coba por un tiempo, aprobándole incluso su proyecto de viajar en un avión blanco con doce hombres de blanco designados de la UN por el mundo todo a predicar la Paz: “el avión de la Paz” plagio del famoso “buque de la Paz” que fletó Henry Ford durante la primera Granguerra.

Por suerte no se realizó el mamarracho: faltaban los millones de Ford.

El Papa siguiente lo dejó estar a Milanesi, se mantuvo prescindente, y él viajó a la Argentina, México y España a dar conferencias sobre “el Amor” en las capitales y catedrales».

Su antiguo instrumento no lo abandonaba; lo que lo abandonaba más y más era la seriedad; y también el aura popular.

Pero lo más importante es la crítica de su doctrina. Sobre este punto el Padre Castellani se explaya en su libro Los Papeles de Benjamín Benavides – Tercera Parte – Capitulo IX: La política (páginas 303-312), donde también hay lugar para hablar de Alcide De Gasperi y de Don Luigi Sturzo.

Alcide De Gasperi fue un político italiano, a quien –junto con Konrad Adenauer, Robert Schuman y Jean Monnet– se le considera como «padre de Europa», pues contribuyó decisivamente en la creación de las Comunidades Europeas.

Al final de la Segunda Guerra Mundial, De Gasperi se convierte en líder incontestable de la democracia cristiana. De 1945 a 1953, dirige ocho gobiernos sucesivos. Es ministro igualmente de Asuntos Exteriores. Hace que Italia se adhiera a la OTAN y la integra en la CECA y apoya activamente el proyecto de la CED (Comunidad Europea de Defensa). Firmó el Acuerdo De Gasperi-Gruber con su par austríaco Karl Gruber en 1946.

Don Luigi Sturzo fue un sacerdote y político italiano.

Ordenado sacerdote en 1894, desde muy pronto comenzó a interesarse por la participación de los católicos en la política.

Fue alcalde en una pequeña ciudad y secretario general de Acción Católica, creando en 1919, junto a Alcide De Gasperi, Alberto Marvelli y otros laicos y políticos, el Partido Popular Italiano, antecedente directo de la democracia cristiana.

En 1924 se exilió a Londres y luego a Nueva York. Regresó tras la guerra, en 1946 y fue designado senador vitalicio, inspirando el Partido Democratacristiano.

Veamos qué pensaba el Padre Castellani sobre estas políticas:

Estoy leyendo el cuaderno número 4 de don Benya, un cuaderno de tapas salmón con lomo de tela, grueso como un libro, 146 hojas, Reconquista, industria argentina. Esta lleno de cosas heterogéneas, algunas ininteligibles.

Voy a ver si puedo aprovechar loa fragmentos que hay aquí acerca de la política.

Don Benya no ama la política, a la cual sin embargo conoce y juzga desde un punto religioso, desde su punto de vista.

Me convenció que la candidatura a diputado de Castellani en 1945 fue un error. Yo tenía la idea de que era “una buena broma” —como creo dijo él mismo— dado que era imposible que ganase; y que, si por un milagro ganara, se hubiese limitado a callarse, cobrar y votar. Pero en realidad hubiese sido arrastrado a discusiones inverosímiles y estrafalarias y hubiese estado como en un baile de negros. Puede ser.

Benavides juzga sin entusiasmo a los partidos democristianos que han surgido en esta postguerra: dice que pueden detener un tiempo al comunismo, pero que no pueden durar; y censura, a veces agriamente, a los clérigos y aun prelados que se han embarcado en ellos, a veces con un afán un poco grotesco.

Dice que la empresa trágica de Mussolini y Hitler era, ni más ni menos, que la resurrección del Imperio Romano, la última intentona; y que fracasó; o bien porque la cosa era en sí imposible, o bien porque les arquitectos carecieron de los dotes requeridos, principalmente de prudencia política, moderación y equilibrio moral, cosas que solo da una religiosidad profunda; una mística.

Pero el trozo donde está este pensamiento va tachado y cruzado por esta frase en tinta roja: Aruspicem post factum rideo”, que significa; “Me río de los profetas que adivinan hacia atrás», frase que le he oído muchas veces.

Del comunismo pensaba muy mal, a pesar de su gran amor a los pobres; y a pesar de ser uno desos tipos que alguien llamó “nobles opositores» y que yo llamo “los insubordinados del orden”, como San Martín, como el Cid Campeador, y como Martín Fierro y el Quijote.

Yo le llevé una cantidad de números de L’Unita y de Don Basilio para información, y lo encontré después de la lectura enteramente asqueado. “Esto es canallería pura —me dijo—: yo esperaba encontrar algo, por lo menos una chispa del fuego que hay por ejemplo en Proudhom. Aquí no hay más que barro. Mentiras, calumnias, maniobras sucias y entera mala fe. Excepto, eso sí, los discursos de Togliatti, que es un buen periodista y un hombre de coraje”.

Sin embargo, cuando llegó la victoria electoral de De Gasperi en abril, no lo encontré muy entusiasmado: «Para los medios que se han usado —me dijo—, es una derrota”.

Yo me escandalicé.

“Estas elecciones prueban —me dijo— que más de la mitad de Italia ha dejado de ser católica, a pesar de los chillidos de júbilo que da ese locutor español de Radio Vaticano”.

Tenían audiciones de radio escogidas de vez en cuando los presos.

— ¿Cómo es eso? —exclame—. Si por el comunismo han votado una tercera parte; y ni aun eso.

El viejo sacó del bolsillo un sobre viejo lleno de números.

— Fíjese —me dijo—: han votado en contra de la Iglesia la mitad justa de los italianos, hombres y mujeres. No olvide que el comunista no es el único partido italiano antirreligioso: están las dos fracciones socialistas, Nenni y Saragat; está el Partido Liberal, el Republicano y otros menores; hasta en el Movimiento Social hay muchos anticlericales. ¡Sume los votos! ¡Piense lo que esto significa! Después de los mandatos formales de muchos obispos y las exhortaciones del mismo pontífice en persona, votar por estos partidos era, si ya no apostasía formal, al menos rebeldía rotunda a la autoridad eclesiástica. Y esto se ha producido. Estos son los hechos.

Leyó el folleto L’Italia dirimpetto ai nuove tempi del padre Milanesi —creo que este apellido que don Benya usa es, en realidad, Lombardi— y escuchó por radio a este célebre orador dos veces. Organizaron en el camp una solemne audición para todos los prisioneros y asistió el teniente italiano, el capellán y todos los guardias.

Este era un predicador que “hacía furor” en este tiempo en Italia, recorría Italia y llenaba de oyentes los teatros.

Al viejo no le gustó nada.

En el cuaderno que tengo hay dos fragmentos, del 27 de febrero y del 2 de marzo de 1947, que voy a copiar y que expresan con todo desenfado la impresión y el juicio que le mereció. ¿Qué mal puede hacer ya ahora a don Benya el que eso se conozca?

Italia dirimpetto ai nuovi tempi

Si realmente este folleto representa el fondo de la predicación del celebrado conferenciante, su «mensaje”, como dice él, entonces se explica su popularidad, pero queda en tela de juicio su solidez evangélica.

No se apoya en el cimiento firme de la Fe y de la Escritura, sino en una opinión humana discutible; más aún, claramente repudiable a la luz de la teología, si se toma en un sentido absoluto; una especie de mesianismo italiano.

Mezcla la religión, el patriotismo y la política. Rebosa de un progresismo optimista del todo superficial y aun pueril. Halaga el restablecimiento de la Italia vencida en guerra, con la imagen falsamente religiosa de una especie de desquite espiritual, una especie de milenarismo humano.

Temerariamente hace promesas magníficas, incluso de prosperidad material, en nombre de un Dios enteramente antropomorfo; más aún, italomorfo. Ensena que Roma, en virtud de la religión católica, es la verdadera capital del mundo.

Finalmente, hace el cartel del partido democristiano de De Gasperi, como encarnación del ideal cristiano social, que según explica simplistamente sería la “síntesis” del comunismo y del liberalismo.

Parecería pues que la Iglesia —o la “filosofía cristiana» como dice él— sería la continuación de dos herejías y no se habría encontrado a sí misma hasta después que estas dos herejías han devastado al mundo.

Se ilusiona con una nueva era de triunfos y prosperidades, que debe venir al mundo en pago de lo que ha sufrido en la guerra; y eso, por medio de Italia, la cual, naturalmente, se hará dellos la mejor parte, evidentemente olvidado de la palabra de Cristo acerca de “las guerras y rumores de guerra” que, según el Salvador serían “el principio de los dolores».

Milanesi se promete bonachonamente que estas de ahora son «el fin de los dolores». ¿Cómo lo sabe?

Es un pseudoprofeta.

Y nadie lo estorba en la Iglesia, todos van a aplaudirlo y empujarlo, según parece incluso los profesores de teología.

¿Qué teología es esa? Contra este abuso del sentimiento religioso, esta mística devenida política, y esta pueril falsificación de las profecías pronunciadas en favor del pueblo de Israel, que este temerario hablador traspasa a Italia, se levantan todas las profecías auténticas: el sermón esjatológico del Salvador, las tremendas predicciones de San Pablo y el Apokalypsis.

En ninguna parte está escrito que en medio de la gran apostasía vendrá un paréntesis de vivísima fe y caridad en el orbe, y después se reanudará la apostasía, lo cual es, además, históricamente inverosímil.

Y el orador sin embargo reconoce la apostasía de Europa y cita acerca de ella la autoridad del sumo pontífice en su sermón de Navidad.

Milanesi muestra al mundo dividido en dos bloques, anglosajón y ruso, liberal y comunista. Diga lo que quiera después de esto, a esta división no escapa ni Italia. La mitad de Italia es hoy prácticamente atea y el partido democristiano, es decir, casi la otra mitad, es democrático, vale decir, filosóficamente liberal, y sólo políticamente clerical; y está apoyado por el bloque anglosajón, como los comunistas por los rusos.

Ninguna nación, fuera de Israel, tiene promesa o elección especial de Dios en la Escritura. Ni siquiera la elección de Roma como sede permanente del vicario de Cristo, hecho providencial sin duda, consta en la Biblia como hecho necesario. No es un dogma de Fe, es una opinión teológica; que tiene en contra suya las opiniones nada menos que de Suarez y Belarmino.

Al contrario de lo que se promete Milanesi, la opinión de la corrupción de Roma en los últimos tiempos esta mucho más fundada en la tradición y en los textos.

En efecto, si el Apokalypsis debe entenderse esjatológicamente, y si debe entenderse primero literalmente que alegóricamente, entonces la gran ciudad llamada Babilonia y descrita como la Gran Prostituta es simplemente Roma, una Roma futura gangrenada; cuya caída por obra de los reyes secuaces del Anticristo ilumina los últimos capítulos de la Revelación como un gran incendio.

Opinión terrible y que me hace temblar; pero que hay que tener el coraje de contemplar, como posible al menos, si se tiene fe en la inspiración de la Escritura.

Hasta aquí llega el primer fragmento del diario del vejete, que me hizo recordar una frase que le oí varias veces: “Así como Dios ciega, decían los antiguos, a los individuos que quiere perder, así cuando decreta perder a una nación, le suscita una legión de oradores brillantes».

El viejo no les tenía amor a los “conferencistas”. Los trataba de divulgadores de ideas ajenas, que por poco que los halague el aura popular, caen en el error de emitir ideas propias y sustraerse al control del verdadero sabio; el cual casi siempre, como Moisés, suele ser tartamudo.

El otro fragmento se refiere a la conferencia que le oyó el hebreo por radio:

Il nostro momento

El fondo doctrinal de esta conferencia, es decir, mensaje, envuelto en su profundo patetismo y una elocución realmente brillante, es deleznable.

Es una recomendación del partido “democristiano” de De Gasperi; y una recomendación no ya política o filosófica sino religiosa, basada en un razonamiento teológico falso, y un temerario profetismo, con patrioterismo vulgar y sin verdadera filosofía.

Ahora bien, esta conferencia —vulgar intervención en política— no ha sido parada por el vicariato hasta ahora por lo menos. Veremos lo que pasa si el partido de De Gasperi fracasa.

Ese partido, junto con los similares nacidos en Francia, Bélgica, Hungría, son llamados en ella “directamente inspirados en las enseñanzas cristianas”.

¿Es así de verdad? Ojalá me equivoque; pero temo que no sea más que una alianza de la burguesía con el clericalismo en defensa de la «propiedad».

Cristo no dio recetas económicas o financieras, mas simplemente dijo: “Abandonad vuestras riquezas en favor de los pobres en todo lo posible; y tendréis el Reino de los Cielos”.

Creo que el “democristianismo” no es más que el viejo liberalismo católico un poco aderezado. Tengo la impresión —y ojalá yerre, lo repito— de que será barrido por el socialismo radical, como un kerenskismo cualquiera.

El temor al comunismo mueve a algunos sacerdotes a apoyar la religión en cualquier movimiento político que parezca poderoso; pero apoyarse en forma cautelosa; de modo de poder dejarlo en cuanto sea vencido, Antes fue el fascismo, ahora el democristianismo.

Esa “política” es sucia; es antiparusíaca, y por ende no es cristiana. Busca en los hombres el remedio de males que solamente en Dios lo tienen, Milanesi alega el ejemplo de los que convirtieron a los reyes bárbaros con la consecuencia, prevista y buscada, según él, de la conversión de todo el pueblo.

Muy mala excusa: él se dirige a todo el pueblo, y no trata de convertir, por ejemplo, al mariscal Badoglio o al ministro Scelba. Olvida que aquellos santos antiguos no prometían a los reyes bárbaros el triunfo en las batallas o las glorias de este mundo, sino a lo mas como “añadidura”; los aterraban con la muerte y el juicio y les predicaban el Reino de Cristo y la metanoia total: “quema lo que has adorado y adora lo que has quemado”. Y, si eran verdaderos santos, como lo eran, codiciaban el alma del convertido para Dios infinitamente más que los efectos “políticos” de la conversión, los cuales abandonaban con olvido en manos de Dios mismo y su providencia.

Es calumnioso atribuir a San Ambrosio, a San Leandro y a San Remigio cálculos “vaticanistas”.

Si la Europa se ha de convertir, si la Iglesia ha de reflorecer, cosa que no sabemos, no será sin que sea limpiada de fariseísmo, mundanismo y estolidez la parte de ella que está contaminada de los males del siglo en todo el mundo; sin un reflorecimiento previo del espíritu, la inteligencia y la disciplina en el clero y en los fieles.

Y esa limpieza la puede hacer Dios, en sus inescrutables designios, por medio del triunfo de la idea socialista y la persecución que ella trae consigo.

Las Langostas han terminado de atormentar al mundo durante cinco meses de años. Entramos quizá en la Sexta Trompeta; el prepararse de la Guerra Continental, con los cuatro Ángeles —los Cuatro Grandes.

En 1939 comenzó una guerra nueva, la guerra de la bomba atómica, que ha dejado al mundo postrado y aterrado…

Si se sustrae a esta fecha 150 años, tenemos justo 1789, el comienzo de la Revolución Francesa, que marca el fin de lo que llamo Holzhauser la «era protestante”, es decir, la Cuarta Tuba.

Hasta aquí el segundo fragmento.

Yo no sé si estos juicios tajantes son borradores de cartas, como pareciera darlo a entender una palabra en lápiz rojo al margen: es muy capaz este viejo bárbaro de haberlos mandado a De Gasperi o a algún amigo indiscreto, comprometiendo, de ese modo, su situación.

Es un hombre que sabe verdades, o cosas que él estima verdades, y ese es el oficio más peligroso que hay, que es para pocos, para gente muy rica y bien respaldada la espalda.

Andad a decir la verdad, moriréis en el hospital.

El tercer fragmento que pertenece a este tema es un juicio sobre un libro de don Struzzo, un sacerdote italiano, titulado La guerre moderne et la pensée catholique. Yo se lo regalé.

Me dijo que el libro tenía muchas cosas buenas sueltas, aciertos particulares; pero que el conjunto le repelía.

Dijo que este autor era un intelecto conceptual, sin intuición.

Yo le objeté que don Struzzo era un gran intelecto práctico, se había distinguido en la acción, había organizado un partido católico y sido en Sicilia concejal, alcalde y diputado.

Replicó el empaquetado viejo que eso no empecía, que puede darse el intelecto conceptual y palabrero combinado con la maña de agibilibus: que eso no constituía el intelecto capaz de filosofar sobre lo concreto, de reducir los principios generales al juicio de lo contingente; don precioso que es de muy pocos y señala al verdadero pensador, como Tomás de Aquino.

Dice así el artículo de don Benya:

Este último de sus libros convence decisivamente a don Struzzo de mediocridad intelectual y pensamiento radicalmente inseguro, mezcla de religión y de política, revelando su vocación verdadera de político democristiano, o sea, de cura politicante.

Justamente lo contrario pretende probar él en el ensayo preliminar Mi vocación política, donde pretende que su verdadera vocación era intelectual, que sus veinte años de “actuación” política que lo enalzaron a… diputado y fundador de un partido político… fueron cosa forzada; la cual actuación no había dejado más resultado —confiesa él— que “la formación de su sistema sociológico...

Entonces, no dejó ningún resultado.

Su sistema sociológico no existe, reduciéndose a la repetición de lugares comunes de las encíclicas pontificias —que no son muy manuales de sociología, como creen algunos, sino directivas pastorales—; lugares comunes orientados hacia un foco de evolucionismo o progresismo liberal, que es lo peligroso en él, y lo vuelve de un cura politicón, un cura peligroso.

En efecto, en este análisis de la guerra moderna, realizado con buena erudición y con poca penetración, don Struzzo proclama como supremo remedio del mundo la Liga de los Pueblos, una nueva “Sociedad de las Naciones», esta misma sociedad que ahora vemos formándose o deformándose; de la cual vendrá “la extirpación de la guerra como medio de justicia entre las naciones; medio bárbaro y salvaje que finará seguramente en esta nueva era (¿la era atómica?) “como han finado ya la esclavitud, la inquisición y la vendetta«, dice el clérigo; y digo yo que creo que ninguno de esos tres ha terminado, antes existen hoy día en otra forma: empeorados.

Hace una distinción entre el papado, al cual adula, y el pueblo cristiano, al cual denigra en bloque, según la cual el pueblo cristiano ha abandonado el sentido —strúzzico— de la moralidad tratándose de la guerra, en tanto que el papado ha dicho siempre serenamente la verdad… abstracta; —y aquí se despepita por probar, con frases sueltas, que los papas últimos han sido, en definitiva, anglófilos-aliadófilos.

Se espanta de que haya habido católicos germanófilos, incluso en Germania. Se queja amargamente de que periódicos y pensadores católicos no hayan tomado más en serio a la difunta solemne sociedad ginebrina. Aboga por la fundación de una nueva sociedad ginebrina que no sea ginebrina; y en donde la Santa Sede, representada por sacerdotes inteligentes como él, y algunos jesuitas, tenga su parte…

¡Que el demonio sea sordo! ¡Cruz diablo!

¡Dios mío!

En suma: es la vulgar actitud conciliadora y contemporizadora del evolucionismo teológico», la herejía más difundida y menos conocida de nuestros días; que tiene como raíz el no pensar en la Parusía, ni tenerla en cuenta, ni creerla quizá, sin negarla explícitamente; polarizando las esperanzas religiosas de la humanidad hacia el foco del “progresismo» mennesiano.

Puede que Dios realmente sacará una nueva era del caos presente, pues nada hay imposible para Dios; aunque no fuese con la paz de don Struzzo, precisamente por agencia de la ONU ginebrina o washingtoniana; pero puede ser también que no la saque, ¿qué sabemos? Y el examen de las profecías esjatológicas de la Palabra parece indicar mas bien que na la va a sacar.

Un día este siglo (el ciclo adámico) tiene que agonizar —en la tribulación mayor que hubo desde el diluvio acá— y morir, Y resucitar.

“Terriblis locus est iste; aliud non est nisi domus Dei et porta cœli”.

Hay una especie de rehúse oculto del martirio en esta posición, que es también la de Maritain y —menos acusada— de Chirstopher Dawson; un buscar la Añadidura por medio del Reino y una evacuación de la Cruz de Cristo…

Estos fragmentos del viejo me alarman vagamente y me ponen triste; o será quizá la lluvia. Veo el pino de enfrente chorreando agua y las casas de Roma en cubos borrosos no reales, como un dibujo al plomo sobre el cual la lluvia pasara su inmenso difumino.

¿Qué gana el viejo con escribir esto? ¿Qué anillos de oro, qué collar de perlas, qué martas cibelinas le dan por este trabajo?

Si existe eso que él llama fariseísmo, ¿no le toca a él esconderse, sabiendo sus pocas fuerzas, y no asumirse la misión de luchar con él?

¿Por qué se entró en la jaula de un tigre sin ser domador?

¿Y quién le manda a un niño querer domar a un potro?