PADRE LEONARDO CASTELLANI: CRÍTICA SABEDORA Y RESPONSABLE

Conservando los restos

SOBRE DERECHO Y LIBERTAD DE CRÍTICA
(Jerónimo Del Rey. De Perogrullo y Cía. París, junio 1933)

— Este régimen no puede durar, porque tiene la fuerza por base.

— Todo régimen tiene por base la fuerza: pruebe de no pagar el impuesto en su país y verá lo que le pasa en Inglaterra.

— Eso es justo (Pagar el impuesto). Pero es injusto que no se deje decir lo que uno piensa.

— Entonces, usted ahora, ¿qué es lo que dice? ¿Lo que no piensa?

— Quiero decir que no se puede criticar al Gobierno.

— ¿Y qué está usted haciendo ahora sino criticar al Gobierno?

— Entiéndame: no puedo escribir una crítica y publicarla en un diario.

— Acabáramos. Usted cree que este régimen no puede durar por falta de escribir críticas o publicarlas en diarios. Ahora, yo creo que por eso justamente promete durar. Y si es su sino no durar, no será ciertamente un granel de críticas, por más estúpidas, incompetentes, atrevidas, incoherentes y diarias que sean, las que le van a prestar asiento y permanencia. Al revés, es una tal cosecha de críticas, parece más bien como para hundir un régimen (si es bueno), como para impedirle durar y operar (si es bueno), que no como para ayudarlo, ¡a no ser que sea malo!

Esto era en Milán, abril de 1933. El deleite de criticar al Gobierno por escrito no existe, por lo menos para los incompetentes. Mi compañero inglés había sido tratado con exquisita cortesía (que si no la tuvieran como italianos la tendrían ahora como hospederos): había visto la estupenda Estación Nueva, los trabajos del deseque del Naviglio, el cortejo magnífico del 21, “natale di Roma», imponente «Feria Campionaria», la nueva Universidad Católica, el monumento de granito a los caídos, las casas para obreros, los barrios nuevos que surgen; la hermosa ciudad lombarda noblota y tranquila, el ambiente de trabajo y optimismo, la unidad de los pensares y sentires, la marea ascendente y contagiosa (el dinamismo como dicen hoy) hacia la meta de un ideal itálico.

Y, sin embargo, el tipo, que no era gobierno ni por esperanza, que era incapaz de gobernar ni sus ideas, echaba de menos un deleite que bastábale para anonadar al Gobierno presidiendo toda esta inmensa marcha: el deleite de criticar por escrito al gobierno. El derecho de criticar al gobierno. El deleite de ir contra el Gobierno. El derecho de escribir, de decir contra el Gobierno. El derecho de escribir de decir contra. Deleite y el derecho de contradecir.

Las críticas suelen ser buenas o malas, sacando algunas que son peores.

Las críticas de mi amigo, las que mi amigo inglés se queja de no poder escribir, son todas, de iure, peores.

Las críticas de los peritos y sensatos, si están hechas con empeño y concentración y previo estudio, si están emprendidas con responsabilidad, son por lo general buenas.

Así, son por lo general en Italia las críticas del Gobierno hechas por los Diputados en Monte-Citorio, por los Senadores en el Palazzo Madama, por el Supremo Concejo donde pare, pongamos en el Palazzo Venezia, que ahora no me acuerdo.

Pregunto, estas críticas buenas publicadas en el diario de sesiones, ¿qué ganarían publicadas en todos los diarios (de hecho, lo son, en resumen)?, ¿ganarían fuerza y profundidad, ganarían lectores a los diarios?

Nada de eso. Nadie las lee: son espantosamente aburridas y técnicas, ¡horror!, se conoce que usted no es periodista.

Lo que el pueblo pide y echa de menos es no la crítica técnica, sino la crítica sabrosa, la crítica chistosa, la crítica vulgar y popular, el comadreo; la crítica graciosa o incendiaria, la que todos pueden entender y hacer, la que desfoga el mal humor, la critica que echa chispas, la crítica formidable, la crítica descontenta, la superior, la siempre desencantada, la amiga del pueblo.

Inmenso juego, deporte y pasatiempo del mundo durante un siglo, ¿cómo quiere usted destetarlo ahora de ella en diez años?

Lo que quería mi amigo inglés en Italia en vez de pan, trabajo, orden y marcha adelante, era el derecho, el derecho de la crítica soberana e independiente («más allá del bien y del mal»), la crítica que hace el cura de las cosas del Estado, el abogado contra la religión y el literato a la filosofía, la critica del zapatero a todas las cosas del Universo, menos sus zapatos.

Ésa, ésa, la que te deja, al menos, el saborcito de participar del régimen del mundo, de sentirte bastante más diablazo de lo que pareces, y de aquello que, en torno tuyo, tu mujer y tus amigos generalmente se creen.

Mi amigo dice que esa crítica es indispensable en democracia. Porque en democracia el pueblo elige para gobernante entre todos los hombres del país, aquel que él claramente ve que en esta coyuntura es el mejor y más apto para guiarlo hacia el Bien Común, para afrontar los tremendos problemas del Estado.

Ahora, si no hubiese crítica libre, ¿cómo podría el popular, pongamos el barrendero, el colono, el peón, el ovejero, comprender la capacidad de cada uno de los hombres de la nación, sus errores diplomáticos y financieros, sus aciertos, su moralidad, sus buenas intenciones, en suma, su aptitud para ponerse ahora al frente de una nación inmensa y en ese timón formidable?

La democracia puedes tomarla o dejarla: pero si la tomas (si no la tomas eres enemigo del pueblo); pero si la tomas, según Faguet y Tocqueville, debes tomar todo lo de ella («la suegra»): y primero de todo, la libertad absoluta de pensar, hablar y criticar (la suegra), la libertad de propagar, de propagandear, de propagandistar, de propagandirrear, la manifestación soberana e incontrastable del pensamiento libre. “On ne tue pas les idées (les idées vraies)”, como decía el otro.

Bueno. Yo había creído siempre en eso, en que a fuerza de criticar al Gobierno se lo hace marchar derecho, porque así lo había oído y visto siempre en mi tierra y porque fundamentalmente todo argentino nace con cara de opositor. Pero he visto en Francia, el otro día, una cosa que me tiró de lomo; he visto en una pared frente de casa las críticas más espantables que se pueden hacer a un Gobierno, y el Gobierno, que se asomaba de una esquina, las leía, y se reía despacito. “Manifeste du Duc de Guise», «Manifeste de l’Echo de París», y «Manifeste des Contribuiables”.

En el primero se demostraba (a mi parecer) que los principios políticos del gobierno actual son todos falsos y llevan a Francia a la tormenta.

En el segundo se probaba (a mi parecer) que sus actos son todos indecisos, trabados, apasionados, sectarios o ciegos.

En el tercero se lo convencía (a mi humilde parecer) de desfalcos enormes, se anotaban una serie de concretos de robos fabulosos o escándalos de concusión o favoritismo.

Yo ya lo veía al Gobierno venirse furioso y proclamar así: «Desde el momento que yo he permitido fijar esto (hay un sellito de 0.75 en cada uno), una de dos: o es verdad, y entonces yo renuncio y me voy antes que me saquen a patadas; o no es verdad y entonces yo los proceso por calumnia y los castigo”.

Pues no señor, ni por pienso; el Gobierno lo que hizo fue esto: miró y se fue.

A la mañana me levanté temprano a ver qué iba a pasar (la toma de la Bastilla, allons enfants de la Patrie) y otra decepción: no había revolución y sobre los tres carteles de ayer había otros tres: «Manifeste des communistes». «Manifeste des Syndicats» y «Manifeste des Socialistas Nationaux Independants et Clericaux».

El gobierno era el único que no ponía carteles. Se contentaba con poner un sellito de 0.75 en todos los otros.

Ahora bien, yo les pregunto sinceramente. ¿Ustedes creen que los electores se van a acordar de aquí, a dos años para las elecciones cuál de estos seis carteles era el que tenía razón?

Entonces yo juré que, en mi país, cuando yo retorne, se ha de implantar (aunque me maten), la libertad de crítica, la buena. La libertad de crítica vera, de veras, verdadera, la libertad buena, la crítica verdadera, la crítica de verdad (crítica en griego significa discernir, cernir, cerner, pasar por cernidor, colar, o, como dice la campaña, trillar) la critica crítica, la crítica etimológicamente, la crítica en griego, la crítica sentido común (aunque me escrachen, aunque me maten), la crítica concienzuda, responsable, trabajadora, modesta, corajuda y linda.

La crítica linda, la bella, la que es función esencial del animal razonante (kríticos, de krino-krinó-ekriná-kekrika, conocer, discernir). La crítica del zapatero a sus zapatos, y a los otros zapateros, y al jefe de los zapateros. La crítica del jefe de los zapateros a los otros jefes, y al jefe de los otros jefes. La crítica del jefe de todos los jefes hecha inmediatamente por los jefes inmediatos y medianamente por todos los otros jefes y todos los que dependen (depender – pender – estar sujetos – obedecer) de todos los jefes.

La crítica eficaz, la crítica consciente, la crítica sabedora y responsable de los que dependen (sólo de los que dependen, de los que obedecen, pues los que bien obedecen comienzan ya a saber mandar), la crítica obediente de los que obedecen mandando, a los que mandan obedeciendo (“y por estos santos Evangelios”) bajo la mirada tranquila del Superjefe de todos los jefes que nos ha de criticar (es decir, separar, discernir) algún día a todos.