DOMINGO INFRAOCTAVA DEL SAGRADO CORAZÓN
En aquel tiempo, se acercaban a Jesús los publicanos y pecadores para oírle. Y los fariseos y los escribas murmuraban diciendo: Este recibe pecadores, y come con ellos. Y les propuso esta parábola diciendo: ¿Quién de vosotros es el hombre que tiene cien ovejas, y si perdiere una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto y va a buscar la que se había perdido, hasta que la halle? Y cuando la hallare, la pone sobre sus hombros gozoso. Y viniendo a casa, llama a sus amigos y vecinos, diciéndoles: Dadme el parabién, porque he hallado mi oveja que se había perdido. Os digo, que así habrá más gozo en el cielo sobre un pecador que hiciere penitencia, que sobre noventa y nueve justos, que no han menester penitencia. O ¿qué mujer que tiene diez dracmas, si perdiere una dracma, no enciende el candil y barre la casa, y la busca con cuidado hasta hallarla? Y después que la ha hallado, junta las amigas y vecinas, y dice: Dadme el parabién, porque he hallado la dracma que había perdido. Así os digo, que habrá gozo delante de los Ángeles de Dios por un pecador que hace penitencia.
Este Domingo, dentro de la Octava del Sagrado Corazón, pone de manifiesto la misericordia que desborda de ese Divino Corazón.
¿Por qué vinieron publicanos y pecadores a Nuestro Señor? Se acercaban a Jesús para oírle…, dice el Evangelio. Una acción misteriosa los atrajo a Jesús, como a su Médico y su Salvador.
Esta pobre gente se acercó a Él y escuchó de buena gana, porque los recibió con bondad, les habló del Reino de Dios, les hizo esperar en su perdón, si tenían sincero arrepentimiento, y los convirtió por su gracia y sus discursos celestiales.
¡Qué aliento para los pobres pecadores!
Vayamos, por tanto, a Jesús, con humildad y confianza, como al verdadero médico de nuestra alma; escuchémoslo y seremos consolados, sanados, salvados.
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Y mientras tanto, ¿qué estaban haciendo los fariseos y los escribas? Murmuraban diciendo: Este recibe pecadores, y come con ellos.
¡Cuán diferente su conducta de la de Jesús!
Estos hombres, orgullosos, hipócritas y celosos, presumidos santos, se escandalizaron por la condescendencia y bondad del Salvador, y murmuraban contra Él, sin entender su misión divina: No vine a llamar a los justos, sino a los pecadores…
Todavía, hoy en día, existen corazones santurrones, duros, sin piedad, con celo amargo, que reprochan a la misericordia divina y repelen a los pecadores.
Los verdaderos santos, por el contrario, a imitación de Jesús, odian el pecado, pero están siempre llenos de la más fraterna compasión por los pobres perdidos, y, por su bondad y su mansedumbre para convertirlos, los llevan de vuelta a Dios.
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¿Qué dijo Nuestro Señor a los fariseos?
Para confundirlos y demostrarles cuán grandes son la bondad y la misericordia de Dios, Nuestro Señor les responde con tres bellas parábolas, de las cuales sólo las dos primeras son desplegadas en el Evangelio de hoy. La tercera, la del hijo pródigo, que las completa, aparece en la Misa del sábado siguiente al Segundo Domingo de Cuaresma.
Ahora bien, estas parábolas valen también para nuestra instrucción. Nuestro Señor nos descubre en ellas toda la ternura de su Corazón; Él quiere inspirar confianza en los pecadores más desesperados, así como enseñar a sus ministros y fieles a usar, para con aquellos, la misma caridad y misericordia que Él.
En la primera parábola, la de la oveja perdida, Nuestro Señor nos muestra la misericordia divina buscando a los pobres pecadores, corriendo tras ellos, y olvidando todo cansancio, hasta encontrarlos y traerlos de vuelta.
Además, pone en escena a sus propios oyentes, para tocarlos más fuerte y llegar al fondo de su corazón.
¡Qué activa solicitud, qué paciencia y caridad la del pastor por sus pobres ovejas perdidas!
Ahora bien, la oveja perdida es toda la raza humana, es toda alma infiel y culpable, es cada uno de nosotros en particular.
El Pastor, es Jesús, el Buen Pastor; quien, por nuestra salvación, bajó de los Cielos, padeció, fue crucificado…
Con qué amor busca a las pobres almas perdidas, por las que dio su Sangre; y qué alegría cuando las encuentra de nuevo…
Cuando Nuestro Señor dice que “habrá más alegría en el Cielo por un pecador arrepentido, que por noventa y nueve que no necesitan penitencia”, es una manera de afirmar, de expresar la inmensa alegría que provoca la conversión de un pecador.
Los espíritus celestiales conocen el precio de un alma; por eso, experimentan un aumento de gozo indecible por su conversión.
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La parábola de la dracma perdida expresa el mismo pensamiento que la anterior, con unos cuantos matices.
Esta dracma significa también el alma, marcada por la imagen divina y perteneciente a Dios.
Al pecar, esta imagen divina es borrada, dañada, perdida en barro o polvo…
Esta mujer es la Iglesia que, como buena madre, busca las almas tristemente perdidas; y, habiéndolas encontrado, invita a todos los Santos del Cielo y de la tierra a regocijarse con Ella y dar gracias al Señor.
Es la repetición de las palabras ya dichas más arriba; nosotros diríamos que nuestro buen Salvador se complace en reiterarlas para animar a los pecadores con mayor confianza, y a sus ministros a un celo más ardiente para trabajar por la conversión de aquellos.
¡Qué hermoso y conmovedor espectáculo!, ver al Cielo en celebración y a los Ángeles en alegría por el regreso de un alma.
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Aplicando estas parábolas, ¿quién podrá narrar el amor de Nuestro Señor por los pecadores?
Por ellos descendió del Cielo, del seno del Padre…; asumió nuestra naturaleza humana, se hizo pequeño, pobre, se anonadó más allá de toda medida, se sentenció a sí mismo a toda clase de trabajos, al sufrimiento, a la muerte mas ignominiosa…
¡Cómo debemos agradecerle y amarle!
Durante su vida mortal, todas sus acciones y palabras demuestran su bondad para con los pobres pecadores… Los amaba, los frecuentaba, los acogía con bondad, para convertirlos…
Tenemos las escenas con la mujer samaritana, con la adúltera, con Magdalena, Zaqueo…, llorar por la Jerusalén infiel…
Y dijo: no tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos…, no vine a buscar a los justos, sino a los pecadores…
Fraguó las hermosas y conmovedoras parábolas de la oveja perdida, de la dracma extraviada, del hijo pródigo…
¡Grande debe ser nuestra gratitud y nuestra confianza!
Y actualmente, Nuestro Señor sigue amando y llamando a los pobres pecadores, sea por su gracia, sea en el santo tribunal de la Penitencia, sea en el Tabernáculo…
La mayor señal de caridad que le pide a sus ministros y almas fieles es amar, como Él, a los pecadores, para implorar su conversión, para trabajar por ella, dedicarse a ella hasta los últimos sacrificios.
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Comprendamos bien que Nuestro Señor, no tanto para justificarse a sí mismo, sino para instruirnos, respondió por medio de estas parábolas a las murmuraciones de los fariseos, que le reprochan su condescendencia hacia los pecadores.
Meditemos en las principales circunstancias de las mismas, para comprender plenamente este amor de Nuestro Señor por los pobres pecadores.
En cuanto se da cuenta de que se ha perdido una oveja, es decir, que un alma ha caído en pecado, como Buen Pastor busca la oveja extraviada, corre tras ella; la busca por los toques secretos de su gracia, por los remordimientos, los temores, sus deseos de salir del estado de pecado.
Deja las otras noventa y nueve, para mostrar cuán querida es para Él la salvación de esta única alma.
La busca entre mil dolores y fatigas; cansado del camino se sienta junto al pozo de Sicar, donde hallará a la samaritana… Quærens me, sedisti lassus, dice la Secuencia de Difuntos, Buscándome, te sentaste agotado…
El Buen Pastor busca a la oveja con constancia, sin desanimarse por sus resistencias, su ingratitud, hasta que la encuentra.
¿Y cómo trata a las ovejas encontradas? Lo hace con delicadeza, sin enfadarse con ella, o golpearla; con compasión, ayudándola y llevándola sobre sus hombros, con alegría.
Jesús hace todo esto por el pobre pecador, devolviéndole la paz del corazón, fortaleciéndolo, ayudándolo con su gracia, facilitando la confesión de las propias faltas y el cumplimiento de su penitencia.
Nuestro Señor se regocija tanto en la conversión de un pecador que invita a todos los Ángeles y Santos del Cielo y la tierra para regocijarse con Él, y nos asegura que hay no mayor fiesta en el Cielo.
Todas estas verdades, tan magníficamente ensañadas por las parábolas de la misericordia, consuelan y animan a los pecadores a la conversión.
¡Oh pecadores!, conceded, convirtiéndoos, este gozo y esta alegría al Corazón de Jesús, vuestro Buen Pastor, así como a la Iglesia en el Cielo y en la tierra.
Y vosotros también, almas fieles y generosas, trabajando de todo corazón a la conversión de los pecadores.
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Finalmente, consideremos a Dios, que llama a los pecadores a la penitencia.
Adán, después de su pecado, se escondió; pero Dios, como un padre afligido lo llama: Adán, ¿dónde estás?
Dios busca aún a los pecadores, imitadores de Adán, por la voz de sus ministros, predicadores, confesores; por las inspiraciones, por el saludable remordimiento, por alguna desgracia, una enfermedad grave, la muerte de un familiar, un amigo…
Dios no se cansa, no se desanima por la ingratitud, las resistencias; gira, por así decirlo, en torno a nuestro corazón, buscando entrar en él: He aquí que estoy a la puerta y llamo.
Dios espera al pecador; no sólo lo llama, sino que lo espera con paciencia; incluso llega a fingir, por así decirlo, no ver los actos pecaminosos del pecador…
Así dice el Introito del Miércoles de Ceniza: Misereris omnium, Domine, et nihil odisti eorum quæ fecisti, dissimulans peccata hominum propter pænitentiam, et parcens illis: quia tu es Dominus Deus noster.
Texto tomado del Libro de la Sabiduría: “Tú tienes misericordia de todos, por lo mismo que todo lo puedes, y disimulas los pecados de los hombres, a fin de que hagan penitencia; porque Tú amas todo cuanto tiene ser, y nada aborreces de todo lo que has hecho; que, si alguna cosa aborrecieras, nunca la hubieras ordenado ni hecho. ¿Cómo podría durar alguna cosa, si Tú no quisieses? ¿Ni cómo conservarse nada sin orden tuya? Pero Tú eres indulgente para con todas las cosas, porque tuyas son, oh Señor, amador de las almas”.
Todas las criaturas claman venganza, y destruirían a este pecador empedernido; pero Dios, por su misericordia, refrena a sus vengadores, pues no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva.
Ejemplos de Santa Magdalena, San Agustín, San Margarita de Cortona, etc.
Y no sólo esto, sino que Dios acoge a los pecadores arrepentidos.
Los reyes de la tierra rara vez perdonan a un sujeto rebelde; pero Dios siempre recibe al pecador arrepentido, no rechaza al corazón contrito y humillado…
Y no contento con esto, Dios se olvida de nuestros pecados…
¡Qué bueno! ¡Qué misericordia! ¡Qué amor!
De nuestra parte, debemos reconocimiento, confianza y amor…
¡Oh pobre pecador!, quienquiera que seas, corre y arrójate con confianza en los brazos de tal Padre…
Y que, por tu regreso, se alegre el Sagrado Corazón de Jesús, y también todos sus Ángeles y Santos, especialmente Nuestra Señora, María Corredentora, Refugio de los Pecadores…