FIESTA DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS
Como era la Preparación para la Pascua, para que los cuerpos no quedasen en la cruz durante el sábado —porque era un día grande el de aquel sábado— los judíos pidieron a Pilato que se les quebrase las piernas, y los retirasen. Vinieron, pues, los soldados y quebraron las piernas del primero, y luego del otro que había sido crucificado con Él. Mas llegando a Jesús, y viendo que ya estaba muerto, no le quebraron las piernas; pero uno de los soldados le abrió el costado con la lanza, y al instante salió sangre y agua. Y el que vio ha dado testimonio —y su testimonio es verdadero, y él sabe que dice verdad— a fin de que vosotros también creáis. Porque esto sucedió para que se cumpliese la Escritura: “Ningún hueso le quebrantaréis”. Y también otra Escritura dice: “Volverán los ojos hacia Aquel a quien traspasaron”.
Celebramos hoy la Fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, y el Santo Evangelio nos hace asistir a una práctica atroz y cruel.
Según la costumbre romana, los cuerpos de los ajusticiados debían quedar en el patíbulo hasta que se pudriesen o fuesen devorados por las aves de rapiña. La ley judía, por el contrario, se oponía a que un cadáver pasase la noche en el cadalso (Deuteronomio, XXI, 23); con mayor razón tratándose de la víspera del Gran Sábado, para no profanarlo.
Por eso los judíos le pidieron a Pilato que hiciese quebrar las piernas de las tres víctimas del Calvario, para acelerar su muerte y poder retirar sus cadáveres. Esta tortura se realizaba con golpes de palos o barras de hierro; y el ajusticiado pronto expiraba en terrible agonía, al no poder respirar por falta de apoyo en sus pies.
Pilato, en respuesta a su petición, envió un escuadrón de soldados, que sometieron a esta cruel tortura a los dos los ladrones seguían vivos. Pero, al encontrar a Jesús ya muerto, no le infligieron esta tortura inútil. Ahora bien, la Sagrada Escritura lo había anunciado, hablando del Cordero Pascual, figura y expresión por excelencia de Nuestro Señor como víctima, Por eso dice San Juan: Esto sucedió para que se cumpliese la Escritura: “Ningún hueso le quebrantaréis”.
Uno de los soldados, sin embargo, probablemente el líder del escuadrón, llamado Longinio, según la Tradición, sin duda queriendo asegurarse de la muerte del Salvador, o hacerla completamente segura, o «para ganarse el favor de los judíos», como dice San Juan Crisóstomo, clavó su lanza en el costado derecho del Salvador, produciendo una apertura tan ancha que Santo Tomás, después de la Resurrección, pudo introducir toda su mano allí.
Así se cumplió también otra profecía: “Volverán los ojos hacia Aquel a quien traspasaron”. Se refiere al anuncio de la conversión final de Israel, como enseña el Profeta Zacarías (XII, 10), y también el Apocalipsis (I, 7).
Jesús no sólo permitió, sino que quiso que le abrieran el costado para mostrarnos el exceso de su amor. Sabemos que el corazón es el asiento del amor; y Jesús quiso que su Sagrado Corazón fuera abierto:
— Para que pudiésemos ver las últimas gotas de su Sangre derramada por nosotros.
— Para que entrásemos como en un horno de amor, donde encenderá el nuestro.
— Para ofrecernos allí un refugio contra nuestros enemigos, una ayuda en los peligros, un consuelo en nuestras penas y tristezas.
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Son conocidas las apariciones y revelación del Sagrado Corazón de Jesús a Santa Margarita María de Alacoque; pero no siempre las tenemos presente ni cumplimos con lo pedido por Nuestro Señor. Es bueno, pues, repasarlas.
Jesús reveló la devoción del Sagrado Corazón a Santa Margarita María Alacoque en varias visiones. Entre 1673 y 1675 se le apareció cuatro veces en Paray-le-Monial, Francia, y le reveló su amor por la humanidad a través de su Sacratísimo Corazón.
De allí se siguen tres cosas a tener en cuenta: las quejas, las peticiones y las promesas del Sagrado Corazón de Jesús.
En cuanto a las quejas: He aquí este Corazón que tanto amó a los hombres que no escatimó nada, llegando incluso a agotarse y consumirse a sí mismo, para demostrarles su amor. Y a cambio, de la mayor parte de los hombres no recibo más que ingratitud, por el desprecio, la irreverencia, los sacrilegios y la frialdad con que Me tratan en este Sacramento del Amor.
Recordemos todo lo que Nuestro Señor hizo y sufrió por nosotros… Contemos los pecados, los ultrajes, el desprecio de los hombres, paganos y cristianos… Los sacrilegios, la tibieza, las irreverencias… El poco amor de las personas consagradas a Dios…
Respecto de las peticiones: Mi Divino Maestro me reveló que era su ardiente deseo de ser conocido, amado y honrado por los hombres… Les pido que el primer viernes después de la octava del Corpus Christi se dedique como fiesta en honor de Mi Corazón, y se le repare en un Acto de Reparación ofrecido a Él y por la recepción de la Sagrada Comunión en ese día, para expiar los ultrajes que ha recibido durante el tiempo que ha estado expuesto en los altares.
¡Oh amor y condescendencia del divino Salvador! Él podía mandar, y Él pide… ¿Qué? Una fiesta especial, comuniones reparadoras, visitas y actos de honorable reparación… ¡Él pide nuestro corazón, nuestro amor!…
Y en cuanto a las promesas del Corazón de Jesús algunas son comunes a todos los fieles: gracias, bendiciones, paz familiar, consuelos, misericordia, santa muerte…; y otras son especiales para los que se ocupan de la salvación de las almas: tocar los corazones endurecidos, maravillosas conversiones…
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Sabemos que la devoción a este Sacratísimo Corazón consiste en reconocer el amor infinito de Jesús y devolverle amor por amor. El fin especial de la misma es, pues, triple: reconocimiento, reparación, imitación.
Ante todo, reconocimiento, agradecimiento.
En las revelaciones de Nuestro Señor a Santa Margarita María encontramos esta amarga queja: «He aquí el Corazón que tanto ha amado a los hombres, y, sin embargo, no recibe de la mayoría más que desprecio e ingratitud».
No hay nada es tan odioso como la ingratitud… Y se toma la licencia de practicarla para con Dios…
Contemos los beneficios de toda clase que hemos recibido de Dios… Y, a pesar de ello, nos atrevemos a mostrarnos ¡ingratos…
Recordemos, sobre todo, los tres grandes beneficios de Nuestro Señor, su Encarnación, su Pasión, la Sagrada Eucaristía…
¿¡Cómo no amar a Quien tanto nos ha amado!?
En segundo lugar, cabe, y con mayor razón, la reparación.
Contemos las injurias, los desprecios, las ingratitudes, de los cuales los hombres son constantemente culpables hacia Nuestro Señor…
¡Cuántos se niegan reconocerlo, adorarlo, recibirlo!
Escuchemos las quejas del Sagrado Corazón de Jesús…
Si lo amamos, a nosotros nos toca reparar tantos ultrajes, testificando a Nuestro Señor más lealtad y amor, teniendo más celo para hacerlo amar y glorificar, y promover su Reino en la tierra.
Finalmente, la imitación.
Esta es la verdadera y principal forma de testimoniar nuestro amor a Jesús, esforzándose por llegar a vivir de una manera digna de Él, practicando las mismas virtudes que Él: humildad, mansedumbre, caridad, paciencia, sumisión al beneplácito de Dios.
Demos esta alegría, este consuelo al Sagrado Corazón de Jesús; Él nos llenará de gracias aquí abajo y de gloria en el Cielo.
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El Señor preguntó a San Pedro: ¿Me amas?
Si Nuestro Señor nos hiciese esta pregunta, ¿qué responderíamos?
¿Podemos responder como San Pedro, ¿Señor, Tú sabes que te amo?
¿Es sincero y sólido nuestro amor?
¿Se corresponde nuestro comportamiento con nuestras palabras?
San Ignacio, en sus Ejercicios Espirituales invita al ejercitante a hacer una contemplación para alcanzar el amor. Y dice que el amor se debe poner más en las obras que en las palabras, y que consiste en la comunicación de las dos partes: en dar y comunicar el amante al amado lo que tiene o de lo que tiene o puede, y el amado al amante.
Y hace pedir al ejercitante conocimiento interno de tanto bien recibido de Dios, para que, mostrándose enteramente agradecido, pueda en todo amar y servir a su Divina Majestad.
Para obtenerlo le hace recordar los beneficios recibidos, como la creación, la redención y los dones particulares, ponderando con mucho afecto cuánto ha hecho Dios Nuestro Señor por cada uno de nosotros y cuánto nos ha dado de lo que tiene y, por consiguiente, cuánto desea el mismo Señor darse en lo posible, según su ordenación divina.
Finalmente, le hace reflexionar, considerando lo que debe, con mucha razón y justicia, ofrecer por su parte a su Divina Majestad, es decir, todas sus cosas y a sí mismo con ellas, como hace el que ofrece algo a otro con mucho afecto; y esto por medio de la siguiente ofrenda:
Tomad, Señor, y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad, todo mi haber y mi poseer; Vos me los disteis, a Vos, Señor, lo torno; todo es vuestro, disponed a toda vuestra voluntad; dadme vuestro amor y gracia, que ésta me basta.
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La devoción al Sagrado Corazón de Jesús consiste, pues, en reconocer en el Corazón de Cristo el amor misericordioso del Hijo de Dios, que se ofreció como víctima en la Cruz para redimirnos. Al reconocer este amor, surgen la adoración, la gratitud, la reparación y la consagración que tributamos a este Corazón Sacratísimo, la fuente de su amor.
Entre los medios para practicar esta devoción, encontramos:
– La Consagración al Sagrado Corazón de Jesús
– La Entronización del Sagrado Corazón en los hogares
– La celebración de los Primeros Viernes de mes
– La Comunión reparadora
– El Acto de Reparación
– La Hora Santa
– La Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús
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Ésta es la devoción de estos últimos tiempos, dijo el Señor a la Santa.
Y retomo parte de lo predicado por el Padre Castellani el 8 de junio de 1945:
Amados hermanos, yo no quiero asustaros ni preocuparos más de lo justo, demasiadas cosas tristes y trabajosas tenemos los que estamos aquí.
Pero yo os digo que, si el mundo sigue en este tren, vamos al último choque. Yo espero que el mundo enderezará sus caminos, aunque no veo quién puede hacer eso fuera de una gran efusión milagrosa y gratuita del amor de Cristo.
Yo espero en esa efusión, porque todavía no se han cumplido todas las profecías, por ejemplo, la conversión de los judíos.
Anoto yo: tengamos en cuenta la fecha de la prédica: junio de 1945…
Pero si el mundo no endereza sus caminos, es cierto que vamos a los tiempos del Anticristo, a la última persecución, la más terrible de todas; a los tiempos que no los hubo peores desde el día del Diluvio, en que desfallecerán, si fuera posible, hasta los mismo escogidos, en que el mundo agonizará esperando la Segunda Venida del Salvador, y aparecerá un falso Salvador, hijo del Demonio, y el Demonio tendrá sobre el hombre un poder como nunca lo ha tenido, «a causa de que muchos harán la injusticia, y por eso se enfriará en sus corazones el amor.»
¿Y qué hemos de hacer?
Lo primero, saber que no podemos hacer nada sin Cristo: «Sine Me nihil potestis facere»: sin Mí nada podéis hacer.
Lo segundo, obrar enérgicamente nuestra salvación; y, por medio de la nuestra, la del prójimo.
Lo tercero, confiar inmensamente en la bondad y generosidad de Cristo.
Éste es el sentido de las doce promesas.
Anoto: leer los párrafos siguientes en el sermón ya publicado el 31 de mayo (Ver AQUÍ):
El Padre Castellani concluye:
El sentido de las doce promesas es éste (y pone las siguientes palabras en boca de Nuestro Señor): refugiaos del Diluvio de pecados de hoy día en la vida interior, en el cuidado de vuestra salvación; haced todo lo que podáis porque venga mi Reino, a pesar del poder del Reino de Satán; todos los demás asuntos vuestros, incluso el asunto temeroso de vuestra salvación, dejadlos por mi cuenta; yo respondo de todo.
O sea, amadme sinceramente, imitad mi modo de ser, escondeos en mi Corazón y echad de vosotros todo temor.
Yo soy el Principio y el Fin, el Alfa y el Omega: todo el que se confía a Mí no puede perecer.
Sagrado Corazón de Jesús, en Vos confío…
Sagrado Corazón de Jesús, en Vos confío…
Sagrado Corazón de Jesús, en Vos confío…
Sagrado Corazón de Jesús, venga tu Reino…