VIGILIA PASCUAL
Surrexit Dominus vere… Verdaderamente el Señor ha resucitado…
Todos estos últimos días la Iglesia estuvo de duelo; esta noche desborda de alegría y canta Aleluya… Hæc dies quam fecit Dominus, exultemus et lætemur in ea… Este es el día que ha hecho el Señor, exultemos y alegrémonos en él…
La Resurrección de Jesucristo es, en efecto, la fiesta más solemne entre todas; constituye el misterio más glorioso para Él mismo y el más consolador para nosotros.
Nuestro Señor se entregó a la muerte por nuestros pecados, y resucitó para nuestra justificación. Hoy triunfa sobre la muerte, retoma la vida, pero una vida inmortal, ya no muere; y es para nosotros fuente de júbilo, de satisfacción y de esperanza de vida eterna
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¿Cómo resucitó Nuestro Señor?
Resumamos el relato de los Evangelistas:
1.— Nuestro Señor había muerto el viernes a las tres de la tarde; poco después, José de Arimatea, ayudado por Nicodemo y otros discípulos, descendieron el Cuerpo exánime, lo ungieron y lo pusieron en el sepulcro.
El sábado, con una ostentación de precauciones impías y ridículas, los Príncipes de los Sacerdotes, temiendo la resurrección anunciada, sellan el sepulcro y ponen guardias ante él.
De este modo, sin imaginarlo, han proporcionado un testimonio singularmente precioso de la muerte y sepultura de Jesús, así como también de la imposibilidad de robar su Cuerpo, como ellos suponían que iban a hacer los Apóstoles…
¡Cuantos más esfuerzos despliegan contra Jesucristo sus enemigos, mayores y mejores servicios prestan a los creyentes! Al igual que hoy y que siempre, una vez más, el Señor sorprende a los sabios en su propio ingenio…
2.— Antes del amanecer del domingo, que era el tercer día desde su muerte, el Alma de Jesús, por su propio poder divino, surge del Limbo de los Justos y viene a reunirse con su Cuerpo, comunicándole las cualidades de los cuerpos resucitados; y Jesús, glorioso e inmortal, sale del sepulcro, sin romper ni los sellos ni la piedra, como había salido, con este mismo Cuerpo, pero mortal, del vientre purísimo de María Virgen, sin dañar su virginidad…
3.— Hubo entonces un gran terremoto; un Ángel del Señor, resplandeciendo como un relámpago, descorrió la piedra que cerraba el sepulcro y se sentó sobre ella.
Al verlo, los guardias, aterrorizados, quedaron como muertos, y luego huyeron para ir a decir a los Príncipes de los Sacerdotes la maravilla que acababa de suceder; los cuales traman un engaño, insensato e inservible, como habían sido sus precauciones.
San Agustín, tal como lo relata el Santo Breviario en el Oficio del Sábado Santo, se burla de ellos:
“Pusieron guardas para custodiar el sepulcro. Tembló la tierra, y resucitó el Señor. Sucedieron tales milagros junto al sepulcro, que aun los mismos soldados que habían ido a custodiarlo habrían servido de testigos, si hubieran querido decir la verdad. Mas aquella avaricia que se apoderó del discípulo compañero de Cristo, se apoderó igualmente de los soldados que guardaban el sepulcro. Os damos este dinero, les dijeron, y decid que, estando vosotros dormidos, llegaron sus discípulos y se lo llevaron. Verdaderamente se cansaron en vano discurriendo tales cavilaciones. ¿Qué es lo que has dicho, infeliz astucia? ¿Hasta ese extremo abandonas la luz de la verdadera prudencia, y te sumerges en el abismo de la malicia, que dices: Afirmad que, estando vosotros dormidos, llegaron sus discípulos, y se lo llevaron? ¿Alegas testigos dormidos? Verdaderamente, tú mismo dormías, cuando en tales cavilaciones caíste”.
Como dice el Salmo XXVI: La iniquidad se ha mentido a sí misma…
4.— Siguió la visita de las Santas Mujeres al sepulcro, las palabras de los Ángeles a las mismas, el mensaje para los Apóstoles, la incredulidad de estos, San Pedro y San Juan van al sepulcro…
5.— A todo esto, se sucedieron las diversas apariciones de Jesús a lo largo de ese domingo: primero a su divina Madre, luego a Santa María Magdalena, a las Santas Mujeres, a San Pedro, a los dos discípulos de Emaús, a los Apóstoles, estando ausente Santo Tomás.
6.— ¿Quién podrá expresar el gozo de los Ángeles, la alegría y el consuelo de la Santísima Virgen y de todos los discípulos?
Resurrexit, sicut dixit, aleluya… Hæc dies quam fecit Dominus, exultemus et lætemur in ea…
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¿Por qué resucitó Nuestro Señor?
Consideremos las misteriosas razones de este milagro tan grande de la resurrección. Esto fue:
1.— Para honrar y glorificar el Cuerpo de Jesús, que tanto tuvo que sufrir en la Pasión. Tal recompensa le era bien debida.
En su Pasión, este divino Salvador fue humillado, despreciado, escupido, flagelado, coronado de espinas, cruelmente clavado en la cruz entre dos ladrones; luego murió en su patíbulo, y lo enterraron a toda prisa…
Pero hoy, lo vemos resucitado, triunfante, y por siempre vencedor de la muerte. Ese Cuerpo magullado e irreconocible como estaba, se volvió resplandeciente y radiante como el sol, y en adelante impasible, es sutil y ágil…
Jesús, en este día, es glorificado ante su Padre, ante los Ángeles, ante los poderes del infierno, ante sus discípulos y ante sus enemigos.
2.— Para avivar y fortalecer nuestra fe.
La resurrección de Jesús es verdaderamente el fundamento y el triunfo de nuestra fe; porque prueba claramente la divinidad y la omnipotencia de Nuestro Señor.
También es el argumento principal y sólido entre todos, por el cual los Apóstoles probaron que Jesús es Dios, y convirtieron al mundo.
Si Cristo no ha resucitado, dijo San Pablo, en vano es nuestra predicación, vana es nuestra fe… Pero Jesús ha resucitado, por lo tanto, es Dios, y, por lo mismo, su religión, su doctrina, sus mandamientos, su Iglesia, son verdaderos y divinos.
3.— Para fortalecer nuestra esperanza.
La resurrección de Nuestro Señor es un gaje, una prenda segura de que nosotros mismos resucitaremos un día.
Esperamos, pues, nuestra propia resurrección, por virtud de la resurrección de Nuestro Señor, como dice el Prefacio de Difuntos: “En el cual brilló para nosotros la esperanza de la Resurrección dichosa; para que, a quienes contrista la cierta condición de que han de morir, los consuele la promesa de la futura inmortalidad”.
Nuestros cuerpos, propensos a las enfermedades, a la muerte, a la corrupción, algún día serán reivindicados de esta suprema humillación y revestidos de gloria e inmortalidad, siempre que vivamos, claro está, de una manera digna de Dios.
Dice San Gregorio Magno que “Nuestro Señor sufrió la muerte, para que no tuviéramos miedo a morir; y que resucitó, para que tengamos la confianza y esperanza de que también resucitaremos”.
4.— El Catecismo Romano proporciona esta razón: «Por su muerte, Jesucristo nos ha librado de nuestros pecados; pero, por su resurrección, nos restauró los principales bienes que el pecado nos había hecho perder. De ahí, esta palabra del Apóstol: Jesucristo fue entregado a la muerte por nuestros pecados, y resucitó para nuestra justificación. Para que nada faltase a la redención de los hombres, tuvo que resucitar, como había tenido que morir».
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Frutos de la Resurrección
1.— La resurrección de Nuestro Señor, no es sólo la base de nuestra fe y de nuestra esperanza, sino también el modelo de nuestra resurrección espiritual.
Lo cual hacía decir a Tertuliano: «Un pecador convertido y reconciliado por la gracia debe ser un compendio, una copia de la resurrección del Salvador».
2.— Pero, ¿en qué consiste esta nueva vida?
Radica en morir a todos nuestros vicios y a vivir en adelante en todo según Jesucristo.
Se trata, pues, de un verdadero y completo cambio de vida; como dice San Pablo: “Renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos sobria, justa y piadosamente en este siglo actual, aguardando la dichosa esperanza y la aparición de la gloria del gran Dios y Salvador nuestro Jesucristo”.
El mismo Apóstol resume en corta fórmula: “Gustad las cosas de arriba, y no las cosas de la tierra”.
3.— Esta vida santa, es una condición esencial para lograr la resurrección bienaventurada y para la vida eterna.
¡Qué maravillosa obra ha hecho cumplir esta esperanza a los mártires y a los santos!…
4.— Por el contrario, ¡ay de aquellos que, a pesar de la Pasión y la Resurrección de Nuestro Señor, sigan haciendo servir a su cuerpo al pecado y se nieguen a convertirse y hacer penitencia!
Lejos de resucitar para la vida eterna, volverán a la vida sólo para ir al infierno y sufrir tormentos eternos.
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¿Qué elección hacemos? Todos queremos resucitar a la vida eterna, deseamos participar de la gloriosa resurrección de Jesucristo…
Debemos, pues, tomar los medios; vivir ahora para Él, cuidando de observar bien todos sus preceptos…
Si todavía hay algún pecador habitual, que se convierta sinceramente; que se apresure a resucitar y comience una nueva vida; viviendo en adelante como es digno de Dios, haciendo en todas las cosas lo que le agrada, fructificando por medio de toda clase de buenas obras.
Así es como podemos esperar resucitar gloriosamente, para ir con Nuestro Señor a reinar para siempre en el cielo.