P. CERIANI: PLÁTICA PARA EL VIERNES SANTO

AGONÍA Y ORACIÓN DE JESÚS EN EL HUERTO DE GETSEMANÍ

Contemplemos esta tarde la Agonía y la Oración de Nuestro Señor en el Huerto de Getsemaní.

Revestido de nuestra carne y semejante a nosotros en todo, excepto en el pecado, que tan cruelmente va a expiar, Jesús realizó la inmolación del Cordero Pascual, figura de su propio sacrificio, y celebró su Última Cena…

Dejando el Cenáculo, llega con sus discípulos al Jardín de Getsemaní. Es el nuevo Adán que entra en su jardín; pero ¡qué fruto tan diferente en todos los aspectos del fruto que el primer Adán había probado y comido en el Paraíso terrenal! Lleno de amargura para Él, contiene la salvación para nosotros; mientras que aquél dulce y agradable fruto, que nuestro primer padre tuvo la desgracia de comer, le causó la muerte a él y a toda su posteridad.

En lugar de la mentira fatal y el consejo de desobediencia de Satanás: No, no moriréis, sino que seréis como dioses, Jesús hablará aquí otras verdades para siempre saludables: ¡Padre mío, sea hecha vuestra voluntad, y no la mía! Velad y orad, para no sucumbir a la tentación

Este Huerto de Getsemaní se convertirá, por tanto, en un lugar de penitencia y de dolor, pero también de salvación, donde Jesús redimirá la falta cometida por el primer hombre en el jardín de las delicias.

+++

Y Jesús dijo a sus Apóstoles: Sentaos, mientras yo voy allí a orar… Orad, para no caer en tentación…

Y tomó a Pedro, Santiago y Juan, los mismos que habían presenciado su gloria en el Tabor…

Aquí comenzará el drama de la Pasión de Jesús, es el corazón de la Pasión, puesto que es la pasión de su Corazón y de su Alma…

Sigamos a este dulce Salvador y, por medio de su Madre Santísima, tan íntimamente asociada a todos sus sufrimientos, pidamos la gracia de velar y orar con Él, para llorar nuestros pecados.

Ahora bien, cuando llegó al jardín, comenzó a sentir temor y hastío, tristeza y desolación, y dijo a sus tres discípulos: Mi alma está triste hasta la muerte; quedaos aquí y velad conmigo.

Jesús quiso comenzar la Pasión privándose de toda alegría sensible, y tomando los afectos contrarios de temor y tristeza.

¿De dónde le viene a nuestro divino Salvador este temor y este tedio, esta tristeza y esta desolación? Exclama San Lorenzo Justiniano: ¿Acaso no debía ser contristado Aquél por quien son recreados todos los afligidos?

El que siempre se había mostrado tan sereno, ahora estaba turbado, pálido, lívido, sudoroso, triste, desanimado. Una tribulación sin igual en la historia.

Ha querido sufrir tanto para demostrar que era un hombre pasible como nosotros, para hacer ver a todos la gravedad del pecado, para enseñarnos a rezar, a llorar, a sufrir y a merecer la gracia…

Como enseña Santo Tomás, “quiso poner cierta proporción entre la grandeza de sus sufrimientos y la de los frutos que de ellos habían de resultar».

¿Cuáles fueron las fuentes de esta extrema aflicción, y de esta terrible agonía de Jesús?

a) Él se vio cargado, ante su Padre, con los pecados de todos los hombres, pasados, presentes y futuros.

En una terrible visión, vio venir y derramarse sobre Él todos los crímenes del género humano, todas sus idolatrías y sus abominaciones, todos sus sacrilegios, todas sus ingratitudes, sus impurezas e inmundicias de todas clases, con su número y la gravedad específica de cada una.

Se sintió aplastado bajo esta horrible masa…

La justicia de su Padre echó sobre sus hombros esta carga, y Él se veía responsable de ella, como si todos estos crímenes hubieran sido personales…

¿Quién podría expresar la contrición y amargura que invadió su alma?

b) Además, vio claramente, por anticipación, todas y cada una de las circunstancias de su Pasión, todas las terribles torturas que le esperaban, para expiar tan innumerables pecados: la traición de Judas, el abandono de los Apóstoles y la caída de Pedro; todos los ultrajes, todas las burlas proferidas por Anás y Caifás, Pilatos y Herodes; la preferencia dada a un asesino, la flagelación, la coronación con espinas, el acarreo de la cruz, la crucifixión, las últimas injurias de los fariseos, el dolor de su Santísima Madre, etc….

Todos estos sufrimientos, con sus más mínimos detalles, pasaron ante sus ojos, aplastando en cierto modo su naturaleza humana…

c) Si, al menos, con todas estas torturas pudiese salvar a todos los hijos de Adán… Pero ve la inutilidad y la esterilidad para la mayoría de los hombres de tanto amor, trabajo y sufrimiento…

Para ellos, esta Sangre de infinito valor y eficacia, que Él derramará hasta la última gota, primero allí mismo en el Huerto, luego en cada paso de la Pasión, finalmente en miles de Altares a lo largo de los siglos, quedará infructuosa, al menos para un número demasiado grande…

La Cruz misma se convertirá en signo de contradicción, objeto de escándalo, ocasión de condenación para multitud de almas, por causa de su malicia, ciertamente…

Estos son, en verdad, los dolores más ocultos de su corazón…; el corazón de la Pasión…

Él ve la impenitencia final de Judas y del mal ladrón, la obstinación fatal y la pérdida de su amado pueblo, el endurecimiento de tantas naciones paganas, la apostasía de tantos países, los ataques, las perfidias, las persecuciones dirigidas contra su Iglesia y sus servidores… la terrible prueba de los últimos tiempos…

Para añadidura de dolor y amargura, ve los pecados de tantos cristianos, que, a pesar del conocimiento más perfecto de su ley y de su amor, a pesar de todos los ofrecimientos de su bondad, se perderán para siempre…

Que cada uno se examine a sí mismo… ¿Quién se atrevería a pretender ser inocente de la Sangre del Justo?

En su infinita caridad, Jesús vio a todos y a cada uno de nosotros, con nuestra tibieza, nuestra ingratitud, nuestras debilidades, todas nuestras prevaricaciones; y agonizaba, abatido y como aniquilado por la tristeza y la desolación, retorciéndose de dolor y derramando un sudor de sangre que llegaba hasta la tierra.

Un espectáculo lamentable, capaz de ablandar hasta un corazón de piedra… Y nosotros, fríos y miserables, no sabemos ni queremos derramar una sola lágrima, ni por Él, ni por nuestros pecados, y lo seguimos ofendiendo y crucificando sin remordimiento…

Comprendamos qué maldad horrible es el pecado y cuánto le costó a Jesús…

Pidamos a este tierno Salvador que toque nuestra alma, para que odiemos todas nuestras ofensas y las del mundo entero; y propongamos antes morir que volver a pecar deliberadamente…

Jesús les había dicho a los Apóstoles que velasen y orasen; ahora Él mismo les da el ejemplo. Penetrado de miedo y de horror al ver los pecados e ingratitudes de los hombres, así como los espantosos tormentos que por ellos va a sufrir, recurre a su Padre y, postrado en tierra, le imploró en estos humildes términos: Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz, pero no sea como yo quiero, sino como quieras Tú. No se haga mi voluntad, sino la tuya.

Es decir, si el decreto de tu justicia y el plan de tu sabiduría para salvar a los hombres, se puede ejecutar sin que yo beba el cáliz de mi Pasión, líbrame de tantos tormentos y de la muerte…

Pero no tengas en cuenta mi inclinación natural, mi voluntad humana, que someto absolutamente a la tuya: ¡hágase tu voluntad y no la mía!

¡Qué espectáculo! ¡Cuán grande debió ser la angustia y los sufrimientos del Hombre-Dios, para que llegara a estremecerse, a gemir, a llorar y a orar así!

Y este debate, del que dependía nuestra salvación, esta conmovedora oración se renovó tres veces, con este mismo carácter de conformidad a la voluntad divina y de amor inefable por nosotros, ya que es por nuestro amor que Él sufre tales angustias…

¿Quién podrá jamás concebir y expresar este exceso de amor?

Después de haber orado así una primera vez, Jesús volvió donde sus discípulos y los encontró dormidos a causa de su tristeza. Y dijo a Pedro: Simón, ¿duermes? ¿Conque no habéis podido velar una hora conmigo?

¡Qué conmovedora queja del Salvador! ¡Cuántas veces, hemos merecido este reproche, por nuestra tibieza, nuestra negligencia y nuestras pretendidas protestas de fidelidad, tan rápidamente olvidadas, desmentidas por nuestros actos!

Entonces les dijo: Velad y orad, para que no entréis en tentación. Porque el espíritu está pronto, pero la carne es débil.

Conocemos demasiado bien, por dolorosa experiencia, esta debilidad de nuestra carne y la cobarde disposición de nuestro espíritu y de nuestra voluntad a ceder a su odiosa tiranía.

¡Pongamos, pues, más empeño en practicar esta saludable recomendación del Salvador!

Y se fue de nuevo, para seguir sufriendo y orando allí; con la misma tristeza, la misma angustia y misma súplica: Padre mío, todo lo puedes; aparta de mí este cáliz; pero, sin embargo, ¡hágase tu voluntad y no la mía!

Este buen Salvador quiso enseñarnos a no desanimarnos nunca y a perseverar en la oración…

Y volvió por segunda vez a sus apóstoles; y los encontró durmiendo, porque sus ojos estaban pesados; y no sabían qué contestarle… ¡Cuántas veces nos hemos hundido, como ellos, en un letargo fatal, que demasiadas veces nos lleva a la muerte!

Jesús tiene compasión sobre su debilidad, no los despierta…

La soledad de Nuestro Señor en el Huerto fue total: se vio privado de todo consuelo…; fue el sacrificio del corazón…; amar a lo Dios, sin esperar recompensa alguna…

Y regresa a orar por tercera vez, repitiendo las mismas palabras: Padre mío, si quieres, aparta de mí este cáliz, etc.

Esta última oración fue larga y más prolija, pues la tristeza y los sufrimientos interiores de Jesús, invadiendo cada vez más su alma, habían llegado al grado más alto de intensidad.

Y sumido en agonía, insistía más en su oración. Su sudor se hizo como gotas espesas de sangre que caían en tierra.

Es la lucha mortal; la que se sufre poco antes de morir, cuando el moribundo está pendiendo entre la vida y la muerte.

Es la hora de la desolación, la noche oscura, en que al dolor físico y a la repugnancia espiritual se une el abandono sensible del Padre.

Jesús siente desgana y temor a cumplir la misión de Redentor, de paciente Víctima.

Sufre tortura mortal al verse revestido de la responsabilidad de todos los pecados de la humanidad, de los cuales responde ante su padre y lo muestran asqueroso y repugnante.

Contemplemos el rostro de Jesús cuando pasan por su mente nuestros pecados.

Todo el infierno estaba allí, desatado contra Él, y ningún consuelo le llegaba, ni del lado de los hombres, ni del lado del Cielo: Busqué quien me consolase y no lo hallé…

Entonces el Padre se compadeció de su divino Hijo y le envió un Ángel del Cielo.

Este Ángel, sin duda, le representó que la voluntad de su Padre era que Él bebiera de este Cáliz, que la redención del mundo era a este precio, que millones de almas se beneficiarían de él y le deberían su felicidad eterna…

Nuestro Seño no ignoraba todo esto; sin embargo, quiso recibir este consuelo del Ángel, ya sea para humillarse más para redimirnos, ya sea para merecer la gracia de ser, también nosotros, y especialmente en la hora de la muerte, visitados y consolados divinamente por los Ángeles de Dios.

Jesús se levantó fortalecido, sabiendo todo lo que le iba a suceder y aceptando con serenidad los tormentos y la muerte…

Regresó a los discípulos, que habían fracasado en la misión de velar por su Maestro moribundo, y les dirigió estas palabras, en las que la ternura se mezclaba con el reproche: Dormid ya, y descansad... Basta, ha llegado la hora en que el Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los pecadores… Levantaos, vamos, he aquí el que me traicionará está cerca….

Jesús estaba todavía hablando, cuando Judas Iscariote, uno de los Doce (es decir, uno de los discípulos escogidos, uno de los que formaban el cortejo privado y la compañía más íntima del Salvador, destinados a un ministerio más sublime…), llegó con una tropa de soldados y satélites, guardias del templo y servidores de los sumos sacerdotes, armados con espadas y palos, faroles y antorchas…

El traidor les había dado esta señal: Aquel a quien besaré, es Él, atrapadle y llevadlo con cautela.

Y, caminando hacia adelante, inmediatamente se acercó a Jesús y le dijo: Salve, Maestro.

Y lo besó.

Y Jesús le respondió: ¡Judas, es con un beso que entregas al Hijo del hombre!

¿Has escogido una señal de amor? ¿No podías haber escogido otra contraseña: una injuria, una pedrada, un empujón?

Las palabras de Jesús revelan el dolor que aquella escena causa a su Corazón.

La víctima de esta traición salvó al mundo…; el traidor perdió su alma…; la víctima está en este momento sentada a la diestra del Padre en el Cielo…; el traidor está ahora en el fondo del infierno, donde sufre su castigo eterno…

El destino más digno de lástima no es el de los perseguidos, sino el de los perseguidores… No hay daño en sufrir la injusticia, mientras que siempre es un grave daño el cometerla…

Consideremos hasta dónde puede llegar una pasión desordenada y el abuso de la gracia… ¡Qué no había hecho Jesús por Judas! Recientemente, nuevamente, su misericordia debería haber iluminado y animado a este desdichado al arrepentimiento…; pero no; había permanecido insensible y se había dejado dominar totalmente por el demonio… Ahora le sugerirá que se desespere y se ahorque…

Mientras tanto, el Salvador muestra su poder derribando a los soldados con una palabra; su bondad, permitiéndoles levantarse de nuevo y sanando la oreja de Malco.

Luego, se entrega en manos de sus enemigos y se deja sujetar como un vil criminal.

Sigamos a Jesús, el manso Cordero de Dios, entregándose voluntariamente por nuestro amor, para expiar nuestros delitos.

Podría obtener de su Padre, en lugar de los doce discípulos pusilánimes, doce legiones de Ángeles, 72.000 Ángeles… Él es todopoderoso, podría aniquilar a sus enemigos con una sola palabra…

Pero, ¿cómo se cumplirán entonces las Escrituras? Ha llegado el momento de inmolarse y así salvar al género humano…

Entonces los discípulos le abandonaron todos y huyeron. Seguían a Jesús de lejos Simón Pedro y Juan.

Jesús es arrastrado hacia la ciudad. Empujones, golpes, bofetadas, tirones, caídas, injurias, burlas soeces de triunfo.

Han acabado los tormentos interiores; ahora comienzan los exteriores.

Contemplemos la dignidad y la paciencia infinitas de Jesús.

Quiere ser Víctima en holocausto perfecto, sin reservarse nada para Sí.

Adoremos a nuestro divino Salvador agonizando, agradezcámosle su infinito amor por nosotros…

Repasemos a menudo, en nuestro corazón, los diversos sufrimientos de su agonía y de toda su Pasión; hay en esta meditación, un fruto de gracia y de salvación.

Pidámosle, a través de los dolores de su cruel agonía, que nos socorra y asista en nuestro combate, especialmente en la agonía, y nos conceda la gracia de una santa muerte, para vivir con Él por la eternidad.