Misterios de iniquidad
“PUEBLO DE DIOS”
El Pueblo de Dios del Concilio Vaticano II
La metáfora de la “Era constantiniana”, que Marie-Dominique Chenu escribió en 1961, ilustra una forma de ser de la Iglesia en connubio con el Estado, en busca de privilegios y alejada de su misión.
Dicha tergiversación de la eclesiología ha provocado en la historia la aparición de ideologías, personajes y teorías que, volviendo a las fuentes, promueven nuevos evangelismos (Predicatae Evangelium) o períodos de renovación profunda. El objetivo del trabajo ha sido la constatación del evangelismo del papa-nata Francisco a partir del análisis comparativo de pronunciamientos y documentos suyos, y del discurso titulado «El fin de la Era constantiniana».
El “retorno” al Evangelio, la urgencia de la misión (Iglesia en salida) y la atención especial por los pobres que distinguen el pontificado de Francisquito, evidencian un nuevo evangelismo para la neo-iglesia como lo fueron en el pasado San Francisco de Asís (Pobre San Francisco que culpa tiene que francisquito lo meta en sus líos) y Lutero, quienes dieron origen a nuevas cristiandades.
El Concilio Vaticano II, diversamente a la época en que nació la metáfora de la “Societas” perfecta, es planteado por el “papa bueno” en clave pastoral, en diálogo con la modernidad. Su lenguaje complementa, con la doctrina de la colegialidad episcopal.
El Concilio Vaticano I había constituido continuación y exacerbamiento de una posición primacial del ministerio del Papa y de la curia romana. Como respuesta, en el Vaticano II, los obispos de todo el mundo matizaron el principio del primado con la visión comunitaria de la Iglesia.
Chenu se siente partícipe de esta reconquista del Concilio y en una entrevista comenta: “Hemos liberado la Iglesia del clericalismo que en una ‘cristiandad’ establecida, había creado entre ella y los antiguos regímenes políticos o económicos un lazo que, de hecho, encarcelaba la Palabra de Dios”.
Previo a la sesión que sanciona el texto definitivo sobre la Iglesia escribe Chenu: “Nos encontramos delante de un grande y denso tema doctrinal, en el centro del redescubrimiento que la Iglesia está por hacer de sí misma, en una toma de conciencia cual es la operación espiritual y estratégica que la Asamblea conciliar está cumpliendo: la Iglesia pueblo de Dios, la Iglesia en camino en la historia.” (El evangelio en el tiempo. Paris: Editorial Estela S.A., pp.13-31).
El camino recorrido por el concepto «Nuevo Pueblo de Dios» no fue fácil en el aula conciliar. De hecho, escribe Chenu que los esquemas preparatorios se alejaban de una visión bíblica e histórica de la Iglesia, en el afán de algunos obispos de la curia por defender la definición jurídica y societaria que dominaba entonces en el Magisterio: “Nos encontrábamos entonces ante un complejo de esquemas muy voluminoso, de estructura escolástica, cuyos sutiles análisis no se ajustaban a las perspectivas evangélicas y con las experiencias pastorales que ya determinaban la inspiración y las iniciativas del Cuerpo episcopal. De otra parte, se basaban en una concepción exclusivamente jurídica de la Iglesia, concebida esencialmente como una sociedad visible provista de derechos y de poderes, en analogía con las sociedades civiles, en la cual enseñanza y gobierno se presentaban inmediatamente como el ejercicio de una autoridad inmutable, sin referencia a la substancia comunitaria de la Iglesia Cuerpo místico de Cristo, sin un nutrimiento escritural, sin una prospectiva histórica.” (Chenu, 1964, La Iglesia Pueblo de Dios en la Historia, para comprender la tercera sesión del concilio. p. 1035).
En ese contexto, el término «Nuevo Pueblo de Dios» de origen bíblico fue acuñado por los padres conciliares en un esfuerzo de auto-comprensión de la Iglesia, con la intervención especial de Karl Rahner, sacerdote jesuita austriaco, como intérprete de la teología de los obispos alemanes. Escribe Chenu: El texto del padre Rahner, acogido con favor por numerosos grupos de obispos, presenta la verdad de una visión sintética de la economía de la Palabra de Dios en el curso de la historia, en contraposición a una visión estática y meramente societaria de la Iglesia (1964, p. 1036).
De este modo, en el texto del Concilio quedó plasmada la visión histórica planteada por Rahner y los obispos alemanes: “(El) pacto nuevo, a saber, el Nuevo Testamento en su sangre (1. Co 11,25), lo estableció Cristo convocando un pueblo de judíos y gentiles, que se unificara no según la carne, sino en el Espíritu, y constituyera el nuevo Pueblo de Dios […] Este pueblo mesiánico tiene por cabeza a Cristo… que fue entregado por nuestros pecados y resucitó para nuestra salvación”(Rm. 4.,25) (LG 9).
El Concilio enseña también el sacerdocio común de los fieles, la constitución jerárquica de la Iglesia y la colegialidad de todos los obispos en unión con el papa.
Actualmente, Francisquito pretende, con las reformas de la curia romana y con la ayuda de un consejo de cardenales G-9, hacer más práctica dicha colegialidad episcopal y la participación de todos los cristianos.
Aunque la teología de la colegialidad es expresada en la constitución Lumen Gentium del Concilio, la organización preconciliar de la curia, sin cambios de fondo, limitan la aplicación de la voluntad de los padres conciliares: “Para Francisco ha llegado el momento de volver real la «colegialidad», ese principio sancionado en el Concilio Vaticano II. El papa y los obispos son todos «vicarios de Cristo». El cambio propuesto por el Concilio va a tener lugar ahora. No más obispos parecidos a prefectos, subordinados a un pontífice monarca (¿Cuál?, desde Paulo VI ya no hay más monarcas) sino más bien apóstoles que junto al papa se ocupan de toda la Iglesia.” (Politi, M. 2015. Francisco entre los lobos. Buenos Aires, Argentina: Fondo de cultura económica de Argentina S.A. p. 90).
En el mismo sentido, amonesta Chenu: “Es necesario desarrollar la afirmación conciliar de la Iglesia como Pueblo de Dios, estructurado ciertamente a través de un orden jerárquico, pero partícipe verdaderamente, en todos sus miembros de la misión profética que asegura la presencia del Espíritu Santo”. Asimismo reconoce que, consecuente con el Concilio, no se ha superado totalmente la clericalización de la Iglesia y de la teología, a pesar de que: «El segundo capítulo de la Lumen Gentium -luego de la definición de la Iglesia como Pueblo de Dios- determina como servicio, como “ministerio” las funciones magisterial e institucional de la jerarquía divinamente constituida.” De acuerdo con el sentir del Concilio la Curia no debería ser una corte de príncipes. Un mensaje que Francisquito recuerda: «Jesucristo no nos quiere príncipes que miran despectivamente, sino hombres y mujeres de pueblo» (EG 271).
Cabe anotar, sin embargo, que una lectura de Lumen Gentium en la óptica de Gaudium et Spes matiza la interpretación clericalizada de la Iglesia. Desde esa perspectiva, la metáfora del hospital de campaña propuesto por el Francisco sintoniza más con el Concilio. En efecto, la novedad de la metáfora asistencial de la Iglesia se sitúa en continuidad con el espíritu dialogal y la lectura de los signos de los tiempos, que motivó a los padres y a los teólogos modernistas, como Chenu, en la asamblea conciliar.
La Iglesia de nuestro tiempo se ha hecho particularmente consciente de esta verdad y, por ello, a su luz ha logrado redefinir en el Concilio Vaticano II su propia naturaleza.
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Se trata, pues, de una nueva concepción de la Iglesia, aunque esto no siempre sea explícito para la mayoría de los fieles. Se pretende falsamente hacer del concepto Pueblo de Dios algo muy antiguo, que nos viene de las Sagradas Escrituras. La expresión como tal, se encuentra en las Sagradas Escrituras; pero el concepto bajo el cual hoy se le invoca es totalmente otro.
Se utiliza el mismo término, pero con un significado diferente.
A continuación veremos cómo esta denominación del Pueblo de Dios corresponde a una concepción de la Iglesia distinta de la noción tradicional de la Iglesia como Cuerpo Místico de Cristo, la cual es superada y reabsorbida dentro de un contexto más amplio y abierto, como el ecumenismo.
Es importante que se analice cuál es el significado que tiene el Pueblo de Dios con el cual se redefinió a la Iglesia.
Es muy expresivo lo que el nuevo Derecho Canónico dice, y más aún cuando la finalidad fue justamente la de poner en lenguaje canónico el espíritu del Concilio Vaticano II, especialmente lo relacionado con lo que constituyó su novedad y que el nuevo Código de Derecho quiso expresar en lenguaje canónico, esto es, lo referente a la doctrina sobre la Iglesia o eclesiología.
La expresión Pueblo de Dios corresponde a una nueva doctrina sobre la Iglesia, es la expresión de la nueva eclesiología ecuménica, que destruye y disgrega a la Iglesia.
Esta concepción de la Iglesia según la nueva eclesiología ecumenista, está vertida en el nuevo Código de Derecho Canónico, en el canon 204, el cual dice que la Iglesia de Dios subsiste en la Iglesia Católica.
Ya no se dice, como siempre se ha dicho, que la Iglesia de Dios es la Iglesia Católica.
Ahora esto se relativiza con el verbo subsiste, dejando entender que, además hay (o puede haber) Iglesia más allá de la Iglesia Católica, o sea, fuera de la Iglesia Católica.
Esto es precisamente lo que designa actualmente la expresión Pueblo de Dios, la cual abarca mucho más que la Iglesia Católica, a la cual comprende y supera.
Uno de los pseudo-teólogos de mayor influencia y renombre en el Concilio Vaticano II, el sacerdote modernista Karl Rahner, es quien va a darnos la pauta sobre la significación del Pueblo de Dios. Este teólogo progresista manifiesta que hay una unión real y ontológica entre Dios y cada hombre por el hecho de la Encarnación. Pues el Verbo, al tomar la carne para hacerse hombre, se une con todos y cada uno de los hombres, sacramentalizándose así la humanidad y el mundo. Esta unión de Dios con la humanidad, con cada hombre, por el hecho de la Encarnación constituye el pueblo de los hijos de Dios, o, más abreviadamente, el Pueblo de Dios.
Dentro de la nueva eclesiología, el término pueblo de Dios significa la humanidad entera (todos los hombres sin excepción), sacramentalizada por el hecho de la Encarnación. Luego abarca mucho más que lo que abarca la noción de Iglesia Católica, pues todos los hombres, sin dogmas que dividan ni credos que se opongan, pertenecen al Pueblo de Dios. Entonces, con anterioridad a la Gracia y a la Fe, queda formando así el Pueblo de Dios, cuya extensión es la misma que tiene la humanidad toda, por el hecho de la Encarnación que ha realizado la unión de Dios con cada hombre.
Iglesia y Humanidad quedan identificadas. Mundo e Iglesia quedan compenetrados.
Todo esto queda muy bien expresado en el siguiente comentario del Padre Meinvielle: «Karl Rahner, S. J. ha sistematizado, quizás con excesiva fuerza, lo que él llama un cristianismo invisible, que sería efecto de una «consagración de la humanidad por la Encarnación del verbo». «Al hacerse hombre el verbo de Dios, dice Rahner, la Humanidad ha quedado convertida real-ontológicamente en el pueblo de los hijos de Dios, aun antecedentemente la santificación efectiva de cada uno por la gracia». «Este pueblo de Dios, que se extiende tanto como la Humanidad»… «Antecede a la organización jurídica y social de lo que llamamos Iglesia». «Por otra parte, esta realidad verdadera e histórica del pueblo de Dios, que antecede a la Iglesia en cuanto magnitud social y jurídica… puede adoptar una ulterior concretización en eso que llamamos Iglesia». «Así, pues, donde y en la medida que haya pueblo de Dios, hay también ya, radicalmente Iglesia, y, por cierto, independientemente de la voluntad del individuo». De aquí se sigue que todo hombre, por el hecho de ser hombre, ya pertenece radicalmente, a la Iglesia.» (La Iglesia y el Mundo Moderno, Ed. Theoria, Buenos Aires 1996, p. 143 – 144).
La noción de Iglesia como Pueblo de Dios comprende radicalmente toda la humanidad, todo el mundo.
De otra, parte se explica así por qué la Iglesia de Dios subsiste en la Iglesia Católica, como lo expresa el nuevo Código, ateniéndose a la novedad eclesiológica del Concilio.
El nuevo Código no dice que la Iglesia de Dios es la Iglesia Católica, pues así quedarían excluidos todos los que no pertenecen al cuerpo de la Iglesia; mientras que, como Pueblo de Dios, abarca la humanidad entera, o sea, al mundo, y abarca a todos y cada uno de los hombres, pues pertenecen al Pueblo de Dios por estar unidos con Dios, gracias a la Encarnación del Verbo.
Hay una profunda ignorancia y, peor aún, una grave tergiversación concerniente a la pertenencia de los miembros de la Iglesia, así como a la justificación o salvación de los hombres, íntimamente ligada a la cuestión: «Extra Ecclesiam nulla salus», fuera de la Iglesia no hay salvación, pues fuera de la Cruz, fuera de Nuestro Señor Jesucristo, no hay, ni puede haber salvación.
La expresión Pueblo de Dios designa la pertenencia radical de todos los hombres, de la humanidad, a la Iglesia.
Pertenencia radical quiere decir pertenencia en la raíz (in radice), por el hecho de ser hombre, de pertenecer al género humano, del cual el Verbo Divino tomó la carne y se hizo hombre.
De modo que Iglesia y Mundo quedan identificados y la humanidad sacramentalizada junto con el Mundo.
El Pueblo de Dios cubre así una realidad más amplia que la concepción misma de Iglesia Tradicional. El Pueblo de Dios comprende la Iglesia Católica, pero no la agota; por eso se dice que la Iglesia de Dios subsiste en la Iglesia Católica, en vez de decir que la Iglesia de Dios es la Iglesia Católica.
Así consta en el nuevo Código, cuya finalidad es verter en Ley el espíritu ecuménico y liberal del Concilio Vaticano II, cuya preocupación fue asimilar dos siglos de cultura liberal a partir de la Revolución Francesa de 1789.
La redefinición de la Iglesia como Pueblo de Dios se hace en base a una nueva concepción de la Encarnación.
La Iglesia, al ser la prolongación de la Encarnación; es lógico que, teniéndose otra visión o concepción de esta (tal como la de Vaticano II y Juan Pablo II), se suscite la necesidad de redefinir aquella para que esté de acuerdo con esta nueva concepción.
A modo de conclusión diremos que la Iglesia del Pueblo de Dios es la Iglesia de la Humanidad, de la ciudad del hombre, de la civilización universal y sincretista construida bajo un nuevo orden secular en contraposición a la Iglesia Católica, y a la civilización Católica o Ciudad de Dios.
La Iglesia del Pueblo de Dios es la Iglesia del sincretismo religioso, de carácter gnóstico, que aúna a todos los hombres sin dogmas que dividan, bajo una falsa paz universal, donde el único pecado será seguir siendo un verdadero católico fiel a la Tradición de la Iglesia y a Jesucristo Nuestro Señor. (Esto último tomado del artículo del R.P. Basilio Méramo “El Pueblo de Dios”).