DEL SERMÓN DEL DOMINGO DE PASIÓN
Nuestro Señor Jesucristo: ¿Quién de vosotros me convencerá de pecado?
San Gregorio Magno: Admiremos aquí la mansedumbre del Salvador que, habiendo venido a la tierra para justificar a los pecadores, no desdeña demostrar cómo está sin pecado.
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Nuestro Señor Jesucristo: El que es de Dios, oye las palabras de Dios
San Gregorio Magno: El amor a la palabra de Dios es señal de predestinación… ¡Cómo han de temer los que la desprecian o sólo sienten repugnancia por ella!
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Los judíos: ¿No decimos bien nosotros que tú eres samaritano, y que estás endemoniado?
San Juan Crisóstomo: El malo no tiene ni moderación ni pudor; cuando debería ruborizarse, se agría y exaspera, como testimonian los judíos.
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Nuestro Señor Jesucristo: Yo no tengo demonio.
San Agustín y San Gregorio Magno: No niega que sea samaritano, porque esta palabra significa “guardián”, y Aquel que nos creó y nos redimió tiene la misión de guardarnos.
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Nuestro Señor Jesucristo: En verdad, en verdad os digo, que el que guardare mi palabra no verá la muerte para siempre.
San Gregorio Magno: Cuanto más aumentan los malvados en la perversidad, más celo debemos mostrar, lejos de dejarnos abatir; y difundir la palabra divina, a fin de ganarlos para Dios.
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Los judíos: Ahora conocemos que tienes al demonio. Abraham murió y los profetas; y tú dices: el que guardare mi palabra, no gustará la muerte para siempre. ¿Por ventura eres tú mayor que nuestro padre Abraham, el cual murió, y los profetas, que también murieron? ¿Quién te haces a ti mismo?
Nuestro Señor Jesucristo: Abraham, vuestro Padre, deseó con ansia ver mi día; le vio y se gozó.
San Gregorio Magno: Lo vio, cuando dio hospitalidad a los tres Ángeles, figura de la Santísima Trinidad.
San Agustín: ¿Quién puede explicarnos esta alegría? Si aquellos a quienes el Señor ha devuelto la vista del cuerpo, han sido transportados de alegría, ¿cuál habrá sido la alegría de aquel que vio con los ojos del corazón la Luz inefable, la Palabra eterna, el Esplendor que derrama su brillo en las almas piadosas, la Sabiduría indefectible, el Dios que mora con el Padre, y que iba a venir un día en la carne sin salir del seno del Padre? Esto es todo lo que vio Abraham.
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Los judíos: ¿Aún no tienes cincuenta años y has visto a Abraham?
Nuestro Señor Jesucristo: En verdad, en verdad os digo, que antes que Abraham fuese, yo soy.
San Gregorio Magno: Estas palabras expresan su divinidad. “Antes” indica el pasado; “Yo soy”, el presente. En la divinidad no hay ni pasado ni futuro, sino siempre el ser. Por tanto, no dice: “Yo era antes de Abraham”; sino: “Antes que Abraham fuese, yo soy”.
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Los judíos: Tomaron entonces piedras para tirárselas.
San Gregorio Magno: Estas almas infieles, incapaces de soportar estas palabras de eternidad, buscaron sofocar bajo las piedras a Aquel a quien no podían entender.
San Agustín: ¿A qué podían recurrir todavía esos corazones endurecidos, si no a las piedras, a las que ellos se parecían?
Nuestro Señor Jesucristo: Mas Jesús se escondió y salió del templo.
San Agustín: ¡Desgraciados aquellos que obligan a Dios a huir de sus corazones de piedra!