SAN AGUSTÍN: COMENTARIO AL EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN

EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN

Capítulo IX: 1-41

CURACIÓN DEL CIEGO DE NACIMIENTO

Al pasar vio Jesús a un hombre, ciego de nacimiento. Sus discípulos le preguntaron: “Rabí, ¿quién pecó, él o sus padres; para que naciese ciego?” Jesús les respondió: “Ni él ni sus padres, sino que ello es para que las obras de Dios sean manifestadas en él. Es necesario que cumplamos las obras del que me envió, mientras es de día; viene una noche, en que ya nadie puede obrar. Mientras estoy en el mundo, soy luz de este mundo.” Habiendo dicho esto, escupió en tierra, hizo barro con la saliva y le untó los ojos con el barro. Después le dijo: “Ve a lavarte a la piscina del Siloé”, que se traduce “El Enviado”. Fue, pues, se lavó y volvió con vista. Entonces los vecinos y los que antes lo habían visto —pues era mendigo— dijeron: “¿No es éste el que estaba sentado y pedía limosna?” Unos decían: “Es él”; otros: “No es él, sino que se le parece.” Pero él decía: “Soy yo.” Entonces le preguntaron: “¿Cómo, pues, se abrieron tus ojos?” Respondió: “Aquel hombre que se llama Jesús, hizo barro, me untó con él los ojos y me dijo: “Ve al Siloé y lávate.” Fui, me lavé y vi.” Le preguntaron: “¿Dónde está Él?” Respondió: “No lo sé.” Llevaron, pues, a los fariseos al que antes había sido ciego. Ahora bien, el día en que Jesús había hecho barro y le había abierto los ojos era sábado. Y volvieron a preguntarle los fariseos cómo había llegado a ver. Les respondió: “Puso barro sobre mis ojos, y me lavé y veo.” Entonces entre los fariseos, unos dijeron: “Ese hombre no es de Dios, porque no observa el sábado.” Otros, empero, dijeron: “¿Cómo puede un pecador hacer semejante milagro?” Y estaban en desacuerdo. Entonces preguntaron nuevamente al ciego: “Y tú, ¿qué dices de Él por haberte abierto los ojos?” Respondió: “Es un profeta.” Mas los judíos no creyeron que él hubiese sido ciego y que hubiese recibido la vista, hasta que llamaron a los padres del que habla recibido la vista. Les preguntaron: “¿Es éste vuestro hijo, el que vosotros decís que nació ciego? Pues, ¿cómo ve ahora?” Los padres respondieron: “Sabemos que éste es nuestro hijo y que nació ciego; pero cómo es que ahora ve, no lo sabemos; y quién le ha abierto los ojos, nosotros tampoco sabemos. Preguntádselo a él: edad tiene, él hablará por sí mismo.” Los padres hablaron así, porque temían a los judíos. Pues estos se habían ya concertado para que quienquiera lo reconociese como Cristo, fuese excluido de la Sinagoga. Por eso sus padres dijeron: “Edad tiene, preguntadle a él.” Entonces llamaron por segunda vez al que había sido ciego, y le dijeron: “¡Da gloria a Dios! Nosotros sabemos que este hombre es pecador.” Mas el repuso: “Si es pecador, no lo sé; una cosa sé, que yo era ciego, y que al presente veo.” A lo cual le preguntaron otra vez: “¿Qué te hizo? ¿Cómo te abrió los ojos?” Les contestó: “Ya os lo he dicho, y no lo escuchasteis. ¿Para qué queréis oírlo de nuevo? ¿Queréis acaso vosotros también haceros sus discípulos?” Entonces lo injuriaron y le dijeron: “Tú sé su discípulo; nosotros somos los discípulos de Moisés. Nosotros sabemos que Dios habló a Moisés; pero éste, no sabemos de dónde es.” Les replicó el hombre y dijo: “He aquí lo que causa admiración, que vosotros no sepáis de dónde es Él, siendo así que me ha abierto los ojos. Sabemos que Dios no oye a los pecadores, pero al que es piadoso y hace su voluntad, a ése le oye. Nunca jamás se ha oído decir que alguien haya abierto los ojos de un ciego de nacimiento. Si Él no fuera de Dios, no podría hacer nada.” Ellos le respondieron diciendo: “En pecados naciste todo tú, ¿y nos vas a enseñar a nosotros?” Y lo echaron fuera. Supo Jesús que lo habían arrojado, y habiéndolo encontrado, le dijo: ¿Crees tú en el Hijo del hombre?” Él respondió y dijo: “¿Quién es, Señor, para que crea en Él?” Le dijo Jesús: “Lo estás viendo, es quien te habla.” Y él repuso: “Creo, Señor”, y lo adoró. Entonces Jesús dijo: “Yo he venido a este mundo para un juicio: para que vean los que no ven; y los que ven queden ciegos.” Al oír esto, algunos fariseos que se encontraban con Él, le preguntaron: «¿Acaso también nosotros somos ciegos?” Jesús les respondió: “Si fuerais ciegos, no tendríais pecado. Pero ahora que decís: «vemos», vuestro pecado persiste.”

COMENTARIO DE SAN AGUSTÍN

El hombre es un ciego de nacimiento

Acerca del hombre que nació ciego, al que el Señor Jesús iluminó, se ha leído públicamente una prolija lectura; si conforme a su mérito intento, según soy capaz, explicarla a fondo toda, considerando cada dato, no bastará el día. Por ende, pido y aconsejo a vuestra caridad que no reclaméis mi palabra respecto a lo que está claro, porque será demasiado largo detenernos en cada dato. Os confiaré, pues, brevemente el misterio de este ciego iluminado.

Sin duda, lo extraordinario y admirable que hizo nuestro Señor Jesucristo son tanto obras como palabras: obras, porque fueron hechas; palabras, porque son signos. Si, pues, pensamos en qué significa esto que se hizo, ese ciego es el género humano, pues esta ceguera aconteció en el primer hombre mediante el pecado del que todos hemos tomado origen no sólo de muerte, sino también de iniquidad.

En efecto, si ceguera es la incredulidad e iluminación la fe, cuando vino Cristo, ¿a quién encontró creyente, siendo así que el Apóstol, nacido en la nación de los profetas, dice: Otrora también nosotros fuimos por naturaleza hijos de ira, como los demás? Si hijos de ira, hijos de venganza, hijos de castigo, hijos del quemadero. ¿Cómo por naturaleza, sino porque, tras pecar el primer hombre, en calidad de naturaleza se ha desarrollado una tara? Si en calidad de naturaleza se ha desarrollado una tara, todo hombre ha nacido ciego según el espíritu ya que, si ve, no necesita guía; si necesita guía e iluminador es, pues, ciego de nacimiento.

Hay que lavarse para ver

Vino el Señor; ¿qué hizo? Ha hecho valer un gran misterio. Escupió en tierra, de su saliva hizo barro porque el Verbo se hizo carne, y untó los ojos del ciego. Estaba untado, mas no veía aún. Lo envió a la piscina que se llama Siloé.

Pues bien, incumbió al evangelista confiarnos el nombre de esta piscina y aseveró: lo cual se traduce «Enviado». Ya sabéis quién ha sido enviado; por cierto, si Él no hubiera sido enviado, ninguno de nosotros habría sido de la maldad liberado.

Se lavó, pues, los ojos en la piscina que se traduce «Enviado»: fue bautizado en Cristo. Si, pues, cuando de algún modo lo bautizó en sí mismo, entonces lo iluminó cuando lo untó, quizá lo hizo catecúmeno.

De diversas maneras puede ciertamente exponerse y explicarse a fondo la profundidad de tan importante sacramento; pero baste esto a vuestra caridad; habéis oído un gran misterio. Interroga a alguien: «¿Eres cristiano?». Te responde: «No lo soy», si es pagano o judío. Si, en cambio, dijere: «Lo soy», le preguntas aún: «¿Catecúmeno o fiel?». Si respondiere «Catecúmeno», está untado, no aún lavado. Pero ¿por qué untado? Pregunta y responderá; pregúntale en quién cree; por el hecho mismo de ser catecúmeno dice: «En Cristo». He ahí que ahora hablo a fieles y a catecúmenos. ¿Qué he dicho del esputo y el barro? Que el Verbo se hizo carne. Esto lo oyen también los catecúmenos; pero no les basta para lo que han sido untados; apresúrense al lavado, si buscan la luz.

La ceguera y el pecado

En atención, pues, a ciertas cuestiones de esta lectura misma, recorramos ya, más bien que explicar, las palabras del Señor y las de toda la lectura misma.

Al salir, vio a un hombre ciego; no a un ciego cualquiera, sino a un ciego de nacimiento. Y le interrogaron sus discípulos: Rabí. Sabéis que Rabí significa maestro. Maestro le nominaban porque deseaban aprender, pues como a un maestro propusieron al Señor una cuestión: ¿Quién pecó, éste o sus padres, para que naciera ciego? Jesús respondió: Ni éste pecó ni sus padres para que naciera ciego.

¿Qué es lo que ha dicho? Si no hay ningún hombre sin pecado, ¿acaso los padres de este ciego estaban sin pecado? ¿Acaso él mismo había nacido sin pecado original o, viviendo, no le había añadido nada? ¿O porque tenía cerrados los ojos no estaban absolutamente despiertas las concupiscencias? ¿Cuántas maldades cometen los ciegos? Aun cerrados los ojos, ¿de qué mal se abstiene la mente mala? No podía ver, pero sabía pensar y quizá ansiar algo que un ciego no podía llevar a cabo, pero que podía ser juzgado por el Escudriñador del corazón.

Si, pues, sus padres tuvieron pecado y ése tuvo pecado, ¿por qué dijo el Señor: «Ni éste ha pecado ni sus padres», sino respecto al asunto sobre el que fue preguntado: para que naciera ciego? Sus padres, en efecto, tenían pecado, pero ese pecado mismo no hizo que naciera ciego. Si, pues, el pecado de los padres no hizo que naciera ciego, ¿por qué nació ciego? Oye al Maestro enseñar; él busca a quien crea para hacerle entender. Él mismo dice la causa de por qué aquél ha nacido ciego: Ni éste ha pecado, afirma, ni sus padres; sino que así se manifestarán en él las obras de Dios.

La noche que impide a Jesús obrar

Después ¿qué sigue? Es preciso que yo obre las obras del que me envió. He ahí que Él es el Enviado en quien el ciego se lavó la cara.

Y ved qué ha dicho: Es preciso que, mientras hay día, yo obre las obras del que me envió. Recordad cómo da toda la gloria a Aquél de quien es, porque Aquél tiene al Hijo que de Él es, mas Él mismo no tiene de quién es.

Pero, ¿por qué has dicho, Señor: Mientras hay día? Escucha por qué: Viene una noche cuando nadie puede obrar. ¿Tampoco Tú, Señor? La noche esa tendrá tanta fuerza, que ni siquiera Tú, cuya obra es la noche, podrás obrar en ella, ¿no es así? Supongo, en efecto, Señor Jesús, mejor dicho, no supongo, sino que creo y confirmo que, cuando Dios dijo «Hágase la luz», y la luz fue hecha, Tú estabas allí. En efecto, si con el Verbo la hizo, mediante Ti la hizo, y por eso está dicho: Todo se hizo mediante ella y sin ella no se hizo nada. Dios dividió entre la luz y las tinieblas; llamó día a la luz, y llamó tinieblas a la noche.

La noche y la ausencia de Cristo

¿Cuál es esa noche, cuando venga la cual nadie podrá obrar? Oye qué es el día, y entonces entenderás cuál es la noche. ¿A quién vamos a oírle cuál es ese día? Dígalo Él mismo: Mientras estoy en este mundo, soy luz del mundo. He ahí que Él mismo es el Día. Lave el ciego sus ojos en el Día para ver el Día.

Mientras estoy en el mundo, afirma, soy luz del mundo. Desconozco, pues, cuál será la noche cuando Cristo no estará allí y, por eso, nadie podrá obrar. Queda por investigar; hermanos míos, sufridme pacientemente a mí que investigo; con vosotros pregunto, con vosotros halle a ese a quien pregunto.

Consta, está claro y definido que en este pasaje el Señor se ha mencionado a sí mismo como Día, esto es, luz del mundo: Mientras estoy en este mundo, afirma, soy luz del mundo. Él en persona, pues, obra.

Ahora bien, ¿cuánto tiempo estará en este mundo? ¿Suponemos, hermanos, que Él estuvo aquí entonces, mas ahora mismo no está aquí? Si, pues, lo suponemos, tras el ascenso del Señor, pues, se ha hecho ya esa noche temible, donde nadie podrá obrar; si tras el ascenso del Señor se ha hecho esa noche, ¿cómo los apóstoles obraron tan grandes cosas?

¿Acaso esa noche era cuando el Espíritu Santo, al venir y llenar a todos los que estaban en un único lugar, les dio hablar en las lenguas de todas las naciones? ¿Acaso era noche cuando el cojo aquel fue hecho salvo conforme a la palabra de Pedro, mejor dicho, conforme a la palabra del Señor, el cual habitaba en Pedro? ¿Acaso era noche, cuando al pasar los discípulos se ponía a enfermos con camillas, para que siquiera la sombra de los que pasaban los tocase?

En cambio, cuando el Señor estaba aquí, a nadie hizo salvo con su sombra al pasar Él; pero Él mismo había dicho a los discípulos: Haréis cosas mayores que éstas. Ciertamente, el Señor había dicho: «Haréis cosas mayores que éstas»; pero no se enorgullezca la carne y la sangre; escuche al que dice: Sin mí nada podéis hacer.

La noche es el fin del tiempo

¿Por tanto, qué? ¿Qué diremos de esa noche? ¿Cuándo será cuando nadie podrá obrar?

Ésa será la noche de los impíos; ésa será la noche de esos a quienes al final se dirá: Id al fuego eterno, que está preparado para el diablo y sus ángeles.

Pero se ha hablado de noche, no de llama, no de fuego. Oye que es también noche. De cierto siervo dice: Ligadle manos y pies, y arrojadlo a las tinieblas exteriores. Obre, pues, el hombre, mientras vive, no sea que le sorprenda esa noche donde nadie podrá obrar.

Ahora mismo sucede realmente que la fe obra mediante la dilección; y, si ahora mismo obramos, aquí hay día, aquí está Cristo. Óyelo prometer y no estimes que está ausente. Él mismo dijo: He ahí que yo estoy con vosotros. ¿Hasta cuándo? No haya preocupación respecto a nosotros que vivimos; si fuese posible, con esta frase haríamos segurísimos aun a los descendientes que van a existir: He ahí, afirma, que yo estoy con vosotros hasta la consumación del mundo.

Ese día al que completa el circuito de este sol tiene pocas horas; el día de la presencia de Cristo se prolonga hasta la consumación del mundo. En cambio, tras la resurrección de vivos y muertos, cuando a los colocados a la derecha haya dicho: «Venid, benditos de mi Padre, recibid el reino» y, en cambio, a los colocados a la izquierda haya dicho «Id al fuego eterno, que está preparado para el diablo y sus ángeles», entonces será la noche donde nadie puede obrar, sino recibir lo que ha obrado.

Uno es el tiempo de la obra, otro el de la recepción. El Señor, en efecto, pagará a cada uno según sus obras. Mientras vives, actúa si has de actuar, pues entonces será la noche poderosa que arrollará a los impíos.

Pero también ahora mismo esa noche se encarga de todo infiel cuando muere; no hay cómo obrar algo allí. En esa noche ardía el rico y reclamaba una gota de agua venida del dedo del pobre; sufría, se angustiaba, confesaba, mas no se le ayudaba e intentó hacer el bien. Dice, en efecto, a Abrahán: Padre Abrahán, envía a Lázaro a mis hermanos, a decirles qué pasa aquí, no sea que también ellos mismos vengan a este lugar de tormentos. ¡Oh infeliz! Cuando vivías, entonces era tiempo de obrar; ahora mismo estás ya en la noche en que nadie podrá obrar.

Como hubiese dicho esto, escupió en tierra y con el esputo hizo barro y untó el barro sobre sus ojos y le dijo: «Vete, lávate en la piscina de Siloé», lo cual se traduce «Enviado». Se marchó, pues, y se bañó y vino viendo. Pasemos esto por alto, porque es manifiesto.

El ciego convertido en predicador

Así pues, los vecinos y quienes lo veían antes decían, porque era mendigo: ¿No es éste el que estaba sentado y mendigaba? Unos decían que «Es éste»; otros: De ninguna manera, sino que es su semejante. Los ojos abiertos habían cambiado la fisonomía. Él decía que «Soy yo». Frase agradecida, para no ser condenada por desagradecida.

Le decían, pues: ¿Cómo se abrieron tus ojos? Respondió: Ese hombre que se llama Jesús hizo barro y ungió mis ojos y me dijo: «Vete a la piscina de Siloé y lávate». Y me marché y me lavé y vi. He ahí que fue hecho anunciador de la gracia; he ahí que evangeliza; confiesa viendo. Ese ciego confesaba, y el corazón de los impíos se despedazaba porque no tenían en el corazón lo que él tenía ya en la cara.

Le dijeron: «Dónde está el que te abrió los ojos?» Respondió: «No sé». En estas palabras su ánimo era todavía semejante al ungido que aún no ve. Imaginemos, hermanos, como que hubiera tenido en el ánimo esa unción. Predica y desconoce a la persona sobre la que predica.

Conducen a los fariseos al que había sido ciego. Ahora bien, era sábado cuando Jesús hizo barro y abrió sus ojos. De nuevo, pues, le interrogaban los fariseos cómo había visto. Él, por su parte, les dijo: «Me puso sobre los ojos barro y me lavé y veo». Decían, pues, algunos de los fariseos. No todos, sino algunos, pues se ungía ya a algunos. ¿Qué, pues, decían quienes ni veían ni estaban ungidos? Este hombre que no guarda el sábado no viene de Dios.

Más bien, ese mismo que estaba sin pecado lo guardaba, pues el sábado espiritual es éste: no tener pecado. No haréis ninguna obra servil. Éstas son las palabras de Dios que encomia el sábado: No haréis ninguna obra servil.

Interrogad ya a las lecturas anteriores qué es obra servil, y escuchad al Señor: Todo el que hace el pecado es esclavo del pecado. Mas éstos, porque, como he dicho, no veían ni estaban ungidos, observaban carnalmente el sábado, espiritualmente lo violaban.

Otros decían: ¿Cómo puede un hombre pecador hacer estos signos? Ahí están los ungidos. Y entre ellos había cisma. Ese Día había separado entre la luz y las tinieblas.

Dicen, pues, de nuevo al ciego: Tú ¿qué dices del que abrió tus ojos? ¿Qué opinas, qué piensas, que estimas de él? Buscaban cómo inventar intrigas contra el hombre, para que de la sinagoga fuese expulsado, pero por Cristo fuese hallado. Pero él expresó constantemente lo que opinaba, pues respondió: Que es profeta. Hasta ahora ungido ciertamente en el corazón, aún no confiesa al Hijo de Dios ni empero miente, pues el Señor en persona asevera de sí mismo: Profeta sin honor no hay sino en su patria.

Acerca de él, pues, los judíos no creyeron que hubiese sido ciego y hubiese visto, hasta que llamaron a los padres del que había visto, esto es, que había sido ciego y había visto. Y los interrogaron, diciendo: ¿Es éste vuestro hijo, del que decís que nació ciego? ¿Cómo, pues, ve ahora? Sus padres les respondieron y dijeron: Sabemos que éste es nuestro hijo, y que nació ciego; en cambio, cómo ve ahora lo desconocemos; o quién abrió sus ojos, nosotros lo desconocemos. Y dijeron: Interrogadle a él mismo; edad tiene, él mismo hable de sí.

Hijo nuestro es, sin duda; pero seríamos justamente forzados a hablar por un bebé, porque él mismo no podría hablar por sí; hace tiempo habla, ha poco ve; lo conocemos ciego de nacimiento, sabemos que hace tiempo habla, lo vemos ver hace poco; interrogadle a él mismo para que os instruya; ¿por qué inventáis intrigas contra nosotros?

Esto dijeron sus padres porque temían a los judíos, pues los judíos ya se habían puesto de acuerdo en que, si alguien lo confesaba Mesías, resultaría excluido de la sinagoga. Ya no era malo resultar excluido de la sinagoga. Ellos expelían, pero Cristo acogía. Por eso, sus padres dijeron que «Edad tiene, interrogadle a él mismo».

Llamaron, pues, otra vez al hombre que había sido ciego, y le dijeron: Da gloria a Dios. ¿Qué significa «da gloria a Dios»? Niega lo que has recibido. Lisa y llanamente, esto no es dar gloria a Dios, sino, más bien, injuriar a Dios. Afirman: Da gloria a Dios. Nosotros sabemos que este hombre es pecador.

Dijo, pues, él: Si es pecador, lo desconozco; una sola cosa sé: que, aunque era ciego, veo poco ha.

Dijeron, pues, ellos: ¿Qué te hizo? ¿cómo te abrió los ojos?

Y él, estomagado ya contra la dureza de los judíos y de ciego hecho vidente, al no soportar a los ciegos, les respondió: Ya os lo dije y no escuchasteis; ¿por qué queréis oírlo otra vez? ¿Acaso también vosotros queréis haceros discípulos suyos? ¿Qué significa «acaso también vosotros», sino que yo lo soy ya? ¿Acaso también vosotros queréis? Ya veo, pero no os miro con malos ojos.

Le maldijeron y dijeron: Discípulo de ése seas tú. Tal maldición sobre nosotros y sobre nuestros hijos, pues maldición es si examinas el corazón, no si sopesas las palabras. Nosotros, en cambio, somos discípulos de Moisés; nosotros sabemos que Dios ha hablado a Moisés; en cambio, respecto a ése desconocemos de dónde es.

¡Ojalá supierais que Dios ha hablado a Moisés! Sabríais que mediante Moisés ha sido Dios predicado, pues tenéis al Señor que dice: Si creyeseis a Moisés, me creeríais a mí también, pues de mí escribió él. Seguís al siervo y dais la espalda al Señor, ¿no es así? Pero no seguís ni siquiera al siervo, porque mediante él seríais guiados al Señor.

Respondió el hombre y les dijo: En esto está lo admirable, en que vosotros desconocéis de dónde es, y abrió mis ojos. Sabemos, en cambio, que Dios no escucha a los pecadores; pero, si alguien es adorador de Dios y hace su voluntad, a éste le escucha. Habla aún como ungido. Efectivamente, Dios presta oídos también a los pecadores, ya que, si Dios no prestase oídos a los pecadores, el recaudador, mientras clavaba en tierra los ojos y golpeaba su pecho, en vano diría: Señor, sé propicio a mí, pecador. Y esta confesión mereció la justificación, como este ciego la iluminación.

Nunca se oyó que alguien abrió los ojos de un nacido ciego. Si éste no fuese de Dios, no podría hacer nada. Libre, constante, verazmente, pues lo que el Señor hizo, ¿quién lo haría sino Dios? O ¿cuándo harían los discípulos tales cosas, si en ellos no habitase el Señor?

Respondieron y le dijeron: En pecados naciste entero. ¿Qué significa «entero»? Con los ojos cerrados. Pero quien le ha abierto los ojos, también lo salva entero; dará la resurrección a la diestra el mismo que en el rostro dio la iluminación. En pecados naciste entero, ¿y tú nos enseñas? Y lo echaron fuera. Ellos mismos lo hicieron maestro, ellos mismos le interrogaron tantas veces para aprender e ingratos arrojaron a quien enseñaba.

Pero lo que he dicho poco ha, ellos expelen, el Señor acoge; en efecto, fue hecho cristiano más bien porque fue expulsado.

Oyó Jesús que lo echaron fuera y, como lo hubiese hallado, le dijo: ¿Crees tú en el Hijo de Dios? Inmediatamente lava el rostro del corazón. Respondió él y preguntó, cual ungido aún: ¿Quién es, Señor, para que crea en él? Y le dijo Jesús: Lo has visto y es el mismo que habla contigo. Aquél es el Enviado, éste es el que se lavó el rostro en Siloé, lo cual se traduce «Enviado».

Finalmente, lavado ya el rostro del corazón; y limpiada la conciencia, tras reconocerlo no sólo como el Hijo del hombre, cosa que antes había creído, sino ya como el Hijo de Dios que había tomado la carne, asevera: Creo, Señor. Poco es «creo». ¿Quieres ver de qué clase lo cree? Postrándose le adoró.

La ceguera culpable

Y le dijo Jesús; en este momento es ese día que separa entre la luz y las tinieblas: Para un juicio vine yo a este mundo, para que vean quienes no ven, y resulten ciegos quienes ven.

¿Qué significa esto, Señor? Gran cuestión has planteado a cansados; mas reanima nuestras fuerzas, para que podamos entender lo que has dicho. Has venido para que vean quienes no ven; con razón, porque eres la Luz; con razón, porque eres el Día; con razón, porque libras de las tinieblas; toda alma acepta esto, toda lo entiende. ¿Qué significa esto que sigue: Y resulten ciegos quienes ven? Porque, pues, has venido ¿resultarán ciegos quienes veían?

Oye qué sigue y tal vez entenderás.

Se irritaron, pues, por esas palabras algunos de entre los fariseos y le dijeron: ¿Acaso también nosotros somos ciegos? Oye ya qué es lo que los turbaba: Y resulten ciegos quienes ven.

Les dijo Jesús: «Si fuerais ciegos no tendríais pecado», porque esa ceguera misma es pecado. Si fuerais ciegos, esto es, si advirtierais que vosotros sois ciegos, si dijerais que vosotros sois ciegos y corrierais al médico; si, pues, fuerais ciegos así, no tendríais pecado, porque yo he venido a quitar el pecado.

En cambio, ahora decís que «Vemos»; vuestro pecado permanece. ¿Por qué? Porque diciendo «Vemos», no buscáis al médico, permanecéis en vuestra ceguera.

Esto significa, pues, lo que poco antes no habíamos entendido, lo que ha aseverado: Yo vine para que vean quienes no ven; ¿qué significa Para que vean quienes no ven? Para que vean quienes confiesan que no ven, y buscan al médico.

Y resulten ciegos quienes ven; ¿qué significa Resulten ciegos quienes ven? En su ceguera permanezcan quienes suponen que ven y no buscan al médico.

A ese discernimiento, pues, llamó juicio cuando aseveró: «A este mundo vine para un juicio», con el que —como si un pecador que confiesa y busca al médico le dijese: «Júzgame, Dios, y de gente no santa discierne mi causa», a saber, la de quienes dicen «Vemos», y su pecado permanece— discierne de los soberbios, que suponen ver, y por eso, más gravemente cegados, la causa de quienes creen y confiesan.

En cambio, no ha introducido ya en el mundo el juicio con que al final del mundo juzgará acerca de vivos y muertos. Conforme a éste, en efecto, había dicho: «Yo no juzgo a nadie», porque la primera vez vino no para juzgar al mundo, sino para que el mundo sea salvado mediante ese mismo.