Salmo de la vida en Cristo
¡Oh vida de mi vida y amor de mis amores,
sempiterno monarca y Señor de señores!
Ante tu omnipotencia se dobla mi rodilla,
mi corazón se eleva y mi carne se humilla.
Y cuando al fin te encuentra mi alma fervorosa...
¡sabe que en Ti ha encontrado la piedra más preciosa!
Jesús, luz de mi vida, salud y fortaleza,
que tras cada infortunio levantas mi cabeza.
Tú das sentido al trágico estigma del dolor
y eres dicha y consuelo de todo pecador.
En Ti vuelco manojos de penas e inquietudes
a los que Tú respondes con gracias y virtudes
que poco a poco extinguen mis hábitos mundanos
y llenan de tu aroma mis laboriosas manos.
Tú eres, Maestro, el alba de todos mis caminos,
la cura de mis necios y torpes desatinos,
la prodigiosa venda que sana toda herida,
mi reposo en la muerte y mi aliento de vida.
Eres también la gloria que se ve de la cumbre
y eres mi candelero, y mi aceite, y mi lumbre,
y, más que todo, Tú eres mi redentor sublime
al que hoy invoco y clamo con un alma que gime
mientras llega el instante de hallarnos frente a frente
para poder servirte, mi Dios, ¡eternamente!
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