Durmientes
Los ciegos dormitan
y el Maligno danza
triunfante y orondo
por entre sus camas.
En sus duermevelas
les vierte palabras
al oído –impuras,
heréticas, vanas–.
Y mientras difunde
sombras y falacias,
pudre cuanto toca
con sus mustias alas.
Una meta tiene
su lucha sin pausa:
ver a Dios depuesto,
a la cruz vedada
y al hombre endiosado
(¡como si el mañana
no fuera a volverlo
cenizas sin ascuas!).
Y así entre promesas
vacías y falsas
que al par que subvierten,
ofuscan y engañan,
caen los seducidos
en sutiles trampas
de infernal hechura,
de maligna casta.
Súbita crecida
de marea amarga,
que envenena un mundo
que aspira a un mañana
sin luz, sin cordura,
sin moral, sin alma;
vacuo y desprovisto
de virtud y gracia.
Los ciegos dormitan
y el Maligno danza
triunfante y orondo
por entre sus camas,
mientras los que velan
–fervorosa guardia–
prosiguen con Cristo
rumbo a la alborada.
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