P. BASILIO MERAMO: SOBRE EL HOMOUSIOS Y EL CONSUSTANCIAL

Tanto el término griego homousios como el latino consustancial, no tenían la precisión  conceptual y explicita que después tienen a partir de Santo Tomás y hasta nuestros  días. 

Por eso se explica que, tanto en los Concilios de Calcedonia (451) y de Constantinopla  II (553) basados en los de Concilios Nicea (325) y de Constantinopla I (381), y los Papas  León I Magno y Benedicto XIV (1743 en la Profesión de fe prescrita a los Orientales),  utilizaron tanto los unos el homousios como los otros el consustancial para referirse  (o aplicarlo) tanto a la naturaleza divina como a la naturaleza humana indistintamente  (ambivalentemente).  

Además de no aceptarse esta explicación de que el homousios y el consustancial no  tenía la connotación o precisión conceptual que tiene hoy en día a partir de Santo  Tomás de Aquino, se caería en la dificultad insuperable de explicar cómo los Concilios  y Papas citados pudieron utilizarlos y combatir el arrianismo sin caer en la herejía en  la que hoy caen los modernistas postconciliares, aplicando indistinta y  ambivalentemente el homousios y el consustancial tanto para la naturaleza humana  como para la naturaleza divina, amparándose en sus textos. 

Lo cual se puede apreciar en los respectivos textos que vienen a continuación. 

Texto del Concilio de Calcedonia (451) durante el pontificado de San León I Magno,  redactado en griego y cuya traducción al latín, como trae el Denzinger-Schönmetzer nº 301, dice así: “Consubstantialem Patri secundum deitatem et consubstantialem  nobis eundem secundum humanitatem”. (Consustancial con el Padre en cuanto a la  divinidad, y Él mismo consustancial con nosotros en cuanto a la humanidad). 

Texto del Concilio de Constantinopla II (553), un siglo después repite lo mismo: “Consubstantialis Patri secundum deitatem, et consubstantialis nobis idem ipse  secundum humanitatem”. (Consustancial al Padre según la divinidad, y él mismo  consustancial a nosotros según la humanidad). (Ds. n º430). 

El oficio de Santa María en sábado para el mes de septiembre, en la lectura del  breviario de la lección tercera tomada de la epístola de San León Magno a la emperatriz  Pulqueria Augusta refiriéndose a Nuestro Señor Jesucristo al encarnarse, dice:  “Consubstantialis Patri, consubstantialis esse dignaretur et Matri”. (Siendo  consustancial al Padre, se digna ser consustancial a la Madre). 

Texto de Profesión de Fe para los Orientales de Benedicto XIV, (1743), Denzinger nº 2529: “Consubstantialem Patri secundum deitatem, eundem consubstantialem nobis 

secundum humanitatem”. (Consustancial con el Padre según la divinidad y el mismo  consustancial con nosotros según la humanidad). (Ds. nº 2529). 

Estas expresiones hoy suenan mal porque, tanto el homousios como el consustancial,  se utilizan indistintamente para aplicarlo a la divinidad como a la humanidad, y esto  únicamente es posible si se los considera sin la precisión conceptual que tienen hoy,  pues de otro modo serían inaplicables, y aún serían heréticos, pero en su tiempo fue  suficiente para anatemizar el arrianismo. 

Aunque Benedicto XIV es posterior a Santo Tomas, al dirigirse a los Orientales, se  acomoda al lenguaje de los concilios de Calcedonia y Constantinopla I, tal como estos  lo concebían, sin la precisión conceptual que hoy tienen para atraer al seno de la  Iglesia a los Orientales, facilitándoles su incorporación. 

La precisión conceptual que tienen hoy el homousios y el consustancial, y que nos es  manifiesta y explícita, es la siguiente: antes se utilizaba en el sentido: de la misma  naturaleza, y hoy significan de la misma sustancia, ya que es evidente que todos los  hombres somos de la misma naturaleza, pero no de la misma sustancia. 

Aquí hay que hacer una aclaración filosófica o metafísica sobre el término griego usía y el término latino sustancia que hace Santo Tomás de Aquino, pues el término  sustancia tiene dos acepciones e incluso se le puede considerar en tres sentidos  diferentes, lo cual hace que sea un término equívoco, ambiguo si no se especifica al  hablar: “Según el Filósofo en V Metaphys., sustancia tiene dos acepciones. 1) Una, por  la que sustancia es tomada como la esencia de algo, y se la indica con la definición, y,  así, decimos que la definición expresa la sustancia de algo. Esta sustancia los griegos  la llaman usía, y que nosotros podemos traducir por esencia. 2) Otra acepción es la de  sustancia como sujeto o supuesto que subsiste en el género de la sustancia. Esta acepción, en su sentido general, puede ser denominada con un nombre intencional. Es  llamada supuesto”. (S. Th, I. q.29, a.2). 

“Hay también tres nombres con los que se expresa algo y que corresponden a la triple  consideración que puede hacerse de la sustancia, a saber: realidad natural,  subsistencia e hipóstasis. Pues por existir por sí mismo y no estar en otro es llamada  subsistencia; pues decimos que subsiste lo que existe en sí mismo y no en otro. Por ser  supuesto de alguna naturaleza común es llamada realidad natural. Así, este hombre  es una realidad natural humana. Por ser supuesto de los accidentes es llamada  hipóstasis o subsistencia. Estos tres nombres son comunes a todo género de sustancias.  El nombre de persona solo lo es en el género de las sustancias nacionales”. (Ibídem). 

No me puedo reprimir dejando de decir algo que me asombra en estos textos, pues a  primera vista parece desconcertante (chocante) si se quiere, el ver cómo se habla de  dos acepciones o significados del término sustancia según el Filósofo (Aristóteles) y a  continuación Santo Tomás dice que hay tres nombres bajo los cuales se puede  considerar la sustancia; entonces son dos o son tres los significados que tiene, en  definitiva, la sustancia, ¿en qué quedamos? No cabe otra respuesta que decir que son 

dos los significados según Aristóteles, y que son tres los significados según Santo  Tomás que retoma, una vez mas, a Aristóteles pero lo redondea integrándolo en una  síntesis mas profunda y acabada, acrisolando su pensamiento, cosa que ha pasado  inadvertido para el común de sus comentadores que no han captado el genio el genio  de Santo Tomas en toda la realidad y profundidad de su dimensión metafísica, que  supera a Aristóteles y, por eso, siguen miopes al punto de denominar la Filosofia 

Tomista de Aristotélico-Tomista, lo cual es un burdo arqueologismo, debido a una  falta de penetración metafísica de síntesis acrisolada de Santo Tomás.  

Así, el término consustancial a partir de Santo Tomás expresa un concepto único y  exclusivo de la comunicación de la naturaleza divina en las Tres Personas de la  Santísima Trinidad y el término participación expresa la comunicación que Dios hace  (fuera de sí, ad extra) a la creatura, tanto en el orden natural como en el orden  sobrenatural. 

De no estar conforme o no querer aceptar esta precisión conceptual que adquiere con  el tiempo y se explicitan, pues la filosofía y la teología no estaba completamente  cuajada, cristalizada, lo cual hizo Santo Tomás de Aquino, caeríamos en el grave error  y en la herejía de los modernistas que, superando la sutileza de la herejía arriana,  llegan a admitir la igualdad de la naturaleza divina pero no el consustancial (de la  misma o igual sustancia) por lo cual traducen el homousios del Credo Niceo 

Constantinopolitano por de la misma naturaleza y no por el consustancial (de la  misma sustancia) el cual excluye todo posible Triteísmo, es decir, tres dioses distintos  aunque de la misma naturaleza divina. 

El Credo del nuevo Catecismo pone que el Hijo es de la misma naturaleza que el Padre,  en vez de poner consustancial (de la misma sustancia) que el Padre. Pues el  consustancial les molesta, ya que excluye todo Triteísmo. Que es lo que el judaísmo y  el islamismo reprochan al cristianismo al hablar con respecto a la Trinidad que para  ellos consiste en tres dioses distintos, y esto va en contra de la unicidad de Dios. Este  es el argumento fundamental que tienen contra los cristianos por el cual no admiten  la Trinidad en Dios. 

En cambio, los modernistas del nuevo Catecismo cuando quieren divinizar al hombre utilizan el consustancial entre Cristo y todos los hombres, y así, citando el Concilio  de Calcedonia, ahora sí que el Hijo es consustancial al Padre según la divinidad (de la  naturaleza divina) y que es, además, consustancial con nosotros según la humanidad  (naturaleza humana). 

Tal como podemos ver en el nuevo Catecismo, en la exposición del Credo, al decir que  el Hijo es: “de la misma naturaleza que el Padre”. 

Y citando al Concilio de Calcedonia, para ampararse en él, el nuevo Catecismo dice  que el Hijo es: “consustancial al Padre según la divinidad, y consustancial con nosotros  según la humanidad” (nº 467).

Es evidente que a los modernistas cuando les conviene traducen mal para impugnar la Trinidad y también cuando pretenden igualarnos a todos los hombres con Dios en  la misma naturaleza divina, como hace Juan Pablo II en Encíclica Redemptor Hominis  al decir: “Como enseña el Concilio, mediante la encarnación el Hijo de Dios se ha unido  en cierto modo a todo hombre” (nº 13). Sí, al modo de gnosis cabalista, pues no hay  otro modo que permita hacerlo. Continúa Juan Pablo II: “En este camino que conduce  de Cristo al hombre, en este camino por el que Cristo se une a todo hombre, la Iglesia  no puede ser detenida por nadie” (nº 13). 

Y en conformidad con el Concilio Vaticano II, Juan Pablo II muestra que lo anterior  es: “el signo y la salvaguardia del carácter trascendental de la persona humana” (nº  13), y la razón de esto es: “porque cada uno ha sido comprendido en el Misterio de la  Redención y con cada uno se ha unido Cristo para siempre” (nº 13), dado que: “el  hombre -todo hombre sin excepción alguna- se ha unido Cristo de algún modo, incluso  cuando ese hombre no es consciente de ello” (nº 14). Aquí tenemos la idea del  cristianismo anónimo de Karl Rahner. 

De otra parte, podemos ver cómo pudo decir Pablo VI, al clausurar con su discurso  del 7 de diciembre de 1965 el Concilio Vaticano II, estas palabras que confirman y  acrisolan su pública y oficial apostasía: “El humanismo laico y profano, ha aparecido,  finalmente, en toda su terrible estatura y, en cierto sentido, ha desafiado al Concilio. La  religión de Dios que se ha hecho hombre se ha encontrado con la religión -porque tal es 

del hombre que hace Dios. ¿Qué ha sucedido? ¿Un choque, una lucha, una  condenación? Podía haberse dado, pero no se produjo”. Y cinco renglones mas abajo  continúa: “Vosotros, humanistas modernos, que renunciáis a la transcendencia de las  cosas supremas, conferidle siquiera este mérito y reconoced nuestro nuevo humanismo:  también nosotros -mas que nadie- somos promotores del hombre”

La democracia que es una religión antropoteísta, tal como la definía Nicolás Gómez  Dávila, es lo que expresa aquí Pablo VI al decir “la religión, porque tal es, del hombre  que se hace Dios”, es el nuevo humanismo del Concilio Vaticano II, que es el reflejo de  su inspirador, Jacques Maritain con su personalismo y su humanismo integral. Por  eso, a justo título, se considera a Maritain uno de los Padres del Concilio Vaticano II. 

Por esto, es evidente que en el Catecismo traducen el homousios y el consustancial  de una forma o de otra según les convenga a sus ideas gnósticas y cabalistas que  divinizan al hombre igualándolo a Dios y, de otra parte, desdivinizan a Dios negándole  su Trinidad. 

Así, cuando les conviene, traducen homousios por consustancial para divinizar al  hombre y, cuando no les conviene, lo traducen por la misma naturaleza con el fin de  destruir la Trinidad, la cual detestan por considerarla como una blasfemia, creyendo  en Tres Dioses y no en un Único Dios. Y así piensan que son religiones monoteístas  cuando, en realidad, el único y verdadero monoteísmo es del único y verdadero Dios  que es Uno en su naturaleza o divinidad, y Trino en las personas; mas que  monoteístas son monoidólatras opuestos a los politeístas.

Ni los Arrianos llegaron a lo que hoy los modernistas conciliares llegan, pues algunos  de ellos, como por ejemplo, los Semiarrianos, menos alejados de la verdad pero  igualmente errados llamados Homoiusianos, a diferencia de los Anomeos (de  naturaleza desemejante) o de los Homeos (de naturaleza semejante), afirmaban: la  semejanza sustancial o de sustancia semejante, pero ningún Arriano o Semiarriano  admitía la igualdad sustancial, o de la misma sustancia, entre el Hijo y el mPadre. 

Por esto, tanto el homousios griego como el consustancial latino, eran mas que  suficientes y eficaces para anatemizar a todo el arrianismo de la época y así bastaba  con decir que el Hijo y el Padre son de la misma naturaleza o esencia, lo cual era lo  que negaba el arrianismo. 

Pero esto no es suficiente hoy, y hay que explicitar lo que el tiempo hizo con el  desarrollo y la cristalización tanto de la filosofía como de la teología, lo cual tuvo lugar  con Santo Tomás de Aquino, y que nos lo ha legado hasta el día de hoy como el único  Doctor Común Universal de la Iglesia Católica, con un Tomismo puro y genuino, y no  el de la mal llamada Escuela Tomista de sus miopes comentadores, que mas que  tomista es una Escuela Cayetano-Bañeciana, que nos deja indefensos ante los  antitomistas de siempre y de los modernistas gnóstico-cabalistas, que con su  cismático y herético Conciábulo Vaticano II, mal llamado Concilio, aniquilan la fe e  instauran oficialmente la Contra-Iglesia del Anticristo. 

Sobre el Arrianismo, y de Arrio en especial, Santo Tomás afirma algo que ha pasado  desapercibido y casi totalmente ignorado, al decir: “Los Arrianos, cuya fuente se  encuentra en Orígenes, sostuvieron que el Hijo era distinto sustancialmente del Padre”.  (S. Th. q.34, a.1,1). 

Tanto el arrianismo como el origenismo negaban, en su blasfemo y herético error, la  divinidad de Cristo, como dice Santo Tomás, y que es Orígenes la fuente de donde  Arrio abrevó (se nutrió, amamantó) aunque de esto, el común de los mortales e incluso  de los grandes teólogos, parece que ni se enteraron de que Santo Tomás lo afirmara o  lo dijera; y así tanto Arrio como su maestro Orígenes negaban que Cristo fuese Dios  por esencia, mientras que aceptaban que era Dios por participación. 

De esto parece que no tienen ni idea los teólogos y prelados de la Iglesia pues hay  silencio absoluto, que pasma. 

Santo Tomás evidencia la blasfemia y el grave error de Orígenes que ha pasado  inadvertido, y que es el fundamento del arrianismo cuando dice: “Orígenes blasfema  cuando decía que el Verbo no era Dios por esencia, es decir, ese era esencialmente el  Verbo, pero decía que era Dios por participación, pues solo el Padre es verdadero Dios  por su esencia, y así ponía al Hijo menor que el Padre”. (In. Com. Evan. Ioanne, ed.  Marietti 1820, Taurini (Italia), cap. 1, p. 17).

Santo Tomás asocia todo el arrianismo y al mismo Arrio con Orígenes al decir: “Se excluye también el error de Arrio y Orígenes que decían que Cristo no fue  verdaderamente Dios, sino solo por participación”. (Ibídem, p. 32). 

Queda claro que Orígenes es mucho peor que Arrio, el gran heresiarca, por doble  partida, una por ser su precursor y fuente, la otra por negar, además, la divinidad del  Espíritu Santo tal como lo afirma Santo Tomás: “Hay que evitar este error de Orígenes  que dice que el Espíritu Santo, entre todas las cosas, fue hecho por el Verbo, de lo cual  se sigue que es una criatura. Y esto fue lo que dijo Orígenes. Esto es herético y blasfemo,  pues el Espíritu Santo tiene la misma gloria, sustancia y dignidad con el Padre y el  Hijo”. (Ibídem, p. 20). 

Orígenes fue así el primer Pneumatómaco (enemigo del Espíritu) y mucho antes del  anomeo Eunomio, discípulo de Arrio, contra el cual escribió San Basilio el Grande su  tratado sobre el Espíritu Santo, y no nos hemos dado cuenta, lo cual prueba una vez  mas la supina ignorancia clerical aun de los considerados como los grandes teólogos. 

Tal como ocurre con nosotros que somos dioses por participación de la naturaleza  divina por gracia. La gracia nos hace hijos adoptivos de Dios porque nos participa la  naturaleza divina, como corresponde a todo hijo el ser de la misma naturaleza que su  padre. Por eso dijo Nuestro Señor: “Yo dije: sois dioses”. (Jn 10, 34). “Dioses sois, e  hijos todos del Altísimo”. (Salmo 81, 6).  

Por eso los modernistas conciliares van sutilmente mas allá que los arrianos y  semiarrianos, que llegaban a admitir una semejanza en la sustancia (homoiusios), y  se diferenciaban del homousios niceno, que los condenaba por una i o iota, de la cual  ya nos advirtió Nuestro Señor que nada se debe cambiar, ni una iota, mientras que a  partir del Concilio Vaticano II o, mejor dicho, conciábulo que pretende ser Concilio  Universal de la Iglesia sin ser infalible y por eso le daban el barniz de Concilio pastoral  ya que no gustaban de definirse como Concilio dogmático para poder inocular su error  y apostasía, porque esto no se puede entender sin una claudicación total y no una  mera defección en la fe que es la herejía, se va mas allá y se admite, no ya la semejanza  substancial sino que sea de la misma naturaleza, que tanto Orígenes como Arrio  negaban y estos modernistas admiten pero dándose el lujo de desconsustancializar  las Tres Personas divinas y dividirlas en tres dioses con la misma esencia o naturaleza,  cayéndose así en el Triteísmo con el cual tanto los judíos como los islámicos reprochan  y combaten el trinitarismo católico de la Iglesia única y verdadera del único y  verdadero Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, Tres Personas distintas y un solo Dios  verdadero. 

P. Basilio Méramo 

Bogotá, 20 de septiembre de 2021