LA INHÓSPITA TRINCHERA

Conservando los restos

LOS MACABEOS

(Séptima entrega)

Martirio de los Siete Hermanos Macabeos y su Madre

Cumplidores exactos de las leyes de sus padres, vivieron durante el reinado de Antíoco Epífanes, rey de Siria y enemigo implacable de los judíos. Habiendo subyugado a toda su nación y hecho muchas cosas malas contra ellos, sin escatimar en profanar los asuntos más sagrados de su Fe, los obligó, entre otras cosas, a comer carne de cerdo, que estaba prohibida por la ley.

Entonces, estos piadosos jóvenes, al ser apresados junto con su madre y su maestro Eleázaro, fueron compelidos a desobedecer la Ley, y fueron sometidos a torturas indecibles: destrozos, rotura de huesos, desollamiento de la carne, fuego, desmembramiento, y cosas que sólo la mente de un tirano y un alma bestial pueden inventar.

Pero cuando habían soportado todas las cosas con valentía y habían demostrado de hecho que el espíritu es soberano sobre las pasiones y es capaz de vencerlas si así lo desea, terminaron gloriosamente sus vidas en tormentos, entregando su vida en aras de la observancia de la ley divina.

El primero en morir fue su maestro Eleázaro, luego todos los hermanos en el orden de su edad. En cuanto a su maravillosa Madre, llena de un espíritu valiente y cuyos pensamientos femeninos se avivaron con una fortaleza varonil, estuvo presente en el triunfo de sus hijos sobre el tirano, fortaleciéndolos en su lucha por su fe y soportando con valentía sus sufrimientos por su esperanza en el Señor.

Después de que su último y más joven hijo fue glorificado por el martirio, cuando estaba a punto de ser apresada para ser ejecutada, se arrojó al fuego para que no la tocaran, por lo que fue considerada digna de un feliz final junto con sus hijos.

II Macabeos, Capítulo VII

Aconteció que fueron presos siete hermanos juntamente con su madre; y quiso el rey, a fuerza de azotes y tormentos con nervios de toro, obligarlos a comer carne de cerdo, contra lo prohibido por la Ley.

Muere el primer hijo

Mas uno de ellos, que era el primogénito, dijo: ¿Qué es lo que tú pretendes, o quieres saber de nosotros? Aparejados estamos a morir antes de quebrantar las leyes patrias que Dios nos ha dado.

Se encendió el rey en cólera, y mandó que se pusiesen sobre el fuego sartenes y calderas de bronce. Así que cuando éstas empezaron a hervir ordenó que se cortase la lengua al que había hablado el primero, que se le arrancase la piel de la cabeza, y que se le cortasen las extremidades de las manos y pies, en presencia de sus hermanos y de su madre. Estando ya así del todo inutilizado, mandó traer fuego, y que le tostasen en la sartén hasta que expirase.

Mientras que sufría en ella este largo tormento, los demás hermanos con la madre se alentaban mutuamente a morir con valor, diciendo: El Señor Dios verá la verdad, y se apiadará de nosotros, como lo declaró a Moisés cuando protestó en su cántico: Él será misericordioso con sus siervos.

Para rebajar, pues, la moral del joven y quebrantar su entereza se le azotó con zurriagos y nervios de toro; se lo sometió al tormento utilizado entre los escitas, consistente en arrancar el cuero cabelludo a los condenados a muerte. En boca de los hermanos y de la madre aparecen palabras del Deuteronomio, 32: 36, dándoseles un sentido más profundo del que tienen en el original.

El segundo hijo

Muerto que fue de este modo el primero, conducían al segundo para atormentarle con escarnio; y habiéndole arrancado la piel de la cabeza con los cabellos, le preguntaban si comería antes que ser atormentado en cada miembro de su cuerpo.

Pero él, respondiendo en la lengua de su patria, dijo: No haré tal.

Así, pues, sufrió también éste los mismos tormentos que el primero.

Y cuando estaba ya para expirar, dijo: Tú, oh perversísimo, nos quitas la vida presente; pero el Rey del universo nos resucitará algún día para la vida eterna, por haber muerto en defensa de sus leyes.

Al segundo comenzaron por arrancarle el cuero cabelludo para obligarle a apostatar. En su lengua materna dio un ¡No! rotundo a los que tal infamia le proponían. Como el primero, habla antes de exhalar su espíritu y manifiesta su fe de que Dios resucitará para la vida eterna a los que mueren por Él.

Este sentimiento de la resurrección, comenta San Agustín, aparece tan diáfano en la respuesta de estos santos mártires, que puede decirse que eran cristianos por su fe y por su constancia.

El tercer hijo

Después de éste, vino al tormento el tercero; el cual, así que le pidieron la lengua, la sacó al instante, y extendió sus manos con valor, diciendo con confianza: Del cielo he recibido estos miembros del cuerpo, mas ahora los desprecio por amor de las leyes de Dios, y espero que los he de volver a recibir de su misma mano.

De modo que así el rey como su comitiva, quedaron maravillados del espíritu de este joven, que ningún caso hacía de los tormentos.

El cuarto hijo

Muerto también éste, atormentaron de la misma manera al cuarto, el cual, estando ya para morir, habló del modo siguiente: Es gran ventaja para nosotros perder la vida a mano de los hombres; por la firme esperanza que tenemos en Dios de que nos la volverá, haciéndonos resucitar; pero tu resurrección no será para la vida.

El quinto hijo

Habiendo tomado al quinto, le martirizaban igualmente; pero él, clavando sus ojos en el rey, dijo: Teniendo, como tienes, poder entre los hombres, aunque eres mortal como ellos, haces tú lo que quieres, mas no imagines por eso que Dios haya desamparado a nuestra nación. Aguarda tan solamente un poco, y verás la grandeza de su poder, y cómo te atormentarán a ti y a tu linaje.

Más explícito se mostró este quinto al preconizar que Dios atormentará a Antíoco y a su descendencia. Parece que alude a una muerte ignominiosa del rey y de sus descendientes, lo que se cumplió con el tiempo. Antíoco murió de muerte miserable; su hijo Eupator fue asesinado; a Alejandro Bala, presunto hijo del monarca Epifanes, le fue cortada la cabeza por un árabe…

El sexto hijo

Después de éste, fue conducido el sexto; y estando ya para expirar, dijo: No quieras engañarte vanamente; pues si nosotros padecemos estos tormentos, es porque los hemos merecido habiendo pecado contra nuestro Dios: y por esto experimentamos cosas tan terribles; mas no pienses tú quedar impune después de haber osado combatir contra Dios.

El sexto hermano confesó que los pecados de los judíos desencadenaron esta persecución, que tuvo el carácter de prueba temporal momentánea; pero no escaparía por ello Antíoco al castigo que Dios reserva al que eligió como instrumento de su justicia.

La Madre exhortaba a sus hijos al martirio

Entretanto, la madre, sobremanera admirable, y digna de la memoria de los buenos, viendo perecer en un solo día a sus siete hijos, lo sobrellevaba con ánimo constante, por la esperanza que tenía en Dios.

Llena de sabiduría, exhortaba con valor, en su lengua nativa a cada uno de ellos en particular; y juntando un ánimo varonil a la ternura de mujer, les dijo: Yo no sé cómo fuisteis formados en mi seno; porque ni yo os di el alma, el espíritu y la vida, ni fui tampoco la que coordiné los miembros de cada uno de vosotros; sino que el Creador del universo es el que formó al hombre en su origen, y el que dio principio a todas las cosas; y Él mismo os volverá por su misericordia el espíritu y la vida, puesto que ahora, por amor de sus leyes, no hacéis aprecio de vosotros mismos.

Antíoco pues, considerándose humillado y creyendo que aquellas voces eran un insulto a él, como quedase todavía el más pequeño de todos, comenzó no sólo a persuadirle con palabras, sino a asegurarle también con juramento, que le haría rico y feliz, si abandonaba las leyes de sus padres, y que le tendría por uno de sus amigos, y le daría cuanto necesitase.

Pero como ninguna mella hiciesen en el joven semejantes promesas, llamó el rey a la madre, y le aconsejaba que mirase por la vida y por la felicidad de su hijo. Y después de haberla exhortado con muchas razones, ella le prometió que en efecto persuadiría a su hijo.

A cuyo fin, habiéndose inclinado a él, burlándose del cruel tirano, le dijo en lengua patria: Hijo mío, ten piedad de mí, que te llevé nueve meses en mis entrañas, que te alimenté por espacio de tres años con la leche de mis pechos, y te he criado y conducido hasta la edad en que te hallas. Te ruego, hijo mío, que mires al cielo y a la tierra, y a todas las cosas que en ellos se contienen; y que entiendas bien que Dios las ha creado todas de la nada, como igualmente al linaje humano. De este modo no temerás a este verdugo; antes bien, haciéndote digno de participar de la suerte de tus hermanos, abrazarás la muerte, para que así en el tiempo de la misericordia te recobre yo, junto con tus hermanos.

No entendía Antíoco lo que la madre profería en lengua aramea, pero sospechó que se burlaba de él. Sin embargo, no se airó contra ella, por considerar que de todo es capaz una madre a la que de golpe le arrebaten siete hijos. Trató de ganar al pequeño con promesas cuyo alcance no podía comprender el niño. Ni siquiera estaba capacitado para entender la lengua griega.

En arameo adoctrinó la madre a su hijo acerca del origen de todo cuanto existe. Habla ella a su pequeño un lenguaje elevado, recordándole que Dios no creó los seres de algo existente, sino de lo que no existía, concepto que expresamos diciendo que Dios creó todo de la nada. Acaba su exhortación con el pensamiento de que, si Dios crea todas las cosas de la nada, tiene también poder para crear de nuevo, por así decir, al hombre para una vida eterna.

El séptimo hijo

Aún no había acabado de hablar esto, cuando el joven dijo: ¿Qué es lo que esperáis? Yo no obedezco al mandato del rey, sino al precepto de la Ley que nos fue dada por Moisés. Más tú que eres el autor de todos los males de los hebreos, no evitarás el castigo de Dios. Porque nosotros padecemos esto por nuestros pecados; y si el Señor nuestro Dios se ha irritado por un breve tiempo contra nosotros, a fin de corregirnos y enmendarnos, Él, empero, volverá a reconciliarse otra vez con sus siervos. Pero tú, oh malvado y el más abominable de todos los hombres, no te lisonjees inútilmente con vanas esperanzas, inflamado en cólera contra los siervos de Dios; pues aún no has escapado del juicio de Dios Todopoderoso que lo está viendo todo. Mis hermanos por haber padecido ahora un dolor pasajero, se hallan ya gozando de la alianza de la vida eterna; mas tú por justo juicio de Dios sufrirás los castigos debidos a tu soberbia. Por lo que a mí toca, hago como mis hermanos el sacrificio de mi cuerpo y de mi vida en defensa de las leyes de mis padres, rogando a Dios que cuanto antes se muestre propicio a nuestra nación, y que te obligue a ti a fuerza de tormentos y de castigos a confesar que Él es el solo Dios. Mas la ira del Todopoderoso, que justamente descarga sobre nuestra nación, tendrá fin en la muerte mía y de mis hermanos.

Entonces el rey, ardiendo en cólera, descargó su furor sobre éste con más crueldad que sobre todos los otros, sintiendo a par de muerte verse burlado. Murió, pues, también este joven, sin contaminarse, con una entera confianza en el Señor.

El último Macabeo recapitula los conceptos teológicos que sus hermanos manifestaron individualmente al morir. Al rey le amenaza para el futuro con un juicio severo por parte de Dios, en tanto que a los mártires les espera una vida eterna. Y luego extiende su pensamiento fuera de la familia y llama nuestros hermanos a todos los judíos que sufren persecución por la justicia. Acaba el muchacho su profunda disertación teológica con una nueva idea relativa al valor expiatorio del sufrimiento en favor del prójimo.

Martirio de la Madre

Finalmente, después de los hijos fue también muerta la madre. Pero bastante se ha hablado ya de los sacrificios y de las horribles crueldades.

Posible tumba de los Macabeos, en Israel

Estos son los comúnmente llamados Hermanos Macabeos, debido a que no conocemos con seguridad sus nombres, aunque Josefo los indica.

Por lo tanto, no solamente los ancianos, sino también los jóvenes supieron morir en defensa de la Ley. Esto es lo que trata de demostrar el hagiógrafo por medio de este panegírico.

San Cipriano relaciona este número con el de los siete espíritus, siete ángeles que están ante el trono de Dios, siete brazos del candelabro, siete candelabros del Apocalipsis, las siete columnas de Salomón, las siete mujeres en Isaías, las siete iglesias, etc.

En el libro apócrifo se dice: «¡Oh santo número de los siete hermanos tan unidos entre sí! Porque de la misma manera que los días de la creación del mundo forman un círculo piadoso, de la misma manera lo hacen en torno al número siete los jóvenes que han vencido el temor a los suplicios».

Todos los autores convienen en considerar el relato como obra maestra. Desde el principio al fin crecen de intensidad los tonos de la conmoción; aumenta la tensión por razón de las circunstancias, de las palabras de los mártires, de las amenazas del tirano.

La antigüedad cristiana celebró la fiesta de su martirio, que, según una venerable tradición, tuvo lugar en Antioquía, donde en tiempo de San Jerónimo se mostraban todavía los sepulcros de los siete héroes y de su madre.

La Iglesia celebra la memoria de la Madre Macabea y sus Siete Hijos el 1º de agosto con esta Oración:

Haced, Señor, que la victoria de estos hermanos Mártires sea para nosotros motivo de alegría, procurando a nuestra fe un aumento de fuerza, y multiplicando para nuestro consuelo el número de nuestros intercesores. Por N.S.J.C.

Como veremos en una próxima entrega, los Santos Padres no se cansan de colmarlos de elogios en sus homilías.

Los cuerpos de los Santos Mártires fueron trasladados de Antioquía a Roma, donde descansan en la iglesia de San Pedro ad Vincula.

Continuará…