Infunde, Dios, en mi alma tu poderosa gracia
y bruñe con tu aliento mis armas sin demora
que el adversario invade los campos de batalla
buscando arrebatarnos las luces de la aurora.
Agita enfurecido sus lóbregos pendones
y, como inquieto cuervo sin paz en la llanura,
procura amedrentarnos con alevosas coces
desde la pestilencia de su cabalgadura.
Viles, satanizadas y progresistas huestes,
tercas igual que un nudo rebelde que se azoca,
habrán, tarde o temprano, de verse frente a frente
contra nuestras escuadras cimentadas en roca.
Porque la fe, esa vista puesta en Tu monte santo,
preludia Tus victorias que aun se han de consumar
a pesar de las hordas que creen estar a salvo
del espantoso precio que tendrán que pagar.
Dame tu espaldarazo, Señor, lo necesito
para que me confirmes que debo proseguir
mi lucha entre legiones de inicuos anticristos
hasta que llegue mi hora de cuentas por rendir.
Señor, estoy contigo. Bendíceme la espada.
Hay sombras que se niegan a desaparecer
¡y al pie de tu cruz quiero poder despedazarlas
y hacer con sus cenizas un nuevo amanecer!