Conservando los restos
LA SUPRESIÓN DEL SANTO SACRIFICIO
Texto del vídeo publicado Aquí
Estamos a cincuenta años del Novus Ordo Missæ… Estamos a cincuenta años de la segunda reforma protestante… Con esa reforma no católica comienza la operación de supresión del santo sacrificio…
Luego de haber estudiado la historia de la Santa Misa desde San Pedro hasta San Pío V y de haber analizado las diversas partes de la Santa Misa de Rito Romano y sus correspondientes oraciones, hemos considerado los antecedentes remotos de la misa nueva.
Luego de haber considerado el Jansenismo, el Anglicanismo y el conciliábulo de Pistoya, hemos seguido de cerca la bien llamada herejía antilitúrgica y la obra de restauración llevada a cabo por Dom Guéranger, dando inicio al Movimiento Litúrgico.
Luego emprendimos el estudio de la desviación del Movimiento Litúrgico, que desembocará en la nueva misa.
Debemos ver ahora los antecedentes inmediatos de la nueva misa: la Liturgia durante el Pre-Concilio, el Concilio y el Postconcilio. Comenzamos hoy con los preparativos de la revolución conciliar.
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ESCUCHAR ESPECIAL DE CRISTIANDAD
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LA LITURGIA DURANTE EL PRE-CONCILIO
Ya sabemos que la noticia de la muerte de Pío XII fue recibida con gran alegría en los medios del Movimiento Litúrgico desviado.
Las reformas de Pío XII habían dado algunas satisfacciones a los neoliturgistas…, pero ellos querían más… Hacían falta nuevas reformas, más audaces; y para ello hacía falta una autoridad capaz de llevarlas a cabo.
Recordemos el relato del Padre Bouyer sobre el anuncio de la muerte de Pío XII:
“Yo estaba en Chevetogne, el nuevo Amay, invitado a predicar el retiro a los monjes. La muerte de Pío XII nos fue anunciada inesperadamente. Esa noche tuvimos con el anciano Dom Lambert Beauduin una de esas conversaciones del final, entrecortada por silencios, en la que el torpor interrumpía, sin jamás embotarlo, el curso de su pensamiento. «Si eligieran a Roncalli, nos dijo, todo se salvaría; él sería capaz de convocar un concilio y de consagrar el ecumenismo». El silencio volvió otra vez, luego retornó la vieja malicia, en un relámpago de la mirada: «Tengo confianza, dijo, tenemos nuestra chance; la mayoría de los cardenales no saben lo que tienen que hacer. Son capaces de votar por él». Viviría bastante tiempo como para saludar en Juan XXIII el comienzo de las realizaciones de sus más invencibles esperanzas».
Recordemos que monseñor Roncalli y Dom Lambert Beauduin eran amigos desde 1924.
Un episodio de esta amistad nos permite comprender mejor lo bien fundado de las esperanzas de Dom Beauduin. Comenta al Padre Bouyer:
«Cuando monseñor Roncalli había sido nombrado como nuncio en París (1944-1953), de una forma inesperada él había ido a visitarlo no sin preguntarse si el viejo amigo, con el anillo en el dedo y el hábito purpurino en las espaldas, podría aún reconocer a su humillado hermano. No tuvo mucho tiempo para dudar. Apenas pasó su tarjeta escuchó de la antecámara la voz bien conocida: «¡Lamberto!… ¡Venga! ¡Venga!». Un instante después, experimentaba uno de esos calurosos abrazos que se harían célebres. Y antes de saber lo que le pasaba, escuchaba al Nuncio decirle: «¡Vamos! Siéntate allí y cuéntanos tus aventuras». Empujado amigablemente, subía retrocediendo un escalón y se encontraba instalado en un asiento particularmente augusto. Habiendo tomado lugar su interlocutor en una silla frente a él, y riendo a carcajadas, comenzaba pues el relato de sus tribulaciones romanas…, dándose poco a poco cuenta que lo estaba haciendo desde lo alto del trono papal que decora obligatoriamente la residencia de todos los legados… No imaginaban entonces lo que esta situación chocarrera podría llegar a tener después de simbólico».
El Nuncio en París recibe el birrete cardenalicio de manos francmasonas
Dom Beauduin conocía bien a Juan XXIII y sabía desde 1958 que él consagraría al ecumenismo, y que reuniría un concilio que haría la síntesis de todo su trabajo, la síntesis del Movimiento ecuménico y del Movimiento litúrgico.
Al consultar a los a los Cardenales sobre su «inspiración», tuvo como única respuesta lo que él mismo describió como «un impresionante y devoto silencio».
Una vez elegido, y mientras llegaba el concilio, Juan XXIII quería terminar la obra de reforma litúrgica comenzada por Pío XII, y extender sus conclusiones a toda la liturgia.
Fue el Motu proprio Rubricarum Instructum, del 25 de julio de 1960.
He aquí un pasaje:
La Sede Apostólica ha definido y ordenado continua y minuciosamente, sobre todo después del Concilio de Trento, el conjunto de rúbricas que ordenan y regulan el culto público de la Iglesia. Por esto, todo el sistema de las rúbricas se ha ido acrecentando a causa de las numerosas correcciones, cambios y adiciones introducidos en el transcurso del tiempo, no siempre con un orden sistemático, y por tanto, no sin detrimento de la sencillez y claridad primitivas.
No es extraño, pues, que nuestro Predecesor Pío XII, de feliz memoria, acogiendo numerosas peticiones de Obispos, decidiese simplificar, por lo menos parcialmente, las rúbricas del Breviario y del Misal romano, lo cual se llevó a cabo por el Decreto general de la Sagrada Congregación de Ritos con fecha 23 de marzo de 1955.
Al año siguiente, mientras progresaban los estudios preparatorios para la reforma de la Liturgia, nuestro Predecesor quiso oír el parecer de los Obispos acerca de una futura reforma litúrgica del Breviario romano. Así, después de examinar atentamente las respuestas de los Obispos, decidió se abordase el problema de una reforma general y sistemática de las rúbricas del Breviario y del Misal, confiándolo a la Comisión especial de expertos, a la cual ya se le había encomendado el estudio de la reforma general de la Liturgia.
Nos, después de que, por inspiración divina, decidimos convocar el Concilio Ecuménico, más de una vez hemos pensado qué sería más conveniente hacer de esta iniciativa de nuestro Predecesor. Y después de haberlo ponderado bien, nos hemos determinado que se deben proponer a los Padres del futuro Concilio los principios fundamentales referentes a la reforma litúrgica, pero que no se debe diferir por más tiempo la reforma de las rúbricas del Breviario y del Misal romano.
Esta reforma litúrgica en el fondo no es otra cosa que la extensión a toda la liturgia de las rúbricas puestas a prueba en 1955 y 1956 por los periti de la Comisión de reforma. Por lo tanto, ella merece el mismo juicio que las reformas de Pío XII.
Respecto del Breviario Juan XXIII escribió de manera sarcástica, al mejor estilo de Decimejorge:
Se introducen modificaciones oportunas, que reducen algún tanto la extensión del Oficio divino. Este era el deseo de muchísimos Obispos, en atención a muchos sacerdotes, que hoy están más agobiados por las preocupaciones pastorales. Por lo cual, exhortamos con ánimo paternal, a éstos y a todos los obligados a recitar el Oficio divino, a que procuren compensar lo que se ha abreviado con mayor diligencia y devoción en el rezo del Oficio divino. Y puesto que a veces se ha acortado algún tanto las lecciones de los Santos Padres, exhortamos insistentemente a todos los sacerdotes a que tengan asiduamente en sus manos, como texto de lectura y meditación, las obras de los Padres, llenas de tanta sabiduría y piedad.
En este cuadro poco ortodoxo, con artificios tan dudosos, en un clima ya “conciliar”, nacieron el Breviario y el Misal de Juan XXIII, concebidos como Liturgia de transición, destinada a durar —tal como duró— tres o cuatro años: transición entre la liturgia católica, consagrada en el Concilio de Trento, y la liturgia heterodoxa, preconizada por el Vaticano II y las reformas de 1955 y 1956.
Esta reforma de 1960 constituye, pues, como la síntesis de las reformas preconciliares.
Para mayores males, Juan XXIII encargará al concilio la reestructuración de los principios fundamentales de la liturgia.
A partir de ese momento, las reformas estarán ya totalmente animadas por la concepción nueva de la liturgia, esbozada en las reformas preconciliares… Reformas mucho más considerables vinieron después a trastrocar enteramente la liturgia.
Roncalli y Montini
Por otra parte, los modernistas ponían a punto la concepción de una nueva misa, en todo idéntica al Novus Ordo Missæ, que vería la luz nueve años más tarde.
La Comisión preparatoria de Liturgia fue integrada por varios miembros del Movimiento litúrgico: su secretario era el Padre Bugnini, y entre sus siembros se encontraban Dom Capelle, Dom Botte, el canónigo Martimort, los Padres Hángü, Gy y Journel.
Como veremos en otro Especial, de todos los esquemas preparatorios del Concilio el de Liturgia fue el único aceptado por los Padres conciliares; eso habla a las claras de que los progresistas estaban plenamente satisfechos del trabajo, cuyo autor principal era el Padre Bugnini.
El Cardenal Cicognani, presidente de dicha Comisión, fue moralmente obligado a firmar y aprobarlo.
Los revolucionarios tenían, pues, a punto la reforma y la táctica para hacerla aceptar; dominan la Comisión preparatoria de Liturgia, y están listos y en inmejorable posición para triunfar en el concilio.
Pero no hay que olvidar que esas primeras reformas habían causado ya una considerable perturbación entre los fieles.
Testimonio de esta inquietud es un librito escrito por el padre Roguet: Nos cambian la Religión.
Este libro expresa las inquietudes de los católicos de los años 1958-1960 ante los cambios sobrevenidos en la liturgia. Los fieles sentían muy bien que detrás de esos aparentes insignificantes detalles de rito existía la intención de los reformadores una intención de cambiar el comportamiento litúrgico de los católicos y, a través del mismo, cambiar su Fe.
El padre Roguet no lo oculta:
Así, los gestos que hacemos, las prácticas cultuales, en apariencia las más mínimas, significan y alimentan nuestra fe. No es, pues, indiferente que asistamos a la Misa, que recibamos la Eucaristía de una manera antes que de otra. Ésos comportamientos comprometen la fe, y, al mismo tiempo, la forman. Cambios en el horario de la Misa y de los Oficios, en la reglamentación de la comunión o en la disposición de los altares pueden pues tener consecuencias profundas. Es lo que sienten vivamente aquéllos que se quejan de que nos cambian la Religión.
Un párrafo de su obra, contiene todo el programa de los neoliturgos: hacernos volver a una Iglesia primitiva, concebida de una manera muy protestante, negando quince siglos de vida de la Iglesia. La última frase presagia ya la excomunión de hecho de los católicos apegados a la Tradición:
¿Nos cambian la Religión? No. Se trata solamente de liberar a nuestra religión de rutinas que, por ser antiguas, no son por eso venerables. Se trata de volver al surgimiento y a la frescura del Evangelio. Es ésa la verdadera infancia: si no sabemos volver a ella, no entraremos en el reino de Dios.
Así pues, en 1960, el Movimiento litúrgico descarriado ha ganado ya muchas batallas, pero todavía no ha ganado la guerra.
Sus dirigentes, protegidos en las altas esferas, han aprovechado de la solicitud pastoral de la autoridad para desquiciar la antigua estabilidad de la liturgia católica, y para insinuar, a través de los ritos, su nueva concepción de la liturgia.
Juan XXIII había anunciado la reunión del concilio ecuménico que trataría, entre otros, los principios de la reforma litúrgica.
Ese concilio fue verdaderamente, según la expresión del cardenal Suenens, 1789 en la Iglesia.
El anciano Dom Lambert Beauduin había pronunciado su deseado anhelo: Si eligieran a Roncalli, todo se salvaría; sería capaz de convocar un concilio y de consagrar el ecumenismo.
Consagrar el ecumenismo…, y consagrar el Movimiento litúrgico… Tal será la tarea del concilio tan esperado por los progresistas.
Bugnini, sepulturero de la Santa Misa
Hacía más de cuarenta años, los neoliturgos desparramaban sus errores; a esta altura de los acontecimientos ya habían conseguido influenciar a una porción considerable de la jerarquía católica, habían obtenido de la Santa Sede alentadoras reformas.
Todo ese paciente trabajo de zapa iba a dar sus frutos. Los revolucionarios de la liturgia aprovecharon la constitución sobre la liturgia para hacer admitir sus tesis.
Nombrados luego miembros de la Comisión Consilium ad exsequendam Constitutionem de Sacra Liturgia, no tuvieron más que sacar las conclusiones extremas de los principios del concilio.
La liturgia conciliar, promulgada por Pablo VI, no será sino la conclusión necesaria, la expresión y la síntesis, de todas las desviaciones del Movimiento litúrgico, así el fruto maduro de las reformas introducidas desde hacía más de diez años…
Todo el mundo conocía los proyectos de Juan XXIII sobre liturgia: Hemos llegado a la decisión de que se debían presentar a los Padres del futuro concilio los principios fundamentales concernientes a la reforma litúrgica.
Roncalli no se contentaría con una reforma de detalles, sino que apuntaba a una reforma de fondo, cuya discusión de los principios sería confiada a los Padres del concilio.
Había, pues, que actuar rápido, aprovechar plenamente los pocos meses que faltaban aún para la apertura del sínodo.
Uno de los neoliturgistas, Dom Adrien Nocent, pone de manifiesto la acrecentada actividad de los reformadores. Monje benedictino de Maredsous, ex-alumno del Instituto de liturgia de París, fue nombrado en 1961 profesor en el Pontificio Instituto de liturgia San Anselmo de Roma.
En esta venerable universidad benedictina, donde también Dom Beauduin había enseñado, Dom Nocent preparaba el Concilio.
Su obra El porvenir de la liturgia, publicada en 1961 con el imprimatur de Monseñor Suenens, nos permite juzgar el estado de ánimo de los neoliturgos en vísperas del Vaticano II.
He aquí, primeramente, un extracto de la introducción; donde encontramos la caricatura del buen fiel, luego la descripción llena de caridad del católico progresista, y, por fin, el trazado exacto de la vía media que tomará el concilio, etapa hacia reformas ulteriores:
No habría sin embargo que imaginarse a todos los católicos vibrando de esperanza a la espera de un Concilio donde serán estudiadas las cuestiones planteadas por la vida litúrgica en la Iglesia en nuestro tiempo.
Hay todavía, y más de lo que se podría creer, quienes se preguntan por qué razón hay que modificar usos tan antiguos, bien anclados dentro de sus viejas costumbres. Hay en ellos una oposición feroz a lo que podría turbar una religión que ellos han flexibilizado a su propia medida y en la que degustan una maníaca satisfacción, como uno se siente perezosamente cómodo dentro de un traje viejo y de unos zapatos gastados. ¿Por qué turbar prácticas con las que se encuentran bien y de las que creen sacar un real provecho espiritual?
En oposición a este inmovilismo, existe otra actitud, demasiado impaciente, a veces insuficientemente ilustrada, a la que regocija por adelantado toda iconoclastia y todo incendio de los viejos ídolos. Confunde rutina perezosa con tradición legítima y verdadera, ama el cambio por él mismo, como manifestación suprema de vitalidad. A veces sin embargo hay que perdonar su violencia y explicarla por una atormentadora angustia pastoral…
Paralelamente a los problemas ecuménicos, se sabe que en el orden del día del futuro Concilio está inscrita una revisión de la liturgia y que unas comisiones de estudio ya se han puesto a trabajar.
Sería sin embargo ir al encuentro de una desilusión el esperar soluciones del todo hechas, una reorganización completa.
El papel del concilio será, así como tomar resoluciones firmes, dar un impulso a tal orientación precisa en tal búsqueda de adaptación, y cortar el camino a tal tendencia, legítima tal vez, pero reconocida como inoportuna.
Nocent reveló el plan de los revolucionarios: la oposición tradicional era todavía demasiado fuerte en esa época como para que se pudiera pensar en un trastrocamiento inmediato de la liturgia; será preciso contentarse, en un primer tiempo, con principios de reforma aceptables para la tendencia tradicional, para confiar luego la aplicación de esos principios a representantes de la tendencia progresista.
Adrien Nocent sabe bien que el concilio no podrá aceptar de golpe una nueva liturgia de la Misa, pero sabe también que esta nueva liturgia —en la cual ha trabajado durante años— será promulgada más tarde en nombre del concilio, es por esto que toda la continuación de su libro trata de la liturgia del porvenir.
Detengámonos algunos instantes en la «Misa de Adrien Nocent». Ella es suficiente para hacer comprender que la nueva Misa ya estaba concebida… —fruto bastardo…—, y que, simplemente inoportuna quince años antes, ella será dada a luz en 1969 como aborto litúrgico…
El profesor de San Anselmo afirma, primeramente, el principio y fundamento del nuevo culto:
Una gran variedad de celebración sería pues permitida alrededor del núcleo central siempre respetado y que sería celebrado sólo en los días simples.
Veamos los detalles:
— El altar debe estar cara al pueblo, sin mantel fuera de las celebraciones.
— Las oraciones de preparación deben ser simplificadas, las lecturas multiplicadas, la oración universal restaurada.
— El ofertorio, después del Credo recitado solamente el domingo, es muy recortado. El celebrante no hace sino elevar las oblatas en silencio.
— El cáliz es colocado a la derecha de la hostia, la palia facultativa, la incensación rápida.
— El lavabo no se realiza a menos que el celebrante tenga las manos sucias («hay que evitar ese simbolismo fácil y sin mayor interés»).
— La patena permanece sobre el ara.
— El Orate fratres es recitado entero en voz alta, al igual que la secreta.
— El Canon es recitado en alta voz, incluso en lengua vernácula, y es despojado de toda plegaria de intercesión, de los «Per Christum Dominum nostrum».
— Menos señales de la cruz y genuflexiones,
— El Pater Noster recitado por todos.
— Apretones de mano en el Agnus Dei, durante el cual tiene lugar la fracción de la hostia.
— Comunión bajo las dos especies, de pie y en la mano.
— Ya no hay Último Evangelio, ni oraciones de León XIII.
En 1961, Adrien Nocent conocía, pues, muy exactamente el plan de la revolución conciliar. El Concilio va a hacer un esquema tal que abra la puerta a los innovadores y parezca cerrarla a los ultrarreformistas, pero… por un tiempo solamente.
El plan se desarrollará así:
— tendencia reformista moderada: 1964.
— que progresivamente se va acentuando: 1967.
— para dejar por fin el lugar a los ultrarreformistas: 1969.
En el próximo especial ya veremos, Dios mediante, qué pasó durante el conciliábulo vaticanesco…