Entendemos por título aquella palabra, aquel nombre de honor que aplicamos a una persona para expresar, sea una excelencia suya, sea una función, sea una simple relación.
Así decimos que a tal persona se le debe algo a título de rey, de padre, etc.; o hablamos de doctor, de abogado, de profesor, etc.; o nos relacionamos con alguien en cuanto que es ingeniero o maestro o militar.
Una misma persona puede reunir dos, tres o más títulos, pero, según las circunstancias o necesidades, nos fijamos más en un título que en otro, en un aspecto u otro, en una u otra excelencia de una misma persona.
De la misma manera sucede con los títulos marianos: ellos expresan, sea una excelencia de Nuestra Señora, sea una función, sea una relación.
Y así hablamos de la Maternidad Divina de María o de su Inmaculada Concepción; o la llamamos Corredentora o Mediadora; o nos referimos a Nuestra Señora de Fátima, de Lourdes, del Pilar, de Guadalupe, etc.
En diversas circunstancias o según las necesidades de la vida, prestamos más atención a un título, recurrimos a Nuestra Señora bajo tal o cual advocación mariana.
Cabe ahora preguntarse, ¿por qué se multiplican los títulos marianos? Pensemos que solamente en España existen más de 3.000 advocaciones marianas diferentes: Atocha, Pilar, Merced, Montserrat, Almudena, Macarena, Amargura, Guadalupe, etc.
La explicación de esa multiplicidad tiene dos razones, una de parte de la Virgen Santísima, y otra de nuestra parte.
Si contemplamos a la Madre de Dios, encontramos en ella una riqueza casi infinita, una inmensa y simplicísima perfección expresadas por su Nombre: María. Pero sólo Dios puede comprender, captar y abarcar todo lo que está contenido en el nombre de María.
Este dulce y santo Nombre bastaría para expresar su insondable perfección; pero aquí interviene nuestra parte: al no poder entender y contener esa plenitud en un solo nombre, nos hemos visto obligados a multiplicar los títulos o advocaciones con que honramos a María Inmaculada.
En un esfuerzo por captar la perfección incomparable de esta piedra preciosa, hemos multiplicado la variedad de los puntos de vista, los aspectos bajos los cuales la consideramos, las facetas diversas que presenta a nuestra consideración esta joya maravillosa, obra de arte de la naturaleza y de la gracia.
María Santísima es un tesoro inagotable; al ir explicitando sus riquezas, el amor filial ha hecho crecer sus títulos, expresando por ellos las excelencias que va descubriendo.
Además, cada época necesita y tiene sus títulos: del Carmen, del Rosario, de Guadalupe, de Lourdes, Corazón Inmaculado, etc.
Los títulos marianos son como la canalización de las aguas de un río caudaloso. Es más cómodo y fácil beber en una fuente que en el río; éste no sirve para regar, si sus aguas no se dividen y canalizan.
María es una mar sin orillas y ha de aplicarse a cada alma según la medida apropiada a cada una, para que pueda beber y ser regada con la gracia que por Ella le llega.
Los títulos marianos hacen esto: dividen y separan las perfecciones marianas y las presentan al alma devota según su limitada medida y según su necesidad. Pensemos en las letanías lauretanas; ¡cuántos y cuán hermosos títulos marianos!
La contemplación total, simultánea y comprensiva de la Virgen bendita no es de esta tierra, sino del cielo, donde la veremos, mediante su gracia, sumergidos y sumergida en el seno de Dios.
Comprendidas la noción de título y las razones de su multiplicación, para lograr la síntesis y evitar el desperdigar a que podría dar lugar la multitud de títulos, es necesario tener siempre presente que el título es para la persona y no la persona para el título. No podemos quedarnos con y en el título.
Este expresa siempre una perfección de la persona; la consideración de esa perfección nos lleva a honrar a la persona.
Por lo tanto, si descubriésemos en esa persona otros títulos, expresión de otras perfecciones, lejos de entristecernos por ello, lejos de despreciarlos, nos alegraríamos de saber que el objeto de nuestro amor es aún mucho más perfecto de lo que pensábamos, y nos aprovecharíamos de esas nuevas perfecciones como de medios o motivos para honrar y amar más a esa persona. Y como a cada una de esas perfecciones corresponde un título que la expresa, nos serviremos de ellos para honrar a quien amamos.
De este modo, debemos alegrarnos de encontrar en la Santísima Virgen María tantos títulos o advocaciones; no debemos limitarnos a los que nos gustan, dejando de lado los otros, y mucho menos despreciar aquellos títulos que no son de mi patria, región, ciudad o devoción.
Ciertamente, podemos tener predilección por alguna advocación, pero no comparemos una con otra, no contrapongamos una a otra. Se trata de una misma y única Persona, y las perfecciones que en esos títulos se veneran, lejos de contraponerse, se armonizan y enlazan en la única Santísima Virgen María, formando su corona refulgente.
Consideremos, por último, la división de estos títulos. Las advocaciones marianas pueden ser doctrinales o locales.
Los títulos doctrinales son fórmulas que expresan de modo breve y concluyente una perfección de la Persona de la Virgen. Todos ellos nos conducen a un conocimiento más profundo y pleno de Nuestra Madre, y por eso no se debe prescindir de ninguno, aunque natural y lícitamente se puede sentir especial predilección o devoción por uno u otro.
Como ejemplo de títulos marianos doctrinales están casi todas las invocaciones de las letanías de la Virgen, así como también todos sus misterios: Inmaculada Concepción, Anunciación, Visitación, Asunción, etc., y otros como Reina, Mediadora, Corredentora, Milagrosa, etc.
Los títulos locales se limitan a expresar una relación de María Santísima con un lugar determinado, recordándonos alguna manifestación de su bondad, alguna aparición o milagro.
Estos títulos marianos locales son numerosísimos; cada nación, ciudad y pueblo tiene «su virgencita». Así honramos a nuestra Señora de Luján, de Itatí, del Valle, del Milagro, de Fátima, de Lourdes, del Pilar, de Guadalupe.
En estos títulos locales generalmente se encuentra como nota fundamental una aparición o una manifestación especial de la Virgen en un lugar determinado, que hacen de ese lugar y de la imagen en él venerada un objeto para recordarnos las bondades maternales de la Madre de Dios. Incluso algunas veces nos ha dejado un sacramental como el escapulario o la medalla milagrosa.
Así tenemos Rue du Bac, Loreto, Montserrat, Monsalud, de las Nieves, Espino, etc.
Esas visitas y presencias sensibles de la Virgen son, especialmente, un signo milagroso de otras visita y presencia sobrenaturales mucho más importantes: las de la Virgen María a cada uno de sus hijos, asistiéndolos y protegiéndolos en todas sus necesidades.
Si a veces la Virgen María se manifiesta sensiblemente, no es sino para recordarnos la realidad de su presencia oculta, sólo perceptible por la fe; pero no por eso menos importante y efectiva.
Las apariciones sensibles de María Virgen han de llevarnos a la práctica de la fe y al gozo de aquella presencia oculta.
A lo largo del año, bajo cada una de sus advocaciones y misterios, pidamos a Nuestra Señora, así honrada por todos esos títulos, la gracia de un verdadero conocimiento suyo, la gracia de un perfecto amor a Ella y la gracia de practicar su verdadera devoción.
Nota:
Invitamos a todas nuestros queridos lectores a que nos envíen las historias de los diferentes títulos marianos de los diversos lugares de donde ustedes provengan a la pestaña en la parte superior de nuestro blog denominada Contáctenos, para poder ir publicando las mismas semana tras semanas.