DÍA 24 DE DICIEMBRE: Y NOVENO DE LAS MISAS DE LA EXPECTACIÓN DE NUESTRA SEÑORA

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VIGILIA DE LA NATIVIDAD DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO

 

MEDITACIÓN PRIMERA

Considera como el Verbo Encarnado estando en las entrañas de su Madre quiso hacer una entrada en el mundo la más nueva, la más admirable y Santa que jamás hubo ni habrá; penosa, sí, provechosa para nosotros asentando los cimientos de Ley Evangélica que había de predicar.

De modo que su primera entrada en la Religión Cristiana para que entrasen sus Discípulos por donde Él entró, ejercitando las virtudes que Él ejercitó; y para este fin dejó todo lo que este mundo ama y buscó todo lo que el mundo aborrece.

Y así para nacer dejó su casa y pueblo de Nazaret por dejar las comodidades que pudiera tener naciendo en casa de su Madre y entre sus deudos y conocidos; pero todo lo dejó mostrando cuanto aborrece los regalos de la carne, y cuan amigo es de pobreza, pues deja lo que tenía su Madre y como peregrino quiere nacer en Belén en tal coyuntura, que todo le faltase.

Considera también la ocasión que tomó nuestro Señor Jesucristo para hacer esta jornada.

Porque en aquellos días salió un Edicto de Augusto César que todo el Orbe se empadronase acudiendo cada uno a la ciudad de donde tenía su origen. En cumplimiento de esto fue José desde Nazareht a Belén para empadronarse con María, su Esposa que estaba encinta.

Este Edicto estaba fundado en codicia y soberbia, porque mandaba más de lo que podía, pero quiere Dios que sea obedecido de los suyos porque gusta obedezcamos a los superiores en todo lo lícito que nos mandaren, aunque lo manden por sus propios intereses y dañados fines, reconociendo en ellos a Dios cuyo lugar tienen; y así Jesucristo nuestro Señor cumplió pronto esta obediencia haciendo esta jornada para conformarse con la voluntad del Eterno Padre que había ordenado naciese su Hijo en Belén de Judá.

Conociendo la Sacratísima Virgen María la voluntad de Dios emprendió esta jornada desde Nazaret a Belén que hay como treinta leguas y dos de Jerusalén.

Considera como caminaba y las virtudes que ejercitaba, ponderando como por ser pobre, el camino largo y escabroso y el tiempo del invierno rigoroso, cuantos trabajos pasaría; pero todos los llevaba con admirable paciencia y alegría edificando al mundo con sus virtudes; sus ojos con gran modestia puestos en tierra, su corazón en el Hijo de Dios y Hombre verdadero que llevaba en sus entrañas, con quien tenía sus coloquios y entretenimientos.

Si algún rato habla con su Esposo, todo era de Dios, alternando con gran dulzura; y no se cansaba como dice San Agustín porque el Hijo que llevaba en sus entrañas no era carga y con la esperanza de verle presto nacido le daba grande alegría.

Llega por fin la Sacratísima Virgen con su Castísimo Esposo a Belén la cual fue en ocasión de tanto concurso de gente que no halló quien la hospedase ni en el mesón hubo aposento donde estuviese y así fue forzoso recogerse en un pobre establo de animales hecho a manera de cueva que estaba pegada a los muros de Belén por la parte de afuera, y era una acogida común de los Peregrinos, pobres y aldeanos, y donde dejaban bestias los que iban a negociar a la Ciudad.

A este lugar, donde a la sazón se hallaban un buey y un jumento en cumplimiento de las Profecías de Abacúc y de Isaías; en este lugar tan pobre y despreciable se vieron precisados a recogerse María y José, las dos Personas más Santas y más respetables del Universo, a quien todos los hombres debían rendir homenaje y tenerse por dichosos; aquí se quedaron porque nadie quería recibirlos y aquí estuvieron algunos días en conversaciones Celestiales, altísima contemplación y práctica perfectísima de las virtudes, hasta que se cumplieron los nueve meses de su preñado; disponiéndolo así la Divina Providencia para que el Hijo de Dios entrase en el mundo, mendigando y padeciendo sin haber quien se compadeciese de sus trabajos; enseñándonos en esto el amor que hemos de tener a la pobreza y trabajos y el aborrecimiento a las delicias y comodidades del mundo, pues así es como se gana la Gloria.

Considera alma mía la excelencia del Señor que busca posada y no la halla; la ceguedad de los hombres que no lo conocen ni se la dan; los bienes de que se privan por no dársela y como escoge para si lo peor del mundos.

Alma mía los grandes de la tierra tienen palacios y casas muy acomodadas, y los ricos de Belén están muy acomodados a su gusto; y el Hijo de Dios Señor de todo lo criado, viniendo a buscar posada y en su propia ciudad, y entre los de su tribu y familia, no halla quien lo hospede.

¡Oh cuán dignas de compasión son aquellas gentes que a Dios no le querían dar posada privándose de un bien infinito! ¡Oh ingratos que recibís otros huéspedes de quienes no recibís provecho alguno o muy poco! ¡Oh cuán dichoso fuera el que hospedara a este Señor para que naciese en su casa!

Considera también la paciencia con que la Virgen y el Señor San José llevaron aquel trabajo y desamparo, y con cuanta alegría sufrieron los desvíos de los que los despreciaban por ser pobres, y con qué gusto se recogieron al establo, tomando para sí el lugar más desechado de la tierra.

Alma mía dale digno hospedaje al Señor de Cielos y tierra, adornándote con las virtudes, y hermana la humildad y pobreza con paciencia y alegría, como lo hicieron los Castísimos Esposos María Santísima nuestra Señora y Señor San José.

Dichoso, pues, el Cristiano que en este tiempo renueva en su corazón con el fervor posible los ardientes deseos de aquellos Santos Patriarcas diciendo con la Iglesia: A ti elevo mi Alma; ven Señor y líbrame. Señor a ti acudo para mi refugio y para el remedio de mis males. Ya están cumplidas todas las cosas que se han dicho por el Ángel de la Virgen María. El Señor viene, salgámosle al encuentro, grande principio y su Reino no tiene fin, Dios Fuerte, Dominador, Príncipe de la Paz. Alegría, Alegría. Hoy sabéis que viene el Señor y mañana veréis su Gloria, mañana es para vosotros la salud dice el Señor Dios de los Ejércitos, el Señor será con vosotros, alegría y Reinará sobre nosotros el Salvador del Mundo. Mañana será quitada de la tierra la iniquidad; estad constantes, y veréis el auxilio del Señor sobre nosotros, Alegría, Alegría.

MEDITACIÓN SEGUNDA

Considera como Jesucristo es nuestra vida; porque cuando Dios creó al hombre, lo creó con vida en el alma y en el cuerpo; en el alma con su amor y Divina gracia.

Y así lo que la Divina Escritura dice, que formando el hombre del limo de la tierra le inspiró Dios y le infundió espíritu de vida; entendiendo San Basilio, San Cipriano y otros Santos no solamente de la vida natural, sino también de la vida espiritual y de gracia que le dio al alma en el mismo punto que la creó comunicándole su Espíritu Divino haciéndolo justo y santo e hijo suyo adoptivo por gracia: en el cuerpo le dio vida criando en él un alma inmortal y dándole dones sobrenaturales con los cuales pudiese conservar aquella vida y sin morir y pasar vivo de la vida temporal a la eterna, que fueron la justicia original que ponía grande armonía en todo el hombre.

Y de hecho no hubiera muerto si se hubiera conservado en el estado de la inocencia, y esto declara la Divina Escritura diciendo: creó Dios al hombre libre de corrupción y de muerte.

Esta vida se perdió por el pecado de Adán y todos por ley ordinaria estamos sujetos a la misma pena porque la heredamos de él; perdióse la vida de la gracia y quedó el hombre en el alma muerto con muerte de culpa, y perdióse todo aquel concierto y sujeción que tenía la parte inferior a la superior en el estado de la Justicia original, de manera que en este estado ninguna cosa dañaba a la salud ni a la vida y así en el mismo punto que pecó quedó sujeto a enfermedades, trabajos y miserias y obligado a morir, y así le dijo el Señor, polvo eres, y en polvo te has de convertir, esto es en cuanto al cuerpo, no en cuanto a el alma, que por naturaleza es inmortal.

Y quedó sujeto y obligado a muerte de condenación eterna que es la muerte segunda, y para esta muerte Jesucristo que es nuestra vida nos dio el remedio quitando el pecado satisfaciendo y pagando por él y perdonando al hombre arrepentido a quien se aplican sus merecimientos y limpiando y purificando el alma con su virtud y con su gracia mortifiquemos y crucifiquemos al hombre viejo que son las inclinaciones que nos inducen a pecar para que el Alma esté más lejos de caer en pecado; nos da igualmente dones de fe de gracia y de caridad y de virtudes infusas con que el alma vive y se fortalece para que mediante sus dones, el Espíritu Santo, que es el mismo Dios more en ella y le de vida mediante una fiel correspondencia de su parte.

 

PROPÓSITOS

Oh Dulcísimo Jesús, vida de nuestras almas a quien se la comunicas mediante la gracia y las virtudes, nosotros queremos corresponder a estos favores y abominamos los alimentos mortales que nos ofrece el mundo.

¡Oh qué locura es poner el corazón a las cosas que tan pronto se acaban!

Si viéramos un hombre que estando sentenciado a muerte y que al día siguiente le habían de quitar la vida; y que sin embargo come con demasía, bebe sin regla, anhela riquezas, desea nuevos y grandes puestos, pretende oficios y dignidades del mundo y ansía satisfacer sus pasiones… ¿No diríamos que está loco fuera de sí o desesperado? Pues con cuánta más razón lo diríamos si dijese que la causa que le movía a este desatino era el poco tiempo que le quedaba de vida.

¿Pues cómo hombre mundano ciego y sin juicio pueda usar la brevedad del tiempo para disfrutar de los bienes de este mundo? Si estás condenado a muerte y no sabes si hoy o mañana has de morir, y quizá en esta misma hora, ¿cómo con tanto afán procuras las comodidades engañosas de la tierra? Cuando solamente la certeza de que estás sentenciado a muerte (dice San Lorenzo Justiniano) y de que en breve se ha de acabar la vida, es bastante para que venzas valerosamente al mundo, y desengañado desprecies sus deleites y pasatiempos.

Lo estás viendo que la muerte viene cuando menos lo pensamos, y acomete a todas edades y clases de personas, sin perdonar ricos, ni pobres, mozos, ni ancianos y por eso dice Nuestro Señor Jesucristo que estemos preparados con tener bien ajustadas nuestras cuentas con el Señor: hagámoslo así.