PADRE LEONARDO CASTELLANI: FILÓSOFO Y TEÓLOGO

SOBRE LA DEMOCRACIA (IV de IV)

(Carta a Enrique P. Osés)
Nueva Política, Buenos Aires, N° 17, Noviembre de 1941

Nota: Dada la extensión del ensayo, lo publicamos en cuatro entregas. El Padre Castellani responde, de cuatro, a las preguntas 1ª y 3ª. Respecto de la primera, la divide en tres partes. De allí, las cuatro entregas.

1ª) ¿Es pecado hablar contra la democracia?

Existen nada menos que tres democracias.

a) La democracia de Pericles, es pecado hablar en contra.

b) La democracia de Platón, es libre hablar en pro o en contra.

c) La democracia de Rousseau, es pecado hablar en pro.

3ª) ¿Es cierto que el Doctor Eximio Francisco Suarez enseña lo mismo que Rousseau que la autoridad viene del pueblo”?

Ver Primera Entrega, Democracia de Pericles: AQUÍ

Ver Segunda Entrega, Democracia de Platón: AQUÍ

Ver Tercera Entrega, Democracia de Rousseau: AQUÍ

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¿Es cierto que el Doctor Eximio Francisco Suarez enseña lo mismo que Rousseau que la autoridad viene del pueblo”?

En cuanto a la pregunta del otro cura Francisco Suárez, baste decir que el gran teólogo y no tan gran filósofo granadino construyó una teoría acerca del sujeto de la autoridad política, que opuso al teocratismo absoluto y delirante del rey da Anglia Jacobo I, la cual tiene una semejanza exterior y una profunda desemejanza interna con la teoría “liberal” que un siglo más tarde había de pergeñar el paranoico Rousseau.

Esta semejanza exterior hace que la revista católica de New York llamada América —que en lengua yanqui significa Norteamérica— escriba de tanto en tanto artículos un poco resbaladizos explicando a ese pueblo baratero que la constitución yanqui está de acuerdo con la teoría escolástica y que el jesuita Francisco Suárez defendió el primero de todos que “la autoridad baja de Dios al pueblo y sube del pueblo al Rey mediante un contrato”, fórmula simplista que, como usted ve, se amolda también al rusoísmo, como anillo roto a cualquier dedo.

No hay derecho a hablar de ese modo.

Soldemos el anillito.

Suárez opuso en el siglo XVII la fórmula: la autoridad reside en el pueblo a la formula despótica la autoridad viene directa y sin medianeros ni controles de Dios al Rey; significando que la autoridad, que no es uno de los elementos formales sino la forma misma de toda sociedad, brota necesariamente de la naturaleza humana, social por esencia, y por ende de la voluntad del Creador, y no de un decreto especial y preferencial del Supremo Legislador en favor de una testa, familia o dinastía coronada en particular, como pretendía el vanidoso y bobalicón apóstata, hijo espurio de María Estuardo.

La teoría de Suárez, verdadera en el fondo, pero poco sostenible hoy día en la forma que él le puso, dista, sin embargo, toto coelo del inmanejable engendro contradictorio que el Roseao más tarde pergeñara.

Las diferencias son estas:

1ª) La sociedad se constituye vi naturae —según Suárez— y no por un contrato social voluntario y explicito, como pretende el otro.

2ª) La autoridad procede de Dios, y no en última instancia de la voluntad general del pueblo.

3ª) La autoridad, tal como reside en la comunidad, antes de la designación del soberano —antes natura non tempore—, es distinta de la voluntad particular de cada súbdito.

4ª) El pacto social puede ser implícito, aun en grado sumo.

5ª) Trasladada por el pacto —implícito o no— la autoridad al soberano, no permanece ya en los súbditos, ni es recuperable ad libitum en cualquier condición y momento, como fantasea, el anárquico ginebrino.

(Ver: Carolus Boyer, Cursus Philosophicus, II, De ethica politica, pag. 559).

En suma, lo que entiende Suarez decir es que la autoridad civil no puede ejercerse sino -para el pueblo y con algún modo de consentimiento suyo; mientras el Roseao pretende que debe ejercerse por el pueblo, y por medio de representantes o mandantes elegidos explícitamente tiro a tiro, que por un lado tienen atribuciones ilimitadas y deiformes en forma realmente monstruosa, y por otra pueden ser depuestos al capricho de la multitud, ornada de una especie de Voluntad Divina, es decir, Infalible, Sapientísima y Creadora del Bien y del Mal.

Error siniestro y herético, causa de todas las revueltas modernas, y del terrible envenenamiento político cuyas convulsiones todo el mundo sufre en este momento.

De este error han salido las consecuencias que usted sabe en la Argentina nuestra.

¿Quiénes gobiernan la Argentina? ¿Los más virtuosos, los más justos, los más sabios, los más videntes? ¿Quién se atrevería a sostenerlo?

NO.

Gobiernan teóricamente “los que el pueblo quiere”.

¿Y el pueblo quiere siempre a los más justos, los más virtuosos, los más sabios, los más videntes?

NO.

La masa teóricamente los querría siempre, provisto que:

1°) La masa misma estuviese siempre en estado de gracia y sabiduría;

Y 2°) Que fuera capaz de discernirlos; lo cual es absurdo por hipótesis, porque en ese paradisíaco caso, la masa ya no necesitaría gobierno alguno.

De hecho, usted sabe a quienes quiere en la realidad de las cosas la masa, o mejor dicho, la parte de ella que vota.

La masa se ve obligada a querer a los que se le autoimponen como más sabios, más justos, más virtuosos, más videntes; en una lucha taimada y feroz, donde la virtud, la justicia y la sabiduría brillan por su flamante ausencia; donde todos los vicios hijos de la ambición, la avaricia y la pereza, y todos los pecados, desde el homicidio hasta la mentira y el insulto, hacen la más flagrante, colorida e impúdica exhibición de sí mismos, en una desnudez que cada día se hace mas cínica y caradura.

Prostitución espantosa de aquel sublime ideal del Reino de Dios que al comienzo llamamos “democracia”, ante la cual el filósofo no tiene más remedio que cubrirse la cara con la toga y salir del circo hacia la soledad; y el cristiano ponerse a orar y a temer algún gran castigo del cielo, quod avertat Deus, una intervención de Azrael el Destructor.

¿Qué castigo?

Para no presumir de profeta prefiero hacer hablar a Bossuet, Boca-de-Bronoe:

Los hombres que habían soñado una imagen de grandeza en la unión de muchas familias bajo la égida de un padre común, y que habían probado dulzura en tal vida, se inclinaron de grado a hacer sociedades de familias debajo de reyes que tuvieren lugar de padres.

Parece ser que por eso los antiguos pueblos de Palestina apellidaron a sus reyes “Abimeléch”, es decir, “Mi-padre-el-rey”. Los súbditos teníanse todos por hijos del monarca, y llamándole todos Mi padre el rey”, Abimeléch devino el nombre común de los reyes de la región hebrea.

Pero al lado de esta guisa inocente de hacer reyes, la ambición inventó la otra. Ella hizo conquistantes, de los cuales Nemrod, nieto de Caín, fue el primero, el cual de la casa de fieras pasó a cazador de humanos.

Este hombre violento y guerrero fue comienzo de la potencia en la tierra, y sojuzgó primero cuatro villas, de las cuales formó su reino, dice la Biblia.

De modo que los reinos formados por las conquistas son antiguos, ya que los vemos comenzar tan cerca del diluvio, bajo Nemrod, nieto de Caín.

Este humor ambicioso y violento se difundió pronto entre los hombres. Vemos a Codorlahomor, rey de los Elamitas (es decir, de Medos y Persas), extender ampliamente sus conquistas en las vecindades de Palestina.

Estos imperios, aunque violentos, injustos y tiránicos, por la acción del tiempo y del consentimiento cansado de los pueblos, pueden devenir legítimos.

Por esta causa los hombres han reconocido un “derecho de conquista” … del cual son pasibles los pueblos que por su corrupción, debilidad, ignorancia o insensatez se hacen inmerecederos de la otra forma más digna y suave de social estructura…”

Hasta aquí el Águila de Meux (Ver Politique tirée de l’Écriture, París, año 1855, 1, 12; Artículo 1, Proposición IV).

Después de lo cual mi tío dio por conclusa la carta que me estaba dictando, viendo mis evidentes muestras de cansando; cerró sus viejos libracos, que estaba traduciendo directamente con su gran poliglotía, y me miró con su cara de búho.

Yo le pedí el verso con que solíamos terminar cada artículo o charla.

Protestó que no había ningún verso acomodado a colofonar una carta tan abstracta.

Pero como yo insistiera, sacó no sé de dónde una vieja poesía en lunfardo que no creo le pertenezca, pero que aquí reproduzco lo mismo, por el aquel de la costumbre:

Elecciones democráticas

No es lo mismo la mitad ¡huija! que la mitad más uno.
La mitad no tiene razón.
Yo voto por la mayoría ¡huija! no soy reyuno y siempre gano l’elesión.
La lista de los sociales que llamamos sucia-lista
a l’últim’hora dimitió.
La radical sefundió con l’ultrapersonalista
La vitoria nos sonriyó.
Ya me había lanzao como un tigre y un terremoto
a la lucha de la libertá
y no vayan a creerse del vino, yo no soy devoto mas que de la Conduta y la Verdá.
Porque el Progreso al fin ha dao al pobre el voto y a los ricos la igualdá.
Y entonces ¡viva el Dotor!
y viva, barajo
el partido nuestro, y abajo
el otro partido traidor
ladrón inconsiente yeguada
sin desensia ni honor
sin cívica altura ni nada
borracho, fraulento y chupador,
y viva la demosgracia
y la costitusión
y que la pille una desgracia
a toda la oposición
y viva esto y aquello, y lo de mas allá,
¡Vivá! ¡Vivá! ¡Vivá!