PADRE LEONARDO CASTELLANI: FILÓSOFO Y TEÓLOGO

SOBRE LA DEMOCRACIA (II de IV)

(Carta a Enrique P. Osés)
Nueva Política, Buenos Aires, N° 17, Noviembre de 1941

Nota: Dada la extensión del ensayo, lo publicamos en cuatro entregas. El Padre Castellani responde, de cuatro, a las preguntas 1ª y 3ª. Respecto de la primera, la divide en tres partes. De allí, las cuatro entregas.

1ª) ¿Es pecado hablar contra la democracia?

Existen nada menos que tres democracias.

a) La democracia de Pericles, es pecado hablar en contra.

b) La democracia de Platón, es libre hablar en pro o en contra.

c) La democracia de Rousseau, es pecado hablar en pro.

3ª) ¿Es cierto que el Doctor Eximio Francisco Suarez enseña lo mismo que Rousseau que la autoridad viene del pueblo”?

Ver Primera Entrega, Democracia de Pericles: AQUÍ

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La democracia de Platón, es libre hablar en pro o en contra.

La segunda democracia es la democracia de Platón, forma de gobierno no teórica sino histórica, que el megarense describió incisivamente en el § II del Libro III de la Política (545 c – 576 b).

Usted ha leído esas páginas inmortales y las ha encontrado llenas de terribles alusiones modernas. Usted ha leído, por ejemplo, aquella descripción profética de la guerra civil de España… Después de haber descrito el estado interno de un gobierno oligárquico, o sea una plutocracia, es decir, un Estado en que los intereses del dinero dan el tono y batuta, dice Sócrates: “Entonces, cuando la clase gobernante y los gobernados se encuentran juntos, sea en viaje o de otro modo, en una procesión o en una expedición, o cuando navegan o hacen la guerra, ¡ah!, no son los ricos entonces quienes desprecian a los pobres. Al contrario: cuando un pobre flaco y duro, quemado del sol, se encuentra puesto en medio del entrevero al lado de un rico crecido a la sombra y con grasa sobreabundante, cuando lo ve atorado, azotado y sin recursos, ¿no lo oyes tú decirse a sí mismo que tal raza de gente no debe sus riquezas sino a la cobardía de los pobres?; y cuando se encuentran entre ellos, ¿no se dicen los unos a los otros, “Los señoritos no cuentan; el día que queramos son nuestros?”.

Y así como basta a un cuerpo débil una pequeña infección de fuera para enfermar, tanto que a veces los morbos estallan sin causa externa alguna, así un Estado en una situación análoga, ¿no deviene a la menor ocasión la presa de esa peste que es la guerra intestina, mientras cada partido (derecha e izquierda) pide apoyos al exterior, los unos de un estado oligárquico, los otros de uno democrático; y a veces la discordia se desata fuera de toda injerencia extranjera?”

“—Ciertamente“ —responde Glauco, experto en la historia de las revoluciones griegas.

Platón describe luego a la democracia como un gobierno caracterizado por la laxitud de la autoridad, su división en muchas manos, la falta de obediencia en el súbdito y la omnímoda libertad de opinar, de hablar y de hacer lo que antojare.

La forma extrema de este régimen está en la definición de Otanés, en Herodoto, III, 80: “cuando se distribuyen por suerte los oficios públicos”.

Es claro que Otanés añade: “entre magistrados responsables”.

El viejo Aristóteles más tarde definirá la democracia por la nota distintiva de libertad. (Política VI, Capitulo II, 1317).

Ella abraza, según el Estagirita dos ideas:

“1ª) Mandar en parte y en parte ser mandado,

2ª) Vivir como uno quiere».

Un Estado así, dice Platón, es delicioso y divino… (“thespesía kai edéia”) por el momento…

Platón, hombre de temperamento espartano, opina que un régimen así es licito, pero es perfectísimo.

Según la formula recibida, «es el peor de los gobiernos lícitos y el mejor de los gobiernos ilícitos”; o sea está en el punto mismo del devenir de un gobierno en desgobierno, de una república en anarquía.

La descripción del Estado democrático y del hombre-tipo que lo representa está llena de fiera ironía aunque se parece no poco a las descripciones que hacen hoy día de la “dulce Francia” los argentinos con plata que viven en París, esos peligrosos amigos de Francia que usted y yo conocemos, ¡ay! demasiado.

Oigamos al maestro: “¿No es verdad que en primer lugar uno es libre en tal Estado y que por todo reina la libertad y el franco hablar y el espontaneo hacer? ¿No es verdad que cada uno puede hacer allí un género de vida original, siguiendo su propia fantasía? ¿Que se encuentran en su gobierno hombres de todas clases? Esta Constitución sí que parece la más bella de todas. Como una manta abigarrada, tornasolada de todos matices, este gobierno mosaico de toda clase de caracteres parece un modelo de beldad; y es muy posible que, semejante a las mujeres y los niños que se enamoran de los colorinches, no poca gente lo consideren efectivamente como el más bello….”

Glauco cree que es así.

Sócrates objeta contra esta omnímoda libertad la destrucción paulatina de la autoridad y a la larga de la misma saciedad: «Aquí sí que la vas a hallar, la Constitución. Porque, gracias al principio de libertad que lo regula, este Estado es una feria de constituciones, pero a elegir a troche y moche. Porque no ser obligado a mandar el que es capaz de mandar, y al revés poder aspirar al mando cuando se es del todo inepto; poder zafarme de obedecer cuando se me antoja, no hacer la guerra cuando los otros la hacen y no guardar la paz prometida, ¿todas estas prácticas no te parecen deliciosas por el momento? ¿Y la tranquilidad de ciertos reos, no es precioso? ¿No has visto en un Estado de esta laya ciertos hombres delictuosos paseándose en público tranquilamente, como resucitados, y todo el mundo haciendo la vista gorda?”.

Platón, por supuesto, alude a Atenas, no existía aún la Argentina.

¿Y qué me dices de esa indulgencia, de esa gentileza y anchor de espíritu, ese desprecio de las máximas tradiciones y de la necesidad de ser sometido desde la infancia a la disciplina dura de las cosas bellas, indispensable para poder, a menos de ser un genio, llegar a ser apto para regir a otros? ¿Y que baste llamarse a gritos amigo del pueblo” para llegar a los honores?”

«Es encantador» —responde Glauco.

“Esos son, pues, con otros parecidos, los cómodos de la democracia. Es, como ves, un gobierno encantador, caprichoso, pinturero, vario y ornamentoso, que dispensa una especie de igualdad tanto «a lo que es igual como a lo que es entre si desigual»“, concluye Sócrates con humorismo doloroso.

Si yo no amara a Francia como la amo, me tentaría ahora de fáciles aplicaciones, que abandono a Camila y a las revistas humorísticas italianas.

Pero lo que yo amo es una de las dos Francias en que está hoy día Francia virtualmente dividida, la que a pesar de las apariencias contrarias es la verdadera Francia, la más profunda y sustancial, la que nos revelará el porvenir cuando Dios quiera.

La otra es aquella Francia que nos pintan aquí embelesados los pasmarotes como Amado Nervo, que ese sí es un producto genuino de la democracia tropical sudamericana, no de la segunda sino de la tercera clase:

«Se escachan lejanas orquestas
que tienen no sé qué virtud.
El Bosque es un nido de fiestas
¡Oh mi juventud!

Islotes de azul claridad
cascada que en blando fluir
despeñan su diafanidad,
¡dicha de vivir!

Prestigio de flores de lis
perfume de labios en flor
¡París! ¡Oh París! ¡Oh París!
¡Infinito amor!”.

Esto no es de Platón, ¡ojo! Es del rastacuero Amado Nervo cuando ya era viejo. Supongo que no hay peligro de equivocación.

El viejo Aristóteles, más sobrio que su maestro el poeta y teólogo de Megara, y menos apasionado en contra, resumió así técnicamente la definición de la democracia:

“El fundamento del régimen democrático es, pues, la libertad; así, pues, suele decirse que sólo se goza de la libertad en las democracias.

Ahora bien, la nota esencial de la libertad es gobernar y ser gobernado sucesivamente.

Derecho democrático es ser todos iguales por cantidad, no por jerarquía.

Puesto este derecho, es necesario que haya muchos gobernantes, y también que lo que parece bien a los más, ese sea el ideal y eso sea lo justo. Porque dicen que cada ciudadano debe tener derecho igual.

De donde en las democracias tienen más fuerza los pobres que los ricos, porque son más en número.

Se debe sancionar lo que parece a los más.

Esta libertad es la primera de las notas de la democracia, que todos ponen en la definición de este régimen.

La segunda nota es vivir como cada uno quiere.

Esta nota se deriva de la libertad, pues dicen que es esclavitud vivir al arbitrio ajeno.

De aquí se sigue el no obedecer, a no ser mandado al mismo tiempo.

Esto puesto, se derivan las otras características, a saber:

1ª) Todos pueden llegar a magistrados.

2ª) Que todos manden a cada uno y cada uno a todos.

3ª) Que se elijan los gobernantes por suerte, a lo menos aquellos que no requieran pericia especial, como serían generales o almirantes.

4ª) Que no se elija a nadie por el hecho de tener plata.

5ª) Que nadie gobierne mucho tiempo, ni dos veces, excepto en el ejército.

6ª) Que todos puedan dar su opinión acerca de todo, de lo chico y de lo grande, sobre todo de la, cosa pública.

7ª) Que la asamblea del pueblo tenga la suma del poder o los poderes capitales.

8ª) Que a ningún hombre en particular se le confíe mucho poder.

9ª) Que se pague salario a todo gobernante…”

Así más o menos resume Aristóteles las características de este sistema de gobierno que pudo observar históricamente en aquel denso campo de experimentación política que fueron las griegas anfictionías.

Es un régimen para hombres que tienen tanta desconfianza a los otros hombres vivientes que dividen el poder político en partes infinitesimales y aun querrían no tener que soltarlo nunca de las manos—, traban una parte contra la otra, y prefieren hasta un régimen laxo y debilísimo en todo caso, de miedo a los abusos de un régimen fuerte.

Por otra parte, tienen una máxima confianza en la naturaleza humana, o sea en el hombre abstracto o multitudinario, puesto que creen que todos los hombres son capaces de gobernar cuando andan juntos, o cuando deponen tedas sus particularidades personales y conservan solamente la esencia de la naturaleza humana.

De esta forma de gobierno dije arriba que es lícito discutirla, hablar en pro y en contra.

Es cierto que hay pueblos, o puede haberlos, incapaces de ninguna otra. Es certísimo que hay estados de cosas o de ánimos que postulan y crean este régimen necesariamente.

Ahora eso sí, ninguno me puede imponer a mí como un dogma de fe revelado sea por el Progreso Indefinido, sea por nuestra Tradición Liberal, sea por nuestra Historia Ortodoxa, que yo desee que la Argentina sea eternamente uno de esos pueblos, incapaz de ser gobernado de otra forma.

Eso sería desear para mi patria un estado político rudimentario y una debilidad humana constitucional, que es todo lo contrario al Progreso Indefinido, en cuyo nombre se me querría imponer tal deseo.

De hecho, ahora no es uno de esos pueblos,

El gobierno actual de la Argentina no es esta democracia pura, sino una mezcla de las tres que existen, aunque según mi amigo Gerardo Pasman su distancia focal política se acorta rápidamente hacia ella.

Esta es la opinión pesimista de nuestro común amigo Gerardo, que se la da de gran observador político. Dios lo haga mal atalaya y errado aguaytador.