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La historia de Colón es desconocida aún por los mejores historiadores. El misterio de Colón sobre sus orígenes y el gran secreto, su verdadero móvil y el fin de su empresa no han sido, ni pudieron ser, conocidos sin trascender la pura historia que por sí sola no es capaz de desvelar el misterio. Su procedencia y sus conocimientos sobre cartografía y navegación, así como el fin último y verdadero motivo de su empresa, necesariamente ocultados por Colón para conseguir el fin deseado, no se han revelado hasta que se publicó el Libro de las Profecías, guardado en los archivos de las Indias. Aun así, los historiadores no han trascendido al plano religioso, exegético y profético, más allá de nuevas rutas comerciales, que no superan el carácter puramente económico, y la geografía de océanos y continentes, como de nuevas vías marítimas: «Dominado Colón por su antigua idea -escribe el recopilador de que fuera recuperado el Santo Sepulcro con las riquezas que vendrían de América, escribió este libro durante su permanencia en Granada desde diciembre de 1500, reuniendo en él los textos Sagrados que creyó conducentes a su propósito». (Enrique Balmes Arteaga, Las Órdenes de Caballería en el Nuevo Reino de Granada y en la época actual, ed. Academia Colombiana de Historia, p. 40).
“El manuscrito sale de la Cartuja de las Cuevas el 23 de marzo de 1502. Once días más tarde emprende Colón su cuarto viaje”. (Libro de las Profecías, ed. Alianza Editorial, Madrid 1992, p. XII).
“Se trata de un centón de pasajes de la Biblia y de los Padres de la Iglesia que hablan del fin del mundo y de la previa conversión de todos los pueblos a la fe”. (Ibídem, p. XIII).
El verdadero Colón es, aún hoy, desconocido, y su verdadera personalidad que ha sido desfigurada, es prácticamente inédita y es que se necesita ser más que un historiador para abarcar y calibrar la obra de Colón.
El ideal de Colón supera todo lo efímero de este mundo: bienes y riquezas, prestigio y honor, títulos y grandezas; trasciende todas esas glorias que no dejan de ser pasajeras.
Las medias verdades, si se absolutizan, son enteros errores tanto como la verdad de la parte asumida como la verdad del todo. Considerar la parte como si fuera el todo, es un gran error y una absurda mentira que mutila la verdad, por eso el axioma veritas ex integra causa, malum ex quocumque defectu; la verdad es el todo integral, el mal cualquier mutilación de ella. El error y el mal, como un defecto de la verdad y del bien, son una mutilación de la realidad.
Las verdades a medias no dejan de ser prejuicios que obstaculizan la captación íntegra de la realidad y sobre Colón ha habido muchos. Se ha pintado un Colón ambicioso de riquezas, poder, honor y prestigio, dispuesto a todo con tal de lograrlo, que habría buscado el camino más corto para el comercio de las especies, seda y demás mercancías provenientes de Oriente.
Un Colón que no supo de un nuevo continente y que siempre creyó que había llegado a las Indias, a Catay (China) o Cipango (Japón). O la otra incongruencia, por no decir estupidez, de pensar que confundió el reino del Gran kan chino, o las Indias, con los aborígenes de América, distintos en raza y cultura, que sería como confundir bayas con uvas, trigo con arroz o lo que sea que se les ocurra pues la imaginación da para todo, como loca por la casa, que decía Santa Teresa.
Hay que decir que Colón poseía y reunía los conocimientos marítimos y cartográficos de navegación de su época y, además, mapas no tan conocidos o secretos como el de Dieppe, de origen vikingo, como prueba Jacques de Mahieu; y el mapamundi de Enrique Martelo que Dalviez demuestra que tiene una coincidencia aplastante con la geografía de los ríos y montañas de América del Sur, incluida Tierra del Fuego, antes que todo fuera descubierto, oficialmente, por el mismo Colón.
Colón tenía también conocimiento de un nuevo mundo, de unas tierras desconocidas que Cicerón menciona en su libro, y que serán descubiertas o dadas a conocer por un nuevo gran descubridor; pero no lo podía revelar hasta que él mismo lo comprobara.
Y conocía las profecías tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento y, de modo especial, del único libro profético del Nuevo Testamento: el Apocalipsis de San Juan; incluidas las del Reino del Mesías en la tierra después de su Parusía, de ahí sus ansias de propagación de la Religión Católica a todo el mundo como imprescindible para la Segunda Venida de Cristo Rey y Mesías, en quien se consumarían todas las profecías aún no realizadas. Y, por lo tanto, la extinción y conversión del Islam, y la recuperación de Jerusalén.
Conocimientos todos ellos necesarios para el cumplimiento de las Sagradas Escrituras, la palabra por Dios revelada a través de un servidor designado por Dios, de ahí su nombre Cristóforo (Cristóbal), portador de Cristo, portador de la luz de Cristo, el Divino Mesías, y de su Reino Mesiánico.
Si aún hoy cuesta explicar, exponer, manifestar y decir estas cosas, cuánto más en la época de Colón, hace más de 500 años.
Mas aún, su ascendencia de judíos conversos, sus raíces familiares, en el ambiente religioso y teológico de la época, por una parte dificultaba su credibilidad, aun científica, pero por otra, le favorecía por el conocimiento privilegiado de los de su condición, que en todas partes del mundo poseían el conocimiento científico, literario, artístico, médico, geográfico y cartográfico
de la época, sin olvidar el conocimiento bíblico y profético aunque desfigurado y carnalizado, le daban una visión privilegiada.
Pruebas de lo afirmado:
1) Como prueba número 1 tenemos el Libro de las Profecías de Colón escrito para los Reyes Católicos, editado en 1992 en el Archivo de Indias, y que revela el motivo y finalidad de su empresa. En su dedicatoria dice: “Profecías acerca del asunto de la recuperación de la Ciudad Santa y del monte de Dios de Sión; y del descubrimiento y conversión de las islas de las Indias, y de todas las gentes y naciones, dedicado a los Reyes Hispanos Fernando e Isabel”. Con este encabezamiento Colón cifra la finalidad y los motivos por los cuales descubre un nuevo mundo llamado, después, América.
En primer lugar, las Profecías Mesiánicas tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento. En segundo lugar, la recuperación de Jerusalén en manos del Islam. En tercer lugar, el descubrimiento de tierras nuevas hasta ahora desconocidas. En cuarto lugar, la conversión de las gentes y naciones del orbe entero, donde se refleja y expresa el carácter misionero de Colón.
Todo esto, por sí solo, muestra el carácter profético, mesiánico y misionero que impulsa a Colón.
Su raigambre religiosa orientaba e impulsaba toda la ciencia necesaria que poseía para realizar su magna empresa al servicio de Cristo, como portador de Cristo, tal como se reconoce en la introducción del Libro: “Añádase, por último, a todo esto, que fue precisamente a partir de febrero de 1502 cuando Colón comenzó a firmar con el famoso Christo ferens, ‘el portador para Cristo’ o ‘para el Ungido, para el Mesías’. Pero, de qué fuera portador, lo deja el Almirante en la oscuridad”; pero deja la posibilidad de poderlo aclarar al decir, punto y seguido: “Quizás una lectura atenta de todos estos textos, a pesar de tratarse de una obra inconclusa, pueda arrojar más luz sobre la compleja mentalidad de Cristóbal Colón y sobre las intenciones que escondía”. (Libro de las Profecías, ed. Alianza Editorial, Madrid 1992, p. XX).
Sobre el nombre de Cristóbal, Enrique Balmes Arteaga también dice: “Creo oportuno citar las fuentes históricas de inevitable autenticidad, que aseveran tan grandioso propósito, albergado en el alma del Almirante, que interpretaba su nombre ‘Christo-Foro’, en el sentido religioso de el que lleva a Cristo”. (Las Órdenes de Caballería en el Nuevo Reino de Granada y en la época actual, ed. Academia Colombiana de Historia, p. 39).
Hay que decir que ese “quizás” que escribe el introductor al Libro de las Profecías, indica la reserva de alguien que no quiere comprometerse, pues hay que ser más que un simple historiador para abarcar la mentalidad del genio de Colón, que encierra varias y complejas ciencias como la de navegante, cartógrafo, cosmógrafo y exégeta profético-milenarista, de profunda fe al servicio de una empresa desconocida y fuera del común de la ciencia de su época.
2) La mentalidad apocalíptica, mesiánica y milenarista de Colón como hombre religioso y profundamente católico, aunque de ascendencia judía que no convenía que fuera conocida.
En la introducción del Libro de las Profecías, se dice: “Nos lo va a aclarar el mismo Colón en una carta a su regreso del tercer viaje (1500), dirigida a doña Juana de la Torre, ama del Príncipe don Juan: Del nuevo cielo y tierra que dezia Nuestro Señor por San Juan en el Apocalipsis, después de dicho por boca de Isaías, me hizo mensajero y amostró aquella parte”.
(Libro de las Profecías, ed. Alianza Editorial, Madrid 1992, p. XV).
“Hay que volver a la carta del Almirante a los Reyes. Adrede dejamos antes de lado la frase inicial: ‘La rasón que tengo de la restitución de la Santa Casa a la Santa Iglesia militante es la siguiente’. Este es el propósito de la carta: la conquista de Jerusalén. Si la era mesiánica ha empezado, o está a punto de iniciarse, es lógico que las ideas de Colón apunten hacia Jerusalén”. (Ibídem p. XVI).
“En el plan de las esperanzas mesiánicas de Israel, Jerusalén había de participar de todo el esplendor de los tiempos mesiánicos”. (Ibídem, p. XVI).
“Ya han sido hallados esos ‘nuevos cielos y nueva tierra’ que Isaías profetizó que precederían a la era mesiánica. Hay que mirar, entonces, hacia Jerusalén, cuya conquista parece haber obsesionado a Colón desde tiempo atrás. Así, en el diario del primer viaje: Y dize qu’ espera en Dios que, a la buelta que él entendía hazer de Castilla, avía de hallar un tonel de oro, que avían resgatado los que avía de dexar, y que avrían hallado la mina del oro y la espeçería, y aquello en tanta cantidad que los Reyes antes de tres años emprendiesen y adereçasen para ir a conquistar la Casa Sancta, ‘que así’, dize él, ‘protesté a Vuestras Altezas que toda la ganançia d’esta mi empresa se gastase en la conquista de Hierusalem, y Vuestras Altezas se rieron y dixeron que les plazia, y que sin esto tenían aquella gana’. Estas son palabras del Almirante. El 22 de febrero de 1498, al instituir el mayorazgo: Y porque al tiempo que yo me mobí para ir a descubrir las Indias, fui con intención de suplicar al Rey y a la Reina, Nuestros Señores, que de la renta que Sus Alteças de las Indias obiesen, que se determinasse de la gastar en la conquista de Jerusalem, y ansí se lo supliqué, y si lo hacen, sea en buen punto. Y, en fin, en la carta al Papa Alejandro VI, de febrero de 1502: Esta empresa se tomó con fin de gastar lo que d’ella se oviesse en presidio de la Casa Sancta a la Sancta Iglesia”. (Ibídem, p. XVII).
“Esta sería, entonces, la intención primera del Libro de las Profecías, que responde así a su título: autoridades, dichos, sentencias y profecías acerca del asunto de la recuperación de la Ciudad Santa y del monte de Dios de Sión. Cedámosle de nuevo los trastos a J. Gil. En toda esa visión mesiánica que hemos ido viendo era absolutamente necesaria la conquista de Jerusalén”. (Ibídem, p. XVIII).
Se explica así, pero sin decirlo abiertamente, el origen judío de Colón y de su mesianismo milenarista como auténtico católico, por lo que comenta el introductor: “El siempre cauto Colón, el hombre que logra mantener su vida en el más completo de los misterios, comete una indiscreción temeraria. Pero es que la escatología, que refleja los más íntimos sentimientos de la comunidad, es lo más difícil de asimilar de una religión; con mayor o menor facilidad se pueden entender conceptos básicos o imitar hábitos externos, pero echar por la borda todo lo que se ha sentido en la niñez, cortar por lo sano con todas las tradiciones seculares es punto menos que imposible, sobre todo en una cuestión en que la escatología cristiana y la escatología judía convergían, por irreductibles que fuesen sus respectivos puntos de vista. Atávicas creencias hacen desear a Colón que el templo sea reconstruido: la llamada del subconsciente es demasiado fuerte para que el almirante pueda vencerla. A esta luz la enfermiza manía de Colón por Jerusalén es totalmente comprensible”. (Ibídem, p. XIX).
Jacques de Mahieu también lo dice, aunque despectivamente, pues lo trata de marrano lo cual es falso, pues una cosa es ser de origen judío y convertirse sinceramente, y otra es ser un marrano como falso converso: “Colón era de raza judía y pertenecía a una familia marrana. Lo cual le valió, tan pronto como llego a España, el apoyo de innumerables judíos conversos: los obispos Hernando de Talavera y Diego de Deza, de la Corte de Isabel; el Escribano de Ración de la Corte de Aragón, Luis de Santángel, que financió la expedición; el Tesorero del Rey, Gabriel Sánchez, y sus cuatro hermanos; y muchos otros mas”. (La Geografía Secreta de América antes de Colón, p. 79).
Queda claro el por qué Colón guardaba silencio sobre su origen, datos personales y procedencia, puesto que todo esto complicaría más las cosas dadas las circunstancias de la época.
También las falsas acusaciones de ambición de riquezas y honores quedan descartadas si nos atenemos, además, a esto que el introductor dice: “Salta enseguida una aparente contradicción: por qué Colón, tan obsesionado por Jerusalén, no pone sus miras en Tierra Santa sino en las Indias. La explicación, aportada por el propio Almirante, es sencilla: él cree que la tierra a la que ha llegado es Tarsis. De Tarsis venían cada tres años los barcos cargados con todo tipo de riquezas que Salomón empleó para construir el templo. Para Colón, la historia podía repetirse: una vez redescubiertas esas minas, se podría reconstruir el templo. (…) El Mesías está al llegar, y los bajeles de las Indias, cargados de oro y plata, han de transportar los primeros a los judíos dispersos hasta Jerusalén, cuya reconstrucción por obra de Isabel y Fernando es inmediata”. (Libro de las Profecías, ed. Alianza Editorial, Madrid 1992, p. XIX).
En el diario de su primer viaje, Colón manifiesta: “Y dize qu’espera en Dios que, a la buelta que él entendía hazer de Castilla, avía de hallar un tonel de oro, que avrían resgatado los que avía de dexar, y que avrían hallado la mina del oro y la espeçería, y aquello en tanta cantidad que los Reyes antes de tres años emprendiesen y adereçasen para ir a conquistar la Casa Sancta, ‘que así’, dize él, ‘protesté a Vuestras Altezas que toda la ganançia d’esta mi empresa se gastase en la conquista de Hierusalem, y Vuestras Altezas se rieron y dieron que les plazía, y que sin esto tenían aquella gana’ ”. (Ibídem, p. XVII).
Colón encarna el mesianismo de las profecías del Antiguo Testamento recibidas en la niñez que, como ferviente católico, compagina con el Reino Mesiánico del Milenarismo Patrístico.
3) El motivo de sus viajes lo cuenta Colón en una carta dirigida al Papa Alejandro VI: “Hay un aspecto de singular importancia en la vida extraordinaria de Cristóbal Colón, que no ha sido debidamente estudiado, Me refiero a su proyecto de la recuperación del Santo Sepulcro de Jerusalén, mediante el empleo del oro encontrado en las Indias. (…) Pero una de las cartas más reveladoras al respecto fue la dirigida por Colón al Papa Alejandro VI, en febrero de 1502. Después de manifestar su deseo de ver a su Santidad y de explicar que sus viajes fueron hechos en nombre de la Santa Trinidad y a su gloria y en honor de la religión Cristiana le suplica el envío en su nuevo viaje de más religiosos para predicar el evangelio, y continúa de este modo: ‘Esta empresa se tomó con el fin de gastar lo que della se hobiese para rescatar la Casa Santa a la Santa Iglesia. Después que fui en ella y visto tierra, escribí al Rey, y a la Reina, mis señores, que dende siete años yo le pagaria cincuenta mil hombres de pie y cinco mil de caballo en la conquista della y dende cinco años otros cinco mil de caballo e cincuenta mil de pie, que serían diez mil de caballo e cien mil de pie para esto’. Sigue diciendo que con ayuda del Señor el podría dar este año a Sus Altezas 120 quintales de oro y certeza de que sería ansi de otro tanto al término de los cinco años’ ”. (Enrique Balmes Arteaga, Las Órdenes de Caballería en el Nuevo Reino de Granada y en la época actual, ed. Academia Colombiana de Historia, p. 39-41-42).
Esta sería la ambición por las riquezas y el oro que la mayoría de los historiadores no vio ni ven aún hoy.
4) Colón en su testamento dice: “…diere para ir con el Rey Nuestro Señor, si fuere a Jerusalén a le conquistar, o ir solo con el más poder que tuviere; que placerá Nuestro Señor que si esta intención tiene o tuviere, que le dará Él tal aderezo, que lo podrá hacer y lo haga; y si no tuviere para conquistar todo, le darán a lo menos para parte de ello (…) Mando al dicho D. Diego o a quien poseyere el dicho mayorazgo, que si en la Iglesia de Dios, por nuestros pecados, naciere alguna cisma o que por tiranía, alguna persona, de cualquier grado o estado que sea o fuere, le quisiera desposeer de su honra o bienes, que, so la pena sobredicha, se ponga a los pies del Santo Padre, salvo si fuere herético (lo que Dios no quiera), la persona o personas se pongan o determinen por obra de servir con toda su fuerza y renta y hacienda y en querer librar el dicho cisma y defender que no sea despojada la Iglesia de su honra y bienes”.
Se lee también en otro escrito que hace mención del Testamento de Colón: “Las naves llevaban la cruz pintada en sus velas, no casualmente, sino porque en sustancia eran naves ‘evangélicas’, capaces de anunciar una buena nueva. (…) Así no puede extrañar que cuando el 22 de febrero de 1498 redactó el Almirante su primer testamento, estuviera como poniendo el punto y aparte al capítulo más luminoso de su curva coyuntural: el momento en el que Colón ve a punto de cumplirse todo, con el mayor optimismo. Con toda fe y decisión va a iniciar su tercer viaje en el que llegaría –nótese bien– a la tierra de Gracia, cuando ya se le han confirmado y ampliado sus privilegios y tiene la confianza de que las rentas que podría obtener serían tan cuantiosas como nunca las tuvo persona alguna. Por eso se permite instituir entonces su mayorazgo colosalista, ordenando a su sucesor primogénito la realización con tales rentas de la reconquista de Jerusalén, lo que había quedado pendiente a la cristiandad en la Edad Media.
Y no se contentaba con señalar misión de futuro tan colosal, pues encomendaba también a su heredero que tuviera dispuestas las rentas obtenidas, contemplando sin duda las predicciones del Apocalipsis, en la defensa de la Iglesia contra cualquier cisma, por lo que había de ponerse ‘a los pies del Santo Padre, salvo si fuese herético (lo que Dios no quiera)’. Se siente también como un iso-apóstolo, tanto como pudo ser un San Pablo, que apenas vería a Jesús desde lejos, antes del Calvario, pues imponía a su hijo primogénito a la evangelización de las Indias estableciendo en La Española maestros en Teología, como si él fuera mandatario de una misión evangélica. Por eso la carta que luego escribió a los Reyes pidiéndoles que no desmayaran en dar continuidad a la empresa es como un llamamiento a la persistencia, retando al futuro”.
(Boletín del Ilustre Colegio Oficial de Doctores y Licenciados en Filosofía y Letras y en Ciencias del Distrito Universitario de Madrid, junio 1992, nº 36, p. 11).
La ambición y la avaricia que atribuyen a Colón, quedan por tierra y sin fundamento ninguno ante tan nobles y transcendentales propósitos que él albergaba religiosa y místicamente, al servicio de la recuperación de Jerusalén, la conversión de todos los hombres y el advenimiento del Reino Mesiánico en la tierra.
También se desploman las teorías falsas y erróneas sobre su deseo de buscar una nueva ruta para el importante comercio de las especies, que no pasan del interés económico y comercial. Se trata de descubrir nuevas tierras y de evangelizar y convertir, y no de un afán meramente económico y mercantilista.
5) Los conocimientos que Colón reunía como marino experimentado y cartógrafo, lo hacían una de las personas más indicadas (sino el único en su época) capaz de realizar semejante hazaña en una empresa transcendental en la historia para la ciencia y para la Iglesia. Aunque de origen judío, era un converso sincero y no un marrano; queda claro.
Colón es un buen cartógrafo, tal como reconoce Jacques de Mahieu que, a pesar de su óptica afrancesada y su mentalidad racista filoalemana, tiene datos muy ciertos e interesantes que dan luz al enigma del descubrimiento de Colón y a las incógnitas no resueltas hasta hoy.
“El almirante era demasiado buen cosmógrafo”. (La Geografía Secreta de América antes de Colón, p. 86).
“En 1482, Colón volvió a instalarse en Lisboa y retomó su oficio de cartógrafo”. (Ibídem, p. 86).
Y era, además, un gran marinero:
“En Lisboa, Colón se ganaba la vida diseñando mapas, pero también navegaba”. (Ibídem, p. 80).
“El Almirante, no sólo había viajado mucho, sino que tenía profundos conocimientos en el campo de las ciencias náuticas”. (Ibídem, p. 81).
El mapa de Dieppe (Normandía-Francia) poco conocido, tiene un papel importante en su tiempo, y el cual conocía Colón:
“Todo empieza hacia 1250, cuando un barco enviado por los vikingos establecidos en Sudamérica desde el siglo XI, recala en Normandía, probablemente en Dieppe. Del viaje, tenemos pruebas sólidas: existen aún, en Tiahuanacu, esculturas preincaicas que reproducen motivos del portón central de la catedral de Amiens, terminado en 1236; las tradiciones indigenas nos relatan la llegada al Guayrá, en la misma época, de un sacerdote católico, el P. Gnupa, y los normandos empiezan a importar rollos de palo brasil que sólo podían encontrar en las selvas amazónicas o en las Antillas. Optimos navegantes, los daneses de Sudamérica que habían explorado, lo sabemos, todas las costas del subcontinente, sin ninguna duda habían llevado con sigo, al lanzarse en el Océano, todos los mapas que habían elaborado. Estos se copiaron en Dieppe. Los descendientes de los vikingos no tenían razón alguna de esconderlos a sus huéspedes y primos. Los dieppenses, que empiezan en seguida a utilizarlos, tienen, por el contrario, el mayor interés en conservar el monopolio de la importación de uno de los productos más cotizados de la Edad Media, luego a guardar el secreto de las tierras occidentales donde se lo procuran”. (Ibídem, p. 169-170).
“Ya se conocía en Europa, por la Historia eclesiástica de Adán de Brema, la existencia de las colonias vikingas de Vinland. Pero no se debía de darles mucha más importancia que a la isla de San Brandán o a las tierras de Madoc”. (Ibídem, p. 170).
“Las expediciones al Amazonas son presentadas como viajes de rutina en las costas del Africa y se hace jurar a los marinos que en ellas participan, callar su verdadero destino: pero el brasil que entra por los puertos normandos llama la atención, especialmente en las ciudades italianas que tenían, hasta entonces, el monopolio de su comercio”. (Ibídem, p. 170-171).
“Portugal, que ha dado asilo a buena parte de la flota templaria, se convierte en una potencia. marítima. El infante Enrique el Navegante elabora el proyecto de procurarse las especias sin pasar por los árabes y los italianos”. (Ibídem, p. 171).
“Portugal tiene a sus espías que informan a Lisboa que los barcos dieppenses descienden efectivamente a lo largo de las costas del Africa hasta el Ecuador, pero se lanzan después en el Atlántico y alcanzan una gran isla donde recogen la preciosa madera. Es probable, inclusive, lo veremos, que obtengan alguna copia más o menos exacta del mapa vikingo de la América del Sur. El contenido de sus informes no es muy verosímil y los portugueses creen que se trata de «intoxicación», como se dice hoy día en los servicios de informaciones. Aún no piensan sino en la ruta de las Indias por el Cabo de Buena Esperanza que sus navíos no van a demorar mucho en pasar. Se deposita el material dieppense en la Tesoureria -¿quién sabe?- y nadie piensa más en él”. (Ibídem, p. 171).
“Por el contrario, no hay ninguna duda en lo que atañe al mapa diseñado, en 1489, por Henricus Martellus: en él, la Tierra de Cattigara se convierte en una enorme península cuya forma general mucho se acerca a la de Sudamérica, Tierra del Fuego incluida. Pero alguien se había adelantado al geógrafo alemán: en el archivo secreto de Lisboa, Colón no se había limitado a copiar la carta de Toscanelli. Había visto el mapa de Dieppe, o tal vez algún mapamundi diseñado por Martin Behaim sobre la base del mapa en cuestión. De ahí su viaje a Thule, destinado a confirmar los datos así recogidos. De ahí también su certeza de que el Nuevo Mundo se confundía con la Tierra de Cattigara y estaba situado donde se encuentra realmente. Es asimismo en la Tesouraria de Lisboa que Magallanes, unos años más tarde, hurta el mapa, atribuido por Pigafetta a Behaim, en el cual figura el estrecho meridional de América”. (Ibídem, p. 173).
“Todo está claro, ahora. Los dieppenses eran depositarios, desde el siglo XIII, del secreto de América, que habían recibido de sus primos vikingos. El mapa que diseñaron sobre la base de datos que provenían de los daneses de Tiahuanacu y de los noruegos de Islandia no había escapado del espionaje portugués. En Lisboa, Colón y, luego, Magallanes hurtaron copias parciales que no podían, por supuesto, exhibir en Portugal”. (Ibídem, p. 178).
“No creo apenas necesario recordar aquí lo que he demostrado exhaustivamente en otro lugar, esto es, que los datos geográficos que permitieron trazar el mapa de Dieppe no podian proceder ni de los normandos ni, añadiré ahora, de los templarios. Unos y otros se limitaron a navegar hacia los puertos y, todo lo más, a lo largo se las costas americanas. Ahora bien, el mapa en cuestión muestra el contorno completo del subcontinente, además del curso de todos sus grandes ríos y la posición de sus principales cadenas montañosas, como ha descubierto Paul Gallez en un planisferio de Enrico Martelo, que data de 1489. Tal trazado sólo podía ser obra de marinos en posesión de profundos conocimientos geográficos y asentados desde hacía mucho tiempo en la zona”. (Colón llegó después, ed. Martínez Roca, Barcelona 1988, p. 152- 153).
“La base más sólida del Temple, después de la de Francia -incluida Normandía, que, aunque en el siglo XIII permanecía aún unida a Inglaterra, formaba parte de Francia-, estaba constituida por Portugal. La Orden se había instalado allí incluso antes de su fundación oficial. En 1126, la princesa Teresa, hija natural de Alfonso VI de Castilla, que había aportado como dote a su marido, Luis de Borgoña, lo que no había sido hasta entonces más que un condado, para colmo ocupado en gran parte por los moros, y cuyo hijo se convertiría en el primer rey de Portugal, hizo donación de un castillo a Hugues de Payns”. (Ibídem, p. 153).
“El hecho es que los templarios distraen una parte de sus fuerzas en favor del futuro reino, que contribuyen poderosamente a liberar”. (Ibídem, p. 153).
“En Portugal, como en todas partes, el Temple es soberano. Sin embargo, su influencia es mucho más intensa que en otras provincias”. (Ibídem, p. 153).
“Los reyes borgoñeses de Lisboa, por el contrario, no sólo le deben en gran parte la reconquista de su territorio y su rota entronización, sino que dependen de él desde el punto de vista militar, a causa de la amenaza musulmana, siempre latente”. (Ibídem, p. 154).
“Digamos que los templarios pueden contar con el rey del mismo modo que el rey puede contar con los templarios. No obstante, no se trata de una alianza en pie de igualdad. Hasta 1307 es la Orden la que, a pesar de las apariencias, manipula la monarquía. Después, es la monarquía la que hace de la Orden su instrumento”. (Ibídem, p. 154).
“Cuando Felipe el Hermoso toma sus medidas contra el Temple, y Clemente V decreta su ‘disolución provisional’, los demás soberanos aceptan la resolución, la mayoría de ellos de muy buena gana, puesto que sufren a su pesar, lo mismo que el rey de Francia, la invasión de sus Estados por una potencia que escapa a su autoridad. Sólo uno constituye la excepción, el rey de Portugal, Dionisio. ¿Por agradecimiento? Esa es una virtud muy poco corriente en política. Mucho más probablemente, el rey calcula que, al quedar privados los templarios de su estatuto y, por consiguiente, de su soberanía, dejarán de representar para él ningún peligro y, al contrario. le será factible servirse de ellos. Podría apoderarse de sus riquezas. Pero quizá prefiere beneficiarse de su secreto”. (Ibídem, p. 154).
“El caso es que Dionisio no sólo no toma ninguna medida contra el Temple, sino que acoge a los hermanos fugitivos que consiguen llegar a sus Estados. La flota templaria del Mediterráneo se refugia en el puerto de Serra del Rei. Durante trece años, el priorazgo de Portugal se mantiene como si no hubiese ocurrido nada. Después, en 1320, el rey funda la Orden de Cristo, que lo absorbe. Nada ha cambiado en apariencia: la misma regla, la misma organización, los mismos hombres, los mismos bienes. Salvo un detalle. El gran maestre deja de ser elegido por los caballeros para ser nombrado por el soberano. El nuevo Temple es el heredero del antiguo pero pierde su autonomía. Ha pasado a ser una Orden nacional”. (Ibídem, p. 154).
Sobre la modificación que se hizo del Tratado de Tordesillas marcando la demarcación entre España y Portugal en favor de este último, tenemos la siguiente explicación:
“Se inician entonces unas negociaciones que desembocan, en junio de 1494, en el Tratado de Tordesillas. La línea de demarcación se desplaza a trescientas cincuenta leguas al oeste de Cabo Verde. ¿Cuál es la diferencia? Simplemente Brasil, cuya enorme punta oriental se incorpora así al dominio portugués. Ahora bien, en 1494 nadie ha reconocido aún oficialmente las costas del subcontinente austral, y Colón no ha alcanzado siquiera la Tierra Firme. Algo debió de ocurrir en Lisboa para que se cambiase tan pronto de actitud. Evidentemente, se ha consultado un mapa del ‘nuevo mundo’, un mapa que los españoles no poseen, ya que, sin darse cuenta, ceden a su competidor la mitad de las tierras que el soberano pontífice acaba de atribuirles en América del Sur”. (Ibídem, p. 156).
“Ese mapa existe efectivamente, como he demostrado en una obra anterior. Es el que Colón había consultado clandestinamente unos años antes en la Tesouraria, donde el rey de Portugal conservaba sus archivos secretos. Es también el que, unos años más tarde, copiará Magallanes antes de ir a ofrecer sus servicios a Carlos V. Y el que Renato II, duque de Lorena, hará publicar en 1507 por el Gimnasio vosguiano. Un mapa que sitúa exactamente el continente ‘desconocido’ y que incluye, además del Vinland, al que se reduce América del Norte, el trazado completo de América del Sur, con el estrecho. Permite a Colón afirmar, en contra de los datos más sólidamente establecidos por los geógrafos, que la tierra del Gran Kan, es decir, el Asia oriental, está mucho más cerca de Europa de lo que se cree y que ocupa un emplazamiento que es en realidad, aunque se guarda mucho de decirlo, el del ‘nuevo mundo’. Da también a Magallanes un argumento luego decisivo para convencer al emperador y a sus ministros, a los cuales muestra el estrecho que se propone alcanzar, un estrecho sobre el que, al decir de Pigafetta, diplomático pontifical que le acompaña en su viaje, conoce no solamente su latitud aproximada, sino también los menores detalles topográficos”. (Ibídem, p. 156-157). Hay que hacer notar que aquí el autor dice consultar y no robar, como afirma en otra cita, por lo cual él mismo se refuta contradiciéndose.
“El mapa de Dieppe acaba por pasar a manos del rey. Sin embargo, es ya demasiado tarde para utilizarlo. Los proveedores de metales preciosos han desaparecido de las costas americanas. Sin duda, las expediciones emprendidas de vez en cuando confirman que la situación no ha variado. A falta de la plata, las especias constituyen la más deseable de las fuentes de riqueza. Pero sólo en Oriente puede uno procurárselas. Los barcos portugueses toman, por lo tanto, la ruta de las Indias. Inútil por el momento, el mapa de Dieppe va a parar a la Tesouraria, donde el rey guarda sus archivos secretos. Allí conseguirán robarlo, uno tras otro, Colón y Magallanes”. (Ibídem, p. 158). Aquí hay que aclarar que Magallanes no roba nada pues cómo va a robar lo que ya supuestamente, según el autor, había robado Colón; es imposible. Tampoco Colón robó nada porque entonces, ¿qué fue lo que vio Magallanes? Aquí se ve mala voluntad y la estupidez de Jacques de Mahieu. Entonces queda más que claro que lo que hicieron Colón y Magallanes fue copiarlo y no robarlo, que es muy distinto; lo cual era muy legítimo pues la ciencia y el saber son patrimonio de la cultura universal. El mismo Jacques de Mahieu dice contradiciéndose: “El futuro Gran Almiarante copió la carta en una página blanca de uno de sus libros, L´Historia Rerum Ubique Gestarum del Papa Pío II, y tomó
los apuntes necesarios para poder reproducir el mapa”. (Ibídem, p. 86-87).
“Los vikingos de Tiahuanaco no tienen ningún motivo para disimular a sus parientes sus conocimientos acerca de América del Sur. Al contrario, seguramente se jactan de ellos. Dejan que los habitantes de Dieppe copien el mapa que han trazado gracias a ciento cincuenta. años de navegación a lo largo de las costas del subcontinente y de exploración del territorio que ocupan al oeste de los Andes y que controlan, al norte y al este, desde el Orinoco al río de la Plata; un mapa que no tardará en ser ampliado -gracias a las informaciones recibidas de los escandinavos, con los cuales Normandía mantiene estrechos contactos- con el contorno del Vinland, es decir, las tierras colonizadas o reconocidas en América del Norte por los vikingos noruegos”. (Ibídem, p. 159).
“De acuerdo con la costumbre de la época, los habitantes de Dieppe guardan cuidadosamente un secreto del que esperan, no sin razón, sacar más tarde ventajas comerciales. Pero no son los únicos en conocerlo. El Temple es todopoderoso en la región, más aún que en otras partes”. (Ibídem, p. 159).
“El Temple se pone, pues, en contacto con los vikingos americanos y negocia un acuerdo. Pronto los navíos de la Orden ponen rumbo a América, donde sus técnicos organizan, por una parte, la explotación de los yacimientos de la sierra de la Plata y, por otra parte, trazan los planos a la nueva Tiahuanaco, que empieza a construir rápidamente gracias a la mano de obra indígena, a la que forman. El metal no tarda en afluir al puerto de La Rochelle, dedicado en especial a la navegación transatlántica. Con ello, los recursos del Temple se multiplican extraordinariamente,
y los utiliza para financiar la construcción de las catedrales góticas”. (Ibídem, p. 160).
“El secretum Templi del que dan testimonio los sellos descubiertos recientemente, comprendido el que nos muestra un amerindio característico, oculta una operación tan importante que justifica la creación de una jerarquía, la cual, al menos en su propio dominio, está por encima de la otra, aquella de la que el gran maestre constituye la cabeza”. (Ibídem, p. 160).
“Sin embargo, los vikingos, que son paganos, no permiten que los templarios se establezcan en su imperio. Sólo al precio de las mayores dificultades y, por último, de su propia vida, un capellán de la Orden, al que los guaraníes llaman Pa’i Zumé, y los daneses, en su lengua, Thul Gupa, el padre Gnupa, consigue penetrar en América del Sur hacia 1250 y evangelizar superficialmente sus poblaciones. A él se debe la construcción en Tiahuanaco de una iglesia románica, no terminada aún hacia 1290, cuando la capital vikinga cayó en poder de los araucanos sublevados, y la introducción de motivos esculturales procedentes de la catedral de Amiens”. (Ibídem, p. 160).
“Una vez desaparecido el reino franco de Jerusalén, cuando los soberanos de Occidente empiezan a mostrar su inquietud ante el poderío de la Orden y del papa, ante una heterodoxia teológica que proviene de un contacto demasiado estrecho con los judíos y los musulmanes, el Temple piensa en asegurarse al otro lado del océano una base de repliegue y en constituir un Estado soberano que le permita evitar toda coacción. Envía entonces un barco a América central, donde los miembros de la tripulación son acogidos con entusiasmo por los indigenas, que esperan desde hace tres siglos el retorno de Quetzalcóatl”. (Ibídem, p. 160).
“El Temple se establece, pues, en México, a las orillas del lago de Chalco. Unos años más tarde, en 1307, la escuadra de La Rochelle desembarca en Pánuco no sólo los archivos de la Orden, sino también un fuerte contingente de caballeros, con sus capellanes, sus sargentos y sus conversos”. (Ibídem, p. 159-160).
“Así reforzada, la comunidad impone su autoridad a toda la región de Chalco. a la que transporta, mutaris mutandi, las instituciones feudales de Europa. No puede hacerlo de otro modo que adaptándose a las creencias y las costumbres locales, a lo que le empuja, además, su vocación sincretista. Pero, a partir de 1307, se corta todo contacto con el Antiguo Continente. Los templarios, que son célibes, mueren unos tras otros sin dejar descendencia, a excepción sin duda de algunos bastardos mestizos”. (Ibídem, p. 160).
“Es un hecho que el mapa de Dieppe, ahora inútil, puesto que las minas de plata de América de Sur han sido abandonadas por los vikingos, se encuentra en el siglo XI en el Tesoro del rey, en Lisboa. Colón copia sus datos y se sirve de ellos para obtener de Isabel de Castilla la autorización de ir a ‘descubrir’ una tierra que hace pasar por el reino del Gran Kan, cuando sabe muy bien que se trata de un continente que todo el mundo visita desde hace siglos. Unos años más tarde, Magallanes roba a su vez el secreto y lo utiliza para convencer a Carlos V de que le permita ‘descubrir’ el paso del Sur, que los vikingos conocían perfectamente y que figura ya en el globo construido en 1515 por Johannes Schönner, copia exacta del mapa de Dieppe, probablemente entregado por el rey de Francia y que el duque de Lorena ha hecho publicar ocho años antes, sin el estrecho”. (Ibídem, p. 162).
Con todos estos datos y conocimientos, Colón, inspirado por su ideal religioso y espíritu de fe y de esperanza apocalíptico-milenarista-patrística, se lanza a su magna empresa conquistadora y misionera de evangelización (que la reina Isabel la Católica captó), para que el Reino Mesiánico de Cristo Rey venga, como se pide en cada Padrenuestro: Venga tu Reino (adveniat regnum tuum), y se haga un solo rebaño bajo un solo Pastor, realizándose así la Gran Promesa apocalíptico-milenarista-patrística que permea todas las Escrituras.
Luego, un Colón frio, calculador, ambicioso, sin escrúpulos, como afirman J.J. Benítez y tantos otros, no tiene ningún fundamento y no es más que el atrevimiento que proporciona la ignorancia.
El mapa de Enrique Martelo, 1489 (Henricus Martellus, nombre latinizado de Heinrich Hammer) trae el contorno de América del Sur con la red fluvial de los ríos más importantes: rio Magdalena, río Orinoco, río Amazonas, río Paraná, rio Uruguay, Río de la Plata, río Colorado, río Negro, río Grande; y los cabos más relevantes: San Roque, cabo Frío (en Brasil), Península de Valdés, cabo Tres Puntos cabo Francisco de Paula (en la Argentina) y hasta el lago Titicaca (Perú-Bolivia), sin olvidar Tierra del Fuego por si fuera poco; tal como Paul Galles expone en su obra La Cola del Dragón (de China) pues América del Sur estaba adosada a China como una prolongación. El Pacífico que conocemos hoy, era denominado el Sinus Magnus, Golfo (cavidad) Grande, o Sinarum Sinus (Golfo de los Chinos), y sobre su origen dice Jacques de Mahieu: “En el mapa de Ptolomeo, al sur del Satyrorum Promontorium, se abre un golfo que, en realidad, no existe y que el geógrafo -o su traductor- llama Sinarum Sinus, Golfo de los Chinos. A la misma altura, pero en el interior de las tierras, figura una ciudad (‘metrópoli’, dice Ptolomeo) que lleva el nombre de Thinae. A menudo se dijo que se trataba de la capital de China, no sin agregar que su nombre provenía de la dinastía Tzin. Se llegó hasta a sostener que Ptolomeo se había equivocado lisa y llanamente, orientando hacia el sur, en lugar del norte, la costa china, lo cual constituye un doble disparate: nunca hubo la menor dificultad para medir la latitud, y la toponimia hindú excluye toda confusión. Por otro lado, el nombre de Thinae -a veces Thina o Cina-, aplicado a una ciudad de China o al país todo, era conocido en el Occidente (Eratóstenes) y en el Oriente (Kantilya, 300 a. J. C.) mucho antes de la época de la dinastía Tzin (225 a 206. a. J. C.). La hipótesis más probable, e Ibarra Grasso la insinúa, es que Thinae o Sinae (los chinos, en latín) venga de Sinus y signifique ‘los habitantes del Golfo’. Thina y sus variantes Cina y Sina serían entonces ‘el país de los habitantes del Golfo’”. (La Geografía Secreta de América antes de Colón, p. 20-21).
Colón, como versado cartógrafo y navegante, conocía los mapas más relevantes hasta entonces existentes y entre ellos el de Enrique Martelo, que apareció 3 años antes de su primer viaje, además de conocer el mapa de Dieppe entre muchos otros, pero con la gran diferencia de que los sabía interpretar dimensionando una realidad del resto, que tanto navegantes como cartógrafos y sabios no tenían claro ni sabían dilucidar. Y aquí está el gran
detalle de la genialidad de Cristóbal Colón, porque si bien otros llegaron antes, vikingos y templarios y hasta San Brandon, entre otros, ninguno conceptualizó que eran tierras nuevas y, en realidad, un nuevo continente, a pesar de que algunos afirman ignorantemente, que Colón murió sin saber de la existencia del nuevo mundo creyendo que llegó a las Indias o a la China sin darse cuenta de que sus habitantes, cultura y geografía eran totalmente distintos. Es más, Colón por eso escribe en el Libro de las Profecías a los Reyes Católicos, haciendo acopio de las Escrituras y profecías que anunciaban esto como, por ejemplo, la de Séneca: “Séneca, en el VII de la tragedia Medea, en el coro ‘Audaz en demasía’. Venient annis secula seris, quibus Oceanus vincula rerum laxet, et ingens pateat tellus Tiphisque novos detegat orbes, nec sit terris ultima Tille. Vernán los tardos años del mundo ciertos tiempos en los cuales el mar Océano afloxerá los atamentos de las cosas, y se abrirá una grande tierra, y um nuebo marinero como aquel que fue guía de Jasón, que obe nombre Tiphi, descobrirá nuebo mundo, y estonçes non será la isla Tille la postrera de las tierras”. (Libro de las Profecías, ed. Alianza Editorial, Madrid 1992, p. 104).
Que Colón murió sin saber que no había llegado a la India (América) es otro de los crasos errores de los eruditos miopes que abundan como moscas. Como prueba el siguiente texto: “En 1498, durante su tercer viaje, Colón se da cuenta de que los lugares por los que navega son algo diferente: ‘…que Vuestras Altezas tienen acá otro mundo…’, les dice a los Reyes en relación a dicho viaje”. (Libro de las Profecías, ed. Alianza Editorial, Madrid 1992, p. XV). Luego, por lo menos, lo supo en el tercer viaje, si no es que ya lo sabía y lo confirmó con el primero de sus viajes.
6) Vamos a citar algunos de los textos que no dejarán duda del espíritu profético-milenarista de Colón:
Salmo 21: “Recapacitarán y se convertirán al Señor los confines enteros de la tierra; y en su presencia se postrarán las familias enteras de las gentes; porque el reino es del Señor y él dominará a las gentes”. (Ibídem, p. 19).
Salmo 46: “Gentes todas: aplaudid, lanzad gritos de alegría en honor de Dios: porque el Señor es excelso, terrible, el gran rey sobre toda la tierra. Nos sometió a los pueblos y puso a las gentes bajo nuestros pies, etc. Dios reinó sobre las gentes”. (Ibídem, p. 20).
Salmo 47: “El Señor es grande y de sobra digno de alabanza en la ciudad de nuestro Dios, en su monte santo. En la alegría de toda la tierra se fundamenta el monte Sión, los extremos del aquilón, la ciudad del gran rey, etc. Tal como lo oímos lo vimos en la ciudad del Señor de las virtudes, en la ciudad de nuestro Dios, etc. Como tu nombre, Dios, así también tu alabanza hasta los confines de la tierra”. (Ibídem, p. 20).
Salmo 56: “Te proclamaré entre los pueblos, Señor, y entonaré salmos en tu honor; porque hasta los cielos ha sido exaltada tu misericordia y hasta las nubes tu verdad. Levántate sobre los cielos, Dios, y tu gloria, sobre toda la tierra”. (Ibídem, p. 21).
Salmo 58: “Y sabrán que el Dios de Jacob dominará incluso los confines de la tierra”. (Ibídem, p. 21).
Salmo 64: “A ti, Dios, se te debe un himno en Sión, y contigo se cumplirán las promesas en Jerusalén. Escucha mi oración; a tu presencia acudirá toda la humanidad, etc. Bienaventurado aquel que elegiste y llevaste contigo: habitará en tus atrios. Nos saciaremos con los bienes de tu casa; santo es tu templo, admirable en su equidad. Escúchanos, Dios Nuestro benéfico, esperanza de todos los confines de la tierra, y en la lejanía del mar”. (Ibídem, p. 21).
Salmo 71: “Los reyes de Tarsis y las islas harán ofrendas; los reyes de los árabes y de Saba traerán regalos; y lo adorarán todos los reyes; todas las gentes le servirán, etc. Sea bendito su nombre por los siglos, etc. Todas las gentes lo exaltarán, etc. Y toda la tierra se llenará de su majestad, etc”. (Ibídem, p. 22-23).
Salmo 75: “Conocido es Dios en Judea, grande es su nombre en Israel. Su sitio se ha fijado en la paz y su residencia en Sión, etc”. (Ibídem, p. 23).
Salmo 92: “El Señor reinó, se revistió de belleza; el Señor se revistió de fortaleza y se armó, etc. Tus testimonios se hicieron completamente creíbles; conviene a tu casa la santidad, Señor, durante largos días”. (Ibídem, p. 24-25).
Salmo 95: “Tiemble ante tu faz la tierra entera; decid entre las gentes que el Señor reinó; y el resto en su totalidad”. (Ibídem, p. 25).
Salmo 137: “Que te proclamen, Señor, todos los reyes de la tierra, porque oyeron todas las palabras de tu boca”. (Ibídem, p. 29).
Salmo 144: “Dirán la gloria de tu reino, y contarán tu poder; para que hagan saber a los hijos de los hombres tu poder, y la gloria de la magnificencia de tu reino. Tu reino es reino de todos los siglos, y tu poderío en toda generación y generación”. (Ibídem, p. 29).
Para que estas citas del Colón no nos asombren, hay que tener en cuenta lo que se dice en la introducción al Libro de las Profecías: “No es raro que Colón recurriera a la Biblia para justificar o explicar su descubrimiento, porque era el único libro que podía hacerlo. El hombre temeroso de Dios, y Colón lo es en grado sumo, da una explicación transcendente no sólo al devenir cotidiano de su vida personal, a sus pequeñas amarguras y alegrías, sino a los grandes acontecimientos que sacuden la conciencia de sus contemporáneos. De ahí que para comprender al Almirante, protagonista él mismo de sucesos capitales, sea preciso conocer como requisito previo sus más íntimos sentimientos religiosos”. (Ibídem, p. XIV).
“Hay que volver a la carta del Almirante a los Reyes. Adrede dejamos antes de lado la frase inicial: La rasón que tengo de la restitución de la Santa Casa a la Santa Iglesia militante es la siguiente. Este es el propósito de la carta: la conquista de Jerusalén. Si la era mesiánica ha empezado, o está a punto de iniciarse, es lógico que las ideas de Colón apunten hacia Jerusalén.
En el plan de las esperanzas mesiánicas de Israel, Jerusalén había de participar de todo el esplendor de los tiempos mesiánicos. El monte Sión se convierte en residencia del rey mesiánico (Sal. 2,6; 110, 2) y con ello en punto central del reino mesiánico”. (Ibídem, p. XVI).
Queda así por tierra, lo que no han comprendido muchos historiadores que atribuyen ambición, avaricia, etc., a Colón.
Citando a San Agustín, Colón dice: “Caerán en la cuenta y se convertirán al Señor los confines enteros de la tierra, y en su presencia se postrarán las patrias enteras de las gentes”. (Ibídem, p. 39).
“Ciertamente la Iglesia, formada sin mancha y sin arruga de entre todas las gentes y que con Cristo habrá de reinar eternamente, es la tierra de los bienaventurados vivos”. (Ibídem, p. 43).
“Le adorarán todos los reyes de la tierra, todas las gentes le servirán”. (Ibídem, p. 46).
“Recapacitarán y se convertirán al Señor los confines enteros de la tierra; y en su presencia se postrarán las patrias enteras de las gentes; porque es el reino del Señor y él dominará a las gentes”. (Ibídem, p. 51).
Citando a Jeremías: “Salva, Señor, a tu pueblo, a los restos de Israel. He aquí que yo los traeré de la tierra del aquilón, y los reuniré desde los confines de la tierra”. (Ibídem, p. 76).
“Oíd, gentes, la palabra del Señor y anunciadla en las islas que están lejos, y decid: el que dispersó a Israel lo reunirá, y lo guardará como el pastor a su rebaño”. (Ibídem, p. 76).
Citando a Ezequiel: “Y haré de ellos una sola gente en la tierra, en los montes de Israel, y habrá un solo Rey que gobierne sobre todos; y no serán nunca más dos gentes, ni se dividirán más en dos reinos, etc. Y serán mi pueblo y yo seré su Dios. Y mi siervo David será su rey, y habrá un solo pastor para todos ellos”. (Ibídem, p. 80).
Citando a Zacarías: “Y el Señor será rey sobre toda la tierra: ese día habrá un solo Señor, y su nombre será el único”. (Ibídem, p. 95).
Citando a San Juan: “Y será un solo redil y un solo pastor”. (Ibídem, p.106). “Y será un solo redil, esto es, una sola Iglesia formada de judíos y gentiles”. (Ibídem, p. 107).
Citando a San Gregorio el Grande: “Como si de dos rebaños se forma un solo redil; porque unió en su fe al pueblo judío y al gentil”. (Ibídem, p. 108).
Algunos textos que nos muestran el ideal de Colón y el acopio de todo lo que conocía para poder acometer su empresa:
“Ya pasan de XL años que yo voy en este uso; todo lo que fasta oy se navega todo lo he andado; trato y conversaçion he tenido con gente sabia, heclesiasticos e seglares, latinos y griegos, judíos y moros, y con otros muchos de otras sectas”. (Ibídem, p. 11).
“A este mi deseo fallé a Nuestro Señor muy propicio y ove d’el para ello espirito de inteligençia: en la marinería me fiso abondoso, de astrología me dio lo que abastava, y así de geometría y arismética y engenio en el alma y manos para debusar espera, y en ella las çibdades, ríos y montañas, islas y puertos, todo en su propio sitio”. (Ibídem, p. 11).
“En este tiempo he yo visto y puesto estudio en ver de todas escrituras: cosmografía, istorias, corónicas y filosofía y de otras artes a que me abrió Nuestro Señor el entendimiento con mano palpable a que era hasedero navegar de aquí a las Indias y me abrió la voluntad para la hexecuçión d’ello; y con este fuego viene a Vuestras Altezas”. (Ibídem, p. 11-12).
La fase apocalíptico-milenarista de Colón no es suficientemente resaltada y menos comprendida ni aún para el mismo autor de la introducción del Libro de las Profecías, pues la atribuye a una mentalidad judía en oposición a la mentalidad católica, cosa que no debe sorprender pues aún hoy el prejuicio y la ignorancia prevalecen al respecto, pues no se concibe un Milenarismo Patrístico como el que hubo en los primeros cuatro o cinco siglos en la Iglesia: “Concluyamos también con palabras de J. Gil: ‘Colón, pues, se encuentra en el mundo presente judaico y no en el mundo futuro cristiano. Su descubrimiento marca, sí, un hito en la historia de la Humanidad porque la aparición de esa nueva tierra indica que está a punto de iniciarse, si es que no ha empezado ya, la tan suspirada era mesiánica’ ”. (Ibídem, p. XV).
Es una lástima que Jacques de Mahieu, que aporta una gran luz respecto al descubrimiento de América y la prueba de los vikingos en América desde el año 967 y su cartografía que se ve reflejada en el mapa de Enrique Martelo de 1489 descubierto por Paul Galles, que revela la red fluvial de los ríos más importantes de América del Sur, en lo que se conocía como una prolongación de China desde los tiempos de Marino de Tiro y Ptolomeo, trate a Colón de embustero no reconociendo la evidencia de los hechos que demuestran que, si bien América fue visitada mucho antes, esto no estaba conceptualmente reconocida como tal, ni aún por los vikingos ni por nadie, como un Nuevo Mundo allende los mares.
Jacques de Mahieu no solo quita mérito a Colón llamándolo embustero, sino que incluso lo trata de criminal: “Colón hizo más que prestarle sus servicios profesionales: albergó en su casa a los cincos marinos los cuales murieron unos días más tarde. Inmediatamente después, el futuro virrey huyó de Portugal. ¿Había asesinado a sus huéspedes? Lo que lleva a creerlo es el texto de una carta que el Rey Juan II, informado por los innumerables espías que tenía a sueldo en la Corte de Castilla de la buena marcha de los proyectos de Colón y arrepentido de su escepticismo, le dirigió en 1488 para pedirle que volviera: el soberano le garantizaba que no sería molestado en absoluto por cualquier crimen que fuese. Era sumamente difícil, aun en aquella época, llamar ‘crimen’ el hecho de copiar indebidamente una carta, Sea dicho entre paréntesis, fue probablemente la confesión que hizo de esos dos ‘pecados’, tal vez sub sigillo, a Fray Juan Perez, superior el convento de la Rábida, la que llevó al monje astrólogo a introducir a Colón ante la Reina Isabel que, hasta entonces, se había negado a recibirlo”. (La Geografía Secreta de América antes de Colón, p. 88). Tal insinuación no es determinante pues pudo ser
que el rey dio oídos a lo que bien pudo ser una falsa acusación hecha por envidia por aquellos que conculcan siempre la eminencia de todo lo que les supera en grandeza y verdad.
Los altos ideales y convicciones de Colón no pueden tener jamás albergue en un criminal y en un embustero. Y el que no vea esto es un miope con complejo de inferioridad al que le molesta la luz del sol para poder ver, que no soporta ni tolera la superioridad y la grandeza.
Los grandes problemas de Colón con los sabios de la época se debían a la inviabilidad del viaje por la gran distancia que Colón conocía perfectamente, pero no podía revelar que a mitad de camino había una tierra nueva (América), por lo que tomaba las distancias que convenían a su objetivo. De no existir América, jamás hubiera podido llegar a la India pues la distancia no lo permitía y el naufragio era seguro. El gran dilema para Colón era encontrar esas tierras nuevas o perecer en el mar.
Esto solo muestra la gran personalidad de Colón y la seguridad que le daban sus conocimientos de mapas, navegación y profecías.
“Colón sabe, antes de partir, que va a alcanzar, no el Asia, sino un Mondus Novus que no es sino la Península de Cattigara. Sabe perfectamente dónde se halla y juega con las cifras para hacer creer que las costas del Asia están precisamente en el lugar dónde se sitúan las de América, no sin utilizar el mapa falso, y que sabe falso, del pobre Toscanelli, hurtado también él”. (Ibídem, p. 101).
“Pero Alfraganus expresaba la extensión del grado en millas árabes de 1.973,5 m. Esto, Colón no lo tomó en cuenta, creyendo, o simulando creer, que se trataba de millas italianas de 1477,5 m, error éste que resulta sumamente difícil de aceptar como tal por parte de un cartógrafo profesional. De cualquier modo, se las arreglaba así para situar Cathay a 5.762 km de Lisboa, vale decir exactamente en el lugar donde se halla la costa oriental de America. El que los geógrafos de Salamanca, después de los de Lisboa, hayan encontrado esos cálculos poco convincentes no sorprenderá a nadie. Pero acta extensión del Atlántico no por ello dejaba de ser exacta. Digámoslo en términos poco académicos: Colón había manoseado las cifras para hacerlas coincidir con datos precisos que tenía pero no quería revelar. Mentía para conservar todo el mérito del descubrimiento de una tierra cuya existencia y posición exacta conocía perfectamente”. (Ibídem, p. 90-92).
“Colón, como decimos, toma dimensiones que más convienen a su proyecto, cometiendo unos errores demasiado grandes para que ningún científico de la época pudiera ignorarlos”. (Isabel la Católica Reina de la Hispanidad, Carlos de Meer, ed. Alas Abiertas, Barcelona 1992, p. 84).
Queda claro que Colón daba la distancia exacta hasta América como si fuera la que había hasta la India, y esto no les encajaba a los sabios y peritos, pero no podía revelar su secreto pues quién le iba a creer si decía todo lo que sabía y, aun así, si lo dijera, no era seguro que se convencieran y lo aceptaran, y así favorecieran la viabilidad del proyecto: “Recordémoslo: todo el mundo sabía, en el siglo XV, que la Tierra es redonda y, luego, era posible, teóricamente, ir desde Europa a las Indias al través del Atlántico, lo que de hecho la distancia prohibía. Colón conocía la Geografía de Ptolomeo. Había leído todos los escritos de los antiguos que citamos en el capítulo II, sea directamente, sea, de cualquier modo, en la Ymago mundi del cardenal d´AiIly (Petrus de Alliaco, en latín), su libro de cabecera. De esta última obra, retenía sobre todo la insistencia del autor en reducir la extensión del Océano Atlántico: ‘La longitud de la tierra hacia el Oriente mucho mayor de lo que indica Ptolomeo’ ”. (La Geografía Secreta de América antes de Colón, p. 88). Lo único que le quedaba era obtener luz verde y lanzarse a la aventura más genial de la historia, y que los hechos le dieran la razón; y eso fue lo que hizo.
Colón conocía lo de Catigara, de la que Marino de Tiro y Ptolomeo hablaban en sus mapas. Los 2 croquis que Colón utilizó para su viaje muestran el conocimiento que tenía de las tierras nuevas que por él fueron descubiertas y dadas a conocer.
Catigara es Chan Chan en la costa del Perú, tal como loafirma Jacques de Mahieu: “No nos sorprendamos: Chan-Chan no es otra que la ‘ciudad bien conocida de Cattigara’ que menciona Ptolomeo y que sitúa en la costa este de un Sinus Magnus que separa el Quersoneso de Oro -Indochina y Malasia- de una enorme península -inexistente- que prolonga hacia el sur el Asia oriental. Un Sinus Magnus arbitrariamente reducido que, según su predecesor Marino de Tiro,
se extendía hasta las islas Marquesas. Lo cual aún era insuficiente, puesto que no podía tratarse sino del Océano Pacífico. La toponimia que nos ha dejado Ptolomeo de la Tierra de Cattigara, nos muestra que los hindúes y los chinos la frecuentaban. Más todavía, nuestro geógrafo nos relata, según Marino, el viaje que, en el siglo I de nuestra era, llevó allá al capitán griego Alejandro. Lo que asiáticos y europeos iban a buscar en el Perú que era el oro de que rebosaba el país”. (El Imperio Vikingo de Tiahuanacu, ed. Casa de Tharsis, Cochabamba Bolivia 2013, p. 36).
“Es en la desembocadura del rio Faquisllamga, donde se encuentra hoy en día Lambayeque, un poco al norte de Chan-Chan donde los vikingos -varones y mujeres- desembarcan en lo que se va a convertir en el imperio de Chimor (del norrés skim, skimi, luz: skima, amanecer)”. (Ibídem, p. 37).
El mapa de 1440 o mapa de Yale, pues ahí se conserva después de comprado por esta Universidad, muestra cómo se sabía de su existencia, aunque no como se supo después de Colón.
El mapa del turco Piri Reis (1515), aunque es posterior al descubrimiento de América, tiene también relevancia pues fue hecho en base a un mapa de un marinero de la tripulación de Colón, tal como dice Jacques de Mahieu: “El cartógrafo turco nos dice, en las innumerables anotaciones de la parte que nos queda de su mapamundi, que había obtenido de un marinero de Colón, convertido en su esclavo, los datos que utilizó para trazar las costas de la América Central”. (La Geografía Secreta de América antes de Colón, p. 36).
El mapa de Dieppe de los vikingos archivado en la Tesorería del Rey de Portugal y que Colón descubrió y copió, es copia exacta del mapa de Schöner, como afirma Jacques de Mahieu. Es una prueba de la convicción de Colón para realizar el viaje, pues lo único que faltaba era probarlo ante el mundo entero con su descubrimiento: “En todo caso, es un hecho que el mapa de Dieppe, ahora inútil, puesto que las minas de plata de América del Sur han sido abandonadas por los vikingos, se encuentra en el siglo XV en el Tesoro del rey, en Lisboa. Colón copia sus datos y se sirve de ellos para obtener de Isabel de Castilla la autorización de ir a ‘descubrir’ una tierra que hace pasar por el reino del Gran Kan, cuando sabe muy bien que se trata de un continente que todo el mundo visita desde hace siglos. Unos años más tarde, Magallanes roba a su vez el secreto y lo utiliza para convencer a Carlos V de que le permita ‘descubrir’ el paso del Sur, que los vikingos conocían perfectamente y que figura ya en el globo construido en 1515 por Johannes Schônner, copia exacta del mapa de Dieppe, probablemente entregado por el rey de Francia y que el duque de Lorena ha hecho publicar ocho años antes, sin el estrecho”. (Colón llegó después, ed. Martínez Roca, Barcelona 1988, p. 162).
Hay que resaltar que, si Jacques de Mahieu dice “que hace pasar por el reino del Gran Kan”, Colón sabia, por lo tanto, que no era la India ni la China donde iba sino a una nueva tierra que después se llamó América. Luego la afirmación de que Colón no sabía, ni supo mientras vivió, que había llegado a América, cae por sí misma y es falsa.
Y aunque de Mahieu dice que todo el mundo visita, nadie sabía que era un Nuevo Mundo sino hasta que llegó Colón.
Colón fue un hombre inspirado por Dios, elegido por la Providencia Divina para descubrir América para el mundo. Los hechos lo prueban. Queda probado que el Descubrimiento y evangelización de Colón era la primera etapa de su ideal, la segunda etapa era la reconquista de Jerusalén y la reconstrucción del templo, y la tercera y última etapa, el Reino Mesiánico que debía venir una vez cumplidas las anteriores pues de esto nos habla la Escritura y profecía.
El Libro de las Profecías de Colón prueba el móvil Apostólico-Mesiánico-Apocalíptico de Colón. Mas que descubrir, le interesaba la profecía del Reino Milenario, posterior a la Reconquista de Jerusalén y la evangelización (conversión) de todas las gentes y tierras; pues esto era previo (según su idea) a la Segunda Venida.
Colón no solo fue un gran navegante y cartógrafo conocedor de todo lo que en su época se sabía al respecto, lo que le permitiría descubrir América y, por tanto, ser el gran descubridor de América (pues nadie se había percatado de que se trata de un mundo nuevo), sino que, además, fue un gran misionero y evangelizador al punto de ser el último gran cruzado en querer recuperar Jerusalén. Fue un hombre que hizo honor a su nombre, Cristóbal, con todo lo que encierra su significado.
P. Basilio Méramo
Bogotá, 20 de mayo de 2023


