P. BASILIO MERAMO: CRISTÓBAL COLÓN, SU DESCUBRIMIENTO Y EL REINO MESIÁNICO

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La historia de Colón es desconocida aún por los mejores historiadores. El misterio de Colón  sobre sus orígenes y el gran secreto, su verdadero móvil y el fin de su empresa no han sido,  ni pudieron ser, conocidos sin trascender la pura historia que por sí sola no es capaz de  desvelar el misterio. Su procedencia y sus conocimientos sobre cartografía y navegación, así  como el fin último y verdadero motivo de su empresa, necesariamente ocultados por Colón  para conseguir el fin deseado, no se han revelado hasta que se publicó el Libro de las  Profecías, guardado en los archivos de las Indias. Aun así, los historiadores no han  trascendido al plano religioso, exegético y profético, más allá de nuevas rutas comerciales, que no superan el carácter puramente económico, y la geografía de océanos y continentes, como de nuevas vías marítimas: «Dominado Colón por su antigua idea -escribe el recopilador de que fuera recuperado el Santo Sepulcro con las riquezas que vendrían de América, escribió  este libro durante su permanencia en Granada desde diciembre de 1500, reuniendo en él los  textos Sagrados que creyó conducentes a su propósito». (Enrique Balmes Arteaga, Las Órdenes  de Caballería en el Nuevo Reino de Granada y en la época actual, ed. Academia Colombiana  de Historia, p. 40). 

“El manuscrito sale de la Cartuja de las Cuevas el 23 de marzo de 1502. Once días más tarde  emprende Colón su cuarto viaje”. (Libro de las Profecías, ed. Alianza Editorial, Madrid 1992, p. XII). 

“Se trata de un centón de pasajes de la Biblia y de los Padres de la Iglesia que hablan del fin  del mundo y de la previa conversión de todos los pueblos a la fe”. (Ibídem, p. XIII). 

El verdadero Colón es, aún hoy, desconocido, y su verdadera personalidad que ha sido  desfigurada, es prácticamente inédita y es que se necesita ser más que un historiador para  abarcar y calibrar la obra de Colón. 

El ideal de Colón supera todo lo efímero de este mundo: bienes y riquezas, prestigio y honor,  títulos y grandezas; trasciende todas esas glorias que no dejan de ser pasajeras.  

Las medias verdades, si se absolutizan, son enteros errores tanto como la verdad de la parte  asumida como la verdad del todo. Considerar la parte como si fuera el todo, es un gran error  y una absurda mentira que mutila la verdad, por eso el axioma veritas ex integra causa, malum ex quocumque defectu; la verdad es el todo integral, el mal cualquier mutilación de ella. El  error y el mal, como un defecto de la verdad y del bien, son una mutilación de la realidad. 

Las verdades a medias no dejan de ser prejuicios que obstaculizan la captación íntegra de la  realidad y sobre Colón ha habido muchos. Se ha pintado un Colón ambicioso de riquezas,  poder, honor y prestigio, dispuesto a todo con tal de lograrlo, que habría buscado el camino  más corto para el comercio de las especies, seda y demás mercancías provenientes de Oriente. 

Un Colón que no supo de un nuevo continente y que siempre creyó que había llegado a las  Indias, a Catay (China) o Cipango (Japón). O la otra incongruencia, por no decir estupidez, de  pensar que confundió el reino del Gran kan chino, o las Indias, con los aborígenes de América,  distintos en raza y cultura, que sería como confundir bayas con uvas, trigo con arroz o lo que  sea que se les ocurra pues la imaginación da para todo, como loca por la casa, que decía  Santa Teresa. 

Hay que decir que Colón poseía y reunía los conocimientos marítimos y cartográficos de  navegación de su época y, además, mapas no tan conocidos o secretos como el de Dieppe, de  origen vikingo, como prueba Jacques de Mahieu; y el mapamundi de Enrique Martelo que  Dalviez demuestra que tiene una coincidencia aplastante con la geografía de los ríos y  montañas de América del Sur, incluida Tierra del Fuego, antes que todo fuera descubierto,  oficialmente, por el mismo Colón. 

Colón tenía también conocimiento de un nuevo mundo, de unas tierras desconocidas que  Cicerón menciona en su libro, y que serán descubiertas o dadas a conocer por un nuevo gran  descubridor; pero no lo podía revelar hasta que él mismo lo comprobara. 

Y conocía las profecías tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento y, de modo especial, del  único libro profético del Nuevo Testamento: el Apocalipsis de San Juan; incluidas las del Reino  del Mesías en la tierra después de su Parusía, de ahí sus ansias de propagación de la Religión  Católica a todo el mundo como imprescindible para la Segunda Venida de Cristo Rey y Mesías, en quien se consumarían todas las profecías aún no realizadas. Y, por lo tanto, la extinción y  conversión del Islam, y la recuperación de Jerusalén. 

Conocimientos todos ellos necesarios para el cumplimiento de las Sagradas Escrituras, la  palabra por Dios revelada a través de un servidor designado por Dios, de ahí su nombre  Cristóforo (Cristóbal), portador de Cristo, portador de la luz de Cristo, el Divino Mesías, y de  su Reino Mesiánico. 

Si aún hoy cuesta explicar, exponer, manifestar y decir estas cosas, cuánto más en la época  de Colón, hace más de 500 años. 

Mas aún, su ascendencia de judíos conversos, sus raíces familiares, en el ambiente religioso  y teológico de la época, por una parte dificultaba su credibilidad, aun científica, pero por otra,  le favorecía por el conocimiento privilegiado de los de su condición, que en todas partes del  mundo poseían el conocimiento científico, literario, artístico, médico, geográfico y cartográfico 

de la época, sin olvidar el conocimiento bíblico y profético aunque desfigurado y carnalizado,  le daban una visión privilegiada. 

Pruebas de lo afirmado: 

1) Como prueba número 1 tenemos el Libro de las Profecías de Colón escrito para los Reyes  Católicos, editado en 1992 en el Archivo de Indias, y que revela el motivo y finalidad de su  empresa. En su dedicatoria dice: “Profecías acerca del asunto de la recuperación de la Ciudad  Santa y del monte de Dios de Sión; y del descubrimiento y conversión de las islas de las Indias,  y de todas las gentes y naciones, dedicado a los Reyes Hispanos Fernando e Isabel”. Con este  encabezamiento Colón cifra la finalidad y los motivos por los cuales descubre un nuevo  mundo llamado, después, América. 

En primer lugar, las Profecías Mesiánicas tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento. En  segundo lugar, la recuperación de Jerusalén en manos del Islam. En tercer lugar, el  descubrimiento de tierras nuevas hasta ahora desconocidas. En cuarto lugar, la conversión  de las gentes y naciones del orbe entero, donde se refleja y expresa el carácter misionero de  Colón. 

Todo esto, por sí solo, muestra el carácter profético, mesiánico y misionero que impulsa a  Colón. 

Su raigambre religiosa orientaba e impulsaba toda la ciencia necesaria que poseía para  realizar su magna empresa al servicio de Cristo, como portador de Cristo, tal como se reconoce  en la introducción del Libro: “Añádase, por último, a todo esto, que fue precisamente a partir  de febrero de 1502 cuando Colón comenzó a firmar con el famoso Christo ferens, ‘el portador  para Cristo’ o ‘para el Ungido, para el Mesías’. Pero, de qué fuera portador, lo deja el Almirante  en la oscuridad”; pero deja la posibilidad de poderlo aclarar al decir, punto y seguido: “Quizás  una lectura atenta de todos estos textos, a pesar de tratarse de una obra inconclusa, pueda  arrojar más luz sobre la compleja mentalidad de Cristóbal Colón y sobre las intenciones que  escondía”. (Libro de las Profecías, ed. Alianza Editorial, Madrid 1992, p. XX). 

Sobre el nombre de Cristóbal, Enrique Balmes Arteaga también dice: “Creo oportuno citar las  fuentes históricas de inevitable autenticidad, que aseveran tan grandioso propósito, albergado  en el alma del Almirante, que interpretaba su nombre ‘Christo-Foro’, en el sentido religioso de  el que lleva a Cristo”. (Las Órdenes de Caballería en el Nuevo Reino de Granada y en la época  actual, ed. Academia Colombiana de Historia, p. 39). 

Hay que decir que ese “quizás” que escribe el introductor al Libro de las Profecías, indica la  reserva de alguien que no quiere comprometerse, pues hay que ser más que un simple  historiador para abarcar la mentalidad del genio de Colón, que encierra varias y complejas  ciencias como la de navegante, cartógrafo, cosmógrafo y exégeta profético-milenarista, de  profunda fe al servicio de una empresa desconocida y fuera del común de la ciencia de su  época. 

2) La mentalidad apocalíptica, mesiánica y milenarista de Colón como hombre religioso y  profundamente católico, aunque de ascendencia judía que no convenía que fuera conocida. 

En la introducción del Libro de las Profecías, se dice: “Nos lo va a aclarar el mismo Colón en  una carta a su regreso del tercer viaje (1500), dirigida a doña Juana de la Torre, ama del  Príncipe don Juan: Del nuevo cielo y tierra que dezia Nuestro Señor por San Juan en el  Apocalipsis, después de dicho por boca de Isaías, me hizo mensajero y amostró aquella parte”. 

(Libro de las Profecías, ed. Alianza Editorial, Madrid 1992, p. XV). 

“Hay que volver a la carta del Almirante a los Reyes. Adrede dejamos antes de lado la frase  inicial: ‘La rasón que tengo de la restitución de la Santa Casa a la Santa Iglesia militante es la  siguiente’. Este es el propósito de la carta: la conquista de Jerusalén. Si la era mesiánica ha  empezado, o está a punto de iniciarse, es lógico que las ideas de Colón apunten hacia  Jerusalén”. (Ibídem p. XVI). 

“En el plan de las esperanzas mesiánicas de Israel, Jerusalén había de participar de todo el  esplendor de los tiempos mesiánicos”. (Ibídem, p. XVI). 

“Ya han sido hallados esos ‘nuevos cielos y nueva tierra’ que Isaías profetizó que precederían  a la era mesiánica. Hay que mirar, entonces, hacia Jerusalén, cuya conquista parece haber  obsesionado a Colón desde tiempo atrás. Así, en el diario del primer viaje: Y dize qu’ espera en  Dios que, a la buelta que él entendía hazer de Castilla, avía de hallar un tonel de oro, que avían  resgatado los que avía de dexar, y que avrían hallado la mina del oro y la espeçería, y aquello  en tanta cantidad que los Reyes antes de tres años emprendiesen y adereçasen para ir a conquistar la Casa Sancta, ‘que así’, dize él, ‘protesté a Vuestras Altezas que toda la ganançia  d’esta mi empresa se gastase en la conquista de Hierusalem, y Vuestras Altezas se rieron y  dixeron que les plazia, y que sin esto tenían aquella gana’. Estas son palabras del Almirante.  El 22 de febrero de 1498, al instituir el mayorazgo: Y porque al tiempo que yo me mobí para ir  a descubrir las Indias, fui con intención de suplicar al Rey y a la Reina, Nuestros Señores, que  de la renta que Sus Alteças de las Indias obiesen, que se determinasse de la gastar en la  conquista de Jerusalem, y ansí se lo supliqué, y si lo hacen, sea en buen punto. Y, en fin, en la  carta al Papa Alejandro VI, de febrero de 1502: Esta empresa se tomó con fin de gastar lo que  d’ella se oviesse en presidio de la Casa Sancta a la Sancta Iglesia”. (Ibídem, p. XVII). 

“Esta sería, entonces, la intención primera del Libro de las Profecías, que responde así a su  título: autoridades, dichos, sentencias y profecías acerca del asunto de la recuperación de la  Ciudad Santa y del monte de Dios de Sión. Cedámosle de nuevo los trastos a J. Gil. En toda  esa visión mesiánica que hemos ido viendo era absolutamente necesaria la conquista de  Jerusalén”. (Ibídem, p. XVIII). 

Se explica así, pero sin decirlo abiertamente, el origen judío de Colón y de su mesianismo  milenarista como auténtico católico, por lo que comenta el introductor: “El siempre cauto  Colón, el hombre que logra mantener su vida en el más completo de los misterios, comete una  indiscreción temeraria. Pero es que la escatología, que refleja los más íntimos sentimientos de  la comunidad, es lo más difícil de asimilar de una religión; con mayor o menor facilidad se  pueden entender conceptos básicos o imitar hábitos externos, pero echar por la borda todo lo  que se ha sentido en la niñez, cortar por lo sano con todas las tradiciones seculares es punto  menos que imposible, sobre todo en una cuestión en que la escatología cristiana y la escatología  judía convergían, por irreductibles que fuesen sus respectivos puntos de vista. Atávicas  creencias hacen desear a Colón que el templo sea reconstruido: la llamada del subconsciente  es demasiado fuerte para que el almirante pueda vencerla. A esta luz la enfermiza manía de  Colón por Jerusalén es totalmente comprensible”. (Ibídem, p. XIX).  

Jacques de Mahieu también lo dice, aunque despectivamente, pues lo trata de marrano lo  cual es falso, pues una cosa es ser de origen judío y convertirse sinceramente, y otra es ser  un marrano como falso converso: “Colón era de raza judía y pertenecía a una familia marrana.  Lo cual le valió, tan pronto como llego a España, el apoyo de innumerables judíos conversos: los  obispos Hernando de Talavera y Diego de Deza, de la Corte de Isabel; el Escribano de Ración  de la Corte de Aragón, Luis de Santángel, que financió la expedición; el Tesorero del Rey, Gabriel  Sánchez, y sus cuatro hermanos; y muchos otros mas”. (La Geografía Secreta de América antes  de Colón, p. 79). 

Queda claro el por qué Colón guardaba silencio sobre su origen, datos personales y  procedencia, puesto que todo esto complicaría más las cosas dadas las circunstancias de la  época. 

También las falsas acusaciones de ambición de riquezas y honores quedan descartadas si nos  atenemos, además, a esto que el introductor dice: “Salta enseguida una aparente  contradicción: por qué Colón, tan obsesionado por Jerusalén, no pone sus miras en Tierra Santa  sino en las Indias. La explicación, aportada por el propio Almirante, es sencilla: él cree que la  tierra a la que ha llegado es Tarsis. De Tarsis venían cada tres años los barcos cargados con  todo tipo de riquezas que Salomón empleó para construir el templo. Para Colón, la historia podía  repetirse: una vez redescubiertas esas minas, se podría reconstruir el templo. (…) El Mesías está al llegar, y los bajeles de las Indias, cargados de oro y plata, han de transportar los primeros a los judíos dispersos hasta Jerusalén, cuya reconstrucción por obra de Isabel y  Fernando es inmediata”. (Libro de las Profecías, ed. Alianza Editorial, Madrid 1992, p. XIX). 

En el diario de su primer viaje, Colón manifiesta: “Y dize qu’espera en Dios que, a la buelta  que él entendía hazer de Castilla, avía de hallar un tonel de oro, que avrían resgatado los que  avía de dexar, y que avrían hallado la mina del oro y la espeçería, y aquello en tanta cantidad  que los Reyes antes de tres años emprendiesen y adereçasen para ir a conquistar la Casa  Sancta, ‘que así’, dize él, ‘protesté a Vuestras Altezas que toda la ganançia d’esta mi empresa  se gastase en la conquista de Hierusalem, y Vuestras Altezas se rieron y dieron que les plazía,  y que sin esto tenían aquella gana’ ”. (Ibídem, p. XVII). 

Colón encarna el mesianismo de las profecías del Antiguo Testamento recibidas en la niñez  que, como ferviente católico, compagina con el Reino Mesiánico del Milenarismo Patrístico. 

3) El motivo de sus viajes lo cuenta Colón en una carta dirigida al Papa Alejandro VI: “Hay un  aspecto de singular importancia en la vida extraordinaria de Cristóbal Colón, que no ha sido  debidamente estudiado, Me refiero a su proyecto de la recuperación del Santo Sepulcro de  Jerusalén, mediante el empleo del oro encontrado en las Indias. (…) Pero una de las cartas más  reveladoras al respecto fue la dirigida por Colón al Papa Alejandro VI, en febrero de 1502.  Después de manifestar su deseo de ver a su Santidad y de explicar que sus viajes fueron hechos  en nombre de la Santa Trinidad y a su gloria y en honor de la religión Cristiana le suplica el  envío en su nuevo viaje de más religiosos para predicar el evangelio, y continúa de este modo: ‘Esta empresa se tomó con el fin de gastar lo que della se hobiese para rescatar la Casa Santa  a la Santa Iglesia. Después que fui en ella y visto tierra, escribí al Rey, y a la Reina, mis señores, que dende siete años yo le pagaria cincuenta mil hombres de pie y cinco mil de caballo en la  conquista della y dende cinco años otros cinco mil de caballo e cincuenta mil de pie, que serían  diez mil de caballo e cien mil de pie para esto’. Sigue diciendo que con ayuda del Señor el podría  dar este año a Sus Altezas 120 quintales de oro y certeza de que sería ansi de otro tanto al  término de los cinco años’ ”. (Enrique Balmes Arteaga, Las Órdenes de Caballería en el Nuevo  Reino de Granada y en la época actual, ed. Academia Colombiana de Historia, p. 39-41-42). 

Esta sería la ambición por las riquezas y el oro que la mayoría de los historiadores no vio ni  ven aún hoy. 

4) Colón en su testamento dice: “…diere para ir con el Rey Nuestro Señor, si fuere a Jerusalén  a le conquistar, o ir solo con el más poder que tuviere; que placerá Nuestro Señor que si esta  intención tiene o tuviere, que le dará Él tal aderezo, que lo podrá hacer y lo haga; y si no tuviere  para conquistar todo, le darán a lo menos para parte de ello (…) Mando al dicho D. Diego o a  quien poseyere el dicho mayorazgo, que si en la Iglesia de Dios, por nuestros pecados, naciere  alguna cisma o que por tiranía, alguna persona, de cualquier grado o estado que sea o fuere, le  quisiera desposeer de su honra o bienes, que, so la pena sobredicha, se ponga a los pies del  Santo Padre, salvo si fuere herético (lo que Dios no quiera), la persona o personas se pongan o  determinen por obra de servir con toda su fuerza y renta y hacienda y en querer librar el dicho  cisma y defender que no sea despojada la Iglesia de su honra y bienes”. 

Se lee también en otro escrito que hace mención del Testamento de Colón: “Las naves llevaban  la cruz pintada en sus velas, no casualmente, sino porque en sustancia eran naves  ‘evangélicas’, capaces de anunciar una buena nueva. (…) Así no puede extrañar que cuando el  22 de febrero de 1498 redactó el Almirante su primer testamento, estuviera como poniendo el  punto y aparte al capítulo más luminoso de su curva coyuntural: el momento en el que Colón ve  a punto de cumplirse todo, con el mayor optimismo. Con toda fe y decisión va a iniciar su tercer viaje en el que llegaría –nótese bien– a la tierra de Gracia, cuando ya se le han confirmado y  ampliado sus privilegios y tiene la confianza de que las rentas que podría obtener serían tan  cuantiosas como nunca las tuvo persona alguna. Por eso se permite instituir entonces su  mayorazgo colosalista, ordenando a su sucesor primogénito la realización con tales rentas de  la reconquista de Jerusalén, lo que había quedado pendiente a la cristiandad en la Edad Media. 

Y no se contentaba con señalar misión de futuro tan colosal, pues encomendaba también a su  heredero que tuviera dispuestas las rentas obtenidas, contemplando sin duda las predicciones  del Apocalipsis, en la defensa de la Iglesia contra cualquier cisma, por lo que había de ponerse  ‘a los pies del Santo Padre, salvo si fuese herético (lo que Dios no quiera)’. Se siente también  como un iso-apóstolo, tanto como pudo ser un San Pablo, que apenas vería a Jesús desde lejos,  antes del Calvario, pues imponía a su hijo primogénito a la evangelización de las Indias  estableciendo en La Española maestros en Teología, como si él fuera mandatario de una misión  evangélica. Por eso la carta que luego escribió a los Reyes pidiéndoles que no desmayaran en  dar continuidad a la empresa es como un llamamiento a la persistencia, retando al futuro”. 

(Boletín del Ilustre Colegio Oficial de Doctores y Licenciados en Filosofía y Letras y en Ciencias  del Distrito Universitario de Madrid, junio 1992, nº 36, p. 11). 

La ambición y la avaricia que atribuyen a Colón, quedan por tierra y sin fundamento ninguno  ante tan nobles y transcendentales propósitos que él albergaba religiosa y místicamente, al  servicio de la recuperación de Jerusalén, la conversión de todos los hombres y el advenimiento del Reino Mesiánico en la tierra. 

También se desploman las teorías falsas y erróneas sobre su deseo de buscar una nueva ruta  para el importante comercio de las especies, que no pasan del interés económico y comercial. Se trata de descubrir nuevas tierras y de evangelizar y convertir, y no de un afán meramente económico y mercantilista. 

5) Los conocimientos que Colón reunía como marino experimentado y cartógrafo, lo hacían  una de las personas más indicadas (sino el único en su época) capaz de realizar semejante  hazaña en una empresa transcendental en la historia para la ciencia y para la Iglesia. Aunque  de origen judío, era un converso sincero y no un marrano; queda claro. 

Colón es un buen cartógrafo, tal como reconoce Jacques de Mahieu que, a pesar de su óptica  afrancesada y su mentalidad racista filoalemana, tiene datos muy ciertos e interesantes que  dan luz al enigma del descubrimiento de Colón y a las incógnitas no resueltas hasta hoy. 

“El almirante era demasiado buen cosmógrafo”. (La Geografía Secreta de América antes de  Colón, p. 86). 

“En 1482, Colón volvió a instalarse en Lisboa y retomó su oficio de cartógrafo”. (Ibídem, p.  86). 

Y era, además, un gran marinero: 

“En Lisboa, Colón se ganaba la vida diseñando mapas, pero también navegaba”. (Ibídem, p.  80). 

“El Almirante, no sólo había viajado mucho, sino que tenía profundos conocimientos en el campo  de las ciencias náuticas”. (Ibídem, p. 81). 

El mapa de Dieppe (Normandía-Francia) poco conocido, tiene un papel importante en su  tiempo, y el cual conocía Colón: 

“Todo empieza hacia 1250, cuando un barco enviado por los vikingos establecidos en  Sudamérica desde el siglo XI, recala en Normandía, probablemente en Dieppe. Del viaje,  tenemos pruebas sólidas: existen aún, en Tiahuanacu, esculturas preincaicas que reproducen  motivos del portón central de la catedral de Amiens, terminado en 1236; las tradiciones  indigenas nos relatan la llegada al Guayrá, en la misma época, de un sacerdote católico, el P.  Gnupa, y los normandos empiezan a importar rollos de palo brasil que sólo podían encontrar en  las selvas amazónicas o en las Antillas. Optimos navegantes, los daneses de Sudamérica que  habían explorado, lo sabemos, todas las costas del subcontinente, sin ninguna duda habían  llevado con sigo, al lanzarse en el Océano, todos los mapas que habían elaborado. Estos se  copiaron en Dieppe. Los descendientes de los vikingos no tenían razón alguna de esconderlos  a sus huéspedes y primos. Los dieppenses, que empiezan en seguida a utilizarlos, tienen, por  el contrario, el mayor interés en conservar el monopolio de la importación de uno de los  productos más cotizados de la Edad Media, luego a guardar el secreto de las tierras  occidentales donde se lo procuran”. (Ibídem, p. 169-170). 

“Ya se conocía en Europa, por la Historia eclesiástica de Adán de Brema, la existencia de las  colonias vikingas de Vinland. Pero no se debía de darles mucha más importancia que a la isla  de San Brandán o a las tierras de Madoc”. (Ibídem, p. 170). 

“Las expediciones al Amazonas son presentadas como viajes de rutina en las costas del Africa  y se hace jurar a los marinos que en ellas participan, callar su verdadero destino: pero el brasil  que entra por los puertos normandos llama la atención, especialmente en las ciudades italianas  que tenían, hasta entonces, el monopolio de su comercio”. (Ibídem, p. 170-171). 

“Portugal, que ha dado asilo a buena parte de la flota templaria, se convierte en una potencia.  marítima. El infante Enrique el Navegante elabora el proyecto de procurarse las especias sin  pasar por los árabes y los italianos”. (Ibídem, p. 171). 

“Portugal tiene a sus espías que informan a Lisboa que los barcos dieppenses descienden  efectivamente a lo largo de las costas del Africa hasta el Ecuador, pero se lanzan después en  el Atlántico y alcanzan una gran isla donde recogen la preciosa madera. Es probable, inclusive,  lo veremos, que obtengan alguna copia más o menos exacta del mapa vikingo de la América del  Sur. El contenido de sus informes no es muy verosímil y los portugueses creen que se trata de  «intoxicación», como se dice hoy día en los servicios de informaciones. Aún no piensan sino en  la ruta de las Indias por el Cabo de Buena Esperanza que sus navíos no van a demorar mucho  en pasar. Se deposita el material dieppense en la Tesoureria -¿quién sabe?- y nadie piensa más  en él”. (Ibídem, p. 171). 

“Por el contrario, no hay ninguna duda en lo que atañe al mapa diseñado, en 1489, por Henricus  Martellus: en él, la Tierra de Cattigara se convierte en una enorme península cuya forma general  mucho se acerca a la de Sudamérica, Tierra del Fuego incluida. Pero alguien se había  adelantado al geógrafo alemán: en el archivo secreto de Lisboa, Colón no se había limitado a  copiar la carta de Toscanelli. Había visto el mapa de Dieppe, o tal vez algún mapamundi  diseñado por Martin Behaim sobre la base del mapa en cuestión. De ahí su viaje a Thule,  destinado a confirmar los datos así recogidos. De ahí también su certeza de que el Nuevo Mundo  se confundía con la Tierra de Cattigara y estaba situado donde se encuentra realmente. Es  asimismo en la Tesouraria de Lisboa que Magallanes, unos años más tarde, hurta el mapa, atribuido por Pigafetta a Behaim, en el cual figura el estrecho meridional de América”. (Ibídem,  p. 173). 

“Todo está claro, ahora. Los dieppenses eran depositarios, desde el siglo XIII, del secreto de  América, que habían recibido de sus primos vikingos. El mapa que diseñaron sobre la base de  datos que provenían de los daneses de Tiahuanacu y de los noruegos de Islandia no había  escapado del espionaje portugués. En Lisboa, Colón y, luego, Magallanes hurtaron copias  parciales que no podían, por supuesto, exhibir en Portugal”. (Ibídem, p. 178). 

“No creo apenas necesario recordar aquí lo que he demostrado exhaustivamente en otro lugar,  esto es, que los datos geográficos que permitieron trazar el mapa de Dieppe no podian proceder  ni de los normandos ni, añadiré ahora, de los templarios. Unos y otros se limitaron a navegar  hacia los puertos y, todo lo más, a lo largo se las costas americanas. Ahora bien, el mapa en  cuestión muestra el contorno completo del subcontinente, además del curso de todos sus  grandes ríos y la posición de sus principales cadenas montañosas, como ha descubierto Paul  Gallez en un planisferio de Enrico Martelo, que data de 1489. Tal trazado sólo podía ser obra  de marinos en posesión de profundos conocimientos geográficos y asentados desde hacía  mucho tiempo en la zona”. (Colón llegó después, ed. Martínez Roca, Barcelona 1988, p. 152- 153). 

“La base más sólida del Temple, después de la de Francia -incluida Normandía, que, aunque  en el siglo XIII permanecía aún unida a Inglaterra, formaba parte de Francia-, estaba  constituida por Portugal. La Orden se había instalado allí incluso antes de su fundación oficial.  En 1126, la princesa Teresa, hija natural de Alfonso VI de Castilla, que había aportado como  dote a su marido, Luis de Borgoña, lo que no había sido hasta entonces más que un condado,  para colmo ocupado en gran parte por los moros, y cuyo hijo se convertiría en el primer rey de  Portugal, hizo donación de un castillo a Hugues de Payns”. (Ibídem, p. 153). 

“El hecho es que los templarios distraen una parte de sus fuerzas en favor del futuro reino, que  contribuyen poderosamente a liberar”. (Ibídem, p. 153). 

“En Portugal, como en todas partes, el Temple es soberano. Sin embargo, su influencia es mucho  más intensa que en otras provincias”. (Ibídem, p. 153). 

“Los reyes borgoñeses de Lisboa, por el contrario, no sólo le deben en gran parte la reconquista  de su territorio y su rota entronización, sino que dependen de él desde el punto de vista militar,  a causa de la amenaza musulmana, siempre latente”. (Ibídem, p. 154). 

Digamos que los templarios pueden contar con el rey del mismo modo que el rey puede contar  con los templarios. No obstante, no se trata de una alianza en pie de igualdad. Hasta 1307 es  la Orden la que, a pesar de las apariencias, manipula la monarquía. Después, es la monarquía  la que hace de la Orden su instrumento”. (Ibídem, p. 154). 

“Cuando Felipe el Hermoso toma sus medidas contra el Temple, y Clemente V decreta su  ‘disolución provisional’, los demás soberanos aceptan la resolución, la mayoría de ellos de muy  buena gana, puesto que sufren a su pesar, lo mismo que el rey de Francia, la invasión de sus  Estados por una potencia que escapa a su autoridad. Sólo uno constituye la excepción, el rey  de Portugal, Dionisio. ¿Por agradecimiento? Esa es una virtud muy poco corriente en política.  Mucho más probablemente, el rey calcula que, al quedar privados los templarios de su estatuto  y, por consiguiente, de su soberanía, dejarán de representar para él ningún peligro y, al contrario. le será factible servirse de ellos. Podría apoderarse de sus riquezas. Pero quizá  prefiere beneficiarse de su secreto”. (Ibídem, p. 154). 

“El caso es que Dionisio no sólo no toma ninguna medida contra el Temple, sino que acoge a los  hermanos fugitivos que consiguen llegar a sus Estados. La flota templaria del Mediterráneo se  refugia en el puerto de Serra del Rei. Durante trece años, el priorazgo de Portugal se mantiene  como si no hubiese ocurrido nada. Después, en 1320, el rey funda la Orden de Cristo, que lo  absorbe. Nada ha cambiado en apariencia: la misma regla, la misma organización, los mismos  hombres, los mismos bienes. Salvo un detalle. El gran maestre deja de ser elegido por los  caballeros para ser nombrado por el soberano. El nuevo Temple es el heredero del antiguo pero  pierde su autonomía. Ha pasado a ser una Orden nacional”. (Ibídem, p. 154). 

Sobre la modificación que se hizo del Tratado de Tordesillas marcando la demarcación entre  España y Portugal en favor de este último, tenemos la siguiente explicación: 

“Se inician entonces unas negociaciones que desembocan, en junio de 1494, en el Tratado de  Tordesillas. La línea de demarcación se desplaza a trescientas cincuenta leguas al oeste de Cabo Verde. ¿Cuál es la diferencia? Simplemente Brasil, cuya enorme punta oriental se  incorpora así al dominio portugués. Ahora bien, en 1494 nadie ha reconocido aún oficialmente  las costas del subcontinente austral, y Colón no ha alcanzado siquiera la Tierra Firme. Algo  debió de ocurrir en Lisboa para que se cambiase tan pronto de actitud. Evidentemente, se ha  consultado un mapa del ‘nuevo mundo’, un mapa que los españoles no poseen, ya que, sin  darse cuenta, ceden a su competidor la mitad de las tierras que el soberano pontífice acaba de  atribuirles en América del Sur”. (Ibídem, p. 156). 

“Ese mapa existe efectivamente, como he demostrado en una obra anterior. Es el que Colón  había consultado clandestinamente unos años antes en la Tesouraria, donde el rey de Portugal  conservaba sus archivos secretos. Es también el que, unos años más tarde, copiará Magallanes  antes de ir a ofrecer sus servicios a Carlos V. Y el que Renato II, duque de Lorena, hará publicar  en 1507 por el Gimnasio vosguiano. Un mapa que sitúa exactamente el continente ‘desconocido’ y que incluye, además del Vinland, al que se reduce América del Norte, el trazado completo de  América del Sur, con el estrecho. Permite a Colón afirmar, en contra de los datos más  sólidamente establecidos por los geógrafos, que la tierra del Gran Kan, es decir, el Asia oriental,  está mucho más cerca de Europa de lo que se cree y que ocupa un emplazamiento que es en  realidad, aunque se guarda mucho de decirlo, el del ‘nuevo mundo’. Da también a Magallanes  un argumento luego decisivo para convencer al emperador y a sus ministros, a los cuales  muestra el estrecho que se propone alcanzar, un estrecho sobre el que, al decir de Pigafetta,  diplomático pontifical que le acompaña en su viaje, conoce no solamente su latitud aproximada,  sino también los menores detalles topográficos”. (Ibídem, p. 156-157). Hay que hacer notar  que aquí el autor dice consultar y no robar, como afirma en otra cita, por lo cual él mismo se  refuta contradiciéndose. 

“El mapa de Dieppe acaba por pasar a manos del rey. Sin embargo, es ya demasiado tarde  para utilizarlo. Los proveedores de metales preciosos han desaparecido de las costas  americanas. Sin duda, las expediciones emprendidas de vez en cuando confirman que la  situación no ha variado. A falta de la plata, las especias constituyen la más deseable de las  fuentes de riqueza. Pero sólo en Oriente puede uno procurárselas. Los barcos portugueses  toman, por lo tanto, la ruta de las Indias. Inútil por el momento, el mapa de Dieppe va a parar  a la Tesouraria, donde el rey guarda sus archivos secretos. Allí conseguirán robarlo, uno tras  otro, Colón y Magallanes”. (Ibídem, p. 158). Aquí hay que aclarar que Magallanes no roba nada pues cómo va a robar lo que ya supuestamente, según el autor, había robado Colón; es  imposible. Tampoco Colón robó nada porque entonces, ¿qué fue lo que vio Magallanes? Aquí  se ve mala voluntad y la estupidez de Jacques de Mahieu. Entonces queda más que claro que  lo que hicieron Colón y Magallanes fue copiarlo y no robarlo, que es muy distinto; lo cual era  muy legítimo pues la ciencia y el saber son patrimonio de la cultura universal. El mismo  Jacques de Mahieu dice contradiciéndose: “El futuro Gran Almiarante copió la carta en una  página blanca de uno de sus libros, L´Historia Rerum Ubique Gestarum del Papa Pío II, y tomó 

los apuntes necesarios para poder reproducir el mapa”. (Ibídem, p. 86-87). 

“Los vikingos de Tiahuanaco no tienen ningún motivo para disimular a sus parientes sus  conocimientos acerca de América del Sur. Al contrario, seguramente se jactan de ellos. Dejan  que los habitantes de Dieppe copien el mapa que han trazado gracias a ciento cincuenta. años  de navegación a lo largo de las costas del subcontinente y de exploración del territorio que  ocupan al oeste de los Andes y que controlan, al norte y al este, desde el Orinoco al río de la  Plata; un mapa que no tardará en ser ampliado -gracias a las informaciones recibidas de los  escandinavos, con los cuales Normandía mantiene estrechos contactos- con el contorno del  Vinland, es decir, las tierras colonizadas o reconocidas en América del Norte por los vikingos  noruegos”. (Ibídem, p. 159). 

“De acuerdo con la costumbre de la época, los habitantes de Dieppe guardan cuidadosamente  un secreto del que esperan, no sin razón, sacar más tarde ventajas comerciales. Pero no son los  únicos en conocerlo. El Temple es todopoderoso en la región, más aún que en otras partes”. (Ibídem, p. 159). 

“El Temple se pone, pues, en contacto con los vikingos americanos y negocia un acuerdo. Pronto  los navíos de la Orden ponen rumbo a América, donde sus técnicos organizan, por una parte,  la explotación de los yacimientos de la sierra de la Plata y, por otra parte, trazan los planos a  la nueva Tiahuanaco, que empieza a construir rápidamente gracias a la mano de obra indígena,  a la que forman. El metal no tarda en afluir al puerto de La Rochelle, dedicado en especial a la  navegación transatlántica. Con ello, los recursos del Temple se multiplican extraordinariamente, 

y los utiliza para financiar la construcción de las catedrales góticas”. (Ibídem, p. 160). 

“El secretum Templi del que dan testimonio los sellos descubiertos recientemente, comprendido  el que nos muestra un amerindio característico, oculta una operación tan importante que justifica la creación de una jerarquía, la cual, al menos en su propio dominio, está por encima  de la otra, aquella de la que el gran maestre constituye la cabeza”. (Ibídem, p. 160). 

“Sin embargo, los vikingos, que son paganos, no permiten que los templarios se establezcan en  su imperio. Sólo al precio de las mayores dificultades y, por último, de su propia vida, un  capellán de la Orden, al que los guaraníes llaman Pa’i Zumé, y los daneses, en su lengua, Thul  Gupa, el padre Gnupa, consigue penetrar en América del Sur hacia 1250 y evangelizar  superficialmente sus poblaciones. A él se debe la construcción en Tiahuanaco de una iglesia  románica, no terminada aún hacia 1290, cuando la capital vikinga cayó en poder de los  araucanos sublevados, y la introducción de motivos esculturales procedentes de la catedral de  Amiens”. (Ibídem, p. 160). 

“Una vez desaparecido el reino franco de Jerusalén, cuando los soberanos de Occidente  empiezan a mostrar su inquietud ante el poderío de la Orden y del papa, ante una heterodoxia  teológica que proviene de un contacto demasiado estrecho con los judíos y los musulmanes, el  Temple piensa en asegurarse al otro lado del océano una base de repliegue y en constituir un Estado soberano que le permita evitar toda coacción. Envía entonces un barco a América central, donde los miembros de la tripulación son acogidos con entusiasmo por los indigenas, que  esperan desde hace tres siglos el retorno de Quetzalcóatl”. (Ibídem, p. 160). 

“El Temple se establece, pues, en México, a las orillas del lago de Chalco. Unos años más tarde,  en 1307, la escuadra de La Rochelle desembarca en Pánuco no sólo los archivos de la Orden,  sino también un fuerte contingente de caballeros, con sus capellanes, sus sargentos y sus  conversos”. (Ibídem, p. 159-160). 

“Así reforzada, la comunidad impone su autoridad a toda la región de Chalco. a la que  transporta, mutaris mutandi, las instituciones feudales de Europa. No puede hacerlo de otro  modo que adaptándose a las creencias y las costumbres locales, a lo que le empuja, además,  su vocación sincretista. Pero, a partir de 1307, se corta todo contacto con el Antiguo Continente.  Los templarios, que son célibes, mueren unos tras otros sin dejar descendencia, a excepción sin  duda de algunos bastardos mestizos”. (Ibídem, p. 160). 

“Es un hecho que el mapa de Dieppe, ahora inútil, puesto que las minas de plata de América de  Sur han sido abandonadas por los vikingos, se encuentra en el siglo XI en el Tesoro del rey, en  Lisboa. Colón copia sus datos y se sirve de ellos para obtener de Isabel de Castilla la  autorización de ir a ‘descubrir’ una tierra que hace pasar por el reino del Gran Kan, cuando  sabe muy bien que se trata de un continente que todo el mundo visita desde hace siglos. Unos  años más tarde, Magallanes roba a su vez el secreto y lo utiliza para convencer a Carlos V de  que le permita ‘descubrir’ el paso del Sur, que los vikingos conocían perfectamente y que figura  ya en el globo construido en 1515 por Johannes Schönner, copia exacta del mapa de Dieppe,  probablemente entregado por el rey de Francia y que el duque de Lorena ha hecho publicar ocho  años antes, sin el estrecho”. (Ibídem, p. 162). 

Con todos estos datos y conocimientos, Colón, inspirado por su ideal religioso y espíritu de fe y de esperanza apocalíptico-milenarista-patrística, se lanza a su magna empresa  conquistadora y misionera de evangelización (que la reina Isabel la Católica captó), para que  el Reino Mesiánico de Cristo Rey venga, como se pide en cada Padrenuestro: Venga tu Reino  (adveniat regnum tuum), y se haga un solo rebaño bajo un solo Pastor, realizándose así la  Gran Promesa apocalíptico-milenarista-patrística que permea todas las Escrituras. 

Luego, un Colón frio, calculador, ambicioso, sin escrúpulos, como afirman J.J. Benítez y  tantos otros, no tiene ningún fundamento y no es más que el atrevimiento que proporciona la  ignorancia. 

El mapa de Enrique Martelo, 1489 (Henricus Martellus, nombre latinizado de Heinrich  Hammer) trae el contorno de América del Sur con la red fluvial de los ríos más importantes:  rio Magdalena, río Orinoco, río Amazonas, río Paraná, rio Uruguay, Río de la Plata, río Colorado, río Negro, río Grande; y los cabos más relevantes: San Roque, cabo Frío (en Brasil), Península de Valdés, cabo Tres Puntos cabo Francisco de Paula (en la Argentina) y hasta el  lago Titicaca (Perú-Bolivia), sin olvidar Tierra del Fuego por si fuera poco; tal como Paul Galles  expone en su obra La Cola del Dragón (de China) pues América del Sur estaba adosada a  China como una prolongación. El Pacífico que conocemos hoy, era denominado el Sinus  Magnus, Golfo (cavidad) Grande, o Sinarum Sinus (Golfo de los Chinos), y sobre su origen dice Jacques de Mahieu: “En el mapa de Ptolomeo, al sur del Satyrorum Promontorium, se abre  un golfo que, en realidad, no existe y que el geógrafo -o su traductor- llama Sinarum Sinus, Golfo  de los Chinos. A la misma altura, pero en el interior de las tierras, figura una ciudad (‘metrópoli’, dice Ptolomeo) que lleva el nombre de Thinae. A menudo se dijo que se trataba de la capital de  China, no sin agregar que su nombre provenía de la dinastía Tzin. Se llegó hasta a sostener que  Ptolomeo se había equivocado lisa y llanamente, orientando hacia el sur, en lugar del norte, la  costa china, lo cual constituye un doble disparate: nunca hubo la menor dificultad para medir  la latitud, y la toponimia hindú excluye toda confusión. Por otro lado, el nombre de Thinae -a  veces Thina o Cina-, aplicado a una ciudad de China o al país todo, era conocido en el Occidente  (Eratóstenes) y en el Oriente (Kantilya, 300 a. J. C.) mucho antes de la época de la dinastía Tzin (225 a 206. a. J. C.). La hipótesis más probable, e Ibarra Grasso la insinúa, es que Thinae o  Sinae (los chinos, en latín) venga de Sinus y signifique ‘los habitantes del Golfo’. Thina y sus  variantes Cina y Sina serían entonces ‘el país de los habitantes del Golfo’”. (La Geografía  Secreta de América antes de Colón, p. 20-21). 

Colón, como versado cartógrafo y navegante, conocía los mapas más relevantes hasta  entonces existentes y entre ellos el de Enrique Martelo, que apareció 3 años antes de su  primer viaje, además de conocer el mapa de Dieppe entre muchos otros, pero con la gran  diferencia de que los sabía interpretar dimensionando una realidad del resto, que tanto  navegantes como cartógrafos y sabios no tenían claro ni sabían dilucidar. Y aquí está el gran 

detalle de la genialidad de Cristóbal Colón, porque si bien otros llegaron antes, vikingos y  templarios y hasta San Brandon, entre otros, ninguno conceptualizó que eran tierras nuevas  y, en realidad, un nuevo continente, a pesar de que algunos afirman ignorantemente, que  Colón murió sin saber de la existencia del nuevo mundo creyendo que llegó a las Indias o a  la China sin darse cuenta de que sus habitantes, cultura y geografía eran totalmente distintos.  Es más, Colón por eso escribe en el Libro de las Profecías a los Reyes Católicos, haciendo  acopio de las Escrituras y profecías que anunciaban esto como, por ejemplo, la de Séneca:  “Séneca, en el VII de la tragedia Medea, en el coro ‘Audaz en demasía’. Venient annis secula  seris, quibus Oceanus vincula rerum laxet, et ingens pateat tellus Tiphisque novos detegat  orbes, nec sit terris ultima Tille. Vernán los tardos años del mundo ciertos tiempos en los cuales  el mar Océano afloxerá los atamentos de las cosas, y se abrirá una grande tierra, y um nuebo  marinero como aquel que fue guía de Jasón, que obe nombre Tiphi, descobrirá nuebo mundo, y  estonçes non será la isla Tille la postrera de las tierras”. (Libro de las Profecías, ed. Alianza  Editorial, Madrid 1992, p. 104). 

Que Colón murió sin saber que no había llegado a la India (América) es otro de los crasos  errores de los eruditos miopes que abundan como moscas. Como prueba el siguiente texto:  “En 1498, durante su tercer viaje, Colón se da cuenta de que los lugares por los que navega son  algo diferente: ‘…que Vuestras Altezas tienen acá otro mundo…’, les dice a los Reyes en relación  a dicho viaje”. (Libro de las Profecías, ed. Alianza Editorial, Madrid 1992, p. XV). Luego, por  lo menos, lo supo en el tercer viaje, si no es que ya lo sabía y lo confirmó con el primero de  sus viajes. 

6) Vamos a citar algunos de los textos que no dejarán duda del espíritu profético-milenarista de Colón: 

Salmo 21: “Recapacitarán y se convertirán al Señor los confines enteros de la tierra; y en su  presencia se postrarán las familias enteras de las gentes; porque el reino es del Señor y él  dominará a las gentes”. (Ibídem, p. 19).  

Salmo 46: “Gentes todas: aplaudid, lanzad gritos de alegría en honor de Dios: porque el Señor  es excelso, terrible, el gran rey sobre toda la tierra. Nos sometió a los pueblos y puso a las  gentes bajo nuestros pies, etc. Dios reinó sobre las gentes”. (Ibídem, p. 20). 

Salmo 47: “El Señor es grande y de sobra digno de alabanza en la ciudad de nuestro Dios, en  su monte santo. En la alegría de toda la tierra se fundamenta el monte Sión, los extremos del  aquilón, la ciudad del gran rey, etc. Tal como lo oímos lo vimos en la ciudad del Señor de las  virtudes, en la ciudad de nuestro Dios, etc. Como tu nombre, Dios, así también tu alabanza  hasta los confines de la tierra”. (Ibídem, p. 20). 

Salmo 56: “Te proclamaré entre los pueblos, Señor, y entonaré salmos en tu honor; porque hasta  los cielos ha sido exaltada tu misericordia y hasta las nubes tu verdad. Levántate sobre los  cielos, Dios, y tu gloria, sobre toda la tierra”. (Ibídem, p. 21). 

Salmo 58: “Y sabrán que el Dios de Jacob dominará incluso los confines de la tierra”. (Ibídem,  p. 21). 

Salmo 64: “A ti, Dios, se te debe un himno en Sión, y contigo se cumplirán las promesas en  Jerusalén. Escucha mi oración; a tu presencia acudirá toda la humanidad, etc. Bienaventurado  aquel que elegiste y llevaste contigo: habitará en tus atrios. Nos saciaremos con los bienes de  tu casa; santo es tu templo, admirable en su equidad. Escúchanos, Dios Nuestro benéfico,  esperanza de todos los confines de la tierra, y en la lejanía del mar”. (Ibídem, p. 21). 

Salmo 71: “Los reyes de Tarsis y las islas harán ofrendas; los reyes de los árabes y de Saba  traerán regalos; y lo adorarán todos los reyes; todas las gentes le servirán, etc. Sea bendito su  nombre por los siglos, etc. Todas las gentes lo exaltarán, etc. Y toda la tierra se llenará de su  majestad, etc”. (Ibídem, p. 22-23). 

Salmo 75: “Conocido es Dios en Judea, grande es su nombre en Israel. Su sitio se ha fijado en  la paz y su residencia en Sión, etc”. (Ibídem, p. 23). 

Salmo 92: “El Señor reinó, se revistió de belleza; el Señor se revistió de fortaleza y se armó, etc.  Tus testimonios se hicieron completamente creíbles; conviene a tu casa la santidad, Señor,  durante largos días”. (Ibídem, p. 24-25). 

Salmo 95: “Tiemble ante tu faz la tierra entera; decid entre las gentes que el Señor reinó; y el  resto en su totalidad”. (Ibídem, p. 25). 

Salmo 137: “Que te proclamen, Señor, todos los reyes de la tierra, porque oyeron todas las  palabras de tu boca”. (Ibídem, p. 29). 

Salmo 144: “Dirán la gloria de tu reino, y contarán tu poder; para que hagan saber a los hijos  de los hombres tu poder, y la gloria de la magnificencia de tu reino. Tu reino es reino de todos  los siglos, y tu poderío en toda generación y generación”. (Ibídem, p. 29). 

Para que estas citas del Colón no nos asombren, hay que tener en cuenta lo que se dice en la  introducción al Libro de las Profecías: “No es raro que Colón recurriera a la Biblia para justificar  o explicar su descubrimiento, porque era el único libro que podía hacerlo. El hombre temeroso  de Dios, y Colón lo es en grado sumo, da una explicación transcendente no sólo al devenir  cotidiano de su vida personal, a sus pequeñas amarguras y alegrías, sino a los grandes  acontecimientos que sacuden la conciencia de sus contemporáneos. De ahí que para  comprender al Almirante, protagonista él mismo de sucesos capitales, sea preciso conocer como  requisito previo sus más íntimos sentimientos religiosos”. (Ibídem, p. XIV).

“Hay que volver a la carta del Almirante a los Reyes. Adrede dejamos antes de lado la frase  inicial: La rasón que tengo de la restitución de la Santa Casa a la Santa Iglesia militante es la  siguiente. Este es el propósito de la carta: la conquista de Jerusalén. Si la era mesiánica ha  empezado, o está a punto de iniciarse, es lógico que las ideas de Colón apunten hacia Jerusalén. 

En el plan de las esperanzas mesiánicas de Israel, Jerusalén había de participar de todo el  esplendor de los tiempos mesiánicos. El monte Sión se convierte en residencia del rey mesiánico  (Sal. 2,6; 110, 2) y con ello en punto central del reino mesiánico”. (Ibídem, p. XVI). 

Queda así por tierra, lo que no han comprendido muchos historiadores que atribuyen  ambición, avaricia, etc., a Colón. 

Citando a San Agustín, Colón dice: “Caerán en la cuenta y se convertirán al Señor los confines  enteros de la tierra, y en su presencia se postrarán las patrias enteras de las gentes”. (Ibídem,  p. 39). 

“Ciertamente la Iglesia, formada sin mancha y sin arruga de entre todas las gentes y que con  Cristo habrá de reinar eternamente, es la tierra de los bienaventurados vivos”. (Ibídem, p. 43). 

“Le adorarán todos los reyes de la tierra, todas las gentes le servirán”. (Ibídem, p. 46). 

“Recapacitarán y se convertirán al Señor los confines enteros de la tierra; y en su presencia se  postrarán las patrias enteras de las gentes; porque es el reino del Señor y él dominará a las  gentes”. (Ibídem, p. 51). 

Citando a Jeremías: “Salva, Señor, a tu pueblo, a los restos de Israel. He aquí que yo los traeré  de la tierra del aquilón, y los reuniré desde los confines de la tierra”. (Ibídem, p. 76). 

“Oíd, gentes, la palabra del Señor y anunciadla en las islas que están lejos, y decid: el que  dispersó a Israel lo reunirá, y lo guardará como el pastor a su rebaño”. (Ibídem, p. 76). 

Citando a Ezequiel: “Y haré de ellos una sola gente en la tierra, en los montes de Israel, y habrá  un solo Rey que gobierne sobre todos; y no serán nunca más dos gentes, ni se dividirán más en  dos reinos, etc. Y serán mi pueblo y yo seré su Dios. Y mi siervo David será su rey, y habrá un  solo pastor para todos ellos”. (Ibídem, p. 80). 

Citando a Zacarías: “Y el Señor será rey sobre toda la tierra: ese día habrá un solo Señor, y su  nombre será el único”. (Ibídem, p. 95). 

Citando a San Juan: “Y será un solo redil y un solo pastor”. (Ibídem, p.106). “Y será un solo redil, esto es, una sola Iglesia formada de judíos y gentiles”. (Ibídem, p. 107). 

Citando a San Gregorio el Grande: “Como si de dos rebaños se forma un solo redil; porque unió  en su fe al pueblo judío y al gentil”. (Ibídem, p. 108). 

Algunos textos que nos muestran el ideal de Colón y el acopio de todo lo que conocía para  poder acometer su empresa:

“Ya pasan de XL años que yo voy en este uso; todo lo que fasta oy se navega todo lo he andado;  trato y conversaçion he tenido con gente sabia, heclesiasticos e seglares, latinos y griegos,  judíos y moros, y con otros muchos de otras sectas”. (Ibídem, p. 11). 

“A este mi deseo fallé a Nuestro Señor muy propicio y ove d’el para ello espirito de inteligençia:  en la marinería me fiso abondoso, de astrología me dio lo que abastava, y así de geometría y  arismética y engenio en el alma y manos para debusar espera, y en ella las çibdades, ríos y  montañas, islas y puertos, todo en su propio sitio”. (Ibídem, p. 11). 

“En este tiempo he yo visto y puesto estudio en ver de todas escrituras: cosmografía, istorias,  corónicas y filosofía y de otras artes a que me abrió Nuestro Señor el entendimiento con mano  palpable a que era hasedero navegar de aquí a las Indias y me abrió la voluntad para la  hexecuçión d’ello; y con este fuego viene a Vuestras Altezas”. (Ibídem, p. 11-12). 

La fase apocalíptico-milenarista de Colón no es suficientemente resaltada y menos  comprendida ni aún para el mismo autor de la introducción del Libro de las Profecías, pues  la atribuye a una mentalidad judía en oposición a la mentalidad católica, cosa que no debe  sorprender pues aún hoy el prejuicio y la ignorancia prevalecen al respecto, pues no se  concibe un Milenarismo Patrístico como el que hubo en los primeros cuatro o cinco siglos en  la Iglesia: “Concluyamos también con palabras de J. Gil: ‘Colón, pues, se encuentra en el mundo  presente judaico y no en el mundo futuro cristiano. Su descubrimiento marca, sí, un hito en la  historia de la Humanidad porque la aparición de esa nueva tierra indica que está a punto de  iniciarse, si es que no ha empezado ya, la tan suspirada era mesiánica’ ”. (Ibídem, p. XV). 

Es una lástima que Jacques de Mahieu, que aporta una gran luz respecto al descubrimiento  de América y la prueba de los vikingos en América desde el año 967 y su cartografía que se  ve reflejada en el mapa de Enrique Martelo de 1489 descubierto por Paul Galles, que revela  la red fluvial de los ríos más importantes de América del Sur, en lo que se conocía como una  prolongación de China desde los tiempos de Marino de Tiro y Ptolomeo, trate a Colón de  embustero no reconociendo la evidencia de los hechos que demuestran que, si bien América  fue visitada mucho antes, esto no estaba conceptualmente reconocida como tal, ni aún por  los vikingos ni por nadie, como un Nuevo Mundo allende los mares.  

Jacques de Mahieu no solo quita mérito a Colón llamándolo embustero, sino que incluso lo  trata de criminal: “Colón hizo más que prestarle sus servicios profesionales: albergó en su casa a los cincos marinos los cuales murieron unos días más tarde. Inmediatamente después, el  futuro virrey huyó de Portugal. ¿Había asesinado a sus huéspedes? Lo que lleva a creerlo es el  texto de una carta que el Rey Juan II, informado por los innumerables espías que tenía a sueldo  en la Corte de Castilla de la buena marcha de los proyectos de Colón y arrepentido de su  escepticismo, le dirigió en 1488 para pedirle que volviera: el soberano le garantizaba que no  sería molestado en absoluto por cualquier crimen que fuese. Era sumamente difícil, aun en  aquella época, llamar ‘crimen’ el hecho de copiar indebidamente una carta, Sea dicho entre  paréntesis, fue probablemente la confesión que hizo de esos dos ‘pecados’, tal vez sub sigillo,  a Fray Juan Perez, superior el convento de la Rábida, la que llevó al monje astrólogo a introducir  a Colón ante la Reina Isabel que, hasta entonces, se había negado a recibirlo”. (La Geografía  Secreta de América antes de Colón, p. 88). Tal insinuación no es determinante pues pudo ser 

que el rey dio oídos a lo que bien pudo ser una falsa acusación hecha por envidia por aquellos que conculcan siempre la eminencia de todo lo que les supera en grandeza y verdad. 

Los altos ideales y convicciones de Colón no pueden tener jamás albergue en un criminal y  en un embustero. Y el que no vea esto es un miope con complejo de inferioridad al que le  molesta la luz del sol para poder ver, que no soporta ni tolera la superioridad y la grandeza. 

Los grandes problemas de Colón con los sabios de la época se debían a la inviabilidad del  viaje por la gran distancia que Colón conocía perfectamente, pero no podía revelar que a mitad  de camino había una tierra nueva (América), por lo que tomaba las distancias que convenían a su objetivo. De no existir América, jamás hubiera podido llegar a la India pues la distancia  no lo permitía y el naufragio era seguro. El gran dilema para Colón era encontrar esas tierras  nuevas o perecer en el mar. 

Esto solo muestra la gran personalidad de Colón y la seguridad que le daban sus  conocimientos de mapas, navegación y profecías. 

“Colón sabe, antes de partir, que va a alcanzar, no el Asia, sino un Mondus Novus que no es  sino la Península de Cattigara. Sabe perfectamente dónde se halla y juega con las cifras para  hacer creer que las costas del Asia están precisamente en el lugar dónde se sitúan las de  América, no sin utilizar el mapa falso, y que sabe falso, del pobre Toscanelli, hurtado también  él”. (Ibídem, p. 101). 

“Pero Alfraganus expresaba la extensión del grado en millas árabes de 1.973,5 m. Esto, Colón  no lo tomó en cuenta, creyendo, o simulando creer, que se trataba de millas italianas de 1477,5  m, error éste que resulta sumamente difícil de aceptar como tal por parte de un cartógrafo  profesional. De cualquier modo, se las arreglaba así para situar Cathay a 5.762 km de Lisboa,  vale decir exactamente en el lugar donde se halla la costa oriental de America. El que los  geógrafos de Salamanca, después de los de Lisboa, hayan encontrado esos cálculos poco  convincentes no sorprenderá a nadie. Pero acta extensión del Atlántico no por ello dejaba de ser  exacta. Digámoslo en términos poco académicos: Colón había manoseado las cifras para  hacerlas coincidir con datos precisos que tenía pero no quería revelar. Mentía para conservar  todo el mérito del descubrimiento de una tierra cuya existencia y posición exacta conocía  perfectamente”. (Ibídem, p. 90-92). 

“Colón, como decimos, toma dimensiones que más convienen a su proyecto, cometiendo unos  errores demasiado grandes para que ningún científico de la época pudiera ignorarlos”. (Isabel  la Católica Reina de la Hispanidad, Carlos de Meer, ed. Alas Abiertas, Barcelona 1992, p. 84). 

Queda claro que Colón daba la distancia exacta hasta América como si fuera la que había  hasta la India, y esto no les encajaba a los sabios y peritos, pero no podía revelar su secreto  pues quién le iba a creer si decía todo lo que sabía y, aun así, si lo dijera, no era seguro que  se convencieran y lo aceptaran, y así favorecieran la viabilidad del proyecto: “Recordémoslo:  todo el mundo sabía, en el siglo XV, que la Tierra es redonda y, luego, era posible, teóricamente,  ir desde Europa a las Indias al través del Atlántico, lo que de hecho la distancia prohibía. Colón  conocía la Geografía de Ptolomeo. Había leído todos los escritos de los antiguos que citamos en  el capítulo II, sea directamente, sea, de cualquier modo, en la Ymago mundi del cardenal d´AiIly (Petrus de Alliaco, en latín), su libro de cabecera. De esta última obra, retenía sobre todo la  insistencia del autor en reducir la extensión del Océano Atlántico: ‘La longitud de la tierra hacia el Oriente mucho mayor de lo que indica Ptolomeo’ ”. (La Geografía Secreta de América antes  de Colón, p. 88). Lo único que le quedaba era obtener luz verde y lanzarse a la aventura más  genial de la historia, y que los hechos le dieran la razón; y eso fue lo que hizo. 

Colón conocía lo de Catigara, de la que Marino de Tiro y Ptolomeo hablaban en sus mapas. Los 2 croquis que Colón utilizó para su viaje muestran el conocimiento que tenía de las tierras  nuevas que por él fueron descubiertas y dadas a conocer. 

Catigara es Chan Chan en la costa del Perú, tal como loafirma Jacques de Mahieu: “No nos  sorprendamos: Chan-Chan no es otra que la ‘ciudad bien conocida de Cattigara’ que menciona  Ptolomeo y que sitúa en la costa este de un Sinus Magnus que separa el Quersoneso de Oro  -Indochina y Malasia- de una enorme península -inexistente- que prolonga hacia el sur el Asia  oriental. Un Sinus Magnus arbitrariamente reducido que, según su predecesor Marino de Tiro, 

se extendía hasta las islas Marquesas. Lo cual aún era insuficiente, puesto que no podía  tratarse sino del Océano Pacífico. La toponimia que nos ha dejado Ptolomeo de la Tierra de  Cattigara, nos muestra que los hindúes y los chinos la frecuentaban. Más todavía, nuestro geógrafo nos relata, según Marino, el viaje que, en el siglo I de nuestra era, llevó allá al capitán griego Alejandro. Lo que asiáticos y europeos iban a buscar en el Perú que era el oro de que  rebosaba el país”. (El Imperio Vikingo de Tiahuanacu, ed. Casa de Tharsis, Cochabamba Bolivia 2013, p. 36). 

“Es en la desembocadura del rio Faquisllamga, donde se encuentra hoy en día Lambayeque,  un poco al norte de Chan-Chan donde los vikingos -varones y mujeres- desembarcan en lo que  se va a convertir en el imperio de Chimor (del norrés skim, skimi, luz: skima, amanecer)”.  (Ibídem, p. 37). 

El mapa de 1440 o mapa de Yale, pues ahí se conserva después de comprado por esta  Universidad, muestra cómo se sabía de su existencia, aunque no como se supo después de  Colón. 

El mapa del turco Piri Reis (1515), aunque es posterior al descubrimiento de América, tiene  también relevancia pues fue hecho en base a un mapa de un marinero de la tripulación de  Colón, tal como dice Jacques de Mahieu: “El cartógrafo turco nos dice, en las innumerables  anotaciones de la parte que nos queda de su mapamundi, que había obtenido de un marinero  de Colón, convertido en su esclavo, los datos que utilizó para trazar las costas de la América  Central”. (La Geografía Secreta de América antes de Colón, p. 36). 

El mapa de Dieppe de los vikingos archivado en la Tesorería del Rey de Portugal y que Colón  descubrió y copió, es copia exacta del mapa de Schöner, como afirma Jacques de Mahieu. Es  una prueba de la convicción de Colón para realizar el viaje, pues lo único que faltaba era  probarlo ante el mundo entero con su descubrimiento: “En todo caso, es un hecho que el mapa  de Dieppe, ahora inútil, puesto que las minas de plata de América del Sur han sido  abandonadas por los vikingos, se encuentra en el siglo XV en el Tesoro del rey, en Lisboa. Colón  copia sus datos y se sirve de ellos para obtener de Isabel de Castilla la autorización de ir a  ‘descubrir’ una tierra que hace pasar por el reino del Gran Kan, cuando sabe muy bien que se  trata de un continente que todo el mundo visita desde hace siglos. Unos años más tarde,  Magallanes roba a su vez el secreto y lo utiliza para convencer a Carlos V de que le permita  ‘descubrir’ el paso del Sur, que los vikingos conocían perfectamente y que figura ya en el globo  construido en 1515 por Johannes Schônner, copia exacta del mapa de Dieppe, probablemente  entregado por el rey de Francia y que el duque de Lorena ha hecho publicar ocho años antes,  sin el estrecho”. (Colón llegó después, ed. Martínez Roca, Barcelona 1988, p. 162). 

Hay que resaltar que, si Jacques de Mahieu dice “que hace pasar por el reino del Gran Kan”, Colón sabia, por lo tanto, que no era la India ni la China donde iba sino a una nueva tierra que después se llamó América. Luego la afirmación de que Colón no sabía, ni supo mientras vivió, que había llegado a América, cae por sí misma y es falsa. 

Y aunque de Mahieu dice que todo el mundo visita, nadie sabía que era un Nuevo Mundo sino  hasta que llegó Colón. 

Colón fue un hombre inspirado por Dios, elegido por la Providencia Divina para descubrir América para el mundo. Los hechos lo prueban. Queda probado que el Descubrimiento y  evangelización de Colón era la primera etapa de su ideal, la segunda etapa era la reconquista  de Jerusalén y la reconstrucción del templo, y la tercera y última etapa, el Reino Mesiánico que debía venir una vez cumplidas las anteriores pues de esto nos habla la Escritura y  profecía.

El Libro de las Profecías de Colón prueba el móvil Apostólico-Mesiánico-Apocalíptico de Colón.  Mas que descubrir, le interesaba la profecía del Reino Milenario, posterior a la Reconquista  de Jerusalén y la evangelización (conversión) de todas las gentes y tierras; pues esto era previo  (según su idea) a la Segunda Venida. 

Colón no solo fue un gran navegante y cartógrafo conocedor de todo lo que en su época se  sabía al respecto, lo que le permitiría descubrir América y, por tanto, ser el gran descubridor  de América (pues nadie se había percatado de que se trata de un mundo nuevo), sino que,  además, fue un gran misionero y evangelizador al punto de ser el último gran cruzado en  querer recuperar Jerusalén. Fue un hombre que hizo honor a su nombre, Cristóbal, con todo  lo que encierra su significado. 

P. Basilio Méramo 

Bogotá, 20 de mayo de 2023