P. CERIANI: SERMÓN PARA EL QUINTO DOMINGO DE PASCUA

QUINTO DOMINGO DE PASCUA

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: “En verdad, en verdad os digo, lo que pidiereis al Padre, Él os lo dará en mi nombre. Hasta ahora no habéis pedido nada en mi nombre. Pedid, y recibiréis, para que vuestro gozo sea colmado. Os he dicho estas cosas en parábolas; viene la hora en que no os hablaré más en parábolas, sino que abiertamente os daré noticia del Padre. En aquel día pediréis en mi nombre, y no digo que Yo rogaré al Padre por vosotros, pues el Padre os ama Él mismo, porque vosotros me habéis amado, y habéis creído que Yo vine de Dios. Salí del Padre, y vine al mundo; otra vez dejo el mundo, y retorno al Padre”. Le dijeron los discípulos: “He aquí que ahora nos hablas claramente y sin parábolas. Ahora sabemos que conoces todo, y no necesitas que nadie te interrogue. Por esto creemos que has venido de Dios”.

Llegamos al Quinto Domingo de Pascua, y con él concluimos los sermones sobre el Apocalipsis, que emprendimos el Domingo In Albis.

Dios mediante, tal vez retomemos algunas ideas el próximo Domingo, Infraoctava de la Ascensión.

Hace quince días, el Tercer Domingo de Pascua, nos detuvimos sobre lo tremendo de las palabras de Nuestro Señor, y prometimos tratar hoy la parte de los consuelos reservados a sus súbditos fieles.

Vimos que Nuestro Señor, en la persona de sus Apóstoles reunidos en el Cenáculo, nos dirigía estas palabras, al mismo tiempo tremendas y consoladoras: En verdad, en verdad os digo, vosotros vais a llorar y gemir, mientras que el mundo se va a regocijar. Estaréis contristados, pero vuestra tristeza se convertirá en gozo … Tenéis ahora tristeza, pero Yo volveré a veros, y entonces vuestro corazón se alegrará y nadie os podrá quitar vuestro gozo…

Y el Evangelio de hoy trae estas otras consoladoras palabras: El Padre os ama Él mismo, porque vosotros me habéis amado, y habéis creído que Yo vine de Dios. Salí del Padre, y vine al mundo; otra vez dejo el mundo, y retorno al Padre.

Y ese regreso al Padre del Verbo, en cuanto Encarnado, abre el período de la Iglesia, en sus luchas y triunfos, hasta la Segunda Venida de Nuestro Señor Jesucristo en Gloria y Majestad, el día de su Parusía.

Este es el tema de la homilía de hoy… programa y motivo de gran consuelo…

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Cuando el Anticristo llegue al colmo de su poder, entonces se manifestará Jesucristo con sus Santos, y lo destruirá con el aliento de su boca y con el resplandor de su Presencia.

Así se consumará la sexta edad, la última hora, y se iniciará la séptima. En aquellos tiempos vendrá el Reino de Cristo con sus Santos: el glorioso misterio de la manifestación de los hijos de Dios, que renovará la faz de la tierra.

A Satanás, príncipe de este mundo, le será quitado el poder por mil años, será encadenado en el abismo, para ser soltado, por muy poco tiempo, al fin de esta séptima edad.

En esta lucha de Satanás contra Dios, las Sagradas Escrituras encuadran, en magnífico marco, el misterio de la Iglesia de Cristo; misterio escondido desde el principio de las edades, pero puesto a la luz de los ojos de todos en esta sexta edad, la última hora del poder de Satanás sobre el mundo, la última fase que precede a la realización del Reino Mesiánico.

Mientras tanto, ahora mismo, la Iglesia es atribulada y acrisolada por las asechanzas y persecuciones del Maligno.

Pero, ¡tened confianza!, dice Jesús, pues Yo he vencido al mundo.

Su victoria será la nuestra, pues el Dios de la paz quebrantará en breve a Satanás debajo del pie de la Inmaculada.

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El misterio de la Iglesia es el misterio de la congregación de los hijos dispersos de Dios, elegidos para formar el Cuerpo Místico, la Esposa de Cristo.

Satanás dirige todas las fuerzas de su poderío contra esta sociedad; así se origina el misterio de iniquidad, que culminará con el misterio del Anticristo.

En la presente edad, no será la Iglesia mediante un triunfo del Espíritu del Evangelio, sino Satanás mediante un triunfo del espíritu de apostasía, el que ha de llegar a un reino que abarcará a todas las naciones. Pues el Reino Mesiánico de Cristo será precedido del reino apóstata del Anticristo.

Sin embargo, Satanás no prevalecerá contra la sociedad que Cristo fundó y selló con su Espíritu Santo, pues Nuestro Señor prometió estar con Ella hasta la consumación de la presente edad; y las Escrituras nos enseñan que la presente edad no llegará a su consumación sino luego de cumplido el misterio de la congregación de la Esposa.

Esta obra de Satanás no tiene que asustar ni desorientar a los verdaderos fieles. La Iglesia no caerá en manos de Satanás, porque la consumación del misterio de iniquidad, coincide con el tiempo de la culminación de la presente edad y, asimismo, con el tiempo de la gran tribulación, a la cual escapará la Iglesia.

La destrucción del Anticristo marcará el triunfo de la Iglesia y el comienzo de la manifestación de los hijos de Dios.

Es en aquel tiempo de la consumación del misterio de la iniquidad que tendrán lugar:

la gran apostasía y la aparición de la Ramera sobre la Bestia. Esta Ramera es la pseudojerarquía romana, la cual, fornicando al presente con los reyes de la tierra, conduce la cristiandad nominal a la apostasía, mientras la verdadera Iglesia huye a las montañas.

la destrucción de esta Ramera por la Bestia.

la manifestación del Anticristo.

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Las terríficas visiones del Vidente de Patmos y las palabras de Cristo —más duras aún en su limpidez de acero que las del discípulo— inducirían pánico y desesperación, si no estuviesen equilibradas por las más dulces promesas.

Así como “la mayor tribulación” encierra en su brevedad un terror desmesurado, del mismo modo la condicional “si fuera posible” encierra una promesa llena de suavidad y amor. “Caerían, si fuera posible, los mismos escogidos”, dice Cristo.

No es posible, pues, que caigan los escogidos. Un ángel les marcará la frente y los contará.

Dios ordenará suspender las grandes plagas hasta que estén todos señalados.

Dios abreviará la persecución por amor de ellos.

El Anticristo reinará solamente media semana de años (tres años y medio, 42 meses, 1.260 días).

Todos los mártires serán vengados.

Los impíos serán flagelados de innúmeras plagas.

Dos grandes Santos, los testigos, proclamarán a Jesucristo y tendrán en sus manos poderes prodigiosos. Y cuando caigan, el Señor los llamará y revivirán.

Después, los que aún vivan, serán llamados y arrebatados con Cristo en el aire. Ésta será la Resurrección Primera.

Y reinarán con Cristo mil años, es decir, un largo tiempo, en la Jerusalén restaurada, donde se cumplirán, en el tiempo establecido por Dios, todas las opulentas promesas mesiánicas: porque ni una sola de las dulcísimas promesas de la Escritura dejará de llenarse, incluso más allá todavía de la esperanza y la imaginación del hombre, cualquiera sea el sentido que corresponda en la realidad futura.

¡Dichoso aquel que merezca gozar de la Resurrección Primera!

Pero, no lo olvidemos, antes tiene que manifestarse cumplidamente el Misterio de Iniquidad, tienen que reinar las Dos Bestias, tiene que perecer la Gran Prostituta.

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¡Basta, pues, de visiones de maldición!

El Apocalipsis se cierra con la visión de la Nueva Jerusalén.

Se trata de “un cielo nuevo y una tierra nueva”.

Es el Templo de Dios: He aquí la morada de Dios entre los hombres. Él habitará con ellos, y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos…

Es la prometida del Cordero, que desciende del Cielo a la tierra con la claridad del cristal y el fulgor del crisólito y el jaspe.

Es una ciudad cercada y medida, con doce puertas y doce fundamentos, en forma de cubo perfecto. El sol que la ilumina no es otro que el Cordero, la surca un río de agua viva, y hay en ella doce árboles que dan el fruto de la vida y tienen hojas que curan todo mal.

El Profeta la describe con términos corporales y la promete para los últimos tiempos, para después de la Segunda Venida.

Es un error exegético, por tanto, identificarla con el Cielo de las almas y con la bienaventuranza definitiva. Están descritas de diferente manera, la celeste y la terrena.

Y les enjugará toda lágrima de sus ojos; y la muerte no existirá más; no habrá más lamentación, ni dolor, porque las cosas primeras pasaron…

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Resumamos, la Gran Revelación.

San Juan se dirige primero a siete Iglesias de Asia Menor y a sus obispos para revelarles su estado actual, su fervor o su debilitamiento, y exhortarlos a la fidelidad total.

A cada una de esas Iglesias deja entrever, no el cese de la lucha, sino la posibilidad de la victoria en la lucha, así como la felicidad inefable de aquel que habrá luchado y vencido:

Al vencedor le daré a comer del árbol de la vida que está en el Paraíso de Dios…

El vencedor no será alcanzado por la segunda muerte…

Al vencedor le daré del maná oculto; y le daré una piedrecita blanca, y en la piedrecita escrito un nombre nuevo que nadie sabe sino aquel que la recibe…

Al que venciere y guardare hasta el fin mis obras, le daré poder sobre las naciones; y las regirá con vara de hierro, y serán desmenuzadas como vasos de alfarero; como Yo lo recibí de mi Padre; y le daré la estrella matutina…

El vencedor será vestido de vestidura blanca, y no borraré su nombre del libro de la vida; y confesaré su nombre delante de mi Padre y delante de sus Ángeles…

Del vencedor haré una columna en el templo de mi Dios, del cual no saldrá más; y sobre él escribiré el nombre de Dios y el nombre de la ciudad de mi Dios, la nueva Jerusalén, la que desciende del cielo viniendo de mi Dios, y el nombre mío nuevo…

Al vencedor le hare sentarse conmigo en mi trono, así como Yo vencí y me senté con mi Padre en su trono…

Es muy importante meditar estos textos de consolación y otros como ellos; de lo contrario, no comprenderemos el Apocalipsis, y sólo veremos plagas o castigos en un libro que está dominado por la serena idea de la paz de Cristo, de su victoria infalible y del gozoso y pacífico descanso de sus fieles.

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Siguiendo con el resumen, comprendemos que el futuro de la Iglesia sólo lo conoce de antemano Jesucristo, y que Él lo dirige con todo su poder.

Sólo tiene el privilegio de romper los siete sellos del pergamino enrollado el Cordero que fue inmolado y que reina glorioso con el Padre… En ese libro está contenido el futuro de la Iglesia y del mundo…

¿Qué profetiza este misterioso librito? Vaticina las terribles plagas con que los Ángeles azotarán al mundo; aquellos mismos flagelos que, desde el pecado original, han castigado al hombre pecador, pero que recrudecerán hacia el fin: las guerras, las pestilencias, el hambre.

Pero también se nos advierte que los fieles serán preservados por medio de los Ángeles: los perseverantes de las doce tribus de Israel y la inmensa multitud, imposible de contar, de cada nación y lengua.

Ellos serán marcados en la frente con el sello del Dios vivo como señal de preservación.

¿Se librarán del sufrimiento? De ninguna manera.

Por otra parte, nunca en el Apocalipsis (ni siquiera en el pasaje sobre el Reino de los mil años) se habla de una especie de Paraíso en la tierra para la Iglesia y para los cristianos…

Los elegidos no son preservados del sufrimiento; pero sí de la infidelidad en medio del sufrimiento.

También la Iglesia resistirá todas las tribulaciones y todas las persecuciones. Está representada en la figura de los dos testigos que evangelizan el mundo durante mil doscientos sesenta días, durante los tres años y medio en que los gentiles los perseguirán y pisotearán al pie de la Ciudad Santa.

Es en vano que la Bestia que sube del abismo, es decir la ciudad política que se hace perseguidora, produzca su muerte, pues al cabo de tres días resucitarán.

Entonces sonará la Séptima Trompeta, y se darán grandes voces en el cielo que dirán: “El imperio del mundo ha pasado a nuestro Señor y a su Cristo; y Él reinará por los siglos de los siglos”.

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Vemos, entonces, el enriquecimiento que esta profecía representa en la historia de la Iglesia en comparación con las profecías anteriores. La Iglesia, en efecto, se nos presenta ahora bajo rasgos más precisos: primero no cesa de anunciar el Evangelio, luego no cesa de ser perseguida, finalmente su gran enemiga, la ciudad terrena, convertida en Bestia, se levanta contra Dios y contra su Cristo…, pero será en vano…

El significado del Dragón y las Bestias alude a los métodos de Satanás para combatir a la Iglesia. Para oponerse a Ella, para tratar de destruirla, el Dragón, es decir el diablo, utiliza la ciudad política, la pervierte y la transforma en una contra-Iglesia: es la Bestia que sube del mar.

Mientras tanto, los prestigiosos poderes de la religión colaboran en su obra de persecución y perversión.

Sin embargo, como indica la secuencia de visiones, tal fuerza y habilidad no derrotarán a la Iglesia.

La contra-Iglesia de los últimos tiempos será más poderosa y formidable que nunca; pero será devorada por fuego del cielo, arrojada con el diablo al lago de fuego y azufre; y su tormento durará día y noche por los siglos de los siglos.

Quedan, pues, dos enseñanzas principales:

la revelación del medio satánico por excelencia, que es la perversión de la ciudad política.

¡Basta, pues, de poner nuestras esperanzas en la ciudad política!

la revelación de la victoria del Cordero y de los que sufren con Él.

Estas son dos verdades lo suficientemente importantes como para que reflexionemos sobre el Apocalipsis, incluso si no encontramos todo lo que podríamos desear en él.

La lucha es sólo por un tiempo; el vínculo entre la Iglesia que lucha y la Iglesia que triunfa es inquebrantable… Debemos poner nuestra esperanza en la Nueva Jerusalén.

Siempre habrá perseguidores; pero siempre el Cordero los vencerá, y triunfarán con Él los que lleven su marca; siempre la Iglesia será inexpugnable y, sufriendo con Cristo, obtendrá la victoria sobre el Dragón y la Bestia; ella será siempre la Esposa amada.

Está cercano el día en que Satanás ya no tendrá poder alguno para seducir y tentar; donde todos los imperios serán abolidos; donde todos los elegidos reinarán con Cristo victorioso.

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Finalmente, habiendo terminado de revelarnos ciertos aspectos esenciales del fin de la historia de la Iglesia, San Juan nos pinta rápidamente el Juicio Final.

Luego hace reposar nuestra mirada sobre una imagen trascendente de la Iglesia, descripción que conviene tanto al régimen de gracia de la Iglesia en la tierra, como a la gloria deslumbrante de la Iglesia en el Cielo.

Sabemos que las últimas palabras del Apocalipsis son una súplica ardiente…, imprecación repetida tres veces:

Y el Espíritu y la novia dicen: “Ven”.

Diga también quien escucha: “Ven”

Sí, vengo pronto. “¡Así sea: Ven, Señor Jesús!”

Es el suspiro con que termina toda la Biblia, y con ella toda la Revelación divina. El mismo suspiro de Israel para llamar al Mesías, es el que hoy, con mayor motivo después de haberlo conocido en su primera venida, emite la Iglesia ansiosa de las Bodas.

Aquí vemos que ese suspiro es igualmente el de cada alma creyente, que también es novia.

El vehemente pedido de que Él venga sin demora, nos parecería tal vez una insistencia egoísta y atrevida, como que pretendiera enseñarle a Él cuándo ha de venir… Bien vemos aquí, sin embargo, que es Él quien nos enseña que así lo llamemos.

Así, la Esperanza es la mejor prueba de la Caridad.

Pero la amada no lo fuerza, porque sabe que sólo algo muy importante puede detenerlo a que demore la unión: debe antes completarse el número de los elegidos, y la novia ha de estar vestida de blanco, sin mancha ni arruga alguna, como Él la quiere.

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Señor Jesús, ven por tu gracia y tu Espíritu en la gran tribulación de la Iglesia militante…

Ven, Señor Jesús, a introducir a tus testigos fieles en esa Jerusalén celestial donde no habrá más muerte, dolor ni contaminación; donde enjugarás toda lágrima de nuestros ojos; donde nos sentarás a tu mesa; donde eternamente nos llamarás por nuestro nuevo nombre.

Aprovechemos la promesa de Nuestro Señor, tal como la trae el Evangelio de hoy: En verdad, en verdad os digo, lo que pidiereis al Padre, Él os lo dará en mi nombre. Hasta ahora no habéis pedido nada en mi nombre. Pedid, y recibiréis, para que vuestro gozo sea colmado…

Y pidamos con fervor, del fondo del alma: ¡Ven, Señor Jesús…!