P. CERIANI: SERMÓN PARA EL CUARTO DOMINGO DE PASCUA

CUARTO DOMINGO DE PASCUA

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Y ahora Yo me voy al que me envió, y ninguno de vosotros me pregunta: ¿Adónde vas? Sino que la tristeza ha ocupado vuestros corazones porque os he dicho esto. Sin embargo, os lo digo en verdad: Os conviene que me vaya; porque, si Yo no me voy, el Intercesor no vendrá a vosotros; mas si me voy, os lo enviaré. Y cuando Él venga, presentará querella al mundo, por capítulo de pecado, por capítulo de justicia, y por capítulo de juicio: por capítulo de pecado, porque no han creído en Mí; por capítulo de justicia, porque Yo me voy a mi Padre, y vosotros no me veréis más; por capítulo de juicio, porque el príncipe de este mundo está juzgado. Tengo todavía mucho que deciros, pero no podéis soportarlo ahora. Cuando venga Aquél, el Espíritu de verdad, Él os conducirá a toda la verdad; porque Él no hablará por Sí mismo, sino que dirá lo que habrá oído, y os anunciará las cosas por venir. Él me glorificará, porque tomará de lo mío, y os lo declarará.

Nos encontramos en el Cuarto Domingo de Pascua. Como ya saben, dedicamos estos Domingos para reflexionar sobre el Apocalipsis.

Acabamos de leer en el Evangelio estas palabras de Nuestro Señor a sus Apóstoles: Tengo todavía mucho que deciros, pero no podéis soportarlo ahora. Cuando venga Aquél, el Espíritu de verdad, Él os conducirá a toda la verdad; porque Él no hablará por Sí mismo, sino que dirá lo que habrá oído, y os anunciará las cosas por venir. Él me glorificará, porque tomará de lo mío, y os lo declarará.

San Juan, presente aquella noche en el Cenáculo, vio cumplida esta promesa de manera extraordinaria. En efecto, en la isla de Patmos le fue revelada la manifestación de Jesucristo en la Parusía o segunda venida de Nuestro Señor.

El principal objeto del Apocalipsis son las visiones de esos últimos tiempos, el reinado del Anticristo, y la segunda venida de Cristo al mundo.

Tal es la opinión de los Padres, conforme a la tradición de los primeros siglos cristianos.

Las luchas y la victoria final sobre el Anticristo, en el campo de batalla de Armagedón, constituyen la parte dramática, llena de luces y de misterios de este libro maravilloso, que ha puesto a prueba la sagacidad, la humildad y la ciencia teológica de los más grandes espíritus.

No nos hagamos demasiadas ilusiones. Alcanzaremos el sentido de aquellas cosas que estén destinadas para la enseñanza de nuestra generación, mas no lograremos penetrar más allá. Con todo, una sola palabra que comprendamos será bastante para nutrir espiritualmente una vida.

Muy frecuentemente, la continua lectura de las Sagradas Escrituras infunde en el lector lo que llamaríamos la preocupación escatológica, o sea, el vivo y ansioso interés por el futuro remoto de la humanidad.

Y es comprensible, pues los Libros Sagrados están penetrados de ese espíritu del porvenir, ya sea por las reiteradas visiones de la eternidad, ya por las promesas y castigos que revelan.

Todo lo que sucederá en el porvenir está allí, según las palabras de Amós: Porque el Señor no hará nada sin revelar su secreto a sus siervos los profetas (Amós, III, 7).

Dios trata a los profetas como amigos suyos; los llama siervos, es decir, fieles ejecutores de lo que oyen. Y aquí vemos que, por amor nuestro, el Señor revela sus planes secretos a los profetas, para que puedan comunicárnoslos a fin de que no nos sorprendan.

El que las generaciones que pasaron o nosotros mismos no poseamos la clave de esas revelaciones, lo cierto es que todo se halla pronosticado, reiteradas veces; y sucesivamente irá siendo comprendido por aquellos hombres a quienes corresponda entenderlo, porque habrán alcanzado lo que se llama, en bellísima imagen, la plenitud de los tiempos; mas, si se niegan a entenderlo, su terquedad les será reprochada.

¿Cómo podremos desinteresarnos tranquilamente de la lectura y de la explicación constante de las Sagradas Escrituras? ¿Cómo puede haberse llegado a pensar que no sea lícito el inquirir el sentido de las profecías?

No pocas personas hay que desdeñan estos estudios, como inútiles, o los esquivan como peligrosos y los desaconsejan.

Si esas personas han leído las Sagradas Escrituras, lo que no podemos dudar, tratándose de católicos ilustrados, su prevención sólo se explica porque olvidaron los innumerables pasajes que nos mandan pensar en las postrimerías, así como las terminantes y múltiples expresiones de Nuestro Señor Jesucristo en los Evangelios, ordenándonos escrutar las señales de los tiempos, como observamos los brotes de la higuera o el color del cielo para descubrir la proximidad del verano o el día que hará mañana.

+++

Siendo esto así, hace unos ochenta años, ¿cuáles eran las conjeturas que podían formularse sobre un futuro próximo en base al dato revelado?

1ª . La reunión de los judíos en un solo cuerpo nacional y la reconstitución del Reino de Israel en su solar propio, condición previa de su conversión a Cristo.

2ª . La concentración rápida del poder económico-político (totalitarismo capitalista) en pocas manos y la formación de grandes grupos internacionales, precursores de un Imperio Universal Anticristiano, o Primera Bestia.

3ª . La formación de una religión falsa, parecida a la cristiana, obra del Pseudoprofeta o Segunda Bestia, que podía ser un Antipapa, o un gran genio religioso, o simplemente la Masonería o el Socialismo.

4ª . La opresión económica de los fieles a Cristo, los cuales no podrán comprar, ni vender, ni comerciar, atajados por listas negras sometidas a un control mundial.

5ª . La opresión jurídica, encarcelamiento, juicios norimberguianos, matanzas y fusilamientos de los que no tengan el signo de la Bestia en la frente y en las manos, sea lo que sea de esa marca.

6ª . La aparición de los dos testigos que lucharán con poder divino contra el Anticristo, que habrá de martirizarlos.

7ª . La derrota de los santos en todas partes, en medio de una universal apostasía.

8ª . Un breve período de paz internacional, de horrenda paz de terror y de injusticia, presidida por el Emperador Laico del Universo, el Anticristo.

+++

Considerando solamente el futuro de la Cristiandad y de la Iglesia, en aquellos años de la década de 1940, el Padre Castellani vislumbró tres cosas:

a) La Cristiandad sería definitivamente pisoteada:

“La Iglesia creó la Cristiandad Europea, sobre la base del Orden Romano. La Fe irradió poco a poco en torno suyo y fue penetrando sus dentornos: la familia, las costumbres, las leyes, la política. Hoy día todo eso está cuarteado y contaminado, cuando no netamente apostático, como en Rusia; un día será «pisoteado por los gentiles» del nuevo paganismo. Ése es el atrio del Templo. Quedará el santuario, es decir, la Fe pura y oscura, dolorosa y oprimida; el recinto medido por el profeta con la «caña en forma de vara», que es la esperanza doliente en el Segundo Advenimiento, la caña que dieron al Ecce Homo y la vara de hierro que le dio su Padre para quebrantar a todas las gentes”.

b) La Iglesia cedería en su armazón externo:

“La presión enorme de las masas descreídas y de los gobiernos, o bien maquiavélicos o bien hostiles, pesará horriblemente sobre todo lo que aún se mantiene fiel; la Iglesia cederá en su armazón externo; y los fieles «tendrán que refugiarse» volando «en el desierto» de la Fe. Sólo algunos contados, «los que han comprado», con la renuncia a todo lo terreno, «colirio para los ojos y oro puro afinado», mantendrán inmaculada su Fe (…) Esos pocos «no podrán comprar ni vender», ni circular, ni dirigirse a las masas por medio de los grandes vehículos publicitarios, caídos en manos del poder político y, después, del Anticristo: por eso serán pocos. Las situaciones de heroísmo, sobre todo de heroísmo sobrehumano, son para pocos; y si esos días no fuesen abreviados, no quedaría ni uno”.

c) El democratismo liberal sería reforzado, nefastamente, por una religión preñada del Anticristo:

“De suyo, el democratismo liberal debería morir, si la humanidad debiera seguir viviendo. Pero no se excluye la posibilidad de que siga existiendo, y aun se refuerce nefastamente, si es que la humanidad debiera morir pronto, conforme al dogma cristiano. Mas eso no será sino respaldado por una religión, sacado a la luz el fermento religioso que encierra en sí, y que lo hace estrictamente una herejía cristiana: la última herejía quizás, preñada del Anticristo”.

+++

Mientras tanto, a los que no querían ver, a los que hoy no quieren ver, a los que veían y ven, pero no aman bastante la verdad, a los católicos de cartelito, se les suministraba y suministra una religión y una moral de repuesto. El Padre Castellani decía al respecto:

“Es para llorar el espectáculo que presenta el país, mirado espiritualmente. El liberalismo ha suministrado a la pobre gente —no a toda, sino a la que no ama bastante la verdad— una religión y una moral de repuesto, sustitutivas de las verdaderas; un simulacro vano de las cosas, envuelto a veces en palabras sacras. ¡Qué es ver tanto pobre diablo haciendo de un partido un Absoluto y poniendo su salvación en un nombre que no es el de Cristo —aun cuando a veces el nombre de Cristo está allí también, de adorno o de señuelo—! Se pagan de palabras vacías, vomitan fórmulas bombásticas, se enardecen por ideales utópicos, arreglan la nación o el mundo con cuatro arbitrios pueriles, engullen como dogmas o como hechos las mentiras de los diarios; y discuten, pelean, se denigran o se aborrecen de balde, por cosas más vanas que el humo… Una vida artificial, discorde con la realidad, les devora la vida”.

Ahora bien, la religión y la moral de repuesto que, en aquél entonces, podían malinterpretarse solamente como un afán puesto en lo temporal, irrumpieron luego con la avasalladora fuerza de lo estrictamente religioso; a punto tal que la clásica opción entre los dos señores del Evangelio, los dos amores y las dos ciudades de San Agustín, las dos banderas de San Ignacio, se presentó claramente en la alternativa de Revolución o Tradición; lo cual llevó al Padre Castellani a subrayar:

“No hay que engañarse: en el mundo actual no hay más que dos partidos. El uno, que se puede llamar la Revolución, tiende con fuerza gigantesca a la destrucción de todo el orden antiguo y heredado, para alzar sobre sus ruinas un nuevo mundo paradisíaco y una torre que llegue al cielo; y por cierto que no carece para esa construcción futura de fórmulas, arbitrios y esquemas mágicos; tiene todos los planos, que son de lo más delicioso del mundo.

El otro, que se puede llamar la Tradición, tendido a seguir el consejo del Apokalypsis: «conserva todas las cosas que has recibido, aunque sean cosas humanas y perecederas»”.

+++

No faltan quienes, entre las alternativas o posibilidades de los últimos tiempos, esperan un reflorecimiento de la Cristiandad Medieval.

A lo largo y a lo ancho de su comentario novelado del Apocalipsis, el Padre Castellani ya nos advertía sobre la ilusión de ese período de triunfo de la Iglesia.

Para conocer su pensamiento respecto a este supuesto restablecimiento de la «Cristiandad» hay que leer con detenimiento Los Papeles de Benjamín Benavides.

Sin embargo, no ignoraba la existencia de otra opinión contraria a esta interpretación, la de quienes dicen que tendrá lugar un reflorecimiento de la Iglesia y una nueva Cristiandad. En la misma obra citada la presenta de este modo:

“Habrá, entre el Anticristo y la Gran Guerra, un período entero de gran paz y prosperidad de la Iglesia, como nunca se ha visto, en el cual se predicará el Evangelio en todo el mundo, y se convertirá el pueblo judío. Sería el tiempo del Papa Angélico y del Gran Rey, de las visiones medievales. Infinidad de profecías privadas lo han anunciado: una especie de breve edad de oro de la Iglesia en medio de dos furiosas tempestades; una restauración pasajera (de la durada de una generación) de la Monarquía Cristiana en Europa, que corresponda al tramo entre el finis y el initia dolorum de Nuestro Señor; es decir, lo que pudiéramos llamar el período Nondum Statim”

(Para las citas en latín, ver S. Mateo 24: 6-8 y S. Lucas 21: 9 = Esto, en efecto, debe suceder, pero no es todavía el fin (…) Todo esto es el comienzo de los dolores).

“El beato Holzhauser predice un inmenso pero breve triunfo de la Iglesia, de la durada de una vida de hombre, en que las fuerzas de Satán serán comprimidas y reducidas, pero no eliminadas, y en que la presión de los dos bandos será formidable. Un período tenso, palpitante, ruidoso, exasperado, del ritmo de la historia humana: una tregua y no una paz”.

Pero, a pesar de esto, confirmaba su opinión al respecto:

“A ello puede acogerse usted si le tiene demasiado miedo al fin del mundo. Pero temo que esa esperanza sea una especie de milenarismo temporal, una humana escapatoria al temeroso vaticinio: porque los dolores puerpéricos una vez que empiezan ya no se interrumpen por un tiempo largo de bienestar”.

“Es un milenarismo malo, que espera el Reino de Cristo en la tierra antes de la Venida de Cristo, y obtenido por medios temporales, y consistente en un esplendor de la Iglesia también temporal”.

“Hoy día, muchísimos católicos, incluso escritores, incluso predicadores, incluso sabios, sueñan con una especie de gran triunfo temporal de la Iglesia vecino a nuestros tiempos y anterior a los parusíacos. ¿Y es eso otra cosa que un milenarismo anticipado?”

Y en su comentario al Apocalipsis ratifica su pensamiento:

“Es el mismo sueño carnal de los judíos, que los hizo engañarse respecto a Cristo. Estos son milenistas al revés. Niegan acérrimamente el Milenio metahistórico después de la Parusía, que está en la Escritura; y ponen un Milenio que no está en la Escritura, por obra de las solas fuerzas históricas, o sea una solución infrahistórica de la Historia; lo mismo que los impíos progresistas; lo cual equivale a negar la intervención sobrenatural de Dios en la Historia”.

+++

Termino con unas reflexiones del Padre Emmanuel en su conocido libro El Fin de los Tiempos, escrito entre los años 1883-1885, sobre el cual Monseñor Lefebvre escribió lo siguiente en el Prefacio de una edición francesa:

“La lectura de estas páginas sobre la Iglesia entusiasma, se siente en ellas el soplo del Espíritu Santo. Algunas de ellas, incluso, son proféticas: cuando describe la Pasión de la Iglesia. Ese año de 1884 es también el año en que León XIII redactó su Exorcismo por intercesión de San Miguel Arcángel, que anuncia la iniquidad en la Sede de Pedro. Algunos años antes el Papa Pío IX hacia publicar las Actas de la secta masónica de la Alta Venta, que son verdaderas profecías diabólicas para nuestro tiempo”.

Escuchemos al Padre Emmanuel:

“La gran catástrofe será precedida de signos aterradores cuyo conjunto formará un supremo llamado de la divina misericordia. ¡Muy ciego y endurecido será quien resista a él!

¿Cuánto tiempo durarán estas señales? Nadie lo sabe. Lo que la Escritura nos dice, es que los hombres se secarán de espanto. Sucederá con ellos lo que sucedió con los contemporáneos de Noé.

Por lo que mira a los justos, levantarán la cabeza con confianza; y la Cruz, que resplandecerá, los llenará de alegría.

La carrera mortal de la Iglesia habrá concluido.

El mundo esperará, para acabar, a que Ella haya recogido al último de sus elegidos.

En realidad, la confianza más absoluta en los magníficos destinos futuros de la Iglesia no es incompatible de ningún modo con nuestras reflexiones y conjeturas sobre la gravedad de la situación presente.

Por otra parte, al estimar que asistimos a los preludios de la crisis que traerá consigo la aparición del Anticristo en la escena del mundo, nos cuidamos muy bien de querer precisar los tiempos y los momentos; lo que consideraríamos como una temeridad ridícula.

Permítasenos una comparación que explicará todo nuestro pensamiento:

Sucede que un viajero descubre, a un cierto punto de su camino, toda una vasta extensión de un país, limitado en el horizonte por montañas. Ve cómo se dibujan claramente las líneas de esas montañas lejanas; pero no podría evaluar la distancia que separa a unas de otras.

Cuando empieza a atravesar esta distancia intermediaria, encuentra barrancos, colinas, ríos; y la meta parece alejarse, a medida que se acerca de ella.

Así sucede con nosotros, a nuestro humilde entender, en los tiempos presentes.

Podemos presentir la crisis final, viendo cómo se urde y desarrolla ante nuestros ojos el plan satánico del que será la suprema coronación. Pero, desde el punto en que nos encontramos en el momento actual de esta crisis, ¡cuántas sorpresas nos reserva el futuro!, ¡cuántas restauraciones del bien son siempre posibles!, ¡cuántos progresos del mal, por desgracia, son posibles también!, ¡cuántas alternativas en la lucha!, ¡cuántas compensaciones al lado de las pérdidas!

En esta incertidumbre, dominada por el pensamiento de la Providencia, ¿qué podemos hacer? Velar y orar.

Velar y orar, porque los tiempos son, incontestablemente, peligrosos; pues hay un peligro grande, en esta época de escándalo, de perder la fe.

Velar y orar, para que la Iglesia realice su obra de luz, a pesar de los hombres de tinieblas.

Velar y orar, para no entrar en tentación.

Velar y orar en todo tiempo, para ser hallados dignos de huir de estas cosas que sobrevendrán en el futuro, y de mantenerse de pie en presencia del Hijo del hombre”.

Velemos, pues, y oremos…

Seamos expectantes…, observando con interés y curiosidad lo que pasa, mientras esperamos la Segunda Venida de Nuestro Señor en Gloria y Majestad…