TERCER DOMINGO DE PASCUA
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Un poco de tiempo y ya no me veréis: y de nuevo un poco, y me volveréis a ver, porque me voy al Padre. Entonces algunos de sus discípulos se dijeron unos a otros: ¿Qué es esto que nos dice: Un poco, y ya no me veréis; y de nuevo un poco, y me volveréis a ver, y me voy al Padre? Y decían: ¿Qué es este poco de que habla? No sabemos lo que quiere decir. Mas Jesús conoció que tenían deseo de interrogarlo, y les dijo: Os preguntáis entre vosotros qué significa lo que acabo de decir: Un poco, y ya no me veréis, y de nuevo un poco, y me volveréis a ver. En verdad, en verdad os digo, vosotros vais a llorar y gemir, mientras que el mundo se va a regocijar. Estaréis contristados, pero vuestra tristeza se convertirá en gozo. La mujer, en el momento de dar a luz, tiene tristeza, porque su hora ha llegado; pero cuando su hijo ha nacido, no se acuerda más de su dolor, por el gozo de que ha nacido un hombre al mundo. Así también vosotros tenéis ahora tristeza, pero Yo volveré a veros, y entonces vuestro corazón se alegrará y nadie os podrá quitar vuestro gozo.
En el Evangelio del este Tercer Domingo de Pascua, Nuestro Señor nos dice, en la persona de sus Apóstoles reunidos en el Cenáculo, estas palabras, al mismo tiempo tremendas y consoladoras: En verdad, en verdad os digo, vosotros vais a llorar y gemir, mientras que el mundo se va a regocijar. Estaréis contristados, pero vuestra tristeza se convertirá en gozo … Tenéis ahora tristeza, pero Yo volveré a veros, y entonces vuestro corazón se alegrará y nadie os podrá quitar vuestro gozo…
Esto nos permite continuar con nuestro estudio sobre el Apocalipsis, especialmente la Parusía de Nuestro Señor. Hoy nos detendremos sobre lo tremendo de estas palabras, dejando para el Quinto Domingo los consuelos.
Muy resumidamente, el Domingo pasado hemos considerado que el Misterio de iniquidad se presenta como el Misterio del Anticristo. Este misterio se manifiesta en el espíritu de apostasía con que Satanás, ya desde el principio, penetra y obra dentro de la Iglesia atribulándola enormemente.
Este misterio se descubrirá plenamente en la persona del Anticristo, cuya venida será cuando Satanás sea arrojado a la tierra y desencadene la gran tribulación, sabiendo que le queda poco tiempo.
Jesucristo simplemente advirtió que vendrá una tribulación como no se ha visto otra en el mundo —¡y vaya si se han visto ya algunas!—, que si no fuera abreviada perecería toda carne, y que, si fuese posible, serían inducidos en error los mismos electos.
Las guerras terribles, las pestes, los terremotos que se sucederán en el mundo, no son sino el principio del dolor.
El Dolor mismo será peor todavía. Porque madurada ya la iniquidad de la tierra, ella se levantará en toda su crudeza y aprovechará todos sus anteriores ensayos, dirigida por Satanás en persona.
La apostasía cubrirá el mundo como un diluvio. La iniquidad y la mentira tendrán libre juego. El poder político más poderoso que haya existido, no sólo perseguirá la Religión a sangre y fuego, sino que se revestirá de religiosidad falsa. Los santos serán derrotados por todas partes. Y los pocos fieles a Cristo parecerán perder el resuello cuando aparezca en la tierra el Hijo de Perdición, aquel en que Dios no tiene parte, y que Cristo no se dignó nombrar siquiera, sino que le puso por apodo el Otro.
Traer a cuento “una tribulación como nunca se vio otra igual”, es decir muchísimo. Significa que los cristianos de aquel tiempo sufrirán como nunca se sufrió.
Y los cristianos de aquel tiempo no son los que ya pasaron; somos nosotros, o algunos muy próximos a nosotros.
¡Bienvenido sea ese dolor, con tal que veamos a Cristo venir en gloria y majestad!
Dijo Donoso Cortés, en su Discurso sobre los Sucesos de Roma, el 4 de enero de 1849:
Considerad una cosa, señores: En el mundo antiguo la tiranía fue feroz y asoladora; y, sin embargo, esa tiranía estaba limitada físicamente, porque los Estados eran pequeños y las relaciones universales imposibles de todo punto. Señores, las vías están preparadas para un tirano gigantesco, colosal, universal, inmenso […] Ya no hay resistencias ni físicas, ni morales. Físicas, porque con los buques y las vías férreas no hay fronteras, con el telégrafo no hay distancia… Y no hay resistencias morales, porque todos los ánimos están divididos y todos los patriotismos están muertos.
¡Qué no diría, hoy en día! Y pensar que cuando ya no hay resistencias morales… (¡qué decir de las físicas!)…, algunos sueñan con restauraciones y reflorecimientos…
¡Y es normal que así divaguen…!, pues pertenecen, aunque lo nieguen, a la iglesia conciliar, que les ha prometido una primavera…
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¿En qué consistirá esta máxima prueba? El Padre Castellani nos lo explica de este modo, al hablar de la Meretriz Magna:
“Su nombre es Misterio, Babilonia magna, Madre de las fornicaciones y abominaciones de la tierra. Está sentada sobre la Bestia Bermeja, llena de nombres de blasfemia, que tiene siete cabezas y diez cuernos. Va vestida de púrpura y seda, adornada de joyas, con un cáliz lleno de inmundicia, y ebria de sangre de los mártires de Cristo.
La tentación suprema es la de entregarse a los poderes de la tierra, la de buscar aquí abajo la salvación del hombre, la de adorar el Estado tiránico.
A ella sucumbió la Sinagoga, al exigir un reino temporal; con ella fue tentado Cristo; y, consecuentemente, es tentada sin cesar la Iglesia”.
Sobre la base de la triple tentación de Cristo en el desierto, el Padre bosqueja las que tendría que pasar la Iglesia. Resumiendo, dice:
“Las tres tentaciones que sufrió Cristo no son quizá sino esta tentación misma desenvolviéndose en tres grados.
Si eres Hijo de Dios, haz que estas piedras se conviertan en pan. Es decir, emplea tus poderes religiosos, el poder de hacer milagros, en proveer a tus necesidades y adquirir bienes terrenos.
Los bienes de la Iglesia no son el Bien de la Iglesia. A veces, por desgracia, son la cola que arrastra por la tierra; de la cual decía con gracia el santo varón Don Orione: “Algunos eclesiásticos son perros mudos: para soltarles la lengua habría que cortarles la cola”.
La segunda tentación es: Si eres Hijo de Dios, échate de aquí abajo, para que viéndote volar los hombres, te adoren. Es decir: Emplea tus facultades religiosas para conseguir prestigio y poder; para ser conocido, aclamado, obedecido, venerado; para brillar entre los hombres y los pueblos.
El exceso de pompas, aunque sean religiosas; de ceremonias, de exterioridades, de propaganda, como dirían hoy; la excesiva obsecuencia a la ciencia y sus artilugios, el apego a los instrumentos temporales pesados, el aseguramiento y amundanamiento de la actividad religiosa, la burocracia eclesiástica excesiva o inerte, los sacerdotes funcionales y no carismáticos, la agitación y el sacramentalismo, en lugar de la contemplación; en suma, lo que llamaba Péguy “el descenso de la mística a la política”, constituye en la Iglesia el fermentum pharisæorum que hincha y desvanece la masa, y constituye la segunda tentación.
La primera tentación fue humana; la segunda, farisaica; la tercera es satánica.
Todo esto es mío y te lo daré, si hincándote me adoras. Es decir: busca para la religión un reino en este mundo; y búscalo con los medios más eficaces, que son los satánicos.
Ahora bien, la Iglesia viadora no es el Reino de Cristo en este mundo, sino el instrumento de congregación de la Esposa de Cristo, para que sea arrebatada con Cristo a su Venida.
Cuestión opinable y delicada: San Gregorio Magno, por ejemplo, afirma que los términos Reino de Dios e Iglesia no coinciden siempre; aunque se use a veces Reino por Iglesia.
Pero como los judíos cayeron en desear un Rey temporal, así la Iglesia es tentada con el deseo de reinar aquí, como reinan los otros reinos.
Sólo al fin de esta edad nuestra, la terrible tentación dará de lleno en el blanco.
Si sabemos que hasta el fin de este aión la cizaña estará mezclada inevitablemente al trigo, entonces las fimbrias del vestido de la Princesa Prometida serán siempre enlodadas; y su talón mordido por la serpiente”.
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La manifestación de la iniquidad en el mundo, y especialmente entre los cristianos, constituye la prueba más profunda y difícil, pero, al mismo tiempo, la ocasión preciosa para la fe de aquellos que todo lo esperan del Señor; lejos de debilitar nuestra fe, la purifica y la confirma.
Entonces, debemos comprender que las profecías que se refieren al triunfo de la Iglesia en la presente edad señalan un crecimiento de la iniquidad que culminará con la apostasía.
Y vemos que la historia va confirmando esta visión profética. Estamos muy lejos, después de veinte siglos de cristianismo, de ver algún país en el cual el Reino de Cristo sea efectivo, y ni siquiera se vislumbra en el futuro una semejante realización, sino más bien lo contrario.
El enfriamiento de la caridad y la creciente apostasía son las señales que nos avisan que tenemos que levantar la cabeza y avivar nuestras esperanzas en la pronta intervención de Cristo.
¿Cómo es posible afirmar que la Iglesia es la llamada a conquistar el mundo, llegando a una dominación espiritual que abarque a todas las naciones, si el mismo Jesús nos enseña explícitamente, y sin lugar a dudas, lo contrario en la parábola de la cizaña? ¿Qué otra enseñanza se puede sacar de esta parábola, sino la de que la pequeña grey de verdaderos fieles ha de estar mortificada, acrisolada por la continua y creciente infiltración de los hijos del maligno entre la colectividad cristiana?
Aunque es doloroso decirlo, el completo olvido de esta enseñanza entre la gran mayoría de los cristianos es una de las pruebas más palpables de la verdad que Cristo anunció.
El estado normal de la Iglesia en la presente edad es la persecución y no el dominio del mundo. Pero esta persecución no es su muerte, sino su vida.
El verdadero peligro, peligro mortal que amenaza a la Iglesia, consiste en la fornicación con los reyes de la tierra con que Satanás la tienta constantemente.
No hay ningún texto en las Escrituras que demuestre que la Iglesia ha sido encargada de conquistar el mundo, o que, en la presente edad, obtendrá un dominio espiritual que abarcaría a todas las naciones.
Jesús nos manda, repetidamente y del modo más solemne, que no esperemos la realización del Reino Mesiánico, sino la vuelta del Señor para que Él realice este Reino.
No se trata de cruzarse de brazos en una espera estéril de la Venida del Señor, sino de ser dóciles instrumentos en las manos del Espíritu Santo con el fin de apresurar la congregación y presentación de la Esposa.
Querer redimir al mundo y querer fundar en la presente edad el Reino espiritual que abarque todas las naciones, es usurpar la tarea que el Padre tiene reservada para su Hijo.
La realización del Reino Mesiánico supone la destrucción del misterio de iniquidad y el encierro de Satanás, príncipe de este mundo; y esta es misión del Rey de reyes y Señor de los señores.
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Se ha objetado que esta doctrina presenta una sombría perspectiva del futuro; que es la filosofía de la desesperación; que está opuesta a la idea popular de que el mundo va progresando en el bien. Muchos agregan, sarcásticamente: “si todo esto es verdad, podemos cruzarnos de brazos y esperar la Venida de Cristo”.
La Verdad Divina no es agradable al cristiano mundano. ¿Acaso la predicación de Noé agradaba a los que la oían? Sin embargo, el diluvio vino. ¿Acaso era agradable lo que Jeremías profetizaba al pueblo judío? Sin embargo, sobrevino la terrible suerte de la ciudad y la cautividad de Babilonia. ¿Acaso era agradable lo que anunciaban los profetas al pueblo judío, vaticinando la ceguera y la ruina? Sin embargo, rechazaron a Cristo atrayendo sobre sí la ruina y la dispersión.
Aunque esta doctrina dura desagrada y desespera al cristiano mundano, el verdadero discípulo de Cristo la guarda con fidelidad y amor. Lo confirma no sólo en su fe en Cristo, sino también en su acatamiento a los dogmas de la Iglesia, y lo orienta en los tiempos tormentosos por los que estamos pasando. No se desespera ni pliega los brazos para esperar la Venida de Cristo, durmiendo. Lleno de una «viviente esperanza», la más «bienaventurada esperanza»; se esfuerza por salvar a algunos de esta mundana generación pecadora y adúltera.
El misterio de iniquidad va en aumento. El fermento de los fariseos, saduceos y herodianos se ha infiltrado la masa cristiana. Presenciamos tiempos peligrosos, y vendrán aún mayores. Pero el Espíritu Santo tiene sellada la Iglesia, en tanto reúna a la Esposa de Cristo.
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Entrando más en los detalles, observamos que bajo la figura de Babilonia se desarrolla, a lo largo de la Biblia, la organización del Reino de Satanás.
El misterio de este reino está explicado por Dios mismo en la estatua del sueño de Nabucodonosor.
He allí figurados los tiempos del poder de los gentiles.
Estos tiempos se inician en el momento en que los hebreos, por su incredulidad, rechazaron el gobierno de Dios, cayendo bajo el imperio babilónico, el imperio de los gentiles, que se desarrolla en cuatro reinos, según la visión de la estatua del sueño de Nabucodonosor.
El desarrollo del mismo misterio (la Babilonia política) fue manifestado a los judíos con la visión de las cuatro bestias simbólicas.
La revelación de San Juan nos ofrece la consumación del misterio de la Babilonia política. Después que Satanás es arrojado sobre la tierra e inicia allí la gran tribulación, sabiendo que le queda muy poco tiempo, San Juan ve surgir del mar una bestia que tiene diez cuernos y siete cabezas, parecida a un leopardo, con pies de oso y boca de león. Por tanto, en esta bestia se encuentran fundidas las dos visiones de Daniel.
En el Apocalipsis hay señalada con toda claridad una gran potencia política y una gran potencia financiera en la persona de la Gran Ramera, que significa la religión adulterada.
La potencia política está significada por la bestia bermeja, con sus siete cabezas y diez cuernos, que representan un gran imperio pagano y satánico: es la fiera que surgió del mar.
Los diez cuernos que has visto son diez reyes que aún no han recibido reino; pero recibirán después de la Bestia la potestad como real por espacio de una hora. Estos tienen un solo propósito. Y su potestad y autoridad lo entregarán a la Bestia. Estos harán la guerra al Cordero, pero el Cordero, como es Señor de Señores y Rey de Reyes, los vencerá en unión con los suyos, los llamados y elegidos y fieles.
El misterio de la Babilonia no representa solamente la obra de Satanás en su aspecto político, sino también, y, sobre todo, en su aspecto religioso, en tanto esa obra penetra en el pueblo de Dios, así entre judíos como entre cristianos.
La Ramera representa tres cosas concretas que serán, y ya comienzan a ser, una misma, y se implican mutuamente:
1ª) la última herejía,
2ª) la urbe donde esa herejía tendrá su cabeza,
3ª) el imperio que esa urbe gobernará.
La fornicación significa la religión idolátrica del Estado, que se convertirá después en la religión sacrílega del Anticristo.
Es un Misterio ahora; una cosa que nunca se había visto, un arcano, «las profundidades de Satán».
Los diez cuernos (o reyezuelos) aborrecerán a la ramera, a la cual destruirán en un día y pondrán toda su potestad al servicio de la fiera.
Esta obra es precisamente la que ha de llevar finalmente a todos los habitantes de la tierra a la adoración de la imagen de la Bestia, preparando así el camino al Anticristo.
Entonces aparecerá el octavo rey y bestia. A éste, los diez reyes entregarán el Reino, luego de destruir a la Ramera.
Es así que el Anticristo se apoderará de la última y universal monarquía apóstata, y se sentará en el Lugar Santo.
En su tiempo cesarán el sacrificio y la ofrenda, y él será el autor de la abominación de la desolación. Todos los que rehúsen adorarlo serán decapitados por él, mientras que los cristianos mundanos y los judíos adúlteros y las naciones impías caerán en manos del Anticristo, cuyo reino durará tres años y medio.
Por lo tanto, en la presente edad, no será la Iglesia mediante un triunfo del Espíritu del Evangelio, sino Satanás mediante un triunfo del espíritu de apostasía, el que ha de llegar a un reino que abarcará a todas las naciones. Pues el Reino Mesiánico de Cristo será precedido del reino apóstata del Anticristo.
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De todo lo expuesto se desprende, con clarísima luz, que el «día del Señor», es decir, la edad mesiánica, no vendrá sin que antes en la tierra se descubra la apostasía y se manifieste el hijo de perdición que, llegando a sentarse en el Lugar Santo, proclamará de sí mismo que es Dios, haciéndose adorar por todos los habitantes de la tierra cuyos nombres no están escritos en el Libro de la Vida.
Y entonces, sólo entonces, vendrá Jesús como Rey de reyes y Señor de señores, y matará al inicuo con el aliento de su boca.
Esta repentina aparición de Cristo en esa noche de espantosa apostasía y desolación, será como la piedra que de pronto se desprende del cielo hiriendo los pies de la estatua, es decir, aquella parte de la estatua que prefigura la última fase del cuarto y último imperio del dominio de los gentiles. Y entonces, con la destrucción de los diez reyes, terminará y desaparecerá definitivamente toda forma de dominio de los gentiles, entregando el reino a los santos del Altísimo, llegando la piedra a convertirse en una gran montaña que llenará la tierra.
Y así se cumplirá también, al fin de los tiempos, lo predicho por Nuestro Señor a los atribulados Apóstoles en el Cenáculo: En verdad, en verdad os digo, vosotros vais a llorar y gemir, mientras que el mundo se va a regocijar. Estaréis contristados, pero vuestra tristeza se convertirá en gozo … Tenéis ahora tristeza, pero Yo volveré a veros, y entonces vuestro corazón se alegrará y nadie os podrá quitar vuestro gozo…
Nadie os podrá quitar vuestro gozo…
Nadie os podrá quitar vuestro gozo…
Nadie os podrá quitar vuestro gozo…
¡Oh, María Santísima!, Causa de nuestra Alegría, ruega por nosotros…