SERMONES SOBRE EL SANTO PATRIARCA

La armadura de Dios

SOLEMNIDAD DE SAN JOSÉ

Esposo de la Bienaventurada Virgen María

Y Patrono de la Iglesia universal

Primer Día

Miércoles de la segunda semana

después de la Octava de Pascua

Sermón de San Bernardino de Siena

He aquí una regla general que rige para todas las gracias singulares concedidas a cualquier criatura racional: cuantas veces la bondad divina elige a alguno para favorecerle de un modo singular o elevarle a un estado sublime, le comunica todos aquellos carismas que le son necesarios para cumplir con su misión de una manera digna y honrosa.

Todo esto se realizó muy especialmente en San José, Padre Putativo de Nuestro Señor Jesucristo, y verdadero Esposo de la Reina del mundo y Señora de los Ángeles.

Elegido por el eterno Padre para fiel proveedor y custodio de sus más grandes tesoros, a saber, su Hijo y su Esposa, cumplió esta misión fidelísimamente.

Por esto el Señor le dijo: “Siervo bueno y fiel: entra en el gozo de tu Señor”.

Si consideráis a San José en relación con toda la Iglesia de Jesucristo, ¿no es ciertamente este hombre el elegido y dotado de una prerrogativa única, bajo cuya guarda fue colocado Cristo a su entrada en el mundo, y de quien Dios se sirvió para salvaguardar el orden y el honor de este nacimiento divino?

Si, pues, la Iglesia entera es deudora a la Virgen Madre, puesto que por María fue digna de recibir al Salvador, después de María debe, sin la menor duda, singular gratitud y veneración a San José.

Es Él como la clave del Antiguo Testamento, porque el mérito de los Patriarcas y de los Profetas en Él alcanzó el término de sus esperanzas. Solo Él posee realmente cuanto la bondad divina prometió a esos justos de los tiempos antiguos.

Con razón fue figurado por aquel Patriarca José que conservó el trigo para los pueblos. Pero le supera, porque hizo más que proporcionar a los egipcios el pan de la vida material; alimentando a Jesús con cuidado vigilantísimo, procuró a todos los elegidos el Pan del Cielo, que da la vida celestial.

Ciertamente, no es posible poner en duda que Jesucristo, comportándose con José como un hijo con su padre, habrá conservado en los Cielos, o, mejor dicho, habrá aumentado y consumado la familiaridad, el respeto y la dignidad sublime que le concedió durante su vida terrenal.

Con razón, pues, termina el Señor las palabras divinas citadas, diciendo: “Entra en el gozo de tu Señor”.

Aunque el gozo de la eterna beatitud entre en el corazón del hombre, el Señor prefirió decir: “Entra en el gozo”; para insinuar misteriosamente que este gozo no está solamente en Él, sino que lo envuelve por todas partes, lo absorbe y lo sumerge como un abismo sin fondo.

Acordaos, pues, de nosotros, ¡oh bienaventurado José!; interceded por nosotros mediante el sufragio de vuestra plegaria, ante Aquel que pasó por hijo vuestro; y al propio tiempo, haced que se muestre propicia con nosotros vuestra Esposa, la Bienaventurada Virgen, Madre de Aquel que, con el Padre y el Espíritu Santo, vive y reina por todos los siglos. Amén.

Homilía de San Agustín

Es manifiesto que aquellas palabras: “Era considerado hijo de José”, las dijo San Lucas por aquellos que creían a Jesús hijo de José según la filiación natural.

Mas como algunos extrañan que San Mateo asigne unos progenitores descendiendo de David hasta José, y otros Lucas, subiendo de José hasta David, es conveniente que se advierta que José pudo haber tenido dos padres: uno que le engendró y otro que le adoptó. Ya que era costumbre antigua, aun en el pueblo de Dios, que los que no tenían hijos, los adoptasen.

De donde puede deducirse que San Lucas en su Evangelio cita como padre de San José, no al padre por naturaleza, sino al padre adoptivo; y que los antepasados que enumera en su Evangelio remontándose desde José hasta David, son los del padre adoptivo.

Siendo, en efecto, necesario admitir la veracidad de los dos Evangelistas, Mateo y Lucas, y que, por consiguiente, uno describe la genealogía del padre natural de José, y el otro la del padre adoptivo, ¿no hemos de tener por más probable que enumere la genealogía del padre adoptivo aquél que nunca afirma que José fuese engendrado por el hombre a quien lo atribuye como hijo?

Pues bien: San Mateo, al decir: “Abrahán engendró a Jacob”, y al proseguir empleando el verbo engendró, hasta el final, cuando dice: “Jacob engendró a José”, muestra suficientemente que siguió la serie de progenitores directos de José, y se propuso nombrar al padre que le engendró y no al que le adoptó.

Incluso suponiendo que San Lucas también dijera que José fue engendrado por Helí, tampoco en este caso debería turbamos esta palabra ni impedimos el creer que uno de los dos Evangelistas menciona al padre natural de José, y el otro al padre por adopción.

Puede decirse, en efecto, sin absurdidad, que el que adopta a un hijo lo engendra, no según la carne, sino por el afecto que le profesa.

Así Dios, al darnos la facultad de llegar a ser hijos suyos, no nos engendró de su propia naturaleza y sustancia, como a su único Hijo, sino que nos adoptó por su amor.