PRIMER DOMINGO DE PASCUA
En aquel tiempo, a la tarde de ese mismo día, el primero de la semana, y estando, por miedo a los judíos, cerradas las puertas de donde se encontraban los discípulos, vino Jesús y, de pie en medio de ellos, les dijo: “¡Paz a vosotros!” Diciendo esto, les mostró sus manos y su costado; y los discípulos se llenaron de gozo, viendo al Señor. De nuevo les dijo: “¡Paz a vosotros! Como mi Padre me envió, así Yo os envío.” Y dicho esto, sopló sobre ellos, y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo: a quienes perdonareis los pecados, les quedan perdonados; y a quienes se los retuviereis, quedan retenidos.” Ahora bien; Tomás, llamado Dídimo, uno de los Doce, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Por tanto le dijeron los otros: “Hemos visto al Señor.” Él les dijo: “Si yo no veo en sus manos las marcas de los clavos, y no meto mi dedo en el lugar de los clavos, y no pongo mi mano en su costado, de ninguna manera creeré.” Ocho días después, estaban nuevamente adentro sus discípulos, y Tomás con ellos. Vino Jesús, cerradas las puertas, y, de pie en medio de ellos, dijo: “¡Paz a vosotros!” Luego dijo a Tomas: “Trae acá tu dedo, mira mis manos, alarga tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo, sino creyente.” Tomás respondió y le dijo: “¡Señor mío y Dios mío!” Jesús le dijo: “Porque me has visto, has creído; dichosos los que han creído sin haber visto.” Otros muchos milagros obró Jesús a la vista de sus discípulos, que no se encuentran escritos en este libro. Pero éstos han sido escritos para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y, creyendo, tengáis vida en su nombre.
Tal como lo hice otros años (2013 y 2021), durante los cinco Domingos de este ciclo de Pascua predicaré, una vez más, sobre el Libro del Apocalipsis.
Este primer sermón lo empleo en atraer la atención sobre la lectura, el estudio y la meditación del Apocalipsis; especialmente en lo que se refiere a la Parusía o Segunda Venida de Nuestro Señor en Gloria y Majestad.
Utilizo diversos textos, especialmente de Monseñor Straubinger, del Padre Castellani y de Hugo Wast (sin seguirlos a la letra, ni citarlos detalladamente).
Este último, en su libro El Sexto Sello, capítulo I, trata sobre el interés de estas cuestiones, y dice:
Cuando propios y ajenos cuidados nos asaltan de adentro y de afuera, sentimos un deseo vehemente de hallar un refugio; de escuchar, en medio de las voces pasajeras, una voz que no pase; de huir del movedizo arenal de las cosas presentes, y afirmarnos en la roca eterna.
Viajeros que somos en el atardecer del mundo, cuando ya no hay luz ni siquiera en las cumbres, la noche se cierra delante de nuestros pasos, e instintivamente volvemos los ojos, para espiar el alba que se anuncia en el borde nacarado de las primeras nubes o en el pálido sueño de las últimas estrellas.
Desencantados del presente, nos refugiamos en la historia, que es el pasado (en la Tradición), o en las Profecías, que son el porvenir.
Fatigados por las mil cadenas de fábulas en que nos han envuelto las lenguas mentirosas de teólogos, filósofos, científicos, políticos, politólogos, demagogos, sociólogos, artistas, economistas, financistas y otros especímenes…, buscamos ansiosamente la verdad, que nos hará libres: Veritas liberavit vos.
Pero la verdad y la eternidad sólo están en la Palabra de Dios; y ésta solamente en los Libros Santos y en la Tradición.
Por eso, en los días de angustia nos complace leer la Biblia, desde el Génesis hasta el Apocalipsis, afrontando sus misteriosas oscuridades, y seguros de que, cuando llegue la hora, de allí brotará la luz.
No hay lectura ni más sustancial, ni más adecuada para los tiempos que corren; siempre que sea hecha con reverencia y atención al sentido que le da la Iglesia, su exégeta infalible, o que le dan los Santos Padres, en los muchos puntos en que no hay interpretación fijada por aquella.
Ignorar las escrituras, ha dicho San Jerónimo, es ignorar a Cristo.
Los Santos Padres recomiendan no pasar ni siquiera un día sin estudiar la Biblia.
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Ahora bien, el Apocalipsis del apóstol San Juan el último de los libros que componen las Sagradas Escrituras, es una profecía en que se describen los grandes hechos del futuro.
Leemos en sus dos primeros versículos:
Revelación de Jesucristo; se la concedió Dios para manifestar a sus siervos lo que ha de suceder pronto; y envió a su Ángel para dársela a conocer a su siervo Juan, el cual ha atestiguado la Palabra de Dios y el testimonio de Jesucristo: todo lo que vio.
Se trata, pues, de sucesos que el Señor quiere descubrir a los hombres: se la concedió Dios para manifestar a sus siervos...
Con esto se aclara un punto en que muchos se confunden: no sólo no es inútil o inconveniente el realizar esta suerte de estudios, bajo el infalible magisterio de la Iglesia, sino que está ordenado por Dios mismo, y se promete la felicidad al que lo haga: Bienaventurado el que lee y escucha las palabras de esta profecía; y observa las cosas escritas en ella, pues el tiempo de cumplirse está cerca.
Hace más de setenta años, el Padre Castellani nos advertía que el Apocalipsis se está volviendo un libro muy actual; y agregaba: Cuando quiero saber las últimas noticias, leo el Apocalipsis, decía con gracia León Bloy.
¡Sí!…, el Apocalipsis se está volviendo un libro muy actual… Y es que el mundo actual está ansioso de profecía.
Ante los desastres y las amenazas de esta época catastrófica, es natural que todos queramos saber lo porvenir. El que no sabe adónde se dirige, no puede dar un paso.
¿Adónde va el mundo?, claman todos.
Ahora bien, a esta hambre actual de profecía se le propinan profecías falsas.
Es menester, pues, dar la Buena Profecía, que para eso la tenemos.
Por el contrario, algunos católicos, sin mucha teología…, o con mucha teología, pero no de la buena…, se dedican, temerarios, a espigar profecías privadas en el campo peligroso de los libros devotos.
Hay que dar, pues, la Gran Profecía Primordial, tal como se la encuentra en los Santos Evangelios, en las Cartas de los Apóstoles y en el Apocalipsis de San Juan.
Y…, ¿cuál es esa Gran Profecía Primordial?
En resumidas cuentas, o breves palabras: que este mundo terminará. Que su término será precedido de una gran apostasía y una gran tribulación. Que a ellas sucederá el advenimiento de Cristo, y de su Reino, el cual no ha de tener fin.
Conocer esta Profecía…, poseerla…, gustarla…, saborearla…, ¡da mucha luz, mucha fortaleza y mucha paz, es decir, tranquilidad en el orden…
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Monseñor Juan Straubinger, en su libro Espiritualidad Bíblica, nos advierte sobre el Olvido del Apocalipsis, y comienza señalando lo fundamental:
Bienaventurado el que guarda las palabras de la profecía de este libro, dice el Ángel a San Juan Evangelista después de haberle revelado los arcanos del Apocalipsis. De modo que es una bienaventuranza guardar estas palabras.
Guardar, o custodiar, quiere decir conservar las palabras en el corazón, como hacía María Santísima con las del Evangelio. Conocerla, poseerla, gustarla, saborearla…
Esta bienaventuranza que dan las palabras misteriosas de la Profecía del Apocalipsis, se extiende a todos, tal como se ve desde el principio: Bienaventurado el que lee y oye las palabras de esta profecía y conserva lo que en ella está escrito; porque el tiempo está cerca (…); y se confirma al final: Estas palabras son ciertas y verdaderas; el Señor Dios, que inspira a los profetas, ha enviado a su Ángel para manifestar a sus siervos lo que ha de suceder pronto. Mira, vengo pronto. Bienaventurado el que guarde las palabras proféticas de este libro.
Basados en estas palabras de Dios, confirmamos claramente lo que ya sabíamos por el Evangelio, esto es: que en el cristianismo no hay nada que sea misterio reservado a algunos pocos.
Tiempo es, pues, de que caiga de los ojos de nuestros hermanos ese velo que los aparta de conocerlo a Él, que es la Luz: y que desaparezca ese equívoco que aleja a las almas de la fuente de Agua Viva coma si fuese veneno.
Aun hoy, a pesar de tantas y tan insistentes palabras de los Sumos Pontífices que recomiendan la lectura diaria de la Biblia hay quien se atreve a decir con audacia que estas cosas son peligrosas.
¡Ay de los que apartan a las almas de la Palabra de Dios!
A ellos, a los falsos profetas, aplica San Juan Crisóstomo aquella maldición terrible de Cristo contra los sacerdotes de Israel, que ocultaban la Sagrada Escritura, que es la llave del Cielo: ¡Ay de vosotros, hombres de la Ley, que os habéis guardado la llave de la ciencia! Vosotros mismos no entrasteis, y a los que iban a entrar se lo habéis impedido.
Y Monseñor Straubinger destaca interrogando: Si para muchos la Biblia en general ha dejado de ser el libro de espiritualidad, ¿cuánto más el Apocalipsis?
¿Qué dirían los Padres del IV Concilio de Toledo, si vieran cómo el Apocalipsis ha llegado a ser hoy el libro menos leído y el más olvidado de la Biblia?
Recordemos que este Concilio ordenó en el año 633, bajo pena de excomunión, predicarlo durante el tiempo de las Misas, desde Pascua a Pentecostés.
Por eso, Monseñor Straubinger exhorta: leamos, pues, sin miedo la tremenda y dulcísima profecía del Apocalipsis. Tremenda para los traidores de Cristo; dulcísima para “los que aman su advenimiento” (II Tim. 4, 8) y aspiran a los misterios de la felicidad prometida para las Bodas del Cordero.
Notemos que el no leerlo y el no creer en él, es precisamente el síntoma de que esas profecías están por cumplirse.
¡Leamos el Apocalipsis!
Y lo que no entendamos, volvámoslo a leer una y mil veces, y estudiémoslo. Y busquemos sacerdotes piadosos y libros buenos que nos lo expliquen, no según las ideas de los hombres, sino según las luces de la misma Sagrada Escritura.
Esta ocupación de descifrar los misterios de Dios es la única digna del sabio, dice el Eclesiástico.
No por la curiosidad malsana de los que pretenden hacer adivinanzas sobre los acontecimientos políticos de tal o cual país, sino por el ansia de conocer y admirar más y más los sublimes designios de Dios sobre el hombre, y poder sacar de ellos un fruto creciente de caridad.
En su primera Encíclica, Pío XII, además de claras referencias al Apocalipsis, expresó su creencia de que estamos “al comienzo de los dolores” anunciados por Jesús en el discurso escatológico.
Tan vehemente llamado del Papa ha de despertar las conciencias cristianas “por comprender que la Parusía, o segunda venida de Cristo, es verdaderamente el alfa y el omega, el comienzo y el fin, la primera y última palabra de la predicación de Jesús; que es su llave, su desenvolvimiento, su explicación, su razón de ser, su sanción; que es, en fin, el acontecimiento supremo al cual se refiere todo lo demás y sin el cual todo lo demás se derrumba y desaparece”, como escribía el Cardenal Billot, en su libro La Parousie.
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Y respecto del objeto principal del Apocalipsis, el Padre Castellani nos fortalece y alienta:
Jesucristo vuelve, y su vuelta es un dogma de nuestra fe, uno de los más importantes… Es un dogma bastante olvidado… Es un espléndido dogma poco meditado.
Su traducción es ésta: el mundo no continuará desenvolviéndose indefinidamente, ni acabará por azar, dando un encontronazo con alguna estrella mostrenca, ni terminará por evolución natural de sus fuerzas elementales —o entropía cósmica, como dicen los físicos—, sino por una intervención directa de su Creador.
El Universo no es un proceso natural, como piensan los evolucionistas o naturalistas, sino que es un poema gigantesco, un poema dramático; del cual Dios se ha reservado la iniciación, el nudo y el desenlace; que se llaman, teológicamente, la Creación, la Redención, la Parusía.
Los personajes son los albedríos humanos. Las fuerzas naturales son los maquinistas. Pero el primer actor y el director de orquesta es Dios.
El dogma de la Segunda Venida de Cristo, o Parusía, es tan importante como el de su Primera Venida, o Encarnación.
Recordemos, entre paréntesis, cuando en Adviento meditábamos esta frase sabrosa y substanciosa: Nos alegramos en la Primera Venida de Dios al mundo, porque esperamos la Segunda. Si no, no podríamos.
Si no se entiende el dogma de la Parusía, no se entiende nada de la Escritura ni de la historia de la Iglesia…
¿Por qué?
Porque el término de un proceso da sentido a todo el proceso.
Ahora bien, este término está, no sólo claramente revelado, mas también minuciosamente profetizado… Jesucristo vuelve pronto…
Por el contrario, la enfermedad mental específica del mundo moderno es pensar que Cristo no vuelve más; o al menos, no pensar que vuelve.
En consecuencia, el mundo moderno no entiende lo que le pasa… Dice que el cristianismo ha fracasado… Inventa sistemas, a la vez fantásticos y atroces, para salvar a la humanidad… Pretende construir otra torre de Babel que llegue al cielo… Quiere reconquistar el jardín del Edén con solas las fuerzas humanas… Ha dado a luz una nueva religión…
El mundo moderno está lleno de profetas que dicen: “Yo soy. Aquí estoy. Este es el programa para salvar al mundo. La Carta de la Paz, el Pacto del Progreso y la Liga de la Felicidad, ¡La Una, la Onu, la Onam, la Unesco! ¡Mírenme a mí! Yo soy.”
La herejía de hoy, descrita por Hilaire Belloc en su libro Las Grandes Herejías, pareciera explícitamente no negar ningún dogma cristiano, sino falsificarlos todos. Pero, mirándolo bien, niega explícitamente la Segunda Venida de Cristo; y, con ella, niega su Reyecía, su Mesianidad y su Divinidad. Es decir, niega el proceso divino de la Historia… Y al negar la Divinidad de Cristo, niega a Dios. Es ateísmo radical revestido de las formas de la religiosidad.
Con retener todo el aparato externo y la fraseología cristiana, falsifica el cristianismo, transformándolo en una adoración del hombre; o sea sentando al hombre en el templo de Dios, como si fuese Dios… Exalta al hombre como si sus fuerzas fuesen infinitas. Promete al hombre el reino de Dios y el paraíso en la tierra por sus propias fuerzas.
La adoración de la Ciencia, la esperanza en el Progreso y la desaforada Religión de la Democracia, no son sino idolatría del hombre; o sea, el fondo satánico de todas las herejías, ahora en estado puro.
De los despojos muertos del cristianismo protestante, galvanizados por un espíritu que no es de Cristo, una nueva religión se ha gestado ante nuestros ojos…
Esto se llamó sucesivamente filosofismo, naturalismo, laicismo, protestantismo liberal, catolicismo liberal, modernismo…
Todas esas corrientes confluyen ahora y conspiran a fundirse en una nueva fe universal; que en Renán, Marx y Rousseau tuvo ya sus precursores.
Todos los cristianos que no creen en la Segunda Venida de Cristo, o no la esperan, se plegarán a ella. Y ella les hará creer en la venida del Otro. Porque yo vine en el nombre de mi Padre y no me recibisteis; pero otro vendrá en su propio nombre y le recibiréis.
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Por todo esto, terminamos por donde comenzamos:
Cuando propios y ajenos cuidados nos asaltan de adentro y de afuera, sentimos un deseo vehemente de hallar un refugio; de escuchar, en medio de las voces pasajeras, una voz que no pase; de huir del movedizo arenal de las cosas presentes, y afirmarnos en la roca eterna.
Viajeros que somos en el atardecer del mundo, cuando ya no hay luz ni siquiera en las cumbres, la noche se cierra delante de nuestros pasos, e instintivamente volvemos los ojos, para espiar el alba que se anuncia en el borde nacarado de las primeras nubes o en el pálido sueño de las últimas estrellas.
Desencantados del presente, nos refugiamos en la historia, que es el pasado (en la Tradición), o en las Profecías, que son el porvenir.
Fatigados por las mil cadenas de fábulas en que nos han envuelto las lenguas mentirosas de teólogos, filósofos, científicos, políticos, politólogos, demagogos, sociólogos, artistas, economistas, financistas y otros especímenes…, buscamos ansiosamente la verdad, que nos hará libres: Veritas liberavit vos.
E imploramos con instancia:
Ven, Señor Jesús…
¡Oh Señor Jesucristo! ¿Por qué tardas?
¿Qué esperas para mostrar al mundo tus divinas banderas,
y arrojar tu mensaje de luz sobre las fieras?
Que Nuestra Señora del Apocalipsis nos sostenga y confirme en nuestro combate, porque, como siempre decimos: Ante los eventos inminentes, los comunes e invariables (como son la familia, los hijos, lo económico, lo material, las enfermedades, la muerte…), así como los que son propios del tiempo que nos toca vivir (la apostasía generalizada, el epílogo del misterio de iniquidad y la llegada del Anticristo…), en vista de estos sucesos nuestras «seguridades»…, nuestras “esperanzas”…, deben fundamentarse en el triunfo del Inmaculado Corazón de María, nuestra Esperanza… Spes nostra…