DOMINGO DE RAMOS
Cuando se aproximaron a Jerusalén, y llegaron a Betfagé, junto al Monte de los Olivos, Jesús envió a dos discípulos, diciéndoles: “Id a la aldea que está enfrente de vosotros, y encontraréis una asna atada y un pollino con ella: desatadlos y traédmelos. Y si alguno os dice algo, contestaréis que los necesita el Señor; y al punto los enviará”. Esto sucedió para que se cumpliese lo que había sido dicho por el profeta: “Decid a la hija de Sion: He ahí que tu rey viene a ti, benigno y montado sobre una asna y un pollino, hijo de animal de yugo”. Los discípulos fueron pues, e hicieron como Jesús les había ordenado: trajeron la asna y el pollino, pusieron sobre ellos sus mantos, y Él se sentó encima. Una inmensa multitud de gente extendía sus mantos sobre el camino, otros cortaban ramas de árboles, y las tendían por el camino. Y las muchedumbres que marchaban delante de Él, y las que le seguían, aclamaban, diciendo: “¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!”
La entrada mesiánica de Jesucristo en Jerusalén nos enseña que aquél que rechazó tantas veces los honores, porque aún no era su hora, consciente de que ésta ha llegado, va triunfalmente a la Cruz y a la Resurrección.
Montado en un pollino y rodeado de sus discípulos y de un gran cortejo, se encamina para entrar gloriosamente en Jerusalén.
Las turbas habían cortado ramos de los árboles, como se solía hacer en las fiestas importantes para unirse festiva y triunfalmente al séquito, y cubrían el camino; y también muchos extendían sus mantos en señal de homenaje; y todos acompañaban a Jesús con aclamaciones.
Las que recopilaron los cuatro Evangelistas, son todas mesiánicas:
¡Hosanna al Hijo de David!
¡Bendito el que viene en nombre del Señor, el Rey de Israel!
¡Bendito el Rey que viene en nombre del Señor! Paz en el cielo y gloria en las alturas.
¡Bendito el Reino que viene, de David, nuestro padre!
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Consideremos rápidamente el significado de estas aclamaciones, entremezclando algunos comentarios de los Santos Padres.
Reitero que todas confiesan y proclaman el mesianismo de Jesús.
San Jerónimo dice así: “El Salmo 117, que habla precisamente de la venida del Salvador, dice, entre otras cosas, ¡Oh Señor, sálvame! ¡Oh Señor, ayúdame!”.
Significa que la venida de Jesucristo es la salvación del mundo. Por esto sigue: «Bendito el que viene en el nombre del Señor».
Y como quieren salvarse en lo más alto, esto es, en los cielos y no en la tierra, por eso añaden el Hosanna, esto es, la salvación en los cielos. Se da a conocer claramente que la venida de Jesucristo representaba la salvación de todo el mundo, uniendo lo terreno con lo celestial.
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Este pasaje del Salmo 117 tiene su correspondiente en el himno de agradecimiento que, según Isaías, se cantará en el día en que Yahvé preparará el gran festín en Sion. Entonces, proclamando como aquí a Dios Salvador de Israel, y gozándose y alegrándose en tan gran día, se dirá también: “Abridme las puertas de la justicia; entrando por ellas confesaré al Señor. He aquí la puerta del Señor, los justos entrarán por ella”.
Las puertas de la justicia, que viene de Cristo, y no de la justicia propia que ellos buscaban según la Ley, serán abiertas entonces a los judíos gozosos y arrepentidos, para los cuales Cristo habrá sido piedra de tropiezo.
Este gran día, que en sentido acomodaticio se aplica a la Pascua, como observan los comentadores es el “día del Señor”, glorioso para su pueblo y terrible para sus enemigos.
Precisamente, cuando la procesión de las palmas, cantando el Gloria, laus et honor Tibi sit, ha llegado hasta las puertas del templo, que están cerradas, se inicia ese diálogo de alabanzas entre los de dentro y los de fuera; hasta que el Subdiácono, con el hasta de la cruz, da un golpe sobre la puerta, la cual se abre y entran los fieles en la iglesia, cantando el Ingrediente Domino in sanctam civitatem… = Al entrar el Señor en la ciudad santa, los niños de los hebreos, anunciando la resurrección de la vida, con ramos de palma clamaban: Hosanna en las alturas.
El rito simboliza la resistencia inicial del pueblo judío, después la entrada gloriosa de Nuestro Señor a Jerusalén, y, por último, el triunfo de la Cruz, que abre las puertas del Cielo, cerradas desde el pecado de Adán, manifestando que la Cruz es el instrumento de la Redención y la causa de nuestra resurrección.
En la Semana Santa reformada por Pío XII, esta ceremonia fue eliminada y el Himno modificado; la estrofa Ingrediente pasó a ser una Antífona.
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«Hijo de David» era la fórmula mesiánica más usual.
San Hilario enseña que “Estas palabras de alabanza explican en sí el poder de la redención; llaman a Jesús hijo de David, y en ello reconocen la herencia del reino eterno”.
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Cerca ya de la bajada del monte de los Olivos, toda la multitud de los discípulos, llenos de alegría, se pusieron a alabar a Dios a grandes voces, por todos los milagros que habían visto. Decían: “Bendito el Rey que viene en nombre del Señor! Paz en el cielo y gloria en las alturas.”
El «Rey de Israel» era el Mesías.
La expresión «¡Hosanna en las alturas!», hace llegar el agradecimiento de este beneficio mesiánico a Dios en el Cielo.
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La fórmula paralela, que presenta San Lucas, tiene una construcción especial: «Paz en el cielo y gloria en las alturas.»
La segunda parte de ella es la equivalente a las de San Mateo y San Marcos: la gratitud a Dios en el Cielo por esta obra y este día.
Pero la primera parte, «Paz en el Cielo», ¿qué sentido tiene?
Se comprende muy bien el canto de los Ángeles en el nacimiento de Cristo: «Gloria a Dios en las alturas» por esta obra, que trae “la paz” a los hombres.
Pero aquí es a la inversa, «Paz en el Cielo». Probablemente la expresión de paz haya de interpretarse aquí como sinónimo de gloria, de la «glorificación» que al Cielo lleva la obra mesiánica que realiza Jesús.
San Beda enseña que “Como Jesucristo apareció en carne mortal para hacerse propicio a todo el mundo, cantan perfectamente a la vez en alabanza suya los cielos y la tierra. Cuando nació cantaron las legiones celestiales; y cuando ha de volver al cielo, los mortales repiten a su vez sus alabanzas. Por esto sigue: Paz en el cielo«.
Y Teofilacto agrega: “Esto es, la guerra antigua que hacíamos al Señor ha concluido. Y el gloria en las alturas es una alabanza de los ángeles a Dios por tal reconciliación. Porque en el mero hecho de andar Dios visiblemente por territorio de sus enemigos, se da a conocer que ha establecido la paz con nosotros”.
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En este homenaje mesiánico, San Marcos tiene una frase propia: ¡Bendito el Reino que viene, de David, nuestro padre!
Según la versión griega: ¡Bendito sea el advenimiento del reino de nuestro padre David!
Esta fórmula, en que se bendice el Reino de David, que viene en Cristo, es evidentemente mesiánica, pues no se trata sólo de instaurar en Jerusalén el reino davídico en lugar del procurador de Roma, sino de dar cumplimiento, en aquella época de inminente expectación mesiánica, al reino de David en su descendiente, el Mesías. Es lo que se pedía tres veces al día en la oración: restablecer «el Reino de la casa de David»; es decir, la venida mesiánica.
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“Bendito el que viene”: Es la célebre aclamación mesiánica.
Después de haber recibido en aquel día esta aclamación, Jesús anunció, al final de su último discurso en el Templo, que estas mismas palabras serían la señal el día de su triunfo definitivo: Entonces se volverán a Aquel a quien traspasaron.
Con estas palabras terminaba el ministerio propiamente dicho de Nuestro Señor. Él mismo iba a morir, y aquellos a quienes se dirigía entonces no volverían a verlo sino al fin de los tiempos.
En efecto, las palabras hasta que digáis: Bendito el que viene en nombre del Señor, se refieren, según los mejores intérpretes, al Retorno de Jesucristo y a la conversión de los judíos, que tendrá lugar en esa época.
Reconociendo en Él a su Redentor, lo aclamarán entonces con la ovación mesiánica: Bendito el que viene…
Destaquemos que la misma la empleamos en el Sanctus: Benedictus qui venit in nomine Domini. Hosanna in excelsis.
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Mezclados insidiosamente entre las turbas de este cortejo se habían entrometido algunos fariseos.
Le dijeron: «Maestro, reprende a tus discípulos.»
Respondió: “Os digo que si éstos callan gritarán las piedras”.
La respuesta de Cristo en aquella hora, que era la «hora del Padre”, los desconcertó y censuró.
Los fariseos reclamaban a Cristo a que cortase aquellas aclamaciones. Pero, aparte que ellos lo pedían por envidia, era la «hora del mesianismo”, la «hora de Dios”. Por ello, si ellos callaban, gritarían las piedras.
Con esta hipérbole oriental quería decirles Jesús que aquélla era la «hora del Mesías”; y que así estaba determinado por Dios, y que nadie, en consecuencia, podía evitarlo.
San Cirilo dice que el Señor no impuso silencio a los que le alababan como a Dios; pero sí lo hizo con los fariseos; con lo cual atestiguó la gloria de su divinidad.
San Ambrosio, por su parte, enseña que no es extraño que las piedras, contra su naturaleza, publiquen las alabanzas del Señor, siendo así que los que lo habían de crucificar se confiesan más duros que las piedras.
Y San Beda concluye: una vez crucificado el Señor, como callaron sus conocidos por el temor que tenían, las piedras y las rocas le alabaron, porque, cuando expiró, la tierra tembló, las piedras se rompieron entre sí y los sepulcros se abrieron.
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El término de esta entrada mesiánica fue el Templo. Es el Mesías, que va, consciente de su dignidad y misión, a la consumación de su mesianismo espiritual.
Mas los sumos sacerdotes y los escribas, al ver los milagros que había hecho y a los niños que gritaban en el Templo: “¡Hosanna al Hijo de David!”, se indignaron y le dijeron: “¿Oyes lo que dicen éstos?”
“Sí, les respondió Jesús. ¿No habéis leído nunca que de la boca de los niños y de los que aún maman te preparaste alabanza?”
San Jerónimo explica que la contestación del Salvador fue muy prudente; pues no dijo lo que los escribas querían oír: “hacen bien los niños en dar testimonio de mí”. Ni tampoco: “se equivocan, son niños y debéis dispensar a su edad”.
Al aducir el pasaje del Salmo 8, les presenta un ejemplo tomado de las Sagradas Escrituras, que confirman las palabras de los niños.
Como diciendo: Sabed que éstos claman así por causa mía. ¿Acaso es culpa mía que el Profeta haya predicho con tantos cientos de años de anticipación lo que hoy sucede?
El Salmo 8 dice así: Te has preparado la alabanza de la boca de los pequeños y de los lactantes, para confundir a tus enemigos y hacer callar al adversario y al perseguidor.
Vemos, pues, como los niños decían cosas significativas, conformes con los Profetas, mientras que los hombres decían necedades y cosas llenas de furor.
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Aprovechemos esta Semana Santa para acompañar a Nuestro Señor como los niños de Jerusalén.
A los ojos humanos, la historia de la Semana Santa se abre con un triunfo glorioso, prontamente seguido por un completo y humillante revés.
De hecho, es lo que los hombres piensan a la vista de lo que ven…
Pero, es todo lo contrario a los ojos de Dios…
En realidad, el triunfo del Domingo de Ramos no fue nada comparado con la victoria del Viernes Santo…
Retengamos bien esto… a los ojos de Dios…
Que Nuestra Señora nos alcance las gracias necesarias para que podamos recibir a Jesús como el Rey que viene, en su Segunda Venida, a establecer su Reino.
Esperemos, vigilando y orando, el día de esa manifestación, viviendo conforme a la Parusía, que será para restablecer todas las cosas en Cristo y por Cristo…