CONOCE LA SANTA MISA ROMANA

Conservando los restos

LA SANTA MISA

SUS PARTES Y ORACIONES (II)

Continuación…

LA MISA DE LOS FIELES

Preparación del Sacrificio

Del Ofertorio al Prefacio

Ofertorio

El sacrificio se ofrece a Dios todopoderoso, vivo y verdadero, Creador y Padre.

El único sacrificio que puede satisfacer a la justicia divina, injuriada por nuestros pecados, y garantizar el don de las gracias de vida eterna a los miembros del Cuerpo Místico de Cristo en la tierra y en el Purgatorio es el Sacrificio expiatorio ofrecido para ellos por Jesucristo, su Cabeza, a su Padre en la Cruz.

La Santa Misa posee la misma virtud, porque en el Altar es el mismo Sacerdote que en el Calvario, quien ofrece al mismo Dios, y por los mismos fines que en la Cruz, la misma Víctima, por una inmolación que renueva sacramentalmente, de un modo incruento, la separación de su Cuerpo y de su Sangre realizada en la Cruz.

Asistir a la Santa Misa es, pues, participar en los frutos de salvación del Calvario.

Para señalar esta participación, tanto más necesaria cuanto que depende de nuestra asociación personal a la oblación que ofreció Jesucristo por nosotros, los fieles antiguamente traían la materia sacramental (pan y vino) del sacrificio que a sus intenciones se ofrecía.

Se cantaba, mientras tanto, un salmo procesional del cual no queda ahora sino un solo versículo: el Ofertorio.

La antedicha costumbre de cooperar materialmente al sacrificio no existe más que bajo la forma de los honorarios para la Misa y de colecta al Ofertorio.

Sin embargo, los cristianos deben continuar la realización de la oblación interior simbolizada por la exterior, uniéndose a la Víctima del sacrificio.

Nuestras vidas, unidas de este modo por la Santa Misa a la Cruz, cooperan grandemente a la gloria de la Santísima Trinidad y a la salvación de las almas; se incorporan a la oblación de Jesucristo por la cual los derechos de nuestro Creador y Padre son reconocidos, y los pobres humanos socorridos.

Suscipe, sancte Pater: oblación de la hostia inmaculada.

La Misa de los Fieles, o sacrificio propiamente dicho, empieza con el Ofertorio.

Jesucristo, por el ministerio del sacerdote, renueva el sacrificio de la Cruz por la Consagración del pan y del vino.

En la Última Cena, Jesucristo tomó de la mesa pan; de igual manera, el sacerdote toma una hostia preparada con harina de trigo sin levadura y, elevando la patena en la cual está colocada, piensa en la Víctima que va a inmolar, y recuerda, con términos y pensamientos que se hallarán de nuevo en el Canon de la Misa, los fines generales por los cuales ofrece a Dios el sacrificio.

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Suscipe… Recibe, oh Padre Santo, Dios todopoderoso y eterno, esta hostia inmaculada, que yo, indigno siervo tuyo, ofrezco a Ti, que eres mi Dios, vivo y verdadero, por mis innumerables pecados, ofensas y negligencias, y por todos los que están presentes, y también por todos los fieles cristianos, vivos y difuntos; para que a mí y a ellos sean de provecho para la salvación y para la vida eterna. Amén.

Deus qui humanæ: mezcla del agua con el vino.

En la Última Cena, Jesucristo tomó el cáliz con vino llamado cáliz de bendición porque los judíos lo tomaban agradeciendo a Dios por la salida de Egipto. Este vino estaba mezclado con agua.

El sacerdote, conformándose “a lo que el Señor nos enseñó por su ejemplo y su palabra» (San Cipriano, Ep. 63), echa en el cáliz vino con unas gotas de agua.

La Iglesia añadió a la antedicha razón histórica y fundamental otras razones alegóricas.

El simbolismo que prevalece es el de la divinización de los cristianos por Jesucristo y de su unión a Cristo en una oblación toda de amor.

Dice San Cipriano: “Porque Cristo nos llevaba a todos en Él, cargado con el peso de nuestros pecados; podemos ver entonces en el agua el símbolo del pueblo cristiano y en el vino el de la Sangre de Cristo. Razón es ésta por la cual, en el momento de la consagración del cáliz del Señor, es necesaria la presencia de los dos elementos, porque si sólo se ofrece el vino, Cristo estaría presente sin nosotros, y si solamente el agua, el pueblo sin Cristo. Pero unidos los dos elementos se cumple entonces el misterio espiritual y celestial” (Ep. 63, 13).

Poniendo algunas gotas de agua en el vino, la Iglesia vierte, simbólicamente, el sacrificio de sus miembros en el sacrificio de su Cabeza.

Escribe San Agustín: “El verdadero Mediador, que al tomar la forma de esclavo fue hecho Mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús, bajo la forma de Dios, acepta el sacrificio con el Padre, con el cual es un solo Dios; pero bajo la forma de esclavo prefirió ser sacrificio que aceptarlo, a fin de que nadie tomara ocasión de esto para sacrificar a cualquier criatura. Por eso Él es el sacerdote, Él es quien ofrece y es también la oblación. De esta realidad quiso que fuera sacramento cotidiano el sacrificio de la Iglesia, que, siendo cuerpo de la misma cabeza, aprendió a ofrecerse a sí misma por medio de Él. (De Civ. Dei, X, C. 20).

Las almas cristianas deben tener un conocimiento tal y vivir de tal modo que, en cualquier momento del día o de la vida puedan decir, presentando sus acciones dignas de ser ofrecidas a Dios: otra gota mía más en el cáliz de todas las Misas. Nuestra vida será así verdaderamente la que conviene a miembros del Cuerpo Místico de Cristo.

Esta es la intención de la Iglesia, que acompaña este rito con una oración que es una Colecta del Sacramentario Leoniano de la fiesta de Navidad.

Deus qui… Oh, Dios, que maravillosamente formaste la nobilísima naturaleza humana, y más maravillosamente la reformaste: concédenos (la frase siguiente ha sido incluida) “por el misterio de mezclar esta agua y vino”, que seamos participantes de la divinidad de Aquel que se dignó participar de nuestra humanidad, de Jesucristo, Hijo tuyo y Señor nuestro, que, como Dios, vive y reina contigo en unidad del Espíritu Santo, por todos los siglos de los siglos. Amén.

Dios que había hecho de Adán la obra maestra de la creación terrena, adornado de los dones de su gracia, hizo otro Adán mucho más admirable aún, Jesucristo, dotado de la naturaleza humana como Hijo de María Santísima y de la naturaleza divina como Hijo de Dios. Estas dos naturalezas están unidas en Él en la unidad de su Persona, que es la del Verbo, engendrado desde la eternidad por el Padre.

Offerimus tibi: oblación del cáliz de salvación.

No consiste el sacrificio eucarístico en ofrecer a Dios pan y vino, sino en ofrecerle el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, bajo las especies del pan y del vino.

Levantando el cáliz, el Sacerdote pide a Dios reciba favorablemente con anticipación, este “cáliz de salvación» porque en la Consagración rebosará de la Sangre de Aquél que es “propiciación por nuestros pecados y por los de todo el mundo” (I Io. II, 2).

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Offerimus tibi… Ofrecémoste, Señor, el cáliz de salvación, implorando tu clemencia; para que suba con suave fragancia hasta la presencia de tu divina Majestad, por nuestra salvación y por la del mundo entero. Amén.

El Sumo Sacerdote de la Misa es, pues, verdaderamente Jesucristo, y la Víctima de la Misa es también Él, y no nosotros. Tanto más es así cuanto que el rito de la doble consagración consiste en la representación Sacramental de la inmolación cruenta del Calvario, de donde proviene el nombre de inmolación dado a esta oblación ritual.

Sin embargo, dice el Concilio de Trento, como la Santa Misa es el sacrificio de la Iglesia, el fin de la renovación sacramental del Calvario es aplicar los méritos de la cruz a los miembros de la Iglesia para que se asocien a la Pasión del Salvador, debemos reconocer con San Gregorio: “Que es necesario que en la realización del Sacrificio nos inmolemos también nosotros a Dios por la contrición de nuestro corazón; porque cuando celebramos los misterios de la Pasión del Señor, debemos imitar lo que hacemos. Jesucristo no es verdaderamente hostia para nosotros ante su Padre sino cuando, partícipes de sus disposiciones, nos hacemos hostias también” (Dial. L. IV, c. 59).

Seamos, pues, en el altar víctimas en unión con el Sumo y Eterno Sacerdote.

In spiritu humilitatis… — Veni sanctificator … — Lavabo

Después de haber preparado la materia del sacrificio y haberla depositado y ofrecido en el Altar, la Iglesia continúa disponiendo nuestras almas para que tengan los mismos sentimientos de Jesucristo cuando llevó a cabo los misterios de nuestra redención.

En la Consagración, en efecto, las ofrendas se transforman en la propia substancia del Cuerpo y de la Sangre del Salvador. Las apariencias o especies del pan y del vino que permanecen, afirman nuestra unión íntima con la Víctima de la Cruz, de quien nos llegan toda fortaleza, toda gracia y todo mérito.

En el Gólgota, el Hijo de Dios nos sustituyó a nosotros, por ser incapaces de satisfacer a la justicia divina; en la Misa continúa su oficio sustituyéndose a nuestras ofrendas materiales. Pero ahora participamos en este Calvario prolongado sacramentalmente, porque la inmolación sacramental de Jesucristo se realiza por la consagración de nuestras ofrendas, que simbolizan nuestra propia inmolación interior.

Las dos oraciones que reza el sacerdote en este momento se inspiran en análogos pensamientos: la primera es la de los tres jóvenes hebreos cuando ellos mismos se ofrecían como víctimas en el horno ardiente:

In spiritu… Recíbenos, Señor, pues nos presentamos a Ti con espíritu humillado y corazón contrito; y el sacrificio que hoy nosotros Te ofrecemos, oh Señor Dios, llegue a tu presencia, de manera que Te sea agradable.

La segunda oración suplica a Dios quiera consagrar por su Espíritu Santo nuestras ofrendas y santificar nuestros corazones para que sea glorificado por el don ofrecido y por el modo de ofrecerlo:

Veni, sanctificator… Ven, santificador, todopoderoso Dios eterno; y bendice este sacrificio, preparado para gloria de tu Santo Nombre.

El sacerdote, por respeto, se lava luego los dedos que han de tocar las santas especies y dice una parte del Salmo XXV.

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Este rito es un sacramental que purifica nuestras almas en la medida de las buenas disposiciones interiores (contrición, confianza, etc.), con las cuales participamos en dicha ceremonia, cuyo fin es suscitarlas.

Con el rey David afirmamos, pues, nuestra voluntad de glorificar a Dios en su santo templo, cerca de su altar y en las reuniones santas. Y pedimos a Dios que nos libre de aquellos que cometen el mal y ofenden la justicia seducidos por los regalos.

Lavabo… Lavaré mis manos entre los inocentes; y me pondré oh Señor, al servicio de tu altar. Para hacerme eco de los cánticos de alabanza, y proclamar todas tus maravillas. Para hacerme eco de los canticos de alabanza, y proclamar todas tus maravillas. Yo he amado, oh Señor, el decoro de tu casa, y la mansión de tu gloria. No pierdas, Dios mío, mi alma con los impíos, ni mi vida con los hombres sanguinarios. Cuyas manos están manchadas de maldad, y su diestra cargada de sobornos. Yo, en cambio, he procedido con inocencia; líbrame Tú y ten piedad de mí. Mi pie ha andado por el camino recto: por lo que podré alabarte, oh Señor en las asambleas de los fieles. Gloria al Padre…

Suscipe, Sancta Trinitas… Honor a Dios y a sus Santos.

Suscipe… Recibe, oh Trinidad santa, esta oblación que te ofrecemos en memoria de la pasión, resurrección y ascensión de Jesucristo, nuestro Señor; y en honor de la bienaventurada siempre Virgen María, y de San Juan Bautista y de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, y de éstos (Santos cuyas reliquias están en esta ara) y de todos los Santos; para que a ellos les sirva de honra y a nosotros nos aproveche para la salvación: y se dignen interceder por nosotros en el cielo aquellos cuya memoria veneramos en la tierra. Por el mismo Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

La virtud de la religión y por ende el sacrificio, que es el acto principal de la misma, tiene a Dios como fin último. Como Dios es uno en naturaleza y trino en Personas, la Iglesia ofrece la oblación eucarística a la Santísima Trinidad. El Suscipe, Sancta Trinitas se dirige a las tres divinas Personas, que poseen la misma e indivisible Naturaleza divina.

La Santa Misa honra particularmente a la Santísima Trinidad porque recuerda y obra el misterio de la Redención al cual cooperan las tres Personas divinas.

La Iglesia cita luego el nombre de algunos Santos, aquellos mismos del Confiteor, es decir, la Bienaventurada Virgen María, San Juan Bautista, los Apóstoles San Pedro y San Pablo, los Santos cuyas reliquias descansan en el Ara y todos los Santos.

Habiendo Jesucristo asociado íntimamente a sus misterios los Santos, que ahora son sus miembros gloriosos, recompensa su generosidad, haciéndolos desempeñar con Él el oficio de mediadores en la aplicación de sus misterios en nuestras almas.

Es verdaderamente rendir honor a los Santos el nombrarlos en la oración, porque es recordar el valor del cual han dado prueba para glorificar a Jesucristo en la tierra y el poder de que gozan actualmente en los Cielos, donde, en unión con su Cabeza, interceden por nuestra salvación en virtud de sus méritos adquiridos y por sus oraciones.

Orate, fratres — Secreta: conclusión del Ofertorio

Al principio del Ofertorio, después del Dominus vobiscum, el sacerdote invitaba a los fieles a la oración: Oremus. Reitera ahora esta misma invitación por el Orate fratres.

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Antes del saludo (Dominus vobiscum) y de la invitación (Orate) el Sacerdote besa el altar porque obra en nombre de Jesucristo.

Orate, fratres… Orad, hermanos: para que este sacrificio mío y vuestro, sea agradable a Dios, Padre todopoderoso.

El sacerdote a todos invita; y todos, de corazón al menos, deberían responder: Suscipiat… El Señor reciba de tus manos este sacrificio en alabanza y gloria de su nombre, y también para utilidad nuestra y de toda su Santa Iglesia.

En el Santo sacrificio es donde más se confirma la unión fraternal y filial; porque nacida en el Calvario, nada la fortifica como el mismo Calvario continuado en el Altar. Por eso nada concurre a la alabanza y gloria de la bondad de Dios Padre y a la Salvación de todos sus hijos adoptivos como esta oblación sacrificial en donde el mismo Hijo de Dios los libra por la virtud de su Sangre y estrecha los lazos de su de su filiación divina y de su fraternidad cristiana.

Así, pues, cada uno de los miembros del Cuerpo Místico, y por ende toda la Santa Iglesia de Dios (totiusque Ecclesiæ suæ Sanctæ), esparcida por todo el universo, se beneficia en cada una de las Misas.

El Orate, fratres muestra de este modo que en el Altar el Sacerdote es un mediador y que los fieles deben unirse a su sacrificio, que también es de ellos, «meum ac vestrum sacrificium», pues lo ofrecen por su intermedio, «manibus tuis», que es el ministro de Cristo y de su Iglesia.

La Oración Secreta, que es una fórmula de oblación, concluye los ritos del Ofertorio.

Continuará…