Conservando los restos
LA SANTA MISA
¿Qué es la Santa Misa?
La Santa Misa es el Sacrificio en el cual se ofrece y se inmola incruentamente Jesucristo, Dios y Hombre verdadero, bajo las especies del pan y del vino, por ministerio del Sacerdote celebrante para reconocer el supremo dominio de Dios y aplicarnos a nosotros las satisfacciones y méritos de su Pasión y Muerte.
El Sacrificio de la Misa, el de la Última Cena, y el de la Cruz son, en cuanto a la sustancia, un solo y mismo sacrificio. La diferencia entre los tres proviene del modo diferente con que cada uno de ellos se ofreció o se ofrece.
Fines de la Santa Misa
La Santa Misa se ofrece para cuatro grandes fines:
1º. Para dar a Dios el culto supremo de adoración (fin latréutico);
2º. Para agradecer todos sus inmensos beneficios (fin eucarístico);
3º. Para pedirle todos los bienes espirituales y temporales (fin impetratorio);
4º. Para satisfacer por todos nuestros pecados (fin propiciatorio).
Cuando se asiste, pues, a la Santa Misa, se debe tener en cuenta estos cuatro grandes fines o intenciones generales, a los cuales cada uno puede añadir otros particulares. Por eso la Santa Misa llena todas las necesidades y satisface todas las aspiraciones del alma y resume en sí toda la esencia de la Religión.
Valor y Frutos de la Santa Misa
El valor de la Santa Misa, en cuanto a su suficiencia es infinito, tanto en la extensión como en la intensidad; y ello a causa de la dignidad del Pontífice y de la Hostia, que es el mismo Jesucristo.
Por consiguiente, la Santa Misa es por sí misma suficiente para borrar los crímenes de todos los hombres, para satisfacer por todas las deudas y para alcanzar de Dios todos los bienes espirituales y materiales, en relación a la salvación.
En cuanto a su eficacia práctica, el valor “latréutico” (o de adoración) y el valor “eucarístico” (de acción de gracias) de la Santa Misa es también infinito, ya que una sola Misa procura a Dios una gloria que sobrepuja a todas las alabanzas de todas las criaturas visibles e invisibles; empero la eficacia impetratoria y satisfactoria de la Misa, es, de suyo, finita y limitada, y proporcionada a nuestra capacidad y disposiciones.
Los frutos de la Misa son los bienes que reporta el Sacrificio de Cristo, y pueden reducirse a estos tres:
1º. El fruto general, del cual participan todos los fieles no excomulgados, vivos y difuntos, y especialmente los que asisten a la Misa y toman en ella parte más activa;
2º. El fruto especial, del cual dispone el sacerdote celebrante en favor de determinadas personas e intenciones, con las que se han comprometido en virtud del “estipendio”;
3º. El fruto especialísimo, privativo del Sacerdote celebrante.
Las intenciones de la Misa
Los fieles, al encargar una Misa y dar por ella el correspondiente estipendio, señalan al Sacerdote celebrante una o más intenciones, que él debe tener en cuenta al celebrar.
Estas intenciones pueden ser por uno mismo o por otro, por los vivos o por los difuntos, por asuntos materiales o espirituales, en acción de gracias o en demanda de ella, etc.
De los vivos a nadie se excluye, ni siquiera a los infieles; pero sólo se puede celebrar la Santa Misa por ellos privadamente. Por los privados de sepultura eclesiástica, como son, entre otros, los suicidas y los duelistas, también se pueden celebrar Misas; pero no la exequial, ni la de aniversario, ni ningún funeral público.
Diversas clases de Misas
La Misa es esencialmente una. Ninguna diferencia esencial hay entre la que celebra el Papa o el ultimo sacerdote católico, un santo o un apóstata, con toda la pompa del ceremonial o sencillamente.
Todas tienen, de suyo, el mismo valor; y siempre es el mismo Jesucristo el que celebra, por ministerio del sacerdote.
La diversidad de Misas proviene de la mayor o menor solemnidad con que se celebran, del ministro más o menos alto que oficia y de otras circunstancias.
De ahí la distinción de Misa privada o solemne, cantada o rezada, capitular, conventual, parroquial, papal, pontifical, abacial, votiva, de difuntos, etc.
RITUAL DE LA SANTA MISA
Por Ritual de la Santa Misa se entiende el conjunto de oraciones, lecturas, ritos y ceremonias prescritas por la Iglesia para la celebración del Santo Sacrificio.
Sencillísimo en un principio, se fue enriqueciendo en el correr de los siete primeros siglos. Entre el siglo X y el XII, el Ordinario, compuesto para la Misa solemne, tuvo que ser adaptado a la Misa rezada lo que dio lugar, por una parte, a ciertas supresiones y abreviaciones de ritos y textos, y por otra a la admisión de algunas preces de origen privado, como las del principio y fin de la Misa. Cerrando así definitivamente el Ordinario, sólo quedaba abierto el Misal para las nuevas Misas, que van aportando las nuevas Fiestas del Calendario.
Considerando la estructura de la Misa, esta consta de dos partes: una llamada Misa de los Catecúmenos o “Ante-misa”, que abarca desde el principio hasta el Ofertorio exclusive; y otra llamada Misa de los Fieles, que comprende desde el Ofertorio hasta el fin.
La primera tiene una Introducción, que son las preces que se rezan al pie del altar; y la segunda una Conclusión, que es la acción de gracias después de la comunión, más las oraciones finales o adicionales.
Considerando los textos que la integran, se clasifican en fijos y variables. Los fijos están contenidos en el Ordinario de la Misa, y los variables los proporcionan el Temporal, el Santoral, los Comunes y las Misas Votivas, según los casos.
Descomponiendo las dos partes principales de la Misa en otras secundarias, se puede formar el siguiente cuadro: en el que llamamos a la primera Parte instructiva, porque efectivamente tiene ese carácter instructivo, como destinada que estaba antiguamente a la instrucción de los catecúmenos, y a la segunda Parte Sacrificial, porque en ella se realiza propiamente el Sacrificio eucarístico.
Primera Parte (Parte instructiva)
Segunda Parte (Parte sacrificial)
EL ALTAR Y SU AJUAR
El sacrificio de la Misa se celebra sobre el ara del altar; ara que, en los altares fijos consagrados, es toda la losa de piedra o de mármol, y en los portátiles la piedra pequeña, también consagrada, que se sobrepone (o se embute) y se puede trasladar a otro lugar.
El ajuar del alar del Sacrificio lo componen: tres manteles o sabanillas de hilo, un crucifijo, y dos, cuatro o seis candeleros para otras tantas velas. Mientras se celebra la Misa, el altar se completa con tres sacras o cuadritos con algunos textos de la Misa. Cada altar suele tener una estatua o cuadro, por lo menos correspondiente a su Titular, los floreros y demás adornos son accesorios.
EL CELEBRANTE Y SU AJUAR DE CELEBRAR
El sacerdote usa para celebrar, sobre su hábito talar:
El amito, con que se cubre parte de los hombros y la espalda;
El alba, o túnica blanca que le cae hasta los pies;
El cíngulo con que se ciñe esa alba;
El manípulo, o pequeña banda de seda que cuelga del brazo izquierdo;
La estola, que es una banda mayor, también de seda, que le cae del cuello;
La casulla, que, entrando por la cabeza, cae por delante y por detrás;
El bonete, con que se cubre la cabeza y al cual, en algunos religiosos, suple la capucha.
El amito, el alba, y generalmente, también el cíngulo son blancos; las demás prendas sacerdotales son de color blanco, rojo, verde, morado o negro, según las fiestas y épocas litúrgicas.
Revestido el Sacerdote con esos ornamentos, lleva al altar para celebrar:
El cáliz, o copa de metal en que se consagra la Sangre de Cristo;
La patena, especie de platillo del mismo metal con que tapa el cáliz y en que deposita la hostia grande.
Los accesorios del cáliz son:
El velo de seda, con que se le cubre mientras no se usa en la Misa;
El purificador, o paño de hilo con que se purifica el cáliz y los dedos;
El corporal, sobre el que se colocan el cáliz y la hostia;
La palia, o telilla para cubrir el cáliz durante la Misa.
Completan el ajuar de celebrar: el Misal, las vinajeras para el agua y el vino, el manutergio, para secarse el sacerdote las manos, la campanilla, y la palmatoria.
En las Misas solemnes se agrega: el paño de hombros para el Subdiácono, el libro para las Epístolas y Evangelios, los ciriales para los monaguillos, y el turibulo o incensario con su naveta.
EL PRECEPTO DE OÍR MISA ENTERA
Todo fiel cristiano, desde los siete años de edad, tiene obligación grave de oír Misa entera todos los domingos y fiestas de guardar, a no estar legítimamente dispensado o imposibilitado física o moralmente.
En América Latina, las fiestas de precepto que obligan a oír Misa, son las siguientes:
La Circuncisión (el 1° de Enero),
La Epifanía o Santos Reyes (el 6 de Enero),
San José (el 19 de Marzo),
La Ascensión del Señor (en fecha variable),
El Corpus Christi (en fecha variable),
San Pedro y San Pablo (el 29 de Junio),
La Asunción de la Sma. Virgen ( el 15 de Agosto),
Todos los Santos (el 1° de Noviembre
La Inmaculada Concepción (el 8 de Diciembre),
Navidad (el 25 de Diciembre).
Misa entera, estrictamente hablando, es hoy toda la Misa, es decir, desde que el Celebrante aparece en el altar hasta que desaparece del mismo, y esta es ciertamente la que la Iglesia manda oír; si bien la parte sacrificial de la Misa no comienza hasta el Ofertorio.
Oye Misa entera y cumple plenamente con el precepto, el que asiste a ella desde el principio hasta el fin; cumple con el precepto de oír Misa, pero no de oírla entera, el que llega al terminar el Credo, o se retira después de la Comunión; y no cumple ni con lo uno ni con lo otro, el que no asiste desde el Ofertorio hasta la Comunión, ambos inclusive.
Omitir voluntariamente alguna parte de la Misa es pecado; grave o leve, según sea más o menos notable lo que se omite; notable, ora por la duración, ora por la importancia y dignidad del rito
Concretando, es pecado grave:
Omitir íntegramente, desde el principio hasta el Ofertorio inclusive;
Omitir el Canon, desde la Consagración hasta el Pater noster exclusive;
Omitir la Consagración y la Comunión, y aun solamente la Consagración;
Omitir a la vez todo lo que precede el Evangelio y lo que sigue a la Comunión.
Es pecado leve:
Omitir sólo el Ofertorio, o el Credo, o el Prefacio, o una parte pequeña del Canon, o todo lo que precede a la Epístola, o todo lo que sigue a la Comunión, y probablemente, tanto aquello como esto juntamente;
Omitir hasta el Ofertorio, exclusive; no es improbable que sea también leve, puesto que antiguamente empezaba propiamente en él la Misa.
Es útil tener en vista los siguientes casos prácticos:
1.- El que oye dos medias Misas simultáneamente, no satisface el precepto;
2.- El que las oye una después de la otra, probablemente satisface el precepto (aunque peca levemente si lo hace sin motivo);
3.- El que llega hecha ya la Consagración, tiene que asistir a las demás partes de la Misa, por cuanto está obligado a asistir a una parte notable del culto público prescripto por la Iglesia;
4.- El que omite una pequeña parte, según algunos moralistas debe completarla bajo pecado leve, si es que puede hacerlo; y según otros no está obligado a ello aun pudiendo hacerlo;
5.- El que omite una parte notable, por ejemplo la Consagración, debe suplirla, aunque no haya faltado a ella por su culpa; al menos que se hubiere visto obligado a salir de Misa por una necesidad del momento, pues en ese caso seguiría moralmente unido al Sacrificio.
El rigor de este precepto eclesiástico estriba en la obligación que todo cristiano tiene de dar a Dios el debido culto, para reconocer supremo dominio sobre todo y sobre todos, culto que tiene su más elevada expresión en la Santa Misa y principalmente en la de los domingos y días festivos, que son los días que la familia humana socialmente consagra a Dios.
Es por eso que la profanación de los domingos y días festivos y el incumplimiento del precepto de la Misa acarrea tantos males, así al individuo culpable como a la humanidad.