Conservando los restos
A los fieles de los países del Plata,
previniéndolos de la próxima gran tribulación,
desde mi destierro, ignominia y noche oscura.
Leonardo Castellani, Captivus Christi, 1946-1951
SECCIÓN TERCERA
EL ADVENIMIENTO
14.- ¿ESTÁ CERCA LA PARUSÍA?
El autor del Apokalypsis afirma que la Parusía (o sea la presencia justiciera de Cristo en la historia humana) está cerca; desde el comienzo, en que titula al libro Revelación de El que está cerca, hasta el final, donde dice: “Vengo pronto»; y también: “He aquí que estoy a la puerta y llamo. Aguanta un poco. Vengo ya.”
¿Vengo ya? Esta expresión desconcertante, piedra de tropiezo de los incrédulos de hoy —y de siempre—, se verifica de tres maneras: trascendental, mística y literal.
1. Trascendentalmente. El período histórico de los últimos días (o sea el tiempo de la revelación cristiana entre la Primera y la Segunda Venida) será muy breve, comparado con la duración total del mundo.
Una antigua tradición hebreocristiana, muy respetable, asigna a “este siglo” (al ciclo adámico, desde Adán al Juicio Final) una duración de siete milenios, correspondientes a los siete días de la creación, porque “para Dios mil años son como un día” (Salmo LXXXIX, 4; II Petr. III, 8), correspondientes dos milenios a la Ley Natural, dos milenios a la Ley Mosaica y dos milenios a la Ley Cristiana; y el último milenio, el Domingo, a la trasformación feliz del universo en el Trono del Verbo (“Yo haré nuevos cielos y nueva tierra») mediante la acción parusíaca.
Así, pues, en un sentido trascendental Cristo pudo decir con verdad que su Segunda Venida estaba cerca.
2. Místicamente. Todos los hombres, no menos que las naciones, estamos cerca del juicio a causa de la muerte, la cual puede sobrevenir en cualquier momento; y sobreviene siempre a la eterna ilusión y distracción humana de un modo inesperado. La pedagogía de Cristo en todo el Evangelio es alertar continuamente al hombre acerca de la muerte inminente e imprevista. “Necio, esta noche misma te pedirán el alma. Lo que has rejuntado, ¿para quién será?”
Nuestra experiencia nos enseña que aun a los viejos achacosos y enfermos desahuciados, la muerte los sorprende de repente: en el sentido de que no la esperan; y ¿quién la va a esperar? Un santo religioso hemos visto morir, el cual se enfurruñó cuando el Superior le habló de los últimos sacramentos. “Yo no soy hombre de morir sin sacramentos —dijo—; pero estos superiores jóvenes son tan precipitados, que apenas uno sufre cualquier cosita, ya se descuelgan con los Santos Oleos.” Los recibió, sin embargo, porque era dócil; y esa misma tarde estaba muerto. Fue el padre Vicente Gambón; muchos de ustedes lo conocieron.
Pues bien: lo mismo será en el fin, igual que en los tiempos del Diluvio: los hombres comprarán, venderán, harán política, se casarán y engendrarán hijos; y como el relámpago que surge en el Este y en el mismo instante está en el Oeste, así será la venida del Hijo del Hombre.
Lo sensato, pues, es pensar el fin siempre cerca, porque de hecho puede ser hoy mismo, cuando estamos sin aceite en el candil, como les pasó a las Vírgenes Insensatas; debemos pensarlo cerca, pero no como cosa cierta —lo cual paralizaría la actividad humana, como les pasó a los Tesalonicenses—, sino como cosa posible, prevista y esperada. Y también santamente deseada. ¡Ven, Señor Jesús!
3. Literalmente. Se cumplió enseguida la profecía en la destrucción de Jerusalén, y luego en el derrumbe del Imperio Romano étnico, los dos typos del fin del siglo, o sea del término del ciclo, que usaron Jesucristo mismo y el discípulo amado: se cumplió en su primera fase para los oyentes del Mesías; y se cumplirá quizá en su forma completa para nosotros, que pensamos menos en el Fin del Mundo que los primeros cristianos. ¡Y sin duda, estamos más cerca que ellos!
Porque el drama de la Historia se desenvuelve en planos escalonados, como todo drama se desenvuelve en escenas que contienen todas la misma idea fundamental, a desplegar en el desenlace.
Y así todas las grandes caídas de los imperios perseguidores de la Iglesia, las grandes resurrecciones triunfales del cristianismo y las grandes barreduras que hace Dios de razas enteras Apóstatas o degeneradas, se pueden considerar como realizaciones parciales y figurativas de la Presencia (para – ousía) de Cristo en la Historia y de su Revelación (apo – kalypsis) definitiva.