CUARTO DOMINGO DE ADVIENTO
En aquel tiempo: El año decimoquinto del imperio de Tiberio César, gobernando Poncio Pilatos la Judea, siendo Herodes tetrarca de Galilea, y su hermano Filipo tetrarca de Iturea y de la provincia de Traconítide, y Lisanias tetrarca de Abilina; hallándose sumos sacerdotes Anás y Caifás, el Señor hizo entender su palabra a Juan, hijo de Zacarías, en el desierto. El cual obedeciendo al instante vino por toda la ribera del Jordán, predicando un bautismo de penitencia para la remisión de los pecados: como está escrito en el libro de las palabras o vaticinios del profeta Isaías: Se oirá la voz de uno que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas: todo valle será terraplenado, todo monte y cerro, allanado, y los caminos torcidos serán enderezados y los escabrosos igualados. Y verán todos los hombres al Salvador enviado de Dios.
La Liturgia de este Cuarto Domingo del Adviento se suma a la de los dos anteriores para presentarnos la destacada personalidad de San Juan-Bautista, “la voz del que clama en el desierto”.
Y San Lucas sitúa bien en el curso histórico de su tiempo la misión desempeñada por el Precursor.
¡Que es grande, espléndida, es la persona de San Juan Bautista!: “Hubo un hombre enviado por Dios. Éste vino para dar testimonio de la luz, para que todos crean por él”.
De la misma manera podemos situar a otros grandes predicadores del catolicismo, ubicarlos en la marcha de la historia y hacer resaltar su importancia, tanto para su tiempo como para su posteridad, que llega hasta nuestros días.
Y nosotros también debemos predicar a Nuestro Señor, dar testimonio de la Luz; y debemos hacerlo en referencia al tiempo en el cual vivimos, al contexto histórico donde la Divina Providencia nos ha colocado para dar testimonio.
¡Claro está!, lo hemos de reconocer, que “dar testimonio de la luz” no implica lo mismo para San Juan Bautista (en los orígenes del cristianismo), que para San Bernardo o Santo Tomás (en la Edad Media), que para nosotros hoy…, en el siglo de la apostasía.
Pero, ¡qué grande y espléndida es esta misión para nosotros!, a pesar de las diferencias… y, precisamente, debido a ellas…
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Ante todo, debemos reflexionar, ¿por qué el Evangelista hace la meticulosa enumeración de todos esos personajes, príncipes, pontífices, hombres políticos, hombres religiosos?
Tiberio César, ese Emperador fue un monstruo, que no soñaba sino en orgías y asesinatos.
Poncio Pilatos, es el prototipo del estadista despreciado por siempre por su bajeza.
Herodes, es aquél adúltero, que pronto hará asesinar al Precursor y se burlará de Nuestro Señor, y cuyo padre había matado a los Santos Inocentes.
Anás y Caifás, el sacerdocio divino representado por estos dos miserables, que un día contribuirían activamente en la condenación y muerte del Hijo de Dios.
Por lo tanto, no se trata de una simple localización en el tiempo, si no que es para probar, por el triste estado político y religioso de la nación judía, que el tiempo de la Venida del Mesías había llegado, conforme a la predicción clara de los Profetas.
Los tetrarcas, o pequeños reyes de la cuarta parte de un país, aquí nombrados, no eran reyes más que de nombre; su autoridad era muy limitaba y dependía absolutamente del buen placer del emperador de Roma. El cetro había sido retirado de Judá…, tiempo del Mesías había llegado.
El Evangelista hace mención de Anás y Caifás, que había obtenido por dinero ejercer el cargo de gran sacerdote. San Lucas quiere, pues, mostrar en qué deshonra e ignominia había caído el sacerdocio, y anunciar, por ello, que la Antigua Ley iba a dar paso a la Nueva y que el verdadero gran Sacerdote, según el orden de Melquisedec, iba a ser consagrado y ungido por su propia Sangre.
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En cuanto a nosotros, el contexto histórico donde la Divina Providencia nos colocó nos obliga a predicar en medio de la relajación política y religiosa más escandalosa y más turbulenta que conocieron la sociedad civil y la Iglesia.
¡Sí!, es necesario decirlo, nos encontramos ante la mayor revolución religiosa…; debemos enfrentar la iglesia conciliar, la iglesia oficial, que pasa por ser la verdadera Iglesia… Y a esto se suma el mayor hundimiento político y social de la historia…
En tiempos de San Juan Bautista, la sociedad, tanto desde el punto de vista político como desde el religioso, era un verdadero desierto. Y para definir bien quién era él y cuál era su misión, San Juan se apropia un pasaje muy conocido del Profeta Isaías: soy la voz del que clama en el desierto…
Este texto de Isaías se aplicaba literalmente a la salida del pueblo judío del cautiverio de Babilonia y a su regreso a Jerusalén. Pero, profética y simbólicamente, significaba la salida de todo el género humano de la esclavitud del pecado y del demonio por la Venida del Mesías.
En este sentido, San Juan era el heraldo encargado de anunciar su llegada; la voz destinada a gritar sacudir el entorpecimiento de los judíos, para excitarlos a hacer penitencia, a prepararse para oír pronto la voz del propio Salvador, y a aprovechar bien el gran beneficio de la Redención.
Nosotros también, en el tiempo en que vivimos, en el desierto político y religioso del mundo ultramoderno, debemos ser la voz del que clama en el desierto…
¡Qué grande, espléndida, entusiasmante esta misión… Estamos en las tinieblas del mundo postmoderno para servir de testigos a la Luz…
Debemos decir al mundo apóstata: “soy la voz, el heraldo encargado de anunciar la Venida de Jesucristo, preparar sus caminos y disponer los corazones para recibirlo bien”; “Soy la voz destinada a clamar, sacudir el entorpecimiento, para excitar a la penitencia, a la oración, a la vigilancia…”
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Ciertamente, la diferencia es evidente entre un mundo idólatra, como el de la antigüedad, y una civilización cristiana como la de la Edad Media… Y más aún, la diferencia es enorme entre una población pagana y una sociedad apóstata como esta que se construye desde hace siete siglos…
Existe una diferencia entre nuestro siglo y los siglos de Cristiandad: debemos oponernos, según nuestro estado y nuestra misión, a instituciones y costumbres cuyo principio animador no es ya cristiano, cuyo espíritu es verdaderamente el de la apostasía, como nos lo hace recordar la epístola del sábado de cuatro témporas.
Esta nueva condición, los grandes autores de la Edad Media no podían tenerla en cuenta; no existía en su tiempo, es particular de nuestro tiempo.
Sin embargo, la doctrina de los doctores medievales, en sí misma, no debe cambiarse; se trata solamente de colocarla en las perspectivas actuales. Su enseñanza se formuló mientras se mantenía un orden cristiano.
Debemos penetrarnos de esta enseñanza, y de hacerla nuestra en una situación bien diferente, puesto que debemos intentar mantener, en nuestro puesto y según nuestras posibilidades, un orden temporal que se ajuste a la ley de Cristo, aunque más no fuese en nuestra familia…, siendo conscientes que, a veces, ni siquiera esto es posible ya…
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En efecto, el internacionalismo actual es un ideal religioso; el cual niega o rechaza la realidad de las nacionalidades existentes en pro de una futura a edificar, con la supresión de fronteras y la confederación de naciones…
Se trata del Nuevo Orden Mundial… paradisíaco Estado Universal…, bien definido por el Padre Castellani como pesadilla producida por la angustia religiosa, con un despertar milenarista enteramente utópico…, ataque moderno contra el Catolicismo…, la última herejía…
Ciertamente existe una legítima aspiración secular de la humanidad a una integración armónica del género humano. No estamos fuera de esa aspiración; estamos en contra de su mala realización; de los malos planes actuales que, o bien son irrealizables, o bien son posibles solamente en forma de tiranía atroz, de un imperialismo elevado a la décima (10ª) o a la sexcentésima sexagésima sexta (666ª) potencia, como nunca el mundo ha visto otro igual.
No se puede llegar a la paz universal destruyendo a aquellos que han de tener paz entre sí: porque en ese caso hay un estado de falsa paz, de guerra latente, que es peor que la guerra declarada.
No rechazamos el derecho internacional y todos sus progresos posibles; rechazamos el ideal utópico del internacionalismo hereje: masónico, marxista, judaico.
Como nos enseña el Libro del Profeta Daniel, contra esa estatua idolátrica caerá la piedra desgajada sin intervención de mano humana.
Nuestro Señor es la piedra escogida. Pero esta piedra puede ser de salvación o de condenación…, piedra fundamental, piedra angular… o piedra de escándalo y de tropiezo…
¿Nunca leísteis en las Escrituras (les decía Él mismo a los judíos), la piedra, que desecharon los que edificaban, esta fue puesta por cabeza de esquina…el que cayere sobre esta piedra será quebrantado, y sobre quien ella cayere, lo desmenuzará?
Una vez más, vemos aquí claramente las dos venidas del Mesías, y las consecuencias inmediatas de la una y de la otra; lo que ha hecho y lo que hará cuando baje del monte contra la estatua, y contra todo lo que en ella se incluye.
De manera, que habiendo bajado la primera vez pacíficamente, sin ruido ni terror, habiendo sufrido con infinita paciencia todos los golpes que le quisieron dar, se puso luego por base fundamental del edificio grande y eterno que sobre ella se había de levantar.
El que cree, de fe no fingida, el que quiere de veras ajustarse a esta piedra fundamental, el que para esto se labra a sí mismo, y se deja labrar, devastar y golpear, etc., este será salvo seguramente, este es una piedra viva, infinitamente más preciosa de lo que el mundo es capaz de estimar; éste se edifica sobre fundamento eterno, y hará eternamente parte del edificio sagrado.
Al contrario, el que no cree, o sólo cree con aquella especie de fe, que sin obras es muerta; mucho más aún, el que persigue a la piedra fundamental y da contra ella, él tendrá toda la culpa, y a sí mismo se deberá imputar todo el mal, si se rompe la cabeza, las manos y pies.
Lo que sobre esto han visto los siglos pasados, eso mismo en sustancia deberán ver los venideros, como está escrito.
La piedra que bajó del cielo al vientre de la Virgen, cuanto es de su parte, a nadie ha hecho daño, porque no bajó sino para bien de todos, para que tengan vida, y para que la tengan en más abundancia.
Si muchos se han quebrado en ella la cabeza, la culpa ha sido toda suya, no de la piedra. El hijo del hombre no ha venido a perder las almas, sino a salvarlas.
Pero llegará tiempo, y llegará infaliblemente, en que esta misma piedra, llenas ya las medidas del sufrimiento y del silencio, baje por segunda vez con el mayor estruendo, espanto y rigor imaginable, y se encamine directamente hacia los pies de la grande estatua, y quebrantará y acabará todos estos reinos. Como enseña San Pablo: cuando hubiere destruido todo principado, y potestad, y virtud.
Todo esto es necesario que se verifique algún día, pues hasta el día de hoy no se han verificado.
Entonces deberá comenzar otro nuevo reino sobre toda la tierra, absolutamente diverso de todos cuantos hemos visto hasta aquí, el cual reino lo formará la misma piedra que ha de destruir y consumir toda la estatua.
A lo que alude visiblemente San Pablo cuando añade: es necesario que Él reine, hasta que ponga a todos sus enemigos debajo de sus pies.
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Principalmente, desde la Revolución Francesa, la Iglesia se ve atacada por todas partes… Violentada por fuera por las fuerzas políticas de las logias…, a lo cual se suma la traición al interior por las autoridades modernistas que ocuparon los puestos de mando.
En estos tiempos malos, hay que seguir siendo fieles a la Virgen Inmaculada, a la Doctrina definida, a los Sacramentos y a la Misa de siempre.
Sed fieles, permaneced en paz, tened confianza y una santa alegría respecto de vuestra misión…
¡Sed voces que claman en el desierto…!
¡Sed testigos de la luz…!
¡Sabed que el enemigo está allí, enfrentándonos…!
Pero sabed, también, que Nuestro Señor, nuestro Salvador, ¡está a las puertas…!